Thursday, August 20, 2015

PECCATO DI CARDINALE

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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Ha dado que hablar los plagios divinos del cardenal Cipriani. Que lo realicen alumnos en su deseo de pasar airosos la nota del trabajo de “investigación formativa”, o ciertos “intelectuales” de pocas luces, no diré que exculpa, pero tiene cierta explicación en la sociedad del “copia y pega”.

Pero, un “hombre de Dios” que le gusta hablar, y bastante, de las cosas terrenales, despotricando de todo aquel que ose pensar distinto a él, como que deja mal parada a la inteligentzia católica. No diremos que los derechos de propiedad intelectual sean una cojudez (lo sé, monseñor quiso decir otra cosa, pero como siempre pasa, queda fija otra idea); pero excusarse alegando algo así como que las enseñanzas de la Iglesia son una suerte de “patrimonio compartido” de todos los creyentes, suena medio forzado. Total, todo es de todos, como planteaban los viejos anarquistas y comunistas, y que sorprende viniendo del cardenal Cipriani. Dudo que el purpurado se encuentre mudando de pensamiento a estas alturas de su vida.

Para su alivio, no está solo en estos “olvidos” de colocar unas humildes comillas cuando la autoría de la idea le pertenece a otro. Casos sonados en nuestro país fueron varios, y de todas las tiendas y tendencias posibles. Guillermo Giacosa y los plagios de ciertos artículos de la prensa extranjera (donde también “se olvidó” del entrecomillado); Alfredo Bryce, para quien no bastaba Un mundo para Julius, y echó mano a varios artículos de la prensa foránea, fungiendo de “analista político internacional” (zapatero a tus zapatos querido Alfredo). Igual lo queremos a Bryce y me parece que ya escarmentó en carne propia.

Un poco más atrás en el tiempo, y si la memoria no me falla, también están el escritor Fernando Iwasaki y el jurista Raúl Ferrero, apodado “doctor Xerox” por un conocido caso de plagio de una obra jurídica, allá por los años ochenta del siglo pasado (que los abogados tampoco nos salvamos de estos pecados). En descargo de Iwasaki y Ferrero, se puede decir que “corrigieron” el error de juventud, no volviendo a tropezar con la misma piedra. (Iwasaki se ha convertido en un escritor de primer nivel y Ferrero en un respetado jurista nacional. Ninguno de los dos ha registrado otro caso de plagio).

Que el periódico donde monseñor se despachaba a gusto contra moros y cristianos le haya cerrado las puertas no es para rasgarse las vestiduras. Quizás le sirva para reflexionar un poco y con una dosis de humildad bajar del pedestal donde se había autocolocado y darse cuenta que se encuentra hecho del mismo barro del común de los mortales, a los que él tanto denostaba. Amén.


Tuesday, August 11, 2015

25 AÑOS DEL SHOCK: 8 DE AGOSTO DE 1990

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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Lo que sucedió el 8 de Agosto de 1990 fue el inicio a la vez de un programa económico de estabilización y reformas de liberación que permitiesen: 1) reducir drásticamente la hiperinflación, y 2) comenzar con el proceso de cambio del aparato productivo, reasignando liderazgo y recursos al sector privado.

Luego se sucedieron una serie de privatizaciones (venta de empresas públicas del estado), eliminación de todo tipo de restricción a la actividad privada, liberación de precios controlados (remuneraciones, tasas de interés, tipo de cambio, productos básicos) y reducción de funciones del estado. Todo ello en el marco de las recomendaciones del llamado consenso de Washington.

Fueron las bases del actual modelo económico que, hasta ahora, se ha mantenido a través de sucesivos gobiernos por 25 años consecutivos.

El 8 de Agosto de 1990 fue el punto de inflexión de un antes y un después en materia económica. Nunca, como en aquel momento, el cambio fue tan radical. Pero, ¿qué sucedió para que el modelo no tuviese demasiadas resistencias en su ejecución?

Primero, los factores externos. Fue vital la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética como alternativa política, ideológica y económica al sistema capitalista. Al existir un solo proyecto político (la democracia como forma de gobierno), una ideología dominante (el liberalismo) y un solo pensamiento económico (la economía de mercado), no existía un contrapeso que lo pudiese cuestionar, como sí sucedió en la llamada guerra fría. El fin del bloque socialista, la conversión de China en economía de mercado y la desaparición de todo atisbo alternativo, dieron preeminencia al modelo neoliberal.

