Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Hasta hace algunos años se decía que una
nación que alcanzaba cierto umbral de ingresos per cápita tenía una
democracia eterna. Creo que ahora, frente al auge de gobiernos
autoritarios, ya no existe tanto optimismo.
En
principio, que el ingreso per cápita no era suficiente para calificar la
solidez de una democracia. Era una visión bastante economicista. También se
necesitaba contar con la solidez de las instituciones, reglas de juego claras y
estables, y que el gobierno en democracia sepa y pueda solucionar los
problemas más urgentes que el país le demanda. Difícilmente una democracia
sobrevive sin contar con la firmeza de un marco institucional. El caso más
emblemático es Venezuela. Gracias al petróleo, su población tuvo un envidiable
ingreso per cápita en la región, pero ello no la salvó del caudillismo
chavista, efecto de las enormes desigualdades sociales, la corrupción de
la élite gobernante, desgobierno y negociados que existió en los dos partidos (Copei
y Acción Democrática) que, no hay que olvidarlo, en democracia se
alternaban en el poder y se repartían las prebendas. La corrupción también puede
hacer colapsar a las democracias.
Cuando
se pensó en el ingreso per cápita, se tuvo en cuenta a los países desarrollados
y sus más que centenarias democracias, pero se obviaba que tienen sólidas
instituciones que pueden resistir los embates autoritarios que se presenten. Además,
que estábamos en unos años donde parecía que el cuento del “fin de la historia”,
suerte de happy end eterno, era cierto. Tras el derrumbe de la Unión
Soviética tendríamos por siempre y para siempre democracia y economía de
mercado (y que hacía recordar al paraíso en la tierra, la sociedad sin
clases y sin injusticias, del que hablaban los socialistas en otro sentido). El
consenso de Washington tenía la receta para salir del subdesarrollo y entremos
felices los países de América Latina y de Europa del Este al club de las
naciones prósperas. Como dice el título de una conocida canción Happy
Together.
La
situación es muy diferente cuarenta años después. Proliferan los autoritarismos
por distintos lados. La gente ya no es muy optimista con la democracia y
prefiere mano dura de un gobierno que ponga fin a las bandas criminales organizadas
que asolan la región y solucione los problemas más urgentes. No importa si en
el camino quedan tirados en el piso algunos derechos fundamentales.
*****
Se
tiende a mirar hacia un lado en cuanto a los autoritarismos. Por lo general se
ve a gobiernos de derecha, de lenguaje agresivo, y que han aparecido en Europa,
Estados Unidos y América Latina. Se les tilda como “fascistas” y se les señala
como los causantes del fin o el inicio del fin de la democracia.
Precisemos
conceptos.
Los
fascismos del siglo XX obedecieron a un período histórico y a causas muy
concretas. La revolución rusa, el temor de la burguesía a que se expanda hacia
occidente, la crisis económica de 1929, son hechos que dieron paso a gobiernos
fascistas, de carácter corporativista, financiados por esa misma burguesía
temerosa que se instale el comunismo en Europa. El fascismo es
un efecto de fenómenos complejos que se desarrollaron en un marco histórico
determinado. No nace por generación espontánea.
Estas
condiciones históricas objetivas y concretas en la actualidad no se dan.
No existe ningún evento de la magnitud que fue la revolución rusa ni la
humanidad ha salido de una sangrienta guerra mundial. Lo que tenemos en
Occidente son gobiernos autoritarios de ultraderecha, muchos con un lenguaje
agresivo y xenofóbico, y reminiscencias de un pasado nacional glorioso. Son
populistas de derecha (o nacionalpopulistas en la terminología de Roger Eatwell
y Matthew Goodwin). Voy a citar lo que dije en ese artículo:
En
principio, los nacionalpopulistas no son fascistas. Si bien se usa el término
para descalificar a un rival de derecha, en Europa principalmente, el fascismo
como sistema político amalgama dentro del estado y el partido en el poder a
todas las clases sociales, en un gobierno corporativo que tiene a un líder
carismático en la cúspide, que debe transar con los sectores sociales y
económicos que representa. El fascismo no admite el cuestionamiento a su
sistema ni a su líder, por lo que la libertad de expresión se encuentra
seriamente reducida, aparte que son violados sistemáticamente derechos
fundamentales, incluyendo el derecho a la vida, tal como sucedió durante el
nazismo.
