Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Cuando hace poco más de diez años perdí a mis últimos
amigos de izquierda en el “debate” de si el populismo practicado por Hugo
Chávez (en su cenit en ese momento) era el socialismo
del siglo XXI, una suerte de Lenin tercermundista, y si el “comandante” Humala (como lo solían llamar) era el fiel
heraldo de esa buena nueva que se esparciría como reguero de pólvora por todo
el continente. Medio en serio, medio en broma, les decía que esperemos unos
veinte años (nada en la historia) para ver quién tenía razón y si iba a
perdurar para aquel tiempo el “socialismo chavista” o la Alianza del Pacífico,
recién en sus años de creación.
Nunca pensé que el descalabro del “socialismo del siglo
XXI” iba a ser tan pronto y de esa magnitud. Un país rico en petróleo pasando
hambre, sin medicinas, sin servicios básicos, con una violencia extrema que ha convertido a la
ciudad de Caracas en un lugar peligroso para vivir, y un gobierno que ha
devenido de autocrático a tirano.
Claro que de socialismo no tenía nada como les explicaba
a mis ex compañeros de ruta. Era solo populismo, uno de los tantos que se han
practicado en el contienente, con mayor o menor fortuna. Repartición de dádivas
desde el estado, personificado en Chávez, y en paralelo debilitamiento de los
partidos políticos considerados “traidores” al pueblo. Como les explicaba
también, Chávez aprendió muy bien el manejo autocrático de las riendas del
estado del mismo Fujimori. Su gobierno fue inspiración del peruano, solo que
con un sesgo de “izquierda continental” y un discurso ideológico “incendiario”
contra los Estados Unidos.
A diferencia de los populismos de Perón en Argentina o
Velasco en Perú (los otros dos populismos más notorios del siglo XX), el
populismo chavista se sustentó en la región gracias al precio del petróleo, en
una suerte de nacionalismo
panlatinoamericano, formando así una coalición de gobiernos amigos desde
aquellos de izquierda moderada como el Brasil de Lula, la Argentina de los
Kirchner o el Uruguay del Frente Amplio, hasta los más incondicionales como Bolivia,
Ecuador, Nicaragua o Cuba; así como la creación o penetración de organismos
internacionales para tener presencia política externa como fueron el Alba o el
Mercosur. El modelo político entró en crisis cuando el recurso de la renta
petrolera bajó a niveles alarmantes, incluso para mantener los programas
sociales y precios subsidiados en la misma Venezuela.
En este contexto, la “ideología chavista” ha sido poco
analizada. Curiosamente tanto Chávez, como Perón y Velasco, pertenecieron al
ejército de sus respectivos países. Cada uno con cierta idea del desarrollo y extremadamente
politizados, y que entran en la escena política cuando los civiles se muestran
incapaces de resolver los problemas sociales. De allí que aparecen como “salvadores
de la patria” y su impronta o legado queda más allá de su existencia física. En
el caso del justicialismo argentino todavía sobrevive a nivel político y se
recuerda a Perón como uno de los más grandes presidentes, el velasquismo es más
una presencia ideológica y su herencia social en el Perú emergente no admite
dudas, y en el caso del chavismo es bastante seguro que sobrevivirá a pesar que
eventualmente ya no sean gobierno. Hay penetrado fibras muy sensibles de la
sociedad venezolana como para desaparecer fácilmente.
En Venezuela se está cumpliendo con furia la “maldición
de los recursos naturales”, es decir aquellos países que viven solo de los
recursos que la naturaleza proporcionó y no se esmeran por crear productos
elaborados. Esto no es broma: hasta el pan importaban de Miami y los más
exquisitos compraban aire en lata de los alpes suizos. El rentismo genera un
gobierno y un pueblo dependientes y poco creativos; y las rentas traen
corrupción. Primero con los gobiernos democráticos de Venezuela que terminaron
sepultados en el descrédito y ahora con el chavismo, que parece como gobierno
terminará igual.
Por la vocación megalómana de Chávez, gran parte de ese
dinero se fue en las “ayudas” a gobiernos amigos y comprar así lealtades en el
escenario internacional. Otro tanto en financiar elecciones de protegidos
afines (fue el caso de Humala en el 2006). Ahora que el dinero escasea, muchos
de esos gobiernos que se beneficiaron del petróleo chavista, ya con
administraciones de otro sesgo, le dan la espalda a Venezuela, por lo que
internacionalmente está más aislada.
Aunque todavía no se puede decir que es el fin del
chavismo. Lo que la historia nos enseña es que gobiernos autoritarios pueden
perdurar en el poder si logran superar o resistir las crisis. Como es necesario
“maquillar” los actos de estado con gestos democráticos, recurren a vaciar de
contenido las instituciones, “le sacan la vuelta” a las leyes que ellos mismos
promulgaron, colocan gente de su confianza en los puestos claves del estado, hacen
remedos de elecciones cada cierto tiempo, y recurren a la entrega de prebendas
a sectores sociales para así mantener leal a la sociedad. Fue lo practicado en
el gobierno de Fujimori de los noventa, en la Rusia de Putín o la Venezuela de
Chávez y Maduro.
Cuando definitivamente caiga el gobierno chavista (que
algún día va a caer, eso también lo enseña la historia) y se reinstaure la
democracia, se podrá estimar los miles de millones de dólares que solo en
corrupción se apropiaron del erario público. Haciendo un estimado comparativo y
considerando los ingentes recursos del petróleo, creo que la cantidad es muy
superior a la que se llevaron Fujimori y Montesinos en sus mejores momentos. Mientras
tanto, el pueblo venezolano se muere de hambre y no hay medicinas ni para
aliviar lo más elemental.
Una prueba más que el robo y la corrupción no tienen
nacionalidad ni ideología ni sesgo político.