Por: Eduardo
Jiménez J.
@ejj2107
A diferencia de las celebraciones por
el primer centenario del nacimiento de Carlos Marx, en 1918, cuando parecía que
las “profecías” estaban a la vuelta de la esquina con la ebullición del primer
experimento socialista sobre la tierra; esta vez, caído el muro y enterrada la
Unión Soviética, la efemérides por los 200 años, salvo algunos comentarios
académicos y rememoraciones de algunos grupos políticos autodenominados
marxistas, pasó media desapercibida.
Hay que distinguir al Marx agudo observador
del capitalismo del Marx filósofo de la historia, fundador, sin querer, de una
religión laica. El primero fue más riguroso. Testigo presencial del capitalismo
industrial en la Inglaterra del XIX, comprendió la lógica del sistema capitalista.
Es el Marx que muy pocos han estudiado y menos comprendido. El segundo, el
filósofo de la historia, lanza una conjetura arriesgada que la asume como ley
científica: la clase obrera será la liberadora de la humanidad. El proletariado,
al no tener nada que perder, ganaba para todos un mundo más justo e igualitario.
Ese Marx profeta, con ribetes bíblicos (sustituyan pueblo elegido por clase
elegida), es el que ganó adeptos alrededor del mundo, a pesar que la
“profecía” jamás se cumplió en los términos que fue planteada.
El materialismo histórico es lo que
dará “sustento científico” a su tesis y se basaba, grosso modo, en la
contradicción de una clase social con respecto a otra, siendo la clase dominada
la que pasa luego a ser dominante, liquidando a la anterior, en procesos de
síntesis histórica a largo plazo. Todo ello asentado en lo que Marx denominó modo de producción, que era la forma
prevaleciente de producción económica en un período histórico determinado. Así,
en el modo de producción esclavista (que corresponde al mundo antiguo) lo era
entre esclavistas y esclavos; el modo de producción feudal (el medioevo
europeo) entre señores feudales y siervos; y el modo de producción capitalista
entre capitalistas y proletarios. Estos (los proletarios) devendrían en la
nueva clase dominante, pero a diferencia de las anteriores, tendría un rol
liberador de la humanidad, dando paso al socialismo, donde temporalmente
ejercería una dictadura (la dictadura del proletariado), eliminando en ese
estadio las taras burguesas, para dar paso final al comunismo, suerte de
paraíso en la tierra, donde ya no existiría la desigualdad ni la propiedad. Se
entiende que el estado habría desaparecido.
La verdad que en el papel se veía
bastante convincente y atractivo, y no es raro que millones entregaran sus vidas
a tan noble fin. Estábamos ante la presencia de la creación de un mito con
aparente sustento científico. El marxismo movilizó a millones de personas
alrededor del mundo y fue la delicia interpretativa de intelectuales de la
talla de Sartre o Althusser. O, como diría ácidamente desde la otra orilla Raymond
Aron, fue el opio de los intelectuales.
Nunca como antes fueron ganadas mentes tan brillantes a una causa social.
El ser humano necesita creer en algo.
Son pocos los que entregan su vida y su destino a esa creencia. El marxismo les
dio un sentido a sus vidas, una razón para vivir. Como decía Mariátegui, se
necesita un mito que mueva al pueblo, una razón por la cual entregarse en
cuerpo y alma a la causa, como antaño se entregaban los cristianos de las
catacumbas. Ese mito fue el socialismo y la clase obrera la encargada de
llevarlo a cabo. La “prueba” fue la revolución rusa. La profecía se cumplía. Estábamos ante el socialismo científico incuestionado e incuestionable.
***
A la muerte de Marx, el marxismo era
una corriente minoritaria entre las tantas socialistas de la época. Para poner
un símil con la religión: era una religión con pocos adeptos. Fieles, pero
minoritarios.
Curiosamente fue en sociedades
atrasadas donde el mito prendió con más intensidad. La Rusia de los zares o la
China agraria de Mao, así como en los movimientos independentistas africanos post segunda guerra mundial, que
más eran movimientos de reivindación nacional que de clase, incluyendo a la
revolución cubana en esta parte del mundo.
Caídos los experimentos socialistas como
que fue perdiendo adeptos por todos lados. La religión se fue quedando sin creyentes. Y no hay otra que la
sustituya. El mito del mercado puesto por ciertos liberales no es tan
motivador, menos el liberalismo como corriente filosófica. Y los derechos
humanos, como ideología dominante y suerte de pensamiento “políticamente
correcto”, no han sido tan motivadores para ganar adeptos como lo fue el
marxismo en sus mejores años. Así que la fiesta fue acabando, las luces se
apagaron, la borrachera
convirtiéndose en resaca, hasta llegar al siglo XXI en un aparente fin de la historia (Fukuyama dixit) que
tampoco lo fue.