En lo interno, fue el agotamiento del rol empresario del estado, luego de su agigantamiento en los años 70, así como el dirigismo estatal vía proteccionismo y  subsidios que imposibilitaban un crecimiento más dinámico del sector privado (este vivía paternalistamente a expensas del estado). A ello habría que sumar la hiperinflación, desgobierno y crisis permanente durante el primer gobierno de Alan García; así como el demencial ataque terrorista de Sendero Luminoso y el MRTA.

La ciudadanía se encontraba cansada de todo ello, por lo que no existieron demasiadas resistencias al cambio del modelo.

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Un modelo económico es un presupuesto que contiene distintas hipótesis para su funcionamiento. Claro, todo modelo obedece a una ideología o a un “pensamiento económico”. Un modelo puede privilegiar las exportaciones o el mercado interno. Igualmente puede suponer el control de ciertos precios esenciales para la vida económica (tipo de cambio, tasas de interés, sueldos y salarios, servicios esenciales como agua y luz, productos sensibles como la gasolina o los que integran la canasta familiar) o dejarlos al arbitrio del mercado.

Dentro de ello, otros presupuestos básicos son las condiciones sociales y políticas en las que el modelo económico se va a desarrollar.

Se decía que el modelo imperante solo funcionaba en contextos políticos autoritarios como el Chile de Pinochet o el Perú de Fujimori; o, viajando más lejos, en los gobiernos autoritarios de la China actual o el de los países del sudeste asiático de antaño.

No necesariamente es cierto. La prueba está en que el modelo funciona muy bien en contextos democráticos como el Chile de hoy o el Perú democrático de los últimos quince años, o los actuales gobiernos más liberales de Corea del Sur. Es más, en el caso peruano, los cimientos fueron puestos casi dos años antes del autogolpe de Fujimori.

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25 años después el modelo sigue funcionando. Nos guste o no. Por otra parte, el peruano de inicios del siglo XXI tiene un espíritu más conservador, en parte como efecto de lo que se vivió entre los años 70 y 80 del siglo pasado; y en otra, producto del mismo individualismo exhacerbado que se vive por la competencia económica actual. De allí que el peruano menor de treinta años no se cuestiona demasiado el modelo en el cual prácticamente ha nacido.

Y también nos volvimos conservadores en materia económica. De una política afiebrada e imprudente en los años ochenta, pasamos a una ortodoxia más conservadora y prudente.

Por eso quizás la prédica neoliberal sigue teniendo calado en nuestro país, a diferencia de otros en la región. No tanto por la prédica dominante como dicen sus detractores (acusar de ello, sería como argumentar que los neoliberales son buenos en marketing), sino porque hemos vivido en carne propia los sinsabores del mal manejo macroeconómico; aparte que los impugnadores del modelo económico imperante no tienen una alternativa coherente y atractiva. Su último aporte fue el programa de la gran trasformación del entonces candidato radical Ollanta Humala, suerte de revival de las políticas velasquistas de los años setenta.

Valga como atenuante que otros países que padecieron también la hiperinflación, como la Alemania de los años veinte, luego se volvieron conservadores en el manejo fiscal y monetario. Es una especie de “vacuna” que nos mantiene inmunes a experimentos desbocados como los que sucedieron antes del shock.

Otro cambio que trajo fue el peso determinante de la economía y los agentes y órganos económicos, en desmedro del ejercicio político. Si bien la política sigue siendo importante en la vida nacional, como ha ocurrido en otros países, pasó a tener menor gravitación en ciertas decisiones trascendentales, las que por su carácter “técnico” pasaron a ser diseñadas y ejecutadas por órganos aparentemente más asépticos a los vaivenes de la política local. Así nace una tecnocracia de corte neoliberal que, tras el telón de la escena oficial y sin haber tenido el voto popular, es la que toma las decisiones más gravitantes y es la que ha mantenido la continuidad del modelo más allá de los gobiernos que se han sucedido en los últimos veinticinco años. Esta tecnocracia se encuentra principalmente concentrada en el Ministerio de Economía y Finanzas y los organismos reguladores.

¿Qué el modelo económico debe ser reformado?

Lo debe. Se centró demasiado en las exportaciones de materias primas, aparte que no se aprovechó en la bonanza los buenos precios vía tributos y, al caer estos, como sucede ahora, caen los ingresos del estado y de la sociedad. Para atenuar la culpa podemos decir que esperanzarse en la exportación de materias primas es una “maldición” de varios países vecinos: Argentina y la soja, Venezuela y el petróleo, Bolivia y el gas.

