Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Es la clasificación que, grosso modo,
Mario Vargas Llosa (MVLL) propuso en un artículo periodístico de 1968 (Novela
primitiva y novela de creación en América Latina. En: El fuego de la
imaginación, Volumen I, pp. 51-65).
Es
un joven MVLL, que ha obtenido con sus dos primeras novelas, sendos premios, y,
con la segunda, La casa verde, ganó en 1967 el primer certamen del
premio Rómulo Gallegos, curiosamente con el nombre del célebre escritor
venezolano que lo considera dentro del grupo de los “primitivos”.
Según
MVLL, los “primitivos” serían aquellos copistas de las modas y estilos europeos
(principalmente de Francia) o que buscaban solo reflejar la realidad, como el
caso de la autora peruana Clorinda Matto de Turner, una “matrona cuzqueña”
(sic). En la lista figuran autores del siglo XIX y de la primera mitad del XX:
Eustasio Rivera, Jorge Icaza, Miguel Ángel Asturias. Ricardo Palma (“un
cuentista ingenioso”) y nuestro célebre Ciro Alegría. No lo dice, pero de la
lectura de su artículo se infiere que son autores olvidables o de segundo
nivel.
En
cambio, los “creativos” están presentes desde la tercera década del siglo XX.
Se caracterizan por crear un mundo propio, donde el uso del lenguaje y las
técnicas narrativas les permite, según el autor, ser escritores universales,
leídos en cualquier parte del mundo (“…asequible a lectores de cualquier
lugar y de cualquier lengua, porque los asuntos que expresa han adquirido, en
virtud de un lenguaje y una técnica funcionales, una dimensión universal…”,
p. 55).
Para
el autor del artículo, como los antecedentes más remotos de los creativos se
encuentran los cuentistas Horacio Quiroga, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges;
pero sobre todo figuran Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, nuestro José María
Arguedas, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, y por supuesto los autores del boom:
Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y, por extensión y a
pesar de no autonombrarse, Mario Vargas Llosa. (“…La novela deja de ser “latinoamericana”,
se libera de esa servidumbre. Ya no sirve a la realidad, ahora se sirve de la
realidad…ya no se esfuerzan por expresar “una” realidad, sino visiones y
obsesiones personales: “su” realidad [lo que MVLL en otros artículos y
declaraciones llama “sus demonios”]…, p. 56).
En
pocas palabras, los escritores primitivos copiaban los estilos y modas provenientes
de Europa y buscaban solo reflejar la realidad circundante; por oposición, los
creativos aspiran a volverse universales, apropiándose de esa realidad por
medio de la forma (uso del lenguaje, técnicas narrativas, puntos de vista del
narrador, etc.).
Más
que creativos quizás convendría llamarlos “modernos” en el sentido de
contemporaneidad. Al final de cuentas todo escritor es creativo, matices más,
matices menos. No hay escritores que no lo sean, por lo menos en grado mínimo.
Y ninguno de los “primitivos” citados por MVLL dejó de ser creativo. Por
ejemplo, Ricardo Palma tuvo que ser creativo para “reinventar” el pasado
colonial peruano. Ni por asomo lo que cuenta en sus Tradiciones Peruanas
es calco y copia de la época virreinal. Igual sucede con Ciro Alegría. Se
apropia de la realidad que conoció o le contaron de niño y la reconstituye en
sus célebres novelas, sobre todo en la épica El mundo es ancho y ajeno.
Dentro
de la larga lista de los “creativos” citados por MVLL, muchos tienen obras
francamente olvidables. Rayuela de Julio Cortázar, a pesar de lo
ingeniosa que se consideró en su momento, luego de sesenta años de publicada ha
envejecido enormemente. De Gabriel García Márquez, muchas de sus novelas ya
resienten el paso del tiempo, incluyendo algunas páginas de la célebre Cien
años de soledad. Ni hablar de MVLL, gran parte de sus novelas son
francamente olvidables, por más que tuvo buenas intenciones creativas al
escribirlas. Digamos que hay de todo en la viña del Señor.
