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Sunday, July 06, 2025

EL NACIONALPOPULISMO

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Es el título del libro de Roger Eatwell y Matthew Goodwin que aborda el fenómeno del populismo conservador que se expande sobre Europa y los Estados Unidos (Nacionalpopulismo. Por qué está triunfando y de qué forma es un reto para la democracia), centrándose sobre todo en el primer gobierno de Trump y el Brexit en el Reino Unido (el libro es de 2018), pero las características del elector del segundo gobierno de Trump son muy similares ahora, así como los mitos que sobre el populismo de derecha han recaído.

 

En principio, los nacionalpopulistas no son fascistas. Si bien se usa el término para descalificar a un rival de derecha, en Europa principalmente, el fascismo como sistema político amalgama dentro del estado y el partido en el poder a todas las clases sociales, en un gobierno corporativo que tiene a un líder carismático en la cúspide, que debe transar con los sectores sociales y económicos que representa. El fascismo no admite el cuestionamiento a su sistema ni a su líder, por lo que la libertad de expresión se encuentra seriamente reducida, aparte que son violados sistemáticamente derechos fundamentales, incluyendo el derecho a la vida, tal como sucedió durante el nazismo.

 

Son populistas en el sentido que buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis (orden, seguridad, empleo); de allí que plantean medidas como trabajo para los nacionales, expulsión de los migrantes, aranceles a productos extranjeros, protección de la industria nacional, reducción del estado, etc. Un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador en momentos críticos.

 

Ese ambiente de inseguridad y zozobra que vive ahora un europeo o un norteamericano, lo han sabido canalizar muy bien los nacionalpopulistas de distinto pelaje, tanto en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra o en los propios EEUU.

 

El candidato generalmente es un outsider, alguien que no pertenece ni tiene trayectoria dentro del sistema político; más bien lo cuestiona desde fuera y frente al hartazgo del elector ante “los políticos tradicionales”, decide votar por un candidato ajeno al sistema. El candidato llega al poder por elección popular y, en casos de débil institucionalidad como sucede en América Latina, busca mantenerse el mayor tiempo que pueda, incluso convirtiendo el régimen en dictadura o fingiendo elecciones libres.

 

Un populista sin principios democráticos, sea de derecha o de izquierda, de tener la fuerza necesaria de su lado, puede ir en contra de la democracia liberal y, literalmente, enterrarla. Asume todo el poder y deja como cascarones vacíos a los otros dos poderes y a los organismos autónomos. Con precisión puede decir el estado soy yo.

 

Por ello, los populistas no son liberales, ni en lo político ni en lo económico, pese a que han llegado al poder conforme a las reglas del juego democrático. Son bastante aislacionistas, de allí el término de nacionalpopulistas, privilegian la historia y los valores tradicionales de la nación antes que una mancomunidad internacional, algo que se entiende mucho mejor en Europa (el libro lo escriben dos británicos), donde frente a la comunidad europea se tiene en oposición a los euroescépticos, aquellos que plantean salirse de la Unión y regirse, como antes de la constitución de la UE, cada estado por sus propias reglas como estado-nación. Un nacionalpopulista es un euroescéptico, aunque tiene otras características adicionales.

 

Otra “cabeza de turco” que esgrimen los nacionalpopulistas es la burocracia del estado, bastante abultada en los países desarrollados, y que plantean su drástica reducción. En Europa los populistas le achacan la culpa a la burocracia de Bruselas (sede de la Unión Europea) y sus complicadas regulaciones. En EEUU son las agencias federales, muchas con competencias superpuestas o programas que “no ayudan al americano”.