Y como un modelo económico no opera en abstracto y generalmente obedece a políticas macro o generales, requiere para su adecuación o “aterrizaje” en la sociedad ser acompañado de una serie de políticas sociales e institucionales, llamadas también “de segundo piso”, que son algo más difícil de ejecutar que las macroeconómicas y que es un tema más o menos pendiente de los sucesivos gobiernos democráticos que han trascurrido, que en algunos casos han avanzado y en otras retrocedido. De allí que pese al crecimiento constante que ha permitido disminuir notablemente la pobreza, percibimos que subsisten los problemas y carencias que vemos en educación, salud, en la administración del estado, para no mencionar las reformas políticas, que se requieren implementar urgentemente.

Es cierto que el costo social del shock fue enorme. De la noche a la mañana los precios relativos de la canasta familiar pasaron a incrementarse de cuatro a doce veces más. La otra alternativa eran los ajustes graduales de los precios controlados (los “minipaquetitos”); pero ello hubiese significado incrementar expectativas de los agentes económicos y avivar la hoguera de la inflación. Siguiendo la experiencia boliviana de 1985 se aplicó un “maxipaquete” y parar en seco la inflación, eliminando así las expectativas de los agentes económicos.

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Para terminar, haremos un poco de política ficción. ¿Qué habría pasado de no llegar Fujimori al poder en 1990 o Mario Vargas Llosa, quien propuso, como candidato, en blanco y negro, los cambios que vinieron después? Creo que cualquier otro en la presidencia habría hecho lo mismo. En ese momento no había otra alternativa viable. A veces las naciones, como las personas, se encuentran cercadas y apenas tienen una salida. Eso le sucedió al Perú en aquellos dramáticos días del ahora ya lejano 1990.

Y hagamos un exorcismo final. ¿Si Mario Vargas Llosa ganaba las elecciones en 1990 hubiese sido un mejor presidente que Alberto Fujimori? Yo voté por él en ambas vueltas electorales; pero, a la distancia, creo que no hubiese sido un mejor presidente. Habría respetado la institucionalidad y el sistema democrático, de ello no cabe duda; pero, debido a su inflexible coraza ideológica, creo que como gobernante hubiese dejado mucho que desear. Un gobernante requiere ser pragmático (pero con valores, y si tiene una visión de estadista, mucho mejor) y él lamentablemente no lo es. Por añadidura, la izquierda y el Apra hubieran boicoteado las medidas económicas y sociales desde el Parlamento y desde las organizaciones sindicales y populares, que en ese entonces ambos grupos políticos las controlaban.

Podemos decir irónicamente que en aquel crucial año el pueblo peruano fue sabio al no otorgarle la presidencia y dejarlo que siga escribiendo para bien de las letras peruanas y universales.


Son 25 años, y si las reformas se producen, por lo menos gradualmente, tenemos para 25 años más, todo un gran ciclo económico, salvo que pasen hechos imprevistos. Total, nada está escrito en el mundo o en nuestro país.

Tuesday, August 04, 2015

LEY STALKER

Por: Eduardo Jiménez J.
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Ha traído controversia la publicación del decreto legislativo 1182, en el marco de las facultades otorgadas al Poder Ejecutivo a fin de legislar en materia de seguridad ciudadana.

Y no es para menos.

La llamada Ley Stalker (o ley del gobierno espía o acosador), posibilita el rastreo de dispositivos móviles y la obligación de las empresas teleoperadoras, ante el pedido de la Policía, de informar y conservar el contenido de sus clientes.

Se entiende que dentro del crimen organizado, el rastreo de llamadas, sobretodo en los casos de extorsión, es vital, ello no está en tela de juicio. El asunto está en que la norma puede tender al abuso o exceso, dado que no requiere de la intervención del órgano judicial para la autorización.

Así la ley stalker podría utilizarse para seguimientos a políticos de oposición, a ciudadanos que no comulgan con el gobierno de turno o que expresan su disconformidad pública con este. Con mayor razón en un año electoral como el que se viene.

De allí que es necesario filtrar los pedidos que la Policía realice para rastrear llamadas y  el órgano judicial es el más idóneo para autorizar los rastreos.

Se dirá que el Poder Judicial demora en tramitar los pedidos, lo cual es cierto; pero se puede crear mecanismos de coordinación que permitan una autorización expeditiva, como es el juez penal de turno que se encuentre despachando. Los jueces penales de turno atienden las 24 horas, los siete días de la semana. Bien podría tener esa competencia y resolverlo en el acto. O pedir mayor información si el pedido no es muy preciso o demasiado ambiguo.

Si en Estados Unidos, donde se utilizó la ley stalker luego del 11-S, se comenzó a escuchar y grabar indiscriminadamente a casi cualquier ciudadano con sospecha de ser árabe o filo árabe, ya nos imaginamos lo que sucedería por acá si no existen los filtros necesarios. Lo que comenzó como una iniciativa loable, puede devenir en pesadilla.