Sunday, September 07, 2025

LOS EUNUCOS INMORTALES

             La generación del 50 fue, junto a la del centenario, una de las más ricas en talento y calidad creadora que hayamos tenido en el siglo XX. Es cierto que los eclipsó Mario Vargas Llosa, pasando a ser en los hechos el representante de esa generación, a pesar de contar con talentos como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Zavaleta, Miguel Gutiérrez, Washington Delgado, Luis Loayza, Antonio Gálvez Ronceros, y, por supuesto, Oswaldo Reynoso. Partido MVLL de este mundo -el último integrante vivo-, comienza a prestarse más oído a los otros representantes, con obras tan o más interesantes que las del Nobel peruano.

 

Uno de ellos es Oswaldo Reynoso (1931-2016) quien, con un libro de cuentos, Los inocentes (1961), y una novela, En octubre no hay milagros (1965), renovó la literatura peruana en los años 60. Sus obras iniciales se caracterizaron por un realismo crudo, de crítica social, no exento de toques de humor. Presenciamos una Lima lumpen, compuesta por marginales de la gran ciudad. Ya no es la clase media que estira como chicle el sueldo para que llegue a fin de mes, el niño bien que sufre problemas de conciencia por los pobres o jóvenes ilusionados con llegar a ser algún día escritor en París. El mundo de Reynoso, en esa vertiente naturalista que cultivó muy bien en sus primeros libros, es el de los fuera del sistema oficial, de aquellos que no tienen muchas oportunidades en la sociedad, sobreviven como pueden, prima la ley del más fuerte y el terokal es su diazepam.

 

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Reynoso estuvo doce años en China (1977-1989) como profesor de español y traductor. Como decía, fue allá para buscar la felicidad y el socialismo. No encontró ni lo uno ni lo otro, por lo menos el socialismo como él lo idealizaba. El año que llega comienzan los cambios. A la muerte de Mao, la llamada banda de los cuatro, encabezada por su viuda, cae en desgracia, y Deng Xiaoping, a través de múltiples alianzas, asume el poder pleno que dará paso a las reformas económicas, lo que se llamará luego socialismo de mercado. La consigna ahora es hacerse rico, no importa cómo.

 

Reynoso es testigo privilegiado de esos primeros años de reforma y los cambios políticos y sociales (la vieja guardia maoísta es pasada al retiro). Las preocupaciones de los jóvenes ya no son ideológicas como la de sus padres, sino estudiar en universidades extranjeras, buscar un buen trabajo fuera del país o en una trasnacional afincada, ganar en dólares o euros, aprender el inglés, preferencia por los gustos burgueses como ropa de marca, corte de cabello a la moda o ir a las discotecas que comenzaban a proliferar por distintas partes de China. El narrador se sorprende que incluso las universidades, otrora recintos sagrados del saber y de grandes debates sobre el socialismo, se hayan convertido en mercados persas donde estudiantes y profesores fungen de mercachifles vendiendo todo tipo de cosas, en una suerte de comercio ambulatorio.

 

Esa nueva China trae inflación, las cosas comienzan a subir, se compran productos a precio de mercado y ya no controlados como era antes, lo que hace inalcanzable algunos bienes esenciales para un chino que viva solo de su bajo sueldo. La corrupción se extiende entre los hijos y nietos de los fundadores de la República Popular, asentados en puestos clave del aparato estatal. En un país saturado de trámites y autorizaciones, el pedido de dinero o de un regalo de un funcionario público de cualquier nivel es a luz pública y descarado. Aparecen los nuevos ricos que viven del comercio o de la corrupción.

 

Esos hechos los presencia el chino de a pie, que no tuvo la suerte de contar con un father founder o un alto dirigente del PC chino en su familia y van a dar lugar a las protestas en la plaza de Tiananmén que duraron cerca de dos meses, de Abril hasta el 4 de Junio de 1989, día de su sangrienta represión.

 

¿Los protestantes de Tiananmén querían mayor democracia y elecciones libres como se pintó en Occidente, en una suerte de nuevos adalides por la libertad? Lo dudo. Creo que estaban muy lejos de una democracia representativa al estilo occidental. Sus demandas eran variadas, la principal, la renuncia inmediata de la cúpula partidaria, con Deng Xiaoping a la cabeza. Es decir, pedían el fin de la corrupción y el nepotismo.

 

Otras demandas iban por mayores libertades personales, flexibilización de los controles y la censura, y mejores condiciones de vida, las que se habían deteriorado por la liberalización económica de las reformas. Quizás haya habido un sector que añoraba el regreso a la situación preexistente a la muerte de Mao, pero debió ser minoritario. La mayoría estaba fatigada de diez años de revolución cultural maoísta que había traído más pobreza y escasez que beneficios tangibles. Y, muchos se acordaban nítidamente lo que trajo de nefasto para ellos y sus familias.

