El socialismo
del siglo XXI era, en esencia, un nacionalismo pan latinoamericano, con un
rol importante sustentado en el carisma de Hugo Chávez. Su encanto fue que
siempre el discurso parecía más radical que las propuestas económicas: jamás
los medios de producción pasaron íntegramente al estado, ni hubo intento alguno
por abolir las clases y privilegios sociales, menos eliminar en su país el
capitalismo como sistema; amén de usar el petróleo para ganar aliados y
conformar la ALBA ,
con Cuba como una suerte de mentor ideológico y asesor, y “países amigos” como
Nicaragua, Bolivia o Ecuador.
Desde el ángulo económico podemos
decir que se trataba de un capitalismo de
estado, donde el estado tiene una omnipresencia avasalladora, desde
regulador o controlador de precios y autorizaciones hasta el rol de empresario
público; todo ello sustentado en una economía primaria de exportación de
petróleo, mayormente al “enemigo”, encarnado en los Estados Unidos.
El capitalismo de estado demanda
ingentes recursos económicos para sostenerse en el poder, así como una
clientela leal “comprada” con esos recursos. Es su principal fuerza, pero como
veremos más adelante, también su principal debilidad.
Precisamente, el sostén interno del
régimen se basaba en el asistencialismo a las clases populares, formando una
clientela social adicta al régimen, lo cual implica grandes programas de
inclusión gracias al recurso petrolero. Asimismo, debía tener contenta a la
cúpula militar con prebendas que le permitan su “lealtad”; prebendas de las que
también gozaban los empresarios amigos del gobierno. Paralelo a ello, también
se contaba con empleos en la burocracia estatal para los militantes del PSUV,
el partido oficialista.
La clientela chavista era y es
bastante variada, lo que le ha permitido subsistir por quince años
ininterrumpidos en el poder. Si queremos hacer un símil en la región –salvando
las notorias diferencias del caso-, quizás lo más cercano es el PRI de México en
sus mejores años. Una suerte de corporativismo estatal con penetración en
diferentes estratos sociales, así como el ascenso de nuevos ricos, los amigos
del régimen que ganan las licitaciones públicas o los propios jerarcas de la
cúpula partidaria que manejan los asuntos públicos y que en Venezuela han sido
denominados la boliburguesía.
Este sostén social explica en parte
porqué la oposición en Venezuela es débil. No únicamente por ser una oposición
escasamente articulada y hasta hace poco bastante fragmentada, sino porque el régimen chavista
es bastante fuerte en la sociedad venezolana.
Son los sectores populares, pero
también los militares, los nuevos ricos y gran parte del empresariado que no se
hace problemas con el recorte de libertades del gobierno o el color político de
este con tal de seguir haciendo negocios. A ello se debe sumar que la clase
media era más o menos indiferente a estos asuntos hasta que comenzó a padecer
la escasez de productos básicos y el deterioro progresivo de su poder adquisitivo.
En lo político-constitucional todos
los países chavistas han dado un paso “refundacional” de la nación con la
promulgación de una nueva constitución política (este planteamiento
“refundacional” también estuvo presente en la
gran trasformación del entonces candidato Ollanta Humala) que, sin
excepción, contiene una cuasi indefinida reelección del presidente de la
república y un vaciamiento de las instituciones democráticas, constituyéndose
en democracias autoritarias.
Políticamente es lo más peculiar de
estos regímenes: tienen una democracia formal de fachada (elecciones
periódicas, nombramientos institucionales, etc.), pero carentes de contenido
esencial de democracia representativa (separación de poderes, respeto a los
derechos fundamentales de los contrarios al régimen).
Quizás los rasgos más característicos
de las democracias autoritarias (o autoritarismos competitivos como también se
les denomina) sea un partido dominante en la estructura del estado, que hace
uso y abuso de los recursos públicos (compra de lealtades y prensa a su favor,
elecciones más o menos amañadas, etc.); y una tolerancia de diferentes grados
en la escena oficial de prensa y partidos de oposición, por lo general bastante
debilitados y hostilizados por el oficialismo.
Esa es una diferencia esencial entre las
democracias autoritarias y la simple dictadura. En esta ya no se permite el
accionar de la prensa y partidos de oposición, y se coartan totalmente los
derechos políticos de los ciudadanos.
