Saturday, January 16, 2021

¿QUÉ HACER CON DONALD TRUMP?

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Trump es de esos tipos que no pasan desapercibidos: la mitad de la población lo quiere … y la otra mitad lo odia. No hay término medio; y, en el cuartel de los republicanos, sucede lo mismo: la mitad lo detesta y la otra mitad lo considera que los llevará a la tierra prometida nuevamente.

 

Más allá de los sucesos de “la toma” del Capitolio norteamericano por seguidores de Trump que creen realmente hubo fraude en la elección presidencial de Noviembre pasado o si era “golpe de estado” la incitación a sus huestes, están los hechos de la profunda crisis y fractura que vive la sociedad norteamericana que se encuentra escindida entre los que añoran “una vuelta” al pasado esplendoroso y “blanco” de la Norteamérica post segunda guerra mundial y los que se han adaptado a los nuevos cambios en el contexto mundial producidos en los últimos 30 años posteriores a la caída del Muro de Berlín.

 

Salvando las distancias, esta crisis profunda de la sociedad norteamericana se parece a la que padeció a mediados del siglo XIX con la libertad o esclavitud para los negros en los estados del sur que polarizó a la sociedad norteamericana. Dividió familias y dividió amistades, como sucede también ahora. Es una crisis de crecimiento más que terminal y para ello han confluido una serie de factores.

 

El primero es el crecimiento demográfico desigual entre hispanos y anglos. Se estima que a mediados del presente siglo los hispanos serán mayoría y los “blancos” los menos. Esta situación ha generado un sentimiento de encono contra los “migrantes” que –creen- han venido a quitarles los puestos de trabajo. Sumen a los hispanos, los asiáticos, africanos y en menor medida los europeo orientales, para generar justificaciones entre los blancos conservadores que la decadencia de Norteamérica obedece a la migración.

 

No es casual que la base social de apoyo a Trump (bajo el lema “Hagamos Norteamérica grande de nuevo”) se encuentre en la mayoría blanca que no cuenta con estudios universitarios, desempleada o con empleos precarios, muchos de ellos provenientes de zonas rurales y una ideología “WASP” marcadamente regresiva de vuelta a una suerte de Edén perdido y los “valores americanos”.

 

Mientras los demócratas abogan por las “causas progresistas” (matrimonio igualitario, pro aborto, no discriminación de las minorías, etc.), ecológicas, sociales (mayor inversión en educación y salud), mayor tributación a los que cuentan con mayores ingresos, limitación de las armas de fuego, pro globalización, girando cada vez más hacia la izquierda (sin que ello implique dejar los compromisos con la “libre empresa” y el sistema capitalista); los republicanos acogen en su seno a supremacistas blancos, fundamentalistas religiosos, terraplanistas, militantes anti globalización, fuertes intereses económicos en mantener las cosas como están y los que añoran un regreso al “glorioso esplendor americano”, dejando su natural espacio de centro derecha para irse hacia una derecha más conservadora y recalcitrante. No es casual que ambos partidos representen la fractura que vive la sociedad norteamericana.

 

Pero el otro hecho que significará una insatisfacción y precariedad en el modo de vida de la población blanca sin estudios universitarios es la globalización post Muro de Berlín, cuya flexibilidad en la migración de empresas y facilidades tributarias y laborales en muchos países, permitió que empresas de EEUU decidan migrar a países donde la mano de obra es más barata, eliminando millones de empleos en la propia Norteamérica. El proceso se acentúa con la robotización de muchas actividades y los tratados de libre comercio que EEUU suscribe con distintos estados alrededor del mundo.

 

Fue una paradoja, porque la propia prosperidad de Norteamérica que tras el derrumbe de la Unión Soviética le permite ser la única potencia mundial, y en el contexto de la globalización productiva y por una lógica empresarial que busca disminuir costos y hacer los productos más competitivos, las empresas migran de su hábitat local, dejando sin empleo a millones de trabajadores en los propios EEUU. Los que pagaron la factura de este proceso son esos “loosers” de la globalización que vimos en el asalto al Capitolio.

 

Ello se exacerba con la competencia que China comienza a plantear en el terreno de los bienes manufacturados y altamente tecnificados, por lo que las empresas norteamericanas no solo deben competir por precio sino por calidad del producto. Digamos que Norteamérica fue víctima de su propio crecimiento.

 

Y si bien es colateral a lo que ha sucedido, EEUU debería ir pensando en cambiar su sistema de elección de presidente. Aunque lo veo difícil por su apego a la tradición, pero la elección indirecta a través de representantes en el Colegio Electoral, útil en el siglo XVIII o inicios del XIX, se nota anacrónica en una época como la actual donde sufragar directamente el ciudadano expresa mucho mejor la voluntad popular que el sistema de delegados.

 

El terreno para que aparezca Trump estaba abonado, así como lo estuvo para Hitler u otros líderes caudillistas en distintas épocas de la historia. Catalizó el descontento de un gran porcentaje de la población blanca pobre con un mensaje sencillo pero efectivo. No es raro que haya tenido y tendrá seguidores. Él o cualquiera que con su temperamento encarne esas ideas. Quizás Trump políticamente ha muerto, pero no el trumpismo.

 

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