Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
En democracia usualmente las reformas políticas se hacen
por acuerdo de los grupos en el poder. Qué es lo que se quiere reformar y hasta
dónde se puede llegar. No necesariamente van a ser perfectas las reformas, pero
sí viables. Fruto del consenso es probable que se pueda llegar hasta cierto
punto.
El problema está cuando un grupo o un poder del estado es
el que quiere reformar y el otro se resiste. Y si el que se resiste es mayoría,
muy difícil se puede llegar a acuerdos.
El presidente, en vista que es minoría y se encuentra en
una posición bastante débil, no le quedó más remedio que aliarse con el pueblo
y los grupos minoritarios antikeikistas para plantear reformas que por el tono
(no reelección de congresistas, dos cámaras con la misma cantidad de
parlamentarios actuales) más parecen medidas para poner contra las cuerdas a la
mayoría congresal y ganarse el favor popular, que reformas serias y viables. El
beneplácito con que los grupos antikeikistas han recibido las “reformas” y
aplaudido rabiosamente el referéndum promovido por el presidente, recuerda como
aplaudieron a Alberto Fujimori a inicios de los 90, e indica que no han
madurado ni aprendido la lección. Los personajes pueden haber cambiado, pero
los hechos vuelven a repetirse.
Lo malo es que a esas reformas les falta análisis serio y
sereno, y falta debate del bueno.
Me extraña que no se hayan abierto foros en la sociedad y
sobretodo en los colegios profesionales para ventilar estos temas. Veo al
Consejo Nacional de Decanos en un correveidile del presidente en vez de debatir
serenamente en sus respectivas sedes los temas sometidos a referéndum. Y, mi
colegio (el Colegio de Abogados de Lima), está más preocupado en publicitar
diplomados y cursos de actualización que en un tema que le compete directamente.
Falta homo politicus y sobra homo mercantiles.
Y, el “ruido político” está costando puntos del PBI. A
los que no les importa los números, deben tomar nota que si no crecemos al 6%
anual muchos peruanos jóvenes que ingresan al mercado laboral, o quedarán
desempleados o en el mejor de los casos sumidos en la informalidad.
Estoy de acuerdo con las dos cámaras (senadores y
diputados), pero no la forma de elección ni la cantidad de representantes. Nos
guste o no, estamos subrepresentados. Y disminuir a cien diputados y treinta
senadores, lo estaremos más. Por ganarse el presidente a la platea (los “otorongos”
no son muy queridos), vamos hacia un mal mayor. Se entiende que en la
democracia representativa, un congresista representa a un número de electores.
Con cien diputados, cada uno representará a 300,000 peruanos, mientras que cada
senador a un millón de connacionales. Vamos, hagamos las cosas en serio.
Otro aspecto es el sistema de elección: ¿binominal o por
cifra repartidora como hasta ahora?
Frente al desastre de la cifra repartidora, uno se podría
animar por el sistema uninominal o el binominal. Pero, de repente el remedio es
peor que la enfermedad.
Como bien detalla Ignazio De
Ferrari en reciente artículo (En defensa
de las minorías, El Comercio, 24.8.18), el binominalismo en Chile obedeció
a una experiencia histórica: la coalición a favor y en contra del no a la
dictadura de Pinochet en 1988 (que como se sabe perdió el general). Ello
posibilitó que partidos pequeños se coaligaran junto a los partidos grandes y
presentasen candidatos propios. Todos ganaban. Esas grandes coaliciones se han
mantenido por cerca de treinta años.
Esa realidad en nuestro país no se ha
producido. Es difícil, sino imposible, ver que en un solo bando se congreguen
republicanos, caviares, izquierdistas radicales, antimineros, nacionalistas a
ultranza y los grupos LGBT. Y más difícil ver que en la derecha coman del mismo
plato la derecha popular, la derecha pituca, la hight tec, los homofóbicos y los conservadores evangélicos y
católicos.
Lo más probable que ocurra, como
sugiere De Ferrari, es que se excluya a los partidos pequeños, y los partidos grandes
se lleven el santo y la limosna. Estaríamos peor de lo que ya estamos.
Quizás lo más sensato es mejorar el
sistema de la cifra repartidora, utilizar otro modelo matemático que se acerque
más a lo que realmente cada grupo político obtenga en votos.
Otro aspecto crucial es si el elector
vota por una lista cerrada o por una lista abierta (voto preferencial). Sin una
democratización de los partidos, sin una auténtica elección interna de los
candidatos, votar por una lista cerrada (donde los primeros puestos son los que
entrarán al Congreso) es distorsionar aún más la voluntad del elector e imponer
lo que la dirigencia partidaria determine, muchas veces por intereses
subalternos.
Y, no menos importante, la
prohibición de reelección de congresistas. En un país donde apenas el 20% de
los congresistas son reelectos, parece un sinsentido prohibir su reelección. En
el Congreso se necesitan personas con experiencia, que conozcan los vericuetos
del poder. Un parlamento de solo novatos será más fácil que cometa yerros o se
deje conducir. Y los novatos son los que mayormente han estado sumidos en
escándalos y escandaletes de toda clase. Los antiguos, los trajinados en el
ejercicio, difícilmente. Aparte que no podemos medir igual los cargos
ejecutivos con iniciativa de gasto (presidente de la república, gobernadores,
alcaldes) con aquellos que no tienen iniciativa (congresistas). Más sensato
parece explorar la renovación por tercios del congreso y que el soberano elija.
Una reforma política por añadidura
debe ver otros aspectos. Financiamiento público y privado de los partidos, propaganda
electoral; y, por añadidura, un tema tan polémico como elegir entre el voto
obligatorio y el voto voluntario. Algunos creen que debería ser voluntario y
que sufraguen los que realmente tienen interés por la cosa pública, excluyendo
al “electarado” (sic). Algo así como una “aristocracia del voto”. Solo voten
los mejores. Pero, no vaya a ser que en ese panorama idílico y paternalista voten
masas anónimas “teledirigidas” por algún partido con recursos, compradas con un
paquete de arroz o de azúcar, y los “mejores” sean excluidos, dado que siempre
serán minoría. Si se tiene dinero, en el Perú es bastante fácil llevar gente
comprada a las urnas.
Y, humanos somos. Vigilar que esta
transitoria popularidad del presidente no se le suba a la cabeza o lo
“aconsejen” a postular el 2021 “como presidente”. Intereses de ciertos grupos
para hacerlo, hay. Como también “interpretaciones auténticas” de la
constitución política para conseguirlo. Habrá que susurrarle al oído al
presidente “recuerda que eres mortal”.
Por eso, es mejor un debate serio y sereno
de estos temas, con el tiempo necesario para reflexionar, sin hacer populismo ni
demagogia y ganar a río revuelto. Al final, todos podemos perder.