Matices más, matices menos, el modelo de
democracia autoritaria desde la orilla de la derecha lo tuvimos en Perú bajo el
gobierno de Alberto Fujimori. Ingresó por elecciones totalmente legítimas y,
una vez en el poder, trató de perpetuarse, incluyendo reelección presidencial
inmediata, cambio de constitución política, “autogolpe”; pero tolerando siempre
a prensa y partidos de oposición, con los que incluso “negociaba” favores
políticos como se visionó en los llamados “vladivideos”.
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En el campo económico –que es el
nacimiento de las protestas que hemos presenciado en Venezuela- el modelo tiene
límites. Si bien el partido de gobierno necesita enormes recursos para mantener
la lealtad de los grupos sociales que lo apoyan; tenemos también la gran ineficiencia
del estado en administrar esos recursos, y la subsecuente corrupción –grande y
pequeña- que se produce al manejarlos. Al final tenemos un estado empobrecido, lo
cual es paradójico al ser Venezuela un país rico en petróleo, pero que
prácticamente tiene que importar todo de fuera, con las correspondientes
autorizaciones, permisos y licencias que traban el intercambio comercial. Si un
empresario requiere importar un bien de fuera deberá realizar una infinitud de
trámites, incluyendo autorización para contar con divisas, y las correspondientes
corruptelas para “agilizar el trámite”.
El consumidor final lo que sufre en
carne propia es la escasez de bienes en el mercado de precios controlados (lo
más pintoresco fue la escasez de papel higiénico en los últimos meses), dando
origen a que se encuentre de todo (o casi de todo) en el mercado negro o
paralelo a un precio superior para aquellos que pueden pagar esos precios.
A ello se suma la inseguridad
ciudadana, con una alta tasa de delitos contra la persona y el patrimonio. Lo
más representativo, y noticia que dio la vuelta al mundo, fue el asesinato a
sangre fría de una ex reina de belleza en una autopista venezolana.
Deterioro de la economía (inflación,
escasez de artículos básicos, déficit público), inseguridad ciudadana
(constantes asaltos y robos), recorte de libertades políticas y torpeza en el
manejo de los asuntos públicos por el ejecutivo, así como en la relación con la
prensa y partidos de oposición, generó
malestar en la sociedad; principalmente los estudiantes universitarios y la
despiadada represión policial con el asesinato de cerca de quince ciudadanos,
varios de ellos ocasionados por milicias chavistas armadas, sin contar las
sistemáticas violaciones a los derechos humanos perpetradas contra los
detenidos en las manifestaciones.
Este malestar fue capitalizado por la
oposición, principalmente el sector radical encabezado por Leopoldo López,
joven político venezolano, cohesionándola en una serie de manifestaciones y
protestas contra el gobierno de Maduro
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¿Los disturbios que hemos presenciado
significan “el comienzo del fin” del chavismo?
No necesariamente. Las protestas han
sido protagonizadas principalmente por jóvenes estudiantes universitarios que
pertenecen a la clase media; así también los líderes políticos de la oposición
(López, el propio Capriles) provienen de la clase media acomodada, no son
líderes que han nacido y se comunican “instintivamente” con el pueblo, como fue
el caso de Chávez (y limitadamente incluso del propio Maduro). Son vistos
oficialmente como “los ricos” que protestan por habérseles quitado privilegios.
Es cierto que la más incómoda y eje de
las protestas callejeras es una clase media acostumbrada a tener de todo a
precios subsidiados y que ha sufrido gradualmente el deterioro de su ritmo de
vida, incluyendo escasez de productos básicos y pérdida progresiva de su poder
adquisitivo debido a la inflación constante que sufren los precios relativos.
Pero, como la historia lo ha demostrado también, una clase media puede
protestar pero no cambia el curso de los acontecimientos, salvo que se
encuentre en una situación excepcional, lo que no es el caso.
Si bien el chavismo ahora está
compuesto por varias facciones, la ofensiva externa significó cohesión interna
de estas facciones para su supervivencia. Se debe tomar en cuenta que el
chavismo tiene los medios políticos y económicos para quedarse en el poder,
aparte de una comunidad internacional bastante indiferente con lo que sucede en
Venezuela, más allá de los comunicados oficiales de rigor de los gobiernos
vecinos “preocupados” por la democracia (la OEA y los organismos multilaterales se han
mostrado totalmente pasivos en relación a la situación vivida en Venezuela).
