Sunday, August 31, 2025

PRIMITIVOS VS CREATIVOS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Es la clasificación que, grosso modo, Mario Vargas Llosa (MVLL) propuso en un artículo periodístico de 1968 (Novela primitiva y novela de creación en América Latina. En: El fuego de la imaginación, Volumen I, pp. 51-65).

 

Es un joven MVLL, que ha obtenido con sus dos primeras novelas, sendos premios, y, con la segunda, La casa verde, ganó en 1967 el primer certamen del premio Rómulo Gallegos, curiosamente con el nombre del célebre escritor venezolano que lo considera dentro del grupo de los “primitivos”.

 

Según MVLL, los “primitivos” serían aquellos copistas de las modas y estilos europeos (principalmente de Francia) o que buscaban solo reflejar la realidad, como el caso de la autora peruana Clorinda Matto de Turner, una “matrona cuzqueña” (sic). En la lista figuran autores del siglo XIX y de la primera mitad del XX: Eustasio Rivera, Jorge Icaza, Miguel Ángel Asturias. Ricardo Palma (“un cuentista ingenioso”) y nuestro célebre Ciro Alegría. No lo dice, pero de la lectura de su artículo se infiere que son autores olvidables o de segundo nivel.

 

En cambio, los “creativos” están presentes desde la tercera década del siglo XX. Se caracterizan por crear un mundo propio, donde el uso del lenguaje y las técnicas narrativas les permite, según el autor, ser escritores universales, leídos en cualquier parte del mundo (“…asequible a lectores de cualquier lugar y de cualquier lengua, porque los asuntos que expresa han adquirido, en virtud de un lenguaje y una técnica funcionales, una dimensión universal…”, p. 55).

 

Para el autor del artículo, como los antecedentes más remotos de los creativos se encuentran los cuentistas Horacio Quiroga, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges; pero sobre todo figuran Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, nuestro José María Arguedas, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, y por supuesto los autores del boom: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