Saturday, December 03, 2016

FIDEL



Por: Eduardo JimĆ©nez J.
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Max Weber sostenĆ­a que un tipo de dominación legĆ­tima era la del tipo carismĆ”tico. TerminologĆ­a tomada del cristianismo, al tipo carismĆ”tico se le considera con cualidades sobrenaturales. Un hechicero en la antigüedad, un “poseso” que habla con Dios y atrae multitudes en la Edad Media, o un polĆ­tico que en la actualidad puede “magnetizar” y convencer a sus coetĆ”neos de lo que dice. “Hechiza”, como los brujos de la antigüedad, a quienes lo escuchan. Les da una visión, les da un sueƱo. El tipo carismĆ”tico es fundador de religiones, de polĆ­tica, de cambios profundos en la sociedad de donde proviene. Tiene un lazo afectivo con aquellos que lo siguen, mĆ”s intuitivo que racional. Cargado con luces y sombras en su personalidad, pocos polĆ­ticos reunen esas caracterĆ­sticas y algunos dejan huella indeleble en su generación. Fue el caso de Fidel Castro, mĆ”s allĆ” de los juicios de valor a favor o en contra.

Orador que electrizaba multitudes con discursos de cuatro o cinco horas continuas, a la usanza de esos caudillos de antaƱo, a caballo entre el intelectual y el hombre de acción, supo hacer de la estrategia de David contra Goliat su arma de guerra. El hombre que se enfrentó al “imperio”, la pequeƱa isla que desafió a la gran potencia del norte. Ɖl sabĆ­a que con esa estrategia cerraba filas al interior de Cuba y ganaba creyentes hacia fuera. De allĆ­ que el argumento del “imperio del mal” se convirtió en su tema favorito, en el leit motiv de sus discursos y apariciones pĆŗblicas, en un tiempo donde se echaba la culpa de prĆ”cticamente todo a la nación del norte. Castro sabĆ­a muy bien que siempre es bueno tener un enemigo y, si es poderoso, mucho mejor.

Su Ć©poca de oro fueron los sesenta y setenta, con la “exportación” de la revolución cubana al continente y fuera de Ć©l. La Ćŗltima rĆ©plica exitosa de la guerrilla cubana fue Nicaragua, a fines de los setenta; y Angola, en 1975, que significó la colaboración directa con los movimientos nacionalistas en el Ɓfrica. Algunos sostienen que “operación Carlota” –asĆ­ se llamó el plan de intervención en Angola- fue a instancias de la Unión SoviĆ©tica en el juego bipolar de la guerra frĆ­a en aquel entonces. Pero, el “olfato polĆ­tico” le dijo a Castro que el modelo cubano era inviable en los nuevos tiempos de primavera democrĆ”tica en el continente, y comienza el largo periodo de cambios “mirando hacia dentro”, inevitable luego del derrumbe de la URSS, su principal sostĆ©n económico. DespuĆ©s, el gris “periodo especial” hasta la llegada salvadora de ChĆ”vez y sus petrodólares. Luego, la sucesión en el poder, mĆ”s familiar, de hermano a hermano, y el retiro gradual de escena del lĆ­der; algo, imagino, dificilĆ­simo en personajes como Ć©l.

¿QuĆ© nos deja Castro?

Muere nonagenario, casi como un anciano venerable, por lo que no puede convertirse en el mito revolucionario como lo fue el “ChĆ©” Guevara, muerto joven. La juventud siempre ofrece una cuota de heroĆ­smo, desinterĆ©s y entrega que no la tiene el viejo; pero, creo que se convierte en referente de una Ć©poca, ahora lejana para muchos, donde parecĆ­a que el paraĆ­so estaba a la vuelta de la esquina. QuizĆ”s corra la suerte de Mao: idolatrado por millones luego de muerto, pero todos mirando hacia el mercado como forma de vida y de alcanzar la riqueza. Paradojas de la historia.

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