Saturday, December 29, 2018

CÓRDOVA, 1918



Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107


Fue el inicio de la reforma universitaria más trascendente que conoció América Latina. Como sucede con algunos cambios, se inició con reclamos puntuales de los estudiantes de la Universidad de Córdova y, como bola de nieve, se expandió a otros países, incluyendo el Perú, donde un joven Víctor Raúl Haya de la Torre enarboló las banderas reformistas de ese entonces: libertad de cátedra, posibilidad de tacha a los profesores, a lo que se sumó luego reclamos puntuales como la separación del estado y la iglesia, cuando el gobierno de Leguía consagró el Corazón de Jesús, síntoma que nuestra mentalidad e ideología todavía se encuentra anclada en la Colonia.

El contexto de la reforma de Córdova se debe ubicar en el crecimiento de la clase media en las grandes ciudades y la incorporación de sus jóvenes a los estudios universitarios, reservados hasta inicios del siglo XX a los hijos de la aristocracia. Existe un componente social gravitante en la reforma y un reclamo democratizador horizontal de estos nuevos actores de las sociedades latinas de aquel entonces. Quizás ahí estuvo el éxito de la reforma universitaria y su expansión, acompañado del cuestionamiento que se hacía a las antiguas formas de enseñanza dogmática y memorística. Se abre la puerta a la crítica de la sociedad y sus actores, en un contexto donde el marxismo comienza a penetrar en los estudios universitarios. (Fue el caso del joven Haya de la Torre que realiza una interpretación personal del marxismo, “adaptándolo” a la realidad latinoamericana, así como José Carlos Mariátegui y su visión sui generis del materialismo histórico).

A ello se debe sumar el triunfo de la revolución rusa al otro extremo del mundo y la creación del “hombre nuevo”; y por estas tierras de la consolidación de la revolución mexicana que desata una serie de ideas nuevas en materia de educación, aparte que abre las compuertas de la escuela y la universidad a sectores sociales hasta ese entonces marginados, posibilitando una reestructuración social nunca vista en el continente. Tan importante que el indio –marginadísimo en las sociedades criollas- pasa a tener un rol central en la realidad, el arte y los estudios sociales.

Un siglo después, el proceso de democratización de la universidad continuó, acogiendo a los sectores populares. Este proceso dio lugar a una masificación de los estudios universitarios y a una sobredemanda de jóvenes que buscaban en la educación superior el ascenso social negado por otras vías. El proceso, dicho sea, no solo se produjo en las sociedades latinas, sino también en las europeas de la segunda mitad del siglo XX. (Y, en ambos lados del mundo, significó también una disminución de la calidad en la enseñanza universitaria).

Curiosamente este proceso de democratización dio lugar en nuestro país a la creación de las llamadas “universidades empresa” hacia fines del siglo XX, absorbiendo gran parte de la demanda de los jóvenes por estudios universitarios, al verse imposibilitadas las públicas y las privadas asociativas de atender semejante aluvión proveniente de los sectores populares. Igualmente se dio el caso de la pauperización de las universidades públicas y la distorsión de parte de las universidades asociativas hacia fines de lucro encubierto (altos sueldos de rectores y personal de confianza, derechos de enseñanza elevados, escasa inversión en investigación y personal docente poco idóneo). En Perú tenemos alrededor de 150 universidades entre públicas y privadas, pero ninguna, absolutamente ninguna, se encuentra entre las cien mejores del mundo, ni siquiera en el grupo de las quinientas. Y la investigación original, esencia de toda universidad, es escasa o casi nula.

Cien años después del grito de Córdova, las tareas que se plantea la universidad son otras. Existen nuevos retos que plantea el siglo XXI, como la redefinición de lo que se entiende por universidad. Hay una lucha para que las humanidades no desaparezcan de la currícula universitaria frente a una supuesta tecno-ciencia, así como no “adelgazar” más la malla curricular bajo el pretexto de una titulación exprés en las universidades-empresa.

Continúa la polémica si el estudiante universitario debe tener una visión humanista y amplia del mundo (universal como corresponde a la acepción original de universidad) o debe ser un técnico preparado para una tarea específica. La visión humanista lo prepara para una visión crítica de la sociedad, lo otro solo para ser un operador acrítico del sistema. Y no nos olvidemos de los medios digitales que posibilitan una educación virtual a distancia, sin horarios y flexible. (Muy posiblemente en un futuro cercano la educación universitaria presencial pase a ser apéndice de la educación virtual).

Son grandes dilemas de los que nosotros no podemos estar ajenos.

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