Suponemos
que esa división que hace entre escritores primitivos y escritores creativos
obedeció a la pedantería y maniqueísmo propios de su personalidad, a la
juventud y a cierta arrogancia, porque él estaba en la lista de los segundos,
los supuestos “inmortales” de las letras latinoamericanas en un momento en el
cual el boom de la novela latinoamericana de los años 60 se encontraba
en su cenit. Boom que -como se explicó en artículos pasados- tuvo mucho
de comercial, promovido por las grandes editoriales que, naturalmente, buscaban
vender la mayor cantidad de libros de un escritor. Existió cuantiosa cuota de
marketing y del cual se hace necesario separar la paja del trigo.
Como
decía Keynes, refiriéndose a los políticos, “Tras cualquier acción de un
político se puede encontrar algo dicho por un intelectual quince años atrás”.
Lo mismo se puede decir de los escritores, de los inventores, de los
científicos o de cualquier creador. No hay nada nuevo bajo el sol. El propio
MVLL no pudo concebir su mundo imaginario sin las técnicas que aprendió leyendo
concienzudamente las novelas de William Faulkner.
La
ciencia ha demostrado que la creación, en cualquier dimensión humana, no existe
cien por ciento en estado puro, si no que se encuentra sujeta a lo que en el
pasado otros hicieron. Hasta los plagios más descarados han servido para crear
algo nuevo, como sucede con los inventos. Nadie abre trocha desde cero, otros
abrieron camino anteriormente. Caso contrario, caeríamos en el complejo de
Adán. En el caso de los escritores cargan con muchos pasivos en su haber, comenzando
por el lenguaje (¿escribirán en su lengua materna o, de tenerla, en su lengua
por adopción?), pasando por la influencia de lo que otros escribieron antes que
él. Y lo que producen tendrá una cuota de creatividad mayor o menor, para bien
o para mal, por más chabacano o burdo que pueda parecer el producto terminado.
Creo
que fue Chéjov quien dijo “Si quieres ser universal habla de tú aldea”.
Y tenía razón. No bastan las técnicas literarias a que hace mención MVLL para
volverse un “escritor universal”. Las técnicas son el instrumento, el medio, pero
la base es el feeling, el sentimiento que pone el autor en lo que quiere
trasmitir. La pasión (o “los demonios” en la jerga de MVLL) es importantísima,
algo eminentemente subjetivo que el escritor lo deberá racionalizar y encauzar
en su novela o cuento. De allí que una aldea la puede convertir en el centro
del universo y de allí también su inmortalidad o su olvido en la noche del
tiempo, dependiendo si tuvo éxito o no al momento de estructurar sus demonios
internos; sin olvidar el factor suerte, la fortuna. No solo cuenta la calidad
artística, también el azar, los imponderables que el ser humano no puede controlar.
Debemos
suponer que la sobrevaloración de la forma para llegar a ser “un escritor
universal” obedeció al primer período creativo del propio MVLL, el de su
juventud, donde experimenta con las técnicas literarias hasta el paroxismo
(saltos en el tiempo, diálogos simultáneos en distintas épocas, lugares y
personajes de la novela, monólogos interiores, puntos de vista del narrador,
etc.), llegando a su culmen en Conversación en la Catedral (1969).
Gradualmente luego vendrá un periodo más sosegado en la experimentación hasta
volverse, en sus siguientes novelas, casi tradicional en la forma de narrar.
Hubo
de todo en la lista de MVLL de escritores “primitivos” y de escritores
“creativos”. Los buenos, los mediocres y los francamente malos. Los que serán
leídos por las siguientes generaciones por más que hayan sido calificados de
primitivos, y los que pasarán al olvido por más que se les considere como
creativos y hayan vendido miles de libros estando vivos.
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