El nacionalismo ha rebrotado en
distintos lugares como reacción a la globalización, en algunos casos con
versiones extremas y violentas. Por estas tierras apareció un “socialismo del
siglo XXI” bastante tropical, de corta duración y que quiso conciliar a Bolívar
con Marx. El entusiasmo inicial que mostraron ciertos intelectuales por este
movimiento (el opio al que aludía Aron) se enfrío con el sucesor más folclórico
que el padre, conversador habitual con aves y lindante con los dictadores
clásicos que tuvo América Latina en sus mejores momentos. Creo que Marx se
moría de nuevo de ver este engendro con su nombre.
Dicho sea, un aspecto controversial es
la reivindicación que muchos experimentos socialistas hicieron de Marx como father founder. Le pasó lo mismo que a
José Carlos Mariátegui, tuvo una serie de hijos
que reclamaban la herencia: desde los más heterodoxos pasando por los
estalinistas de los partidos comunistas hasta los hijos del terror de Sendero
Luminoso.
Marx nunca pensó como sería el
socialismo. Tuvo algunas ideas que sirvieron de coordenadas como la dictadura
del proletariado en ese estadio, a fin de eliminar todo resabio burgués, pero
su estudio más se enfocó en el capitalismo industrial que conoció de primera
mano al establecerse en Inglaterra, la cuna del capitalismo.
Y, como en las grandes religiones, a
Marx le surgieron también “profetas” que se autoreclamaban herederos directos
del mesías, desde Lenin, pasando por Stalin o Mao, hasta los que ejercieron un
“socialismo tropical” en Albania o Corea del Norte, sin olvidar a los más
sanguinarios como Pol Pot o Abimael Guzmán; quienes a su manera han reivindicado
como suyo el “pensamiento marxista”, autodesignándose como “hijos” del pensador
alemán y ejercitando en “nombre del padre” desde un proceso de
industrialización a marchas forzadas como lo fue en la Unión Soviética de
Stalin –con Gulags de por medio-, pasando por un “socialismo de mercado” de la
China actual, o un “socialismo dinástico” en Corea del Norte, y sin olvidar la
eliminación sistemática de la mitad de la población en Camboya en los años 70,
convirtiendo todo un país en un gran campo de concentración. No todos son hijos
legítimos del padre.
Por cierto, Marx nunca comprendió muy
bien ni le interesó demasiado las naciones que se formaban en las ex colonias
de España en América; y, salvo algunos comentarios sobre los nacientes Estados
Unidos de Norteamérica, su europeocentrismo lo hizo desentenderse de las nuevas
repúblicas que se formaban y deformaban al sur del río Grande. Por ejemplo, su
secuencia de modos de producción era aplicable a la realidad europea, pero no a
la de otros continentes. De allí que cuando comienza a interesarse por las
naciones del Asia no calzaba su modelo a una realidad tan disímil, por lo que
crea un modo de producción excepcional: el modo
de producción asiático, que luego ensayistas sociales adaptaron, muchas
veces con poca fortuna, a las sociedades precolombinas de América.
***
Pero, ¿Marx ha muerto?, o mejor dicho ¿el
marxismo ha muerto? El marxismo como religión laica creo que sí. Difícil que
resurja o que tenga la cantidad de adeptos como los tuvo antaño. En el estado
de bienestar de Europa y EEUU el proletariado fue asimilado a la sociedad de
consumo y la clase media comenzó a perfilarse con un protagonismo propio, ajeno
a los tiempos de Marx (que la llamaba, un tanto despectivo, como pequeña burguesía), sirviendo de
“amortiguador” entre ambas clases (de allí surgen en la actualidad la gran
mayoría de intelectuales, académicos, artistas, políticos y profesionales,
aparte que los propios obreros de las economías desarrolladas, por su forma de
vida, fueron asimilados a esta clase).
Lo que sí es rescatable es el Marx
científico social, el agudo observador del capitalismo, el que señalaba que el
sistema se hunde en sus grandes contradicciones. El que analizaba el fetichismo
de la mercancía y que todo se vende o todo se compra en la sociedad
capitalista, hasta los valores o la dignidad. O como dijo Lenin gráficamente,
el capitalista es capaz de venderle la soga al verdugo que lo va ha ahorcar.