 

La fecha de nacimiento de este fenómeno unos la fijan en la gran crisis financiera de 2008 con los llamados bonos chatarra, donde muchos inversionistas perdieron su dinero en bonos de escaso valor y más de una gran empresa se fue a la quiebra. Sin embargo, los autores plantean que el fenómeno no solo es economicista como sugiere la hipótesis de la crisis de 2008, sino tiene raigambres ideológicas y culturales de larga data, como las tuvo también el nazismo en Alemania. El surgimiento del nazismo no solo se debió a las condiciones humillantes impuestas al término de la I Guerra Mundial y a la crisis económica de 1929, también influyeron hechos culturales e ideas que rondaban a las naciones de origen germano desde por lo menos el siglo XIX: la supremacía de la raza aria, las llamadas razas inferiores (idea muy común en la época), el judaísmo como causante de todos los males, el espacio vital, etc. Hitler y los nacionalsocialistas lo único que hacen es sistematizar esas ideas y propagandizarlas.

 

Precisamente, es una idea muy común, tanto hoy día como en el pasado, la del migrante como causante de todos los males, que vive a expensas del contribuyente en el estado de bienestar y les quita trabajo a los nativos. Es la culpa del otro, el extraño a la tribu, y que se ha visto ratificada con las sucesivas oleadas de migrantes musulmano-africanos que llegaron a Europa; y, en el caso de los EEUU, las sucesivas olas de migrantes ilegales que atraviesan la frontera a través de México. El migrante en ambos casos es “el chivo expiatorio”, con mayor razón si la tasa de criminalidad aumentó desde su llegada, por lo que no es raro que un líder nacionalpopulista centre sus reflectores en una “lucha a muerte” contra ellos.

 

A lo que se suma la cultura y forma de vida de un migrante. Costumbres, cultura diferente, idioma, raza, serán argumentos que servirán para la crítica y segregación por parte de un nacionalpopulista, planteando su expulsión y leyes más severas.

 

En el caso del votante de partidos nacionalpopulistas, los autores coinciden en que son hombres conservadores, tradicionales en sus valores, aunque no necesariamente viejos. Otros son blancos sin educación universitaria, desempleados por la migración de las industrias locales hacia China y otros países; pero también, sorprendentemente, en la votación de Trump para su segundo gobierno, se han sumado electores latinos y afroamericanos que no votaron por los demócratas, su bastión original, sino por los republicanos.

 

Algo similar ha sucedido en Europa, donde los partidos socialdemócratas han perdido electores clave como eran los trabajadores, en parte por haber virado el partido de las demandas laborales a programas de inclusión de género, derechos de las minorías trans, la cultura woke y lo políticamente correcto, banderas que suscribe una minoría, pero no el común de los trabajadores. Aparte que en EEUU tienen el “sur profundo”, las zonas rurales, que son marcadamente conservadoras y no ven de buen grado programas demócratas a favor del aborto libre o de los derechos a las minorías sexuales.

 

Ante un escenario de capitalismo mundial y automatización de funciones en la cadena de producción, donde muchas empresas trasnacionales migraron a China y otros países, y donde la clase obrera dejó de tener el protagonismo de antaño, descolocó a los partidos socialdemócratas en Europa y al partido demócrata en EEUU, sustituyendo su programa tradicional de medidas a favor de los trabajadores por la ideología woke, la tolerancia trans, la cultura de la cancelación y de lo políticamente correcto, valores post materiales compartidos por una minoría e impuestos verticalmente a los demás. Los resultados de esa sustitución de programa político y de ninguneo de una clientela partidaria fiel y tradicional saltan a la vista.

 

El nacionalpopulismo ha sabido captar muy bien ese sentimiento de decepción frente a los partidos tradicionales y de disconformidad ante la globalización que el ciudadano medio en los países desarrollados siente que no lo benefició, traduciendo ese malestar social y económico en movimiento político. Es una reacción frente al globalismo que quitó empleos en Europa y EEUU. También es una reacción frente a la plataforma de una izquierda post moderna visiblemente desnortada de su ideario fundacional.

