Saturday, June 11, 2022

HABLEMOS DE EVA

 

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Pocas pelĂ­culas dejan huella y se mantienen tan vigentes como Hablemos de Eva (All About Eve) de Joseph Leo Mankiewicz.

 

Más allá de la anĂ©cdota del guion (una anĂłnima actriz arribista que por todos los medios trata de posicionare en primer plano), Hablemos de Eva toca un tema esencial a la condiciĂłn humana: ¿serĂ­as capaz de vender tĂş alma al diablo por lo que más deseas? En cierta manera es el argumento del mito de Fausto, solo que en personajes más corrientes que el cĂ©lebre sabio medioeval.

 

Todos tenemos algo de Eva, de allí que nos identificamos con el personaje. En algún momento de nuestras vidas hemos ido más allá del bien y del mal por algo o alguien que deseamos. Ha sido parte de la sobrevivencia humana, usando la astucia y la inteligencia. Todos hemos sido Eva en algún momento de nuestras vidas.

 

Pero el éxito de la película y esa vigencia que tiene a pesar de los 70 años que acaba de cumplir obedece también a la puesta en escena de Mankiewicz, guionista y director, muy sensible al alma femenina y a las rivalidades entre mujeres, más sofisticadas que las existentes entre hombres.

 

ConfluyĂł un magnĂ­fica guion, actores que encajaron en el papel y un productor, Darryl Zanuck, que ponĂ­a pies a tierra a Mankiewicz cada vez que tenĂ­a excesivos “vuelos literarios” que harĂ­an la trama compleja para el espectador comĂşn (la escena inicial donde Eva recibe el premio iba a tener distintos puntos de vista); no obstante se las arreglĂł para contar la historia desde diferentes personajes que conocieron a Eva en distintos perĂ­odos de su meteĂłrico ascenso.

 

Y, a diferencia del cuento en que basó su guion (The Wisdom of Eve de Mary Orr, aparecido en la revista Cosmopolitan algunos años antes), lo enriqueció con personajes secundarios inolvidables. El primero, el crítico teatral Addison DeWitt, magistralmente interpretado por el actor inglés George Sanders, suerte de Mefistófeles moderno que le pone el precio a Eva para ascender en su carrera: tendrá que hacer todo lo que él le diga si quiere surgir en ese mundo. Hasta un pequeño toque de humor con una rubia despistada, interpretado por Marilyn Monroe, muy en caja con los papeles que haría después. O el productor Max Fabian, como todo productor preocupado por los costos que se incrementan y no se ve ganancia todavía.

 

La escena final es memorable. La joven estudiante Phoebe que se ha introducido subrepticiamente en el cuarto de Eva, una vez que esta le da el trofeo ganado por su performance teatral, se la ve agradeciendo la entrega del premio y haciendo reverencias frente a un espejo que multiplica su imagen: las Evas se repiten al infinito. No es un solo caso de arribismo, son miles o millones, quizás tantos como seres humanos existen sobre el planeta.

 

Pero la película trae también otros temas que al ambientarlos en el mundo de los actores (que también conocía en sus egos Mankiewicz) lo potencia: el envejecimiento versus la juventud. Margo Channing, interpretado por Bette Davis, sabe que los papeles de dama joven debe ir abandonándolos por su edad. Actriz consagrada, ya en los cuarenta, sabe bien que los papeles de jovencita ya pasaron para ella y debe abocarse a otros más acordes con su edad física. En cierta forma era lo que ya le estaba sucediendo a Bette Davis en la vida real.

 

Y una reflexiĂłn final. ¿Vale la pena tanto esfuerzo de alcanzar el poder o la cima “como sea” como le sucede a Eva?

 

A Eva se le nota cansada de tanto esfuerzo. Consiguió lo que quería. Tiene las puertas abiertas para escoger papeles y pronto se va a Hollywood a filmar su primera película. Pero no es feliz. Se le nota no solo cansada, sino hasta aburrida, harta de todo. Quizás como Fausto se da cuenta que al final tanto esfuerzo no valió la pena.