 

Podemos decir, grosso modo, que las demandas son producto de los beneficios y perjuicios que trae la liberalización económica en la China urbana. Beneficios que no llegan a todos en la misma proporción (el chorreo al que aluden los economistas). Las demandas recrudecen en China cuando se percibe que las diferencias son notorias entre los nuevos ricos con contactos y familiares en la cúpula dirigencial del partido y el ciudadano común. Desigualdad económica y social, algo que por este lado del mundo conocemos muy bien.

 

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Cuando se producen las protestas, el narrador, un Reynoso convaleciente de una operación delicada por cáncer, dificultosamente se puede movilizar y estar junto a los jóvenes universitarios y obreros que se congregan en Tiananmén. Se encuentra postrado en el Hotel de la Amistad, residencia de extranjeros como él y próximo a poder regresar a su país de origen, Perú, una vez que la recuperación sea mayor y pueda soportar el largo viaje de vuelta. Con esfuerzo hace un peregrinaje para solidarizarse con los manifestantes, pero su salud se resiente, así que mayormente le informan de los hechos tanto colegas extranjeros como jóvenes chinos, uno de ellos es Liang, caído en Tiananmén, a cuya memoria dedica el libro.

 

La novela se encuentra estructurada a modo de diario, dividido en días previos a la masacre y una coda posterior al sangriento silenciamiento de la revuelta. Pero el libro no es una crónica, es una ficción que se encuentra a medio camino entre la novela y la crónica propiamente, con reflexiones insertas del propio narrador, donde, por ejemplo, elucubra sobre las protestas y la posterior represión de las fuerzas del orden, muy similar a las que él sufrió de joven en su natal Arequipa contra la dictadura de Odría. Fantasmas del ayer y fantasmas de los caídos hoy se le aparecen y conversan con él.

 

No solo es lo que sucede y ve o le cuentan de Tiananmén, sino, como buen sibarita que era, contiene el libro una parte dedicada a la gastronomía china, tan exquisita y refinada, con platos inimaginables para un occidental. Le invitan, por ejemplo, un caldo llamado niu bian en base a pene de toro (sic) para que reconstituya fuerzas, ahora que se encuentra convaleciente. Abundan los afrodisiacos como uno en base a pinga de perro con rana arrecha (?), brebajes milenarios antes de inventarse el viagra que devuelven el vigor hasta a un hombre de 80 años y, según un grabado antiguo que ve el narrador, capaz de desflorar a una niña de 15.

 

El libro tiene su parte risueña, cuando un profesor, colega suyo, que ejerce el oficio de casamentero, le busca esposa china para que se quede por siempre en el país, siendo la candidata una agraciada y joven viuda, desconociendo el colega que al peruano le gustan más los chicos que las mujeres. O las prohibiciones que todavía subsisten de contacto sexual entre chinos y occidentales, aunque cada vez más laxas, por la prostitución que crece en la ciudad y el subterfugio que varios de sus colegas usan para traer una chica a la residencia de extranjeros como “intérprete” o “profesora privada” de idiomas. Vemos una China, sobre todo urbana, que va cediendo en las antiguas tradiciones y da paso a las costumbres liberales de occidente.

 

Leemos páginas sobre la condena a la homosexualidad en la China socialista, tan puritana en ello como los inquisidores sexuales de Occidente. El narrador cuenta que en la época de Mao fondeaban a los homosexuales en el mar, atándoles una roca al cuello. Ahora, en la China de Deng, solo los mandan a campos de reeducación severamente vigilados para que se “corrijan” en labores comunitarias.

 

Se aprecia una sensualidad homoerótica del narrador hacia los jóvenes. Más que contacto sexual, es un goloso regodeo visual hacia esos jóvenes bellos, bien formados, atractivos en la flor de la edad. Ese regodeo es muy parecido al del profesor Aschenbach hacia el joven Tadzio en la novela Muerte en Venecia de Thomas Mann y su adaptación fílmica por Luchino Visconti. El personaje principal no llega a tener contacto físico con el púber, pero se deleita mirándolo. Es un placer sensual de la vista.

 

Por cierto, Reynoso cuenta que el sándalo que prenden los chinos cuando un occidental entra a una habitación no es por gentileza sino por el olor que expelen, desagradable para ellos, como a muerto o a queso rancio. Otra observación que realiza es sobre los iniciales extranjeros habitantes del Hotel de la Amistad, mayormente de países del tercer mundo, pero luego esa mayoría de colaboradores será de origen norteamericano o europeo, cuando el país comienza a privilegiar las técnicas occidentales de producción.