 

Frente a este escenario los partidos de derecha o de izquierda asimilados al sistema político no pudieron o no supieron atender las demandas de sectores clave de la población y que son parte importante de su bolsón electoral. Como respuesta política surgió el aislacionismo y el proteccionismo que plantean los nacionalpopulistas, revalorando nuevamente la idea de nación y de ciertos valores tradicionales, y que se encuentran cosechando buen rédito político.

Friday, February 26, 2016

UN ELECTOR EN BUSCA DE SU PRESIDENTE

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107


He parafraseado el título de la obra de Pirandello para graficar lo que está sucediendo en las elecciones para presidente de la república. “Políticos antiguos” que no logran sintonizar con los nuevos tiempos; y nuevos que se desgastan rápidamente.

El estancamiento de la coalición Alianza Popular encabezada por dos políticos experimentados como Alan García y Lourdes Flores parece confirmar el fin de un ciclo que comenzó con la Asamblea Constituyente de 1978 y que tiene como personalidades representativas y sobrevivientes de aquella época  tanto a García como a Flores. (Incluso Lourdes ha insinuado que es momento de retirarse a los “cuarteles de invierno”).

Si bien tenemos un gran marco mundial que es el cuestionamiento a todo lo que provenga del establishment político (evidente en el desarrollo de las primarias en EEUU o el fin del bipartidismo español); lo cierto es que entre nosotros el proceso está marcado por un vertiginoso cambio de figuras nuevas en la política que al poco tiempo “envejecen”, así como agrupaciones políticas cuya vigencia no pasa de la coyuntura electoral.

A lo que debemos agregar que los nuevos políticos y sus agrupaciones privilegian un discurso vacío, muy genérico y poco atrayente para un electorado diverso. Y algunos –a la usanza de los aristócratas de antaño- han pensado que el dinero puede comprar la presidencia. Son políticos lights. En otras palabras: más allá de si aplican o no las nuevas herramientas de la tecnología de información, contratar asesores caros o derrochar publicidad y conciertos musicales por doquier, quizás lo que hace falta es la construcción de una nueva fe, de un “mito motivador” al decir de Mariátegui (el abuelo), y forjar un partido político de abajo hacia arriba, sostenido por una ideología o una “visión del mundo”, lo que no se logra de la noche a la mañana, ni existen atajos. Verdadero desafío hercúleo en estos tiempos.

Y dentro de este desgaste de viejos y nuevos políticos el elector sigue buscando un candidato que represente el cambio; pero en paralelo no perdona los “anticuchos” y  hechos poco claros y hasta medio turbios que se denuncian contra algún candidato, prefiriendo mirar a otra opción más trasparente.

Es lo que sucedió con la candidatura de García y los narcoindultos; así como la de Acuña y los casos de plagio (amén de un rosario de otras denuncias). Si bien cada uno esgrimió argumentaciones legales justificatorias, a veces lindantes con las leguleyadas, fueron difíciles de convencer. (Y cuando García pidió disculpas por los narcoindultos ya fue demasiado tarde).

Y, en el medio, un organismo electoral que privilegia los formalismos legales a la realidad: la casi exclusión del candidato Julio Guzmán dio la vuelta al mundo. En las democracias consolidadas y en las que se encuentran en vías de consolidación como la peruana, es muy raro que saquen de competencia a un candidato por no tener “un papel con un sello” y, por añadidura, un candidato que se encuentra segundo en las opciones del electorado. Puede parecer hasta que el organismo electoral “juega en pared” con otras candidaturas que quisiera favorecer. La práctica virreinal del “papel sellado” se privilegió sobre la realidad socio-política.

Pero creo algo está cambiando en la opinión que se tiene del elector promedio y que ya no pasa tan fácilmente estos hechos bochornosos. Calificado despectivamente de “electarado” por cierta prensa conservadora al eligir candidaturas cuestionadas o poco convincentes, más por “afinidad nacional” que por razonamiento (se elige alguien “tan peruano” en las virtudes y sobretodo los defectos como los tiene el elector). Considerado como un votante pragmático y sin muchos valores éticos –que, por lo demás, no le interesan demasiado- socialmente se le ubica en los estratos C (la nueva clase media), D y E.

