La generación del 50 fue, junto a la del centenario, una de las más ricas en talento y calidad creadora que hayamos tenido en el siglo XX. Es cierto que los eclipsó Mario Vargas Llosa, pasando a ser en los hechos el representante de esa generación, a pesar de contar con talentos como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Zavaleta, Miguel Gutiérrez, Washington Delgado, Luis Loayza, Antonio Gálvez Ronceros, y, por supuesto, Oswaldo Reynoso. Partido MVLL de este mundo -el último integrante vivo-, comienza a prestarse más oído a los otros representantes, con obras tan o más interesantes que las del Nobel peruano.
Uno
de ellos es Oswaldo Reynoso (1931-2016) quien, con un libro de cuentos, Los
inocentes (1961), y una novela, En octubre no hay milagros (1965),
renovó la literatura peruana en los años 60. Sus obras iniciales se
caracterizaron por un realismo crudo, de crítica social, no exento de toques de
humor. Presenciamos una Lima lumpen, compuesta por marginales de la gran
ciudad. Ya no es la clase media que estira como chicle el sueldo para que
llegue a fin de mes, el niño bien que sufre problemas de conciencia por los
pobres o jóvenes ilusionados con llegar a ser algún día escritor en París. El
mundo de Reynoso, en esa vertiente naturalista que cultivó muy bien en sus
primeros libros, es el de los fuera del sistema oficial, de aquellos que no
tienen muchas oportunidades en la sociedad, sobreviven como pueden, prima la
ley del más fuerte y el terokal es su diazepam.
*****
Reynoso
estuvo doce años en China (1977-1989) como profesor de español y traductor.
Como decía, fue allá para buscar la felicidad y el socialismo. No encontró ni
lo uno ni lo otro, por lo menos el socialismo como él lo idealizaba. El año que
llega comienzan los cambios. A la muerte de Mao, la llamada banda de los
cuatro, encabezada por su viuda, cae en desgracia, y Deng Xiaoping, a
través de múltiples alianzas, asume el poder pleno que dará paso a las reformas
económicas, lo que se llamará luego socialismo de mercado. La consigna
ahora es hacerse rico, no importa cómo.
Reynoso
es testigo privilegiado de esos primeros años de reforma y los cambios
políticos y sociales (la vieja guardia maoísta es pasada al retiro). Las
preocupaciones de los jóvenes ya no son ideológicas como la de sus padres, sino
estudiar en universidades extranjeras, buscar un buen trabajo fuera del país o en
una trasnacional afincada, ganar en dólares o euros, aprender el inglés, preferencia
por los gustos burgueses como ropa de marca, corte de cabello a la moda
o ir a las discotecas que comenzaban a proliferar por distintas partes de
China. El narrador se sorprende que incluso las universidades, otrora recintos
sagrados del saber y de grandes debates sobre el socialismo, se hayan
convertido en mercados persas donde estudiantes y profesores fungen de
mercachifles vendiendo todo tipo de cosas, en una suerte de comercio
ambulatorio.
Esa
nueva China trae inflación, las cosas comienzan a subir, se compran productos a
precio de mercado y ya no controlados como era antes, lo que hace inalcanzable
algunos bienes esenciales para un chino que viva solo de su bajo sueldo. La
corrupción se extiende entre los hijos y nietos de los fundadores de la
República Popular, asentados en puestos clave del aparato estatal. En un país
saturado de trámites y autorizaciones, el pedido de dinero o de un regalo de un
funcionario público de cualquier nivel es a luz pública y descarado. Aparecen
los nuevos ricos que viven del comercio o de la corrupción.
Esos
hechos los presencia el chino de a pie, que no tuvo la suerte de contar con un father
founder o un alto dirigente del PC chino en su familia y van a dar lugar a
las protestas en la plaza de Tiananmén que duraron cerca de dos meses, de Abril
hasta el 4 de Junio de 1989, día de su sangrienta represión.
¿Los
protestantes de Tiananmén querían mayor democracia y elecciones libres como se
pintó en Occidente, en una suerte de nuevos adalides por la libertad? Lo dudo. Creo
que estaban muy lejos de una democracia representativa al estilo occidental.
Sus demandas eran variadas, la principal, la renuncia inmediata de la cúpula
partidaria, con Deng Xiaoping a la cabeza. Es decir, pedían el fin de la
corrupción y el nepotismo.
Otras
demandas iban por mayores libertades personales, flexibilización de los
controles y la censura, y mejores condiciones de vida, las que se habían
deteriorado por la liberalización económica de las reformas. Quizás haya habido
un sector que añoraba el regreso a la situación preexistente a la muerte de
Mao, pero debió ser minoritario. La mayoría estaba fatigada de diez años de
revolución cultural maoísta que había traído más pobreza y escasez que
beneficios tangibles. Y, muchos se acordaban nítidamente lo que trajo de
nefasto para ellos y sus familias.
