Hace
tiempo que no contrataba los servicios de una prostituta. Hace muchos años ya.
Generalmente tengo relaciones íntimas con amigas, parejas o ex parejas con las
que existe un grado de confianza y aprecio generado por los años, las experiencias
compartidas o las complicidades mutuas, donde el sexo es apenas una parte del
encuentro. La conversa, el tomar un vino o unos bocaditos entre coito y coito
es parte esencial a la que ya me acostumbré. Quizás me he vuelto “más burgués”
o serán los años, pero ya no puedo concebir solo sexo en una relación íntima.
Necesito conocer antes a la persona con la que me voy a acostar. Las caricias
previas, las confidencias, los escarceos amorosos o tener durmiéndola sobre mi
hombro se han convertido en parte esencial de todo encuentro íntimo.
Por
eso, ahora que contraté los servicios de una trabajadora sexual (OIT dixit) medio que me descuadró. Lo hice por
razones de “fuerza mayor” en vista que mi actual pareja se encuentra delicada
de salud y, para ser sinceros, “la necesidad apremia”. Así que llamé a una
chica que ofrece sus servicios cerca de mi oficina, a unas diez cuadras, que en
cinco minutos las recorres en auto.
Hacía
tiempo quería conocerla. Me intrigaba. Periódicamente publica sus avisos en los
diarios populares. Circunstancialmente encontré el suyo cuando revisaba uno de
esos periódicos esperando se desocupe mi peluquero. Su nombre de batalla es
“Señora Mariela”. Ya el calificativo de “señora” hacía inferir que se trataba
de una persona que pasaba la base cuatro, de lo que no me equivoqué.
Llamé
al número que consignaba. Atiende en persona, trabaja sola, es decir no es un
establecimiento donde el servicio lo prestan varias chicas, casi siempre
regentadas por una “mami” que controla el lugar. Podríamos decir que es una
“trabajadora independiente”. Presta sus servicios en un pequeño edificio de dos
pisos, ella atiende en una especie de altillo del segundo. Presumo debe haber
llegado a un acuerdo con el dueño del apartamento y los vecinos para que no la
molesten o estén llamando al serenazgo a cada momento, en vista que lleva
cierto tiempo en el lugar (yo leí el aviso el año pasado, ella me dice que
lleva tres años allí).
Si bien
su centro de trabajo se encuentra en una zona bastante céntrica y poblada (la
urbanización Santa Beatriz, cerca al castillo Rospigliosi), por desconfianza
fui solo con lo necesario. El dinero para el servicio, la dirección anotada en
un pequeño papel y unas monedas para los carros. Sin documentos, sin tarjetas
de banco (que nunca cargo, dicho sea de paso) ni ningún papel que me
identifique. Luego me di cuenta que tanta precaución era innecesaria.
Antes
de ingresar se debe franquear una puerta de metal. Una señora, suerte de
portero, la abre cuando ingresa un cliente. Pide que se hable en voz baja por
los vecinos, imagino para no tener problemas. Esperé un rato en un improvisado
hall con sillones desfondados, en vista que Mariela estaba duchándose. La
señora que abre la puerta me buscó conversación, en medio del aburrimiento de estar
sentada leyendo y releyendo los mismos diarios (creo que ya había hecho todos
los crucigramas y pupiletras habidos y por haber). La verdad, eso de abrir y
cerrar puertas es un trabajo bastante sedentario y tedioso.
El
corazón me latía fuerte de la emoción. Estaba “medio muñequeado”, a pesar de
los esfuerzos de voluntad que realizaba para calmarme, luego de tantos años de
no tener sexo por dinero. Al rato apareció Mariela e ingresé a su cuarto.
Un
cuarto pequeño, con una cama de dos plazas, una mesa de noche con tres
celulares baratos dejados al azar, un televisor empotrado en la pared para
pasar las horas, una silla donde colocar la ropa y hacia la parte de atrás un
diminuto baño donde apenas cabe una persona. Un lugar bastante austero, con lo
imprescindible para poder trabajar. Mariela estará en sus cuarenta, pero bien
conservada. Todavía mantiene los senos “duritos”, aunque en su rostro se dibuja
la amargura y sinsabores de la vida. Pagué la suma convenida, nos desnudamos,
pero “el muchacho” no se despertaba. Mariela le puso un preservativo y comenzó
a hacer “la fellatio”. No lo hace tan mal, pero otras lo hacen mucho mejor
(incluyendo algunas ex que ahora las extraño). Como no reaccionaba, pese al
intenso y directo masaje, Mariela lo dio en la boca, así dormido y todo. “El
muchacho” ni se dio por enterado de lo ocurrido. El acto habrá durado menos de
tres minutos. Me cuenta que muchos hombres lo dan así.
Luego
de la eyaculación y la limpieza del pequeñín, nos pusimos a conversar un rato.
Mejor dicho a hablar ella. Me contaba los avatares que ha tenido con algunos
clientes, como uno que le reclamó la devolución del dinero porque luego de
treinta minutos “no botaba ni aire”, mandándolo a la misma misma. O cuando vino
la policía para ver si le podían sacar algo de dinero. Ella no se dejó
amedrentar como otras chicas que por no tener problemas acceden a los
requerimientos monetarios y sexuales de “los custodios del orden”. Los enfrentó
sin miedo. Se nota que es una mujer temperamental, de mucho carácter. “Carácter
fosforito”.
Creo
que le caí en gracia, congeniamos luego del primer encuentro frustrado. Hemos
“agarrado confianza”. Quien sabe, de repente en otra ocasión la vuelvo a
visitar. Ya nos conocemos físicamente y un poco en el carácter. Ha nacido una cierta
intimidad.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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