Friday, March 01, 2013

COMO SER VIOLADO


Hace tiempo que no contrataba los servicios de una prostituta. Hace muchos años ya. Generalmente tengo relaciones íntimas con amigas, parejas o ex parejas con las que existe un grado de confianza y aprecio generado por los años, las experiencias compartidas o las complicidades mutuas, donde el sexo es apenas una parte del encuentro. La conversa, el tomar un vino o unos bocaditos entre coito y coito es parte esencial a la que ya me acostumbré. Quizás me he vuelto “más burgués” o serán los años, pero ya no puedo concebir solo sexo en una relación íntima. Necesito conocer antes a la persona con la que me voy a acostar. Las caricias previas, las confidencias, los escarceos amorosos o tener durmiéndola sobre mi hombro se han convertido en parte esencial de todo encuentro íntimo.

Por eso, ahora que contraté los servicios de una trabajadora sexual (OIT dixit) medio que me descuadró. Lo hice por razones de “fuerza mayor” en vista que mi actual pareja se encuentra delicada de salud y, para ser sinceros, “la necesidad apremia”. Así que llamé a una chica que ofrece sus servicios cerca de mi oficina, a unas diez cuadras, que en cinco minutos las recorres en auto.

Hacía tiempo quería conocerla. Me intrigaba. Periódicamente publica sus avisos en los diarios populares. Circunstancialmente encontré el suyo cuando revisaba uno de esos periódicos esperando se desocupe mi peluquero. Su nombre de batalla es “Señora Mariela”. Ya el calificativo de “señora” hacía inferir que se trataba de una persona que pasaba la base cuatro, de lo que no me equivoqué.

Llamé al número que consignaba. Atiende en persona, trabaja sola, es decir no es un establecimiento donde el servicio lo prestan varias chicas, casi siempre regentadas por una “mami” que controla el lugar. Podríamos decir que es una “trabajadora independiente”. Presta sus servicios en un pequeño edificio de dos pisos, ella atiende en una especie de altillo del segundo. Presumo debe haber llegado a un acuerdo con el dueño del apartamento y los vecinos para que no la molesten o estén llamando al serenazgo a cada momento, en vista que lleva cierto tiempo en el lugar (yo leí el aviso el año pasado, ella me dice que lleva tres años allí).

Si bien su centro de trabajo se encuentra en una zona bastante céntrica y poblada (la urbanización Santa Beatriz, cerca al castillo Rospigliosi), por desconfianza fui solo con lo necesario. El dinero para el servicio, la dirección anotada en un pequeño papel y unas monedas para los carros. Sin documentos, sin tarjetas de banco (que nunca cargo, dicho sea de paso) ni ningún papel que me identifique. Luego me di cuenta que tanta precaución era innecesaria.

Antes de ingresar se debe franquear una puerta de metal. Una señora, suerte de portero, la abre cuando ingresa un cliente. Pide que se hable en voz baja por los vecinos, imagino para no tener problemas. Esperé un rato en un improvisado hall con sillones desfondados, en vista que Mariela estaba duchándose. La señora que abre la puerta me buscó conversación, en medio del aburrimiento de estar sentada leyendo y releyendo los mismos diarios (creo que ya había hecho todos los crucigramas y pupiletras habidos y por haber). La verdad, eso de abrir y cerrar puertas es un trabajo bastante sedentario y tedioso.

El corazón me latía fuerte de la emoción. Estaba “medio muñequeado”, a pesar de los esfuerzos de voluntad que realizaba para calmarme, luego de tantos años de no tener sexo por dinero. Al rato apareció Mariela e ingresé a su cuarto.

Un cuarto pequeño, con una cama de dos plazas, una mesa de noche con tres celulares baratos dejados al azar, un televisor empotrado en la pared para pasar las horas, una silla donde colocar la ropa y hacia la parte de atrás un diminuto baño donde apenas cabe una persona. Un lugar bastante austero, con lo imprescindible para poder trabajar. Mariela estará en sus cuarenta, pero bien conservada. Todavía mantiene los senos “duritos”, aunque en su rostro se dibuja la amargura y sinsabores de la vida. Pagué la suma convenida, nos desnudamos, pero “el muchacho” no se despertaba. Mariela le puso un preservativo y comenzó a hacer “la fellatio”. No lo hace tan mal, pero otras lo hacen mucho mejor (incluyendo algunas ex que ahora las extraño). Como no reaccionaba, pese al intenso y directo masaje, Mariela lo dio en la boca, así dormido y todo. “El muchacho” ni se dio por enterado de lo ocurrido. El acto habrá durado menos de tres minutos. Me cuenta que muchos hombres lo dan así.

Luego de la eyaculación y la limpieza del pequeñín, nos pusimos a conversar un rato. Mejor dicho a hablar ella. Me contaba los avatares que ha tenido con algunos clientes, como uno que le reclamó la devolución del dinero porque luego de treinta minutos “no botaba ni aire”, mandándolo a la misma misma. O cuando vino la policía para ver si le podían sacar algo de dinero. Ella no se dejó amedrentar como otras chicas que por no tener problemas acceden a los requerimientos monetarios y sexuales de “los custodios del orden”. Los enfrentó sin miedo. Se nota que es una mujer temperamental, de mucho carácter. “Carácter fosforito”.

Creo que le caí en gracia, congeniamos luego del primer encuentro frustrado. Hemos “agarrado confianza”. Quien sabe, de repente en otra ocasión la vuelvo a visitar. Ya nos conocemos físicamente y un poco en el carácter. Ha nacido una cierta intimidad.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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