Tendría que existir una fuerte fractura interna y un debilitamiento notable del
chavismo, la intervención directa de los poderes fácticos como los militares, o
una decidida y enérgica intervención de los países y organismos
internacionales, para poder especular en el fin del régimen.
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Escenarios
que podrían suceder
La situación actual es insostenible.
Probablemente veamos en el mediano plazo un reemplazo de Maduro y su facción
por otra facción chavista, quizás la de Diosdado Cabello o alguien de su
entorno en el ejecutivo; todo dependerá de la correlación de fuerzas que se
presente al interior del chavismo, y si la facción rival tiene el respaldo de
la cúpula militar.
En lo político, el discurso
nacionalista se encuentra agotado. Por lo menos para establecer sólidas
alianzas internacionales. En las actuales circunstancias, la ambición de una
América Latina antiimperialista
liderada por Venezuela es una utopía difícilmente realizable.
Debemos tener presente que el discurso
chavista, así como el estilo de hacer política, se sustentaba mucho en el
estilo de gobierno del general Juan Velasco Alvarado en Perú, a quien Chávez conoció
y quedó admirado de su figura política cuando era un joven cadete. En el caso
de Velasco, el discurso nacionalista se agotó precisamente cuando la situación
económica se complicaba, algo similar a la venezolana de estos días: inflación
al alza, déficit fiscal y el añadido del descontento en la oficialidad
castrense.
Este último elemento es el que habría
que determinar si existe en Venezuela. Lo cierto es que Maduro no ha podido
consolidar su gobierno. No ha ganado legitimidad o consenso entre las demás
facciones chavistas, actúa a la defensiva, lo que ha sido evidente en la
despiadada represión de las protestas de Febrero.
Al ser inviable una chavistización de Latinoamérica, es
probable que de aquí en adelante el gobierno de Maduro, o de quien lo suceda,
se concentre más en resolver los graves problemas internos que en alianzas
internacionales. Incluso, de existir serias fisuras al interior del partido de
gobierno, podría producirse un desprendimiento gradual de la tutela cubana,
considerando que parte del sector militar (y también una facción del chavismo)
no ve con buenos ojos que una nación con un régimen socialista se entrometa en
los asuntos internos de Venezuela.
No podemos especular sobre “un fin del
chavismo” en Venezuela, dado que tiene una gran base social en los sectores
populares (como en Perú lo tiene el fujimorismo), aparte que el propio Chávez
se está convirtiendo en un mito, en una leyenda post mortem que aglutina y
cohesiona a seguidores y simpatizantes. Es bastante probable que si el partido
de gobierno supera la actual crisis y resuelve con pragmatismo los conflictos
internos entre “los sucesores de Chávez”, tengamos un partido consolidado en la
escena política venezolana, algo similar al peronismo en Argentina.
En lo económico el tema es más
complicado, porque solo existen dos caminos (y sus respectivas variantes): o
continúa el proceso de estatización de la economía, llegando al extremo de
contar los ciudadanos con “cartillas de racionamiento” tipo Cuba y un mercado
libre donde el que tenga dinero encontrará de todo a precios muchos más
elevados; o liberaliza la economía, haciendo las correcciones a los
desequilibrios existentes, lo cual significaría superar el control de precios y
reprivatizar todo lo que había pasado a manos del estado.
Conociendo el sesgo ideológico de
Maduro, así como su actuar político, el camino de la liberalización económica
es poco probable que lo siga (implicaría un shock
económico que lo haría más impopular); por lo que su gobierno podría optar por
mayor estatismo. La fórmula intermedia, como reformas tibias, sería poner
únicamente “parches” al desborde que se viene, lo que equivale a tomar una
aspirina para poder recuperar la salud perdida.
El peor escenario: que el errado rumbo
de Maduro, y a fin de consolidar al interior del chavismo su poder, podría ir
acompañado de un recorte mayor de las libertades políticas, ilegalizar a la
oposición y pasar del autoritarismo democrático al viaje sin retorno de la
llana dictadura, camino bastante arriesgado y de pronóstico reservado.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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