Sunday, October 04, 2020

UNA FIESTA TRÁGICA

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Ha corrido mucha tinta sobre lo sucedido el 22 de Agosto en la fiesta trágica de Los Olivos. Qué si la culpa la tuvo el alcalde, los policías, el ministro o los propios jóvenes por irresponsables. Como sucede con otras tragedias recurrentes en nuestro país, pronto será olvidada, como que ya lo es. Ha pasado apenas un mes y ya estamos dando vuelta a la página.

 

Como sucede en este tipo de noticias, se busca un culpable. Vemos el “peloteo” entre las distintas autoridades, cada cual buscando el responsable en el otro; hasta escuchamos a un alcalde decir que únicamente tenía “responsabilidad sentimental”.

 

Como bien señala Hugo Neira en un artículo, más bien se debe comprender el hecho y las personas. Las víctimas, jóvenes, de futuro incierto, muchos requisitoriados, son parte de los loosers, los perdedores en el “baile de los que sobran”. Según se sabe, las “fiestas covid” son comunes en distritos populosos, algunas se arman espontáneamente entre vecinos y otras son con una programación previa como sucedió en Los Olivos. Las redes sociales ayudan mucho ahora.

 

La ausencia por desconocimiento u omisión de las normas, lo que se conoce como anomia, es bastante extendida en nuestro país, no solo en distritos de clase popular, también en los otros. No es algo ajeno a la sociedad peruana; y, qué impulsa a hacer algo prohibido y riesgoso. Parece que la trasgresión es innata en el ser humano. Leamos el génesis, el “disparador” de todo el relato bíblico es una trasgresión (no comer del árbol prohibido). De no haber sucedido estaríamos todavía en el paraíso. Somos una especie que nos causa placer trasgredir. Ir más allá.

 

Algunos días después, volvieron a la noticia los jóvenes muertos con el entierro en medio de fiestas, jolgorio y música. De nuevo la moral de manual salió a relucir y la “condena” contra los participantes en el entierro. Por supuesto los medios de comunicación se sumaron con reportajes en vivo desde el cementerio. No faltaron los adjetivos de “salvajes” a los que estuvieron despidiendo entre trago y jolgorio al amigo ido.

 

Olvidan una cosa. Estos jóvenes deben venir de migrantes andinos de segunda o tercera generación. Las costumbres se heredan de los padres, por más que los hijos ya no hayan nacido en el terruño. La muerte y el entierro en los andes se celebra cantando y llorando, hay músicos que acompañan al “muertito” y por supuesto trago. Hasta se puede tener sexo con la viuda para consolarla. No es broma. Existe una pulsión secreta entre Eros y Tánatos.

 

En fin. No será la última tragedia que vivamos, habrá otras. Los medios se desgarrarán de nuevo las vestiduras, se buscará culpables y después de un tiempo se olvidará todo. Y así la anomia seguirá creciendo en espiral.

 

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