Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Cité la célebre frase de Augusto Monterroso para aludir que, a pesar de la vacancia de Dina Boluarte, los problemas del país seguirán allí. Las extorsiones, sicariato, economías ilegales, pago de cupos, seguirán y posiblemente se agraven en los próximos meses. Es entendible la rabia y frustración de muchos honestos ciudadanos y la ilusión que, con el nuevo presidente, la criminalidad y las extorsiones sean cosa del pasado. Pero, no hay nada de que alegrarse ni nada que celebrar. La salida de Boluarte es únicamente política. Los mismos que la sostuvieron en el gobierno (y que fueron cómplices en mantener el statu quo), cerca de las elecciones ya no quieren saber de ella. Es un residuo tóxico que restaría votos. Pero, los problemas, como el dinosaurio de Monterroso, van a seguir allí.
Los
problemas “se la comieron” a Boluarte. Tres años y medio para un vicepresidente
era demasiado tiempo y requería mucha habilidad política para sostenerse en el
cargo, de la cual carecía, así como resolver los problemas más urgentes que le
demandaba la población. El “hacerse el muertito” por más de tres años y dejar
hacer a quienes la apoyaban en el Congreso, quizás hubiera funcionado en un
país no tan complicado como el Perú, de repente en Suiza, pero acá demandaba
más ejercicio activo de la presidencia.
Un
síntoma de lo grave que está la crisis política en nuestro país es haber tenido
ocho presidentes en menos de diez años. La causa de esa “enfermedad” es lo que
hasta ahora no se trata. Se ven solo los síntomas. Nada garantiza que el
próximo presidente electo dure los cinco años de su mandato. Otro síntoma es
que, cual destino trágico, acaban procesados y siendo huéspedes de Barbadillo.
La
crisis política es patológica, no es coyuntural, ni se soluciona con un
recambio de los personajes de la escena política. Sistema de partidos quebrado,
mafias enquistadas en la política, economías ilegales financiando candidatos, Ministerio
Público y Poder Judicial “gobernado” por grupos de interés. Nada de eso va a
cambiar en los próximos meses, ni siquiera en los próximos años.
Cada
vez me convenzo más que debemos separar nítidamente la Jefatura de Estado de la
Jefatura de Gobierno, sobre todo en países tan inestables políticamente como el
Perú. Al presidente (el jefe de Estado) se le ve cómo el que debe resolver los
problemas inmediatos del país, el día a día, y eso hace que desgaste su
majestad presidencial, sumado a que la dignidad del cargo se ha perdido entre
tantas denuncias (poco consistentes más de una) que un Ministerio Público
politizado acumuló contra la presidenta en todos estos años. Y, también, valgan
verdades, a que los últimos inquilinos de Palacio no han estado a la altura del
cargo. Ser cachinero en La Parada ahora tiene más dignidad y prestigio que ser
presidente de la república.
Un
jefe de gobierno que sea el encargado de resolver los problemas inmediatos del
país. Una suerte de parachoques reemplazable y que puede emerger del propio
parlamento. Le daría más estabilidad al jefe de estado, que podría dedicarse a
labores de estadista que de político del día a día.
¿Es
posible que convivan inestabilidad política y estabilidad económica? Sí, pero
con un costo bastante alto para el país. El sistema de democracia
representativa debería ser lo más estable y predecible posible, con sólidas
instituciones, de la mano de un sistema de libre mercado accesible a todos,
amén de derechos y garantías insustituibles para la persona (libertad,
servicios básicos esenciales, seguridad). Eso, en su expresión más clara,
tampoco lo tenemos, aparte que las economías ilegales hace buen tiempo han
penetrado los círculos políticos.
Por
eso, cuando nos despertemos, el dinosaurio todavía estará allí.