Son
populistas [los
actuales gobiernos de ultraderecha] en el sentido que buscan ganarse las
simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de
derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un
momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis (orden, seguridad,
empleo); de allí que plantean medidas como trabajo para los nacionales,
expulsión de los migrantes, aranceles a productos extranjeros, protección de la
industria nacional, reducción del estado, etc. Un populista carismático
establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su
protector o, mejor aún, salvador en momentos críticos.
(El
nacionalpopulismo, En: https://laescenacontemporanea.blogspot.com/2025/07/el-nacionalpopulismo.html)
Son
populistas de ultraderecha que, como los populistas de ultraizquierda, ponen a
prueba la democracia todos los días. Si estamos ante una democracia con
instituciones sólidas, es muy difícil que puedan saltarse las vallas de pesos y
contrapesos. Igual lógica aplica a los populistas de ultraizquierda: si
encuentran un terreno propicio se saltarán las instituciones democráticas y el
gobierno degenera en dictadura. De nuevo los casos de Venezuela y Nicaragua son
bastante emblemáticos. Difícilmente vamos a ver un populista de derecha
saltándose las tradicionales instituciones británicas o en los propios Estados
Unidos, por más que un presidente quiera perpetuarse en el poder sin contrapeso
alguno.
Como
señala el escritor y periodista mexicano Héctor de Mauleón, todo populismo
tiene como características: 1.- Señalar un enemigo común; 2.- Autoproclamarse
como “representantes del pueblo”; 3.- Silenciar a los medios de oposición
incómodos; 4.- Controlar todos los poderes del estado; 5.- Cambiar la
constitución para perpetuarse en el poder.
Todo
populismo autoritario, de izquierda o derecha, tiene esas características.
Curiosamente
este populismo autoritario que sobre todo se veía en países de Latinoamérica,
ahora se observa también en Estados Unidos, Europa, Rusia e India, y está
generando la crisis de la democracia representativa y del sistema político tal
como lo conocemos.
Para
no repetir la célebre sentencia de Marx (la historia se repite, primero como
tragedia y luego como farsa), Mark Twain dijo algo parecido: La historia
no se repite, pero a menudo rima. Antes de calificar a movimientos populistas
de ultraderecha como fascistas, es preferible hacer un análisis desapasionado y
sin anteojeras de ningún tipo.
La
tensión más bien va entre un capitalismo democrático seriamente
erosionado y que había funcionado, con sus matices, en por lo menos los últimos
doscientos años, y un emergente capitalismo autoritario, como el que
proviene de Oriente.
El
peligro viene de los países que no tienen antecedentes de sólida institucionalidad
democrática. China la primera. Cada vez tiene más poder económico y eso se
traduce en poder político. Tiene un sistema económico capitalista, pero en lo
político no tiene una democracia representativa. Al gobierno chino no le
interesa un pepino la democracia ni los derechos humanos. De allí que no le
quite el sueño hacer negocios ni alianzas políticas con gobiernos autoritarios.
No quiero pensar lo que sucederá en el mundo cuando sea el hegemón
indiscutible. Allí sí prepárense los alharaquientos del fin de la democracia
para tomárselo en serio.
China
de la mano con Rusia, Corea del Norte, Irán y otros países del mismo talante
autoritario suman poder económico, militar y político que puede cambiar las
condiciones del mundo de aquí a algunos años. En ese momento, la democracia y
los derechos humanos será un bonito recuerdo del pasado y muchos de los que
ahora se rasgan las vestiduras por “gobiernos fascistas en Occidente”, pronto
van a tener uno de verdad. Los pensamientos, miedos e ideas se materializan en
hechos.
La
disyuntiva actual ya no es entre capitalismo o socialismo, sino entre un
capitalismo democrático o un capitalismo autoritario. Por ver el árbol algunos
no ven el bosque.
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