Thursday, March 30, 2017

LAS LAMENTACIONES A TLALOC (DIOS AZTECA DE LA LLUVIA) NO SIRVEN DE NADA

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107

El título corresponde a un artículo de Ricardo Lago y me pareció bastante preciso.

Aludir al destino trasmutado en “la fuerza de la naturaleza” no ayuda mucho en los desbordes producidos por el “Niño Costero”. Lo cierto es que faltó prevención. Ninguno de los tres gobiernos democráticos del presente siglo hizo tal labor. Menos los gobiernos regionales ni locales. Encausar y represar ríos, evitar que existan construcciones al pie de las riveras o en los cauces por donde caen los huaicos, amén de educar y capacitar al ciudadano frente a los desastres naturales. No se hizo.

Mientras en otros países los desastres naturales causan muy pocas muertes y mínimos daños materiales, acá pasamos el centenar de víctimas. Es parte de esa improvisación como estado, del “estado empírico” al que aludía Basadre.

Pero dentro de toda la lógica del desastre, el estado esta vez ha demostrado reflejos rápidos en ayudar a los damnificados. Quizás la escasa popularidad del presidente y de su equipo, así como una vacancia que pende como espada de Damócles, fue el acicate para que reaccionaran rápidamente, lo que les ha traído réditos políticos. La caída se ha detenido y se vislumbra una ligera aprobación. Ver al presidente o a sus ministros ayudando es necesario no solo para el gobierno, sino para el ciudadano que ve a su estado cerca de él en los momentos de infortunio.

Lo que viene luego y urgente es controlar las epidemias. El agua empozada va a traer muchas enfermedades. Prevención en salud y no esperar los primeros casos de dengue, zika, cólera o infecciones.

Luego represar los ríos. Produce sana envidia la labor que el gobierno de Ecuador realizó después del meganiño que sufrieron. Ahora las bajas son mínimas. Ojalá algo de eso se haga acá.

Y la reconstrucción de los pueblos y ciudades dañadas; así como ampliar las reservas de agua para una gran ciudad como Lima (una ciudad con más de diez millones de habitantes apenas tiene reservas de agua para cinco horas).

Por cierto, es una vergüenza como la planta de Huachipa, inaugurada pocos años atrás, o un puente nuevo en su instalación, se vinieron abajo, mientras antiguas obras como “el puente de piedra” (que data del siglo XVII) o la planta de La Atarjea (de los años cincuenta del siglo pasado) se mantenían incólumes. Eso amerita investigaciones y “cortar cabezas” cuando termine el desastre.

Para la reconstrucción, ¿obra pública o la cuestionada asociación pública-privada?

Creo que un mix de ambas, dependiendo de la obra; pero con fiscalización abierta y trasparente, debido a que se estima el gasto en la reconstrucción en unos diez mil millones de dólares, por lo que “la tentación” para muchos va a ser grande. Así también, evitar las “adendas” y a los Odebrechts de turno. Hay varios economistas que proponen hacer reajustes sensatos a las APP. Vale la pena escucharlos.

Y, no menos importante. Como el dinero tiene que salir de algún lado, me sumo a los que plantean olvidarnos de los “elefantes blancos” que los últimos tres presidentes fomentaron con mucho entusiasmo: la refinería de Talara (no somos grandes productores de petróleo), el gasoducto surperuano (que tendrá que esperar), reformular la línea 2 del metro de Lima (bastante caro) y los Panamericanos.

Como alguien señaló atinadamente, se fomenta el deporte de abajo hacia arriba, primero con semilleros y cuándo tengamos un potencial deportivo más o menos decente, nos podemos dar el lujo de ser anfitriones, por el momento pasamos.

Este gobierno débil y al que no le daban ni un año de vida (entre ellos yo suscribí esa posición) tiene la oportunidad de oro de robustecerse, terminar su mandato adecuadamente y hasta de pasar a la historia como el gobierno que reconstruyó el norte diezmado y “domó” los bravos ríos peruanos. Tiene la oportunidad, esperemos no la desaproveche.

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