Al parecer, el elector promedio está adquiriendo una conciencia crítica, más a nivel intuitivo que racional. No le interesa tanto los argumentos técnicos que, por ejemplo, rodean a los narcoindultos, los casos de plagio o la cuasi exclusión de Guzmán, pero sí considera ciertos valores universales como la honestidad o trasparencia en ciertos actos de los candidatos y de los organismos oficiales, y lo que puede estar bien o mal.
No es una actitud ética abstracta, más es sentido común que lo “aterriza” en cómo actúa un candidato o una institución.

Si bien no se puede generalizar (como en todas partes siempre habrá “electarados”), en un ambiente de marcada desconfianza como el peruano, tanto a las instituciones públicas como al oficio de político, el elector promedio está buscando un candidato que exprese ciertos valores que lo hagan creíble y que cumplirá la palabra empeñada de llegar a ser presidente. No un “pendex” redomado, sino alguien que inspire confianza.

Esto da incluso para una tesis universitaria sobre cultura, política y modernidad. Hay una suerte de mezcla de valores de cultura milenaria con modernidad.

De allí el ascenso meteórico de Guzmán, más con un trabajo en redes sociales y en el “boca a boca” que en costosas campañas publicitarias. Representa lo nuevo y “derecho”. Y, de haber salido de la contienda, las preferencias se hubieran encaminado no hacia algún puntero –ya bastante desgastados-, sino a dos candidaturas frescas y trasparentes que comienzan a hacerse visibles como la de Barnechea y la de Mendoza.

Ambos con campañas franciscanas, representan “lo nuevo” en política. Alfredo Barnechea, con un discurso articulado y reformista, ha sabido posicionarse en el centro político, bastante huérfano luego que la mayoría optó por la centroderecha. Mientras a Verónika Mendoza se le aprecia sinceridad en lo que dice; aunque no la tiene fácil dado que parte desde una izquierda neomarxista y antiminera (al igual que su entorno más cercano), cuando el elector predominante es de centro hacia la derecha (un elector más “conservador”). Convencerlo va a ser su gran reto, aparte que sus credenciales democráticas todavía no son muy claras (su posición frente al chavismo y la autocracia venezolana es, por decir lo menos, bastante ambigua). Quizás este no sea su año todavía, pero tiene una gran ventaja: es joven, trasparente y se ha hecho conocida a nivel nacional.

Curiosamente tanto Barnechea como Mendoza ganaron la representación de sus agrupaciones en elecciones internas verdaderamente abiertas y no los remedos que se dieron en otras organizaciones. Representan lo nuevo y, valgan verdades, lo honesto. Por el momento nadie los ha podido acusar de nada turbio. Pueden crecer, dependerá de su estrategia y los errores de sus contendores.

Para terminar, decíamos que no hay una nueva fe, un mito motivador. Quién está en algo de eso es Fuerza Popular. Los fujimoristas vienen construyendo un partido que puede proyectarse más allá del apellido Fujimori. Nos guste o no. Comenzaron con una fe a inicios del 2000 cuando vino la persecución a todo lo que pareciese u oliese a fujimorismo (y que ellos llaman “la gran persecución”), la experiencia de catacumbas que los cohesionó internamente (gracias a los errores de sus adversarios, sobretodo desde la izquierda). Están en mitad del proceso y en convertirse en un partido verdaderamente representativo, enraizado en lo “cholo popular”. Todavía tienen sus dilemas hamletianos. El 2016 es crítico para ellos: de perder otra vez Keiko, posiblemente gane preeminencia al interior de FP el albertismo, lo que marcaría una regresión en todo lo avanzado por los sectores más democráticos del partido.

Nada está dicho y los dados están echados.