Podemos
decir, grosso modo, que las demandas son producto de los beneficios y
perjuicios que trae la liberalización económica en la China urbana. Beneficios
que no llegan a todos en la misma proporción (el chorreo al que aluden
los economistas). Las demandas recrudecen en China cuando se percibe que las
diferencias son notorias entre los nuevos ricos con contactos y familiares en
la cúpula dirigencial del partido y el ciudadano común. Desigualdad económica y
social, algo que por este lado del mundo conocemos muy bien.
*****
Cuando
se producen las protestas, el narrador, un Reynoso convaleciente de una
operación delicada por cáncer, dificultosamente se puede movilizar y estar
junto a los jóvenes universitarios y obreros que se congregan en Tiananmén. Se
encuentra postrado en el Hotel de la Amistad, residencia de extranjeros como él
y próximo a poder regresar a su país de origen, Perú, una vez que la
recuperación sea mayor y pueda soportar el largo viaje de vuelta. Con esfuerzo
hace un peregrinaje para solidarizarse con los manifestantes, pero su salud se
resiente, así que mayormente le informan de los hechos tanto colegas
extranjeros como jóvenes chinos, uno de ellos es Liang, caído en Tiananmén, a
cuya memoria dedica el libro.
La
novela se encuentra estructurada a modo de diario, dividido en días previos a
la masacre y una coda posterior al sangriento silenciamiento de la revuelta. Pero
el libro no es una crónica, es una ficción que se encuentra a medio camino
entre la novela y la crónica propiamente, con reflexiones insertas del propio
narrador, donde, por ejemplo, elucubra sobre las protestas y la posterior
represión de las fuerzas del orden, muy similar a las que él sufrió de
joven en su natal Arequipa contra la dictadura de Odría. Fantasmas del ayer y
fantasmas de los caídos hoy se le aparecen y conversan con él.
No
solo es lo que sucede y ve o le cuentan de Tiananmén, sino, como buen sibarita
que era, contiene el libro una parte dedicada a la gastronomía china, tan
exquisita y refinada, con platos inimaginables para un occidental. Le invitan,
por ejemplo, un caldo llamado niu bian en base a pene de toro
(sic) para que reconstituya fuerzas, ahora que se encuentra convaleciente. Abundan
los afrodisiacos como uno en base a pinga de perro con rana arrecha (?),
brebajes milenarios antes de inventarse el viagra que devuelven el vigor hasta
a un hombre de 80 años y, según un grabado antiguo que ve el narrador, capaz de
desflorar a una niña de 15.
El
libro tiene su parte risueña, cuando un profesor, colega suyo, que ejerce el
oficio de casamentero, le busca esposa china para que se quede por siempre en
el país, siendo la candidata una agraciada y joven viuda, desconociendo el
colega que al peruano le gustan más los chicos que las mujeres. O las
prohibiciones que todavía subsisten de contacto sexual entre chinos y
occidentales, aunque cada vez más laxas, por la prostitución que crece en la
ciudad y el subterfugio que varios de sus colegas usan para traer una chica a
la residencia de extranjeros como “intérprete” o “profesora privada” de idiomas.
Vemos una China, sobre todo urbana, que va cediendo en las antiguas tradiciones
y da paso a las costumbres liberales de occidente.
Leemos
páginas sobre la condena a la homosexualidad en la China socialista, tan
puritana en ello como los inquisidores sexuales de Occidente. El narrador
cuenta que en la época de Mao fondeaban a los homosexuales en el mar, atándoles
una roca al cuello. Ahora, en la China de Deng, solo los mandan a campos de
reeducación severamente vigilados para que se “corrijan” en labores
comunitarias.
Se
aprecia una sensualidad homoerótica del narrador hacia los jóvenes. Más que
contacto sexual, es un goloso regodeo visual hacia esos jóvenes bellos, bien
formados, atractivos en la flor de la edad. Ese regodeo es muy parecido al del
profesor Aschenbach hacia el joven Tadzio en la novela Muerte en Venecia de
Thomas Mann y su adaptación fílmica por Luchino Visconti. El personaje
principal no llega a tener contacto físico con el púber, pero se deleita
mirándolo. Es un placer sensual de la vista.
Por
cierto, Reynoso cuenta que el sándalo que prenden los chinos cuando un
occidental entra a una habitación no es por gentileza sino por el olor que expelen,
desagradable para ellos, como a muerto o a queso rancio. Otra observación que
realiza es sobre los iniciales extranjeros habitantes del Hotel de la Amistad,
mayormente de países del tercer mundo, pero luego esa mayoría de colaboradores
será de origen norteamericano o europeo, cuando el país comienza a privilegiar
las técnicas occidentales de producción.