Esas grandes contradicciones del
capitalismo donde todo es una mercancía y el afán desmedido de lucro puede
producir crisis cíclicas, muchas veces difíciles de manejar por los estados, es
el aporte más interesante de Marx. (Por cierto, la última y gran crisis que nos
puede costar el planeta es la de la contaminación ambiental, producto del
proceso de industrialización de las grandes potencias industriales, incluyendo
la China actual. De seguir la tendencia, las ficciones distópicas de un planeta
inhabitable se van a cumplir, tarde o temprano).
Y si bien su teoría de la plusvalía
explicaba como el capitalista se queda con una parte del valor del trabajo
producido por el obrero al pagarle menos, no menos cierto es que la
productividad (capacidad de producción por unidad de trabajo), gracias a la
tecnología y a mejores formas de administrar eficientemente los distintos
elementos que la componen, ha permitido un mayor margen de utilidades para la
empresa y de beneficios para el trabajador, así como bajar el precio final del
producto al consumidor. En cierta manera, la productividad explica porque la
jornada de trabajo comienza a bajar en Occidente, incluso a límites inferiores
a las 8 horas diarias en algunas naciones con economías desarrolladas.
Otro aspecto que Marx no pudo observar
en toda su dimensión fue que el sistema capitalista es mucho más flexible que
otros que conoció la humanidad (y mucho más que el sistema socialista que
colapsó en parte por su rigidez) y se va adaptando a los cambios y crisis que
se van sucediendo.
En una suerte de darwinismo económico,
en cada cambio o crisis desaparece lo antiguo, lo obsoleto, y da paso a nuevas
formas que se adaptan al entorno social y económico existente. De allí que, por
ejemplo, las crisis cíclicas del capitalismo no hacen desaparecer al sistema,
sino que por su plasticidad se va amoldando al nuevo entorno. Es lo que sucedió
con la gran crisis de 1929, que muchas presagiaban era el fin del capitalismo,
y más bien de allí surgió una nueva forma de compromiso entre el estado, el
capital y la fuerza de trabajo en lo que se llamó el new deal, que daría a luz el estado de bienestar y el
“aburguesamiento” del obrero en Occidente.
Precisamente, Marx no pudo ver el
“aburguesamiento” del proletariado en el estado de bienestar y la sociedad de
consumo. En su época el estado solo expresaba los intereses de la burguesía
como clase dominante y el obrero apenas subsistía para aportar su fuerza de
trabajo. De allí que era muy peyorativo con la “democracia burguesa”. Lo que no
vio fue que el sistema se comenzaba a abrir gradualmente, no sin luchas de por
medio, a aquellos desposeídos, a las minorías de todo tipo. Empezó con el voto
a los obreros, luego a las mujeres, después a los analfabetos, con lo cual la
democracia se ampliaba y surgían nuevos compromisos políticos, impensables en
la época de Marx. Tampoco pudo prever que el “estado burgués” implementó la más
ambiciosa red de seguridad social que protegía sobretodo a aquellos que no
tienen nada. Y tampoco pudo ver que la pobreza, gracias al sistema que tanto
denostó, disminuía en todo el mundo. Contradicciones que tiene la vida.
Hay otros aspectos del proceso de
producción, cuyas consecuencias en la época de Marx ya se avizoraban, pero no
en la dimensión que vemos ahora, como es el uso de la tecnología que está
reemplazando en grandes magnitudes a la mano de obra. El capitalismo es el modo
de producción que más ha creado y usado tecnología, gracias al desarrollo de la
ciencia. Si bien en la época de Marx la tecnología creció vertiginosamente (y
coadyuvó a una mejor productividad), pero no reemplazaba a la mano de obra en
la dimensión que sucede ahora, gracias a la robotización y automatización de
muchas funciones antes de exclusividad humana, por lo que muchas unidades de
producción cada vez requieren menos trabajadores. Los
grandes ejércitos de trabajadores que vio Marx reunidos en una fábrica hoy son
historia. Lo que plantea la cuestión de los parados o sin empleo. En las
futuras generaciones no todos conseguirán trabajo, por más calificados que
puedan estar.
Creo que el mejor homenaje que se le
puede hacer a Carlos Marx por los 200 años de su nacimiento es leerlo no tanto
para encontrar al profeta sino al agudo observador del capitalismo. Muchos de
las aspectos que analizó mantienen su vigencia, otros, como sucede en todo
ensayista social, ya perdieron vigencia.
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