 

Igualmente advierte sobre la poca consideración a los héroes del pueblo en la era de las reformas económicas, aquellos ciudadanos anónimos que cumplen un deber cívico más allá de sus obligaciones habituales. Pone el ejemplo de la ayi, trabajadora del hogar en el hotel. Esta antes era respetada y considerada por todos en la localidad donde vive, incluso fungía de juez de paz en conflictos domésticos. Ahora ya nadie le hace caso ni la respeta, y se privilegia y se tiene en consideración solo a los que tienen dinero, sea como comerciantes, por la corrupción o por negocios no muy trasparentes.

 

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El libro es barroco, por ese modo suntuoso y recargado, de párrafos largos que ocupan páginas de páginas que expresan el fluir de la conciencia o de un estado de duermevela del narrador. Es un libro a veces difícil de leer para un lector no acostumbrado a ese estilo de escritura que, el autor, domina con maestría y madurez.

 

¿Por qué eunucos inmortales? Los eunucos en la antigua China primero ocuparon el puesto de guardianes de las mujeres del emperador (por eso eran eunucos, para que no tengan relaciones o un hijo con alguna de ellas) y, poco a poco, pasaron a ocupar cargos más importantes, hasta ser funcionarios de confianza, designar altos puestos en la burocracia estatal y decidir la sucesión, una vez muerto el emperador, no siempre por causas naturales. Reynoso da la clave en las páginas finales del libro:

 

“¿Eunucos inmortales? Sí, eunucos inmortales, le afirmo, los burócratas, esos especímenes que siempre se aferran al timón del barco que sea sin importarles el rumbo que tomen. Esos que siempre flotan. Rojos, blancos, verdes o amarillos, qué más da, la misma mierda.” (pp. 279-280).

 

Dentro de esos eunucos inmortales se encuentra el propio Deng Xiaoping, a quien no deja bien parado en el libro y se comenta que casi le cuesta el cargo la rebelión en Tiananmén, en la lucha por el poder al interior del PC chino. De allí la sangrienta respuesta del gobierno a la manifestación estudiantil, no solo el violento desalojo de la plaza, sino ejecuciones extrajudiciales posteriores y carcelería para otros más (aparte que cayeron en desgracia dirigentes chinos que se oponían a la solución violenta). Escarmiento para que no se vuelvan a repetir actos de rebelión contra el gobierno y el partido y, de paso, reafirmar Deng su poder a fin que no vuelva a ser puesto en discusión.

 

Fue una situación bastante delicada para el gobierno. No solo por esa imagen de cruda represión hacia afuera. Muchos pensaban que iba a caer o se produciría una cruenta guerra civil. Extranjeros que ayudaron a los protestantes en Tiananmén tuvieron que salir del país o refugiarse en una embajada. Se decreta la ley marcial y hay orden de disparar a quien la incumpla. Los chinos, sobre todo los que están en contacto con extranjeros, deben firmar una declaración jurada de lo que hicieron antes, durante y después de la rebelión, a quiénes vieron, dónde estuvieron; información que era cruzada con la de otros declarantes.

 

Y el narrador, luego de la represión sangrienta, sigue creyendo en el socialismo, irónicamente lo que motivó su viaje hasta la milenaria China. Lo reafirma, pero condicionado, más como una razón para vivir que un hecho concreto:

 

“Michel, después de traer más botellas [de cerveza] de mi departamento, me pregunta: ¿Y por qué sigue creyendo en el socialismo? Porque es la más hermosa de las utopías creadas por el hombre y porque además es una necesidad biológica de la sobrevivencia de la especie humana.” (p. 286).

 

Merece destacarse el esfuerzo que se ha hecho por publicar nuevamente Los eunucos inmortales, luego de su primera edición en 1995, ya agotada hace mucho tiempo. Es insólito en un país donde cuando muere el escritor sus obras se dejan de publicar, pasando lentamente al olvido, salvo contadas excepciones; aunque esta nueva edición no está exenta de erratas. Debió haberse tenido más cuidado, sobre todo si consideramos que la misma se debe a un sello tan importante como es Alfaguara. Se extraña también un estudio preliminar. Tiene un prólogo, pero es bastante genérico y más relacionado a un anecdotario.

 

Los eunucos inmortales sigue vigente y no ha envejecido como otros libros de más reciente data. Vale la pena leer o releer a un gran escritor de la ahora ya lejana generación del 50.


*Oswaldo Reynoso: Los eunucos inmortales. Edición consultada: Alfaguara, 2025, 298 pp.

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