Igualmente
advierte sobre la poca consideración a los héroes del pueblo en la era
de las reformas económicas, aquellos ciudadanos anónimos que cumplen un deber
cívico más allá de sus obligaciones habituales. Pone el ejemplo de la ayi,
trabajadora del hogar en el hotel. Esta antes era respetada y considerada por
todos en la localidad donde vive, incluso fungía de juez de paz en conflictos
domésticos. Ahora ya nadie le hace caso ni la respeta, y se privilegia y se
tiene en consideración solo a los que tienen dinero, sea como comerciantes, por
la corrupción o por negocios no muy trasparentes.
*****
El
libro es barroco, por ese modo suntuoso y recargado, de párrafos largos que
ocupan páginas de páginas que expresan el fluir de la conciencia o de un estado
de duermevela del narrador. Es un libro a veces difícil de leer para un lector
no acostumbrado a ese estilo de escritura que, el autor, domina con maestría y
madurez.
¿Por
qué eunucos inmortales? Los eunucos en la antigua China primero ocuparon
el puesto de guardianes de las mujeres del emperador (por eso eran eunucos,
para que no tengan relaciones o un hijo con alguna de ellas) y, poco a poco,
pasaron a ocupar cargos más importantes, hasta ser funcionarios de confianza,
designar altos puestos en la burocracia estatal y decidir la sucesión, una vez
muerto el emperador, no siempre por causas naturales. Reynoso da la clave en
las páginas finales del libro:
“¿Eunucos
inmortales? Sí, eunucos inmortales, le afirmo, los burócratas, esos especímenes
que siempre se aferran al timón del barco que sea sin importarles el rumbo que
tomen. Esos que siempre flotan. Rojos, blancos, verdes o amarillos, qué más da,
la misma mierda.” (pp.
279-280).
Dentro
de esos eunucos inmortales se encuentra el propio Deng Xiaoping, a quien no
deja bien parado en el libro y se comenta que casi le cuesta el cargo la
rebelión en Tiananmén, en la lucha por el poder al interior del PC chino. De
allí la sangrienta respuesta del gobierno a la manifestación estudiantil, no
solo el violento desalojo de la plaza, sino ejecuciones extrajudiciales
posteriores y carcelería para otros más (aparte que cayeron en desgracia
dirigentes chinos que se oponían a la solución violenta). Escarmiento para que
no se vuelvan a repetir actos de rebelión contra el gobierno y el partido y, de
paso, reafirmar Deng su poder a fin que no vuelva a ser puesto en discusión.
Fue
una situación bastante delicada para el gobierno. No solo por esa imagen de
cruda represión hacia afuera. Muchos pensaban que iba a caer o se produciría
una cruenta guerra civil. Extranjeros que ayudaron a los protestantes en Tiananmén
tuvieron que salir del país o refugiarse en una embajada. Se decreta la ley
marcial y hay orden de disparar a quien la incumpla. Los chinos, sobre todo los
que están en contacto con extranjeros, deben firmar una declaración jurada de
lo que hicieron antes, durante y después de la rebelión, a quiénes vieron,
dónde estuvieron; información que era cruzada con la de otros declarantes.
Y
el narrador, luego de la represión sangrienta, sigue creyendo en el socialismo,
irónicamente lo que motivó su viaje hasta la milenaria China. Lo reafirma, pero
condicionado, más como una razón para vivir que un hecho concreto:
“Michel,
después de traer más botellas [de cerveza] de mi departamento, me pregunta: ¿Y
por qué sigue creyendo en el socialismo? Porque es la más hermosa de las
utopías creadas por el hombre y porque además es una necesidad biológica de la
sobrevivencia de la especie humana.” (p.
286).
Merece
destacarse el esfuerzo que se ha hecho por publicar nuevamente Los eunucos
inmortales, luego de su primera edición en 1995, ya agotada hace mucho
tiempo. Es insólito en un país donde cuando muere el escritor sus obras se dejan
de publicar, pasando lentamente al olvido, salvo contadas excepciones; aunque
esta nueva edición no está exenta de erratas. Debió haberse tenido más cuidado,
sobre todo si consideramos que la misma se debe a un sello tan importante como
es Alfaguara. Se extraña también un estudio preliminar. Tiene un prólogo, pero
es bastante genérico y más relacionado a un anecdotario.
Los
eunucos inmortales
sigue vigente y no ha envejecido como otros libros de más reciente data. Vale
la pena leer o releer a un gran escritor de la ahora ya lejana generación del
50.
No comments:
Post a Comment