 

Saturday, May 28, 2022

DE TESIS Y PLAGIOS

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Los plagios en PerĂş, asĂ­ como en otros paĂ­ses de la regiĂłn, no son mal vistos, ni condenados socialmente. A ello sĂşmenle que para muchos egresados de universidades lo importante es el tĂ­tulo profesional o el grado de magĂ­ster o doctor, y el escollo que significa obtenerlo, la tesis, una valla a ser saltada usualmente comprando una tesis o recurriendo al copia y pega facilitado por la informaciĂłn que existe en internet. Lo cierto es que no tenemos estudiantes-investigadores, objetivo implĂ­cito en la Ley Universitaria.

 

El problema se ha vuelto recurrente con la fiscalizaciĂłn laxa de las tesis en ciertas universidades pĂşblicas o privadas, pese a que ya el turnitĂ­n, el software antiplagio, tiene varios años asentado en nuestro paĂ­s. Algunas casas de estudio (es un decir) están más preocupadas en que el tesista cumpla con formalismos como la “plantilla” de tesis o “el formato Apa” que en el contenido mismo. Las tesis exprĂ©s agudizan el problema y el fin que era la generaciĂłn de conocimientos queda solo en una declaraciĂłn lĂ­rica.

 

Es verdad que en pocas universidades públicas y privadas sí están más encaminadas en generar nuevos conocimientos que en los formalismos académicos; pero el funcionario público que requiere con urgencia titularse u obtener una maestría o doctorado para ascender no acude a estas sino a las otras. Basta ver en el buscador de Sunedu para saber que muchos de estos funcionarios e incluso profesores de universidades, obtuvieron su título o grado académico en una universidad no licenciada o de baja calidad académica. Incluyo congresistas y ministros de estado.

 

El problema se complica con la demanda creciente de tĂ­tulos profesionales, dado que ahora para un trabajo más o menos remunerado la exigencia del diploma es requisito indispensable. Oferta y demanda confluyen. Por ello, el precio (la pensiĂłn de enseñanza) es bajo en muchas universidades licenciadas o no. Se sacrifica calidad por cantidad, y es posible pensiones al alcance de los sectores medios y bajos. En la Ă©poca de la Colonia eran los tĂ­tulos nobiliarios los que distinguĂ­an a una persona, ahora son los tĂ­tulos profesionales que se han “democratizado”. Basta como botĂłn que en la actualidad el nĂşmero de agremiados en el Colegio de Abogados de Lima, el más antiguo, bordea los cien mil afiliados, un crecimiento más que geomĂ©trico.

 

La situación se agudiza con aquellos que con pecho inflado vienen con un título obtenido en universidad extranjera, ahora más fácil de conseguir que antaño. Título que muchas veces implica algunas horas del titulado en la casa de estudios foránea (las clases son en línea), una sustentación virtual del tesista y un título de una universidad de dudosa reputación afuera, donde no hay Sunedu o su equivalente, ni control de calidad educativa, pero eso sí, universidad extranjera; y en estas tierras siempre se mira con admiración todo lo foráneo.

 

El problema aumenta debido a que los tĂ­tulos “a nombre de la naciĂłn” son de por vida. Quien lo obtuvo ya no tiene que demostrar habilidades adquiridas como dicen los educadores. La experiencia no importará mucho, más importa el diploma colgado en la pared. Quizás es hora de ir pensando en dar la licencia que confiere el tĂ­tulo por un tiempo limitado y someterla a evaluaciones periĂłdicas. El mercado de tesis perderĂ­a clientes y de repente lo ganan las academias de titulaciĂłn que aparecerĂ­an por aquĂ­ y por allá; pero no hay soluciones integrales.

 

Veo difĂ­cil que el problema se solucione en corto plazo. El problema más que de leyes es cultural. Una sociedad promiscua con apropiarse de la propiedad intelectual de otros difĂ­cilmente tendrá aportes originales al conocimiento. La “cultura de la pendejada” es más fuerte que cualquier ley por más draconiana que fuese, donde un “cartĂłn” es solo un medio para ascender de estatus o mejorar en algo el sueldo diario y se obtiene cueste lo que cueste.