Friday, January 11, 2019

2019: ENTRE ESPERANZAS Y FRUSTRACIONES

 
Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107


2019 va a contener los efectos de lo acaecido en el 2018 en los dos ejes que marcaron el derrotero de la agenda del año anterior: la reforma judicial y la reforma política.

La reforma judicial tiene componentes políticos desde que los partidos influencian en los jueces y fiscales y estos a su vez buscan el amparo político, como demostraron los audios difundidos en el 2018. De allí que ha habido y van a ver serias resistencias para una reforma profunda del sistema de justicia. ¿Cuánto se podrá avanzar? Dependerá de la decisión política de los actores, incluyendo al presidente de la república, y del sesgo de la decisión que tomen. ¿Reforma de todo el sistema de justicia o solo “maquillaje”? Lo cierto, es que más allá de la modernización tecnológica de la administración de justicia, el servilismo y obsecuencia que se vive –salvo excepciones- denotan una rémora colonial bastante evidente.

Curiosamente, el cómo sea el desenlace de los casos de megacorrupción va a perfilar las candidaturas del 2021, desde candidaturas “institucionalistas” hasta las más radicales, incluyendo alguna a lo Bolsonaro. ¿Serán absueltos los acusados?, ¿se procesará a todos, sin importar el color político?, ¿las penas serán severas o leves? A la altura de cómo se comporte el sistema de justicia –incluyendo al vapuleado Ministerio Público- guardará correspondencia con el tipo de candidaturas y las ofertas electorales que se perfilen. Por ello es importante que sigan los procesos lo mejor posible, donde solo tenemos por ahora prisiones preventivas, no juzgamientos definitivos.

Otro tema es el uso y abuso de las “prisiones preventivas” y volverlas casi definitivas con periodos bastante largos de reclusión y sin acusación fiscal. En un estado de derecho ello es inadmisible. Llama la atención que los políticos hasta ahora investigados pertenecen a la oposición al oficialismo y con posibilidades presidenciales hacia el 2021. No se entiende como hasta ahora personajes políticos y empresariales vinculados a casos de megacorrupción, pero inocuos para el poder o pertenecientes al “bando antifujimorista” no sean investigados ni menos pedido también la prisión preventiva.

En este panorama, un hecho no menos importante, es la recomposición a mitad de año de casi todos los integrantes del Tribunal Constitucional. Recordemos que la designación de los miembros del TC es política, desde que el presidente y el congreso proponen a los candidatos. Si algún jurista, por más probo que sea, no tiene “padrinazgo” de algún grupo político, difícilmente su candidatura prosperará. De allí que los juristas que lo integran, salvo excepciones, son de una medianía para abajo. Solo se espera que a diferencia del defenestrado Consejo Nacional de la Magistratura, los candidatos al TC sean por lo menos correctos e idóneos.

Cosa parecida ocurre con la reforma política, un poco más complicada que la judicial. Si bien ha sido designada una junta de “notables” a fin que preparen un proyecto de reforma, recordemos que la decisión final la tiene el propio congreso. Cuánto querrá avanzar y si tiene voluntad para hacerlo, lo cual puede abrir otros escenarios, como hacer de las reformas una cuestión de confianza por parte del ejecutivo, de mostrarse renuente el congreso de aprobarlas tal como están o demorar este el trámite de su aprobación. Y también, por supuesto, se corre el riesgo que sea una reforma bastante amorfa o “tibia” y sirva de caballo de batalla para los aspirantes al 2021.

Y, por cierto, los que creen que el fujimorismo “ha muerto” están equivocados. Puede “resucitar”, de repente con Kenji y reagruparse en su entorno las fuerzas más o menos leales que queden del fujimorismo keikista. En política peruana, quizás por la falta de recambio generacional, hay un principio: no hay muertos.

Otro tema de especulación es hacia dónde va el populismo presidencial. Algunos temen que vaya a un populismo autoritario tipo el de Rafael Correa en Ecuador, donde su bandera fue empoderar a la ciudadanía para gobernar autocráticamente. Otros, que quede envuelto, por los áulicos que lo rodean, en un populismo mesiánico que lo crea ser “el salvador de la patria”. Y los menos suspicaces, que solo se trata de sobrevivencia política del ejecutivo que ante su orfandad de poder político no le queda más que sintonizar con el disgusto de la calle. Naturalmente que sacar “conejos del sombrero” como en el 2018 no surtirá tanto efecto. Politizar el ambiente y dejar de resolver los problemas más importantes, nos puede estancar en muchas metas de desarrollo. Contestarse con crecer solo 4% no resuelve problemas, como la demanda de puestos de trabajo para jóvenes que ingresan a la PEA.

Más allá de las sospechas, justificadas o no, mejor es “curarnos en salud” y estar alertas ante la tentación de un segundo fujimorismo, sobretodo teniendo en cuenta que nuestras instituciones son muy endebles, existen problemas serios que resolver, la idiosincrasia nacional tiene un vasallaje demasiado acentuado herencia de nuestros trescientos años de Colonia (Bolívar lo describió magistralmente hace doscientos años atrás y no hemos cambiado) y la “calle” responde a estados de ánimo bastante volubles. Nada está dicho y la historia se va escribiendo constantemente.

El otro coletazo que nos viene del 2018 es el referéndum. Más político y plebiscitario que técnico, de materializarse en la reforma política traerá problemas en el futuro, por lo que se deberá evaluar si el congreso sigue las “recomendaciones” del resultado o en su soberanía toma distancia. Igual sucede con el alcance de las reformas políticas. Parece que la comisión encargada, ante el terreno minado, va a tener mucha cautela en lo que propone.

Por eso, el 2019 se debatirá entre las esperanzas del cambio o las frustraciones del todo sigue igual; o como expresa el principio gatopardista “las cosas tienen que cambiar para que todo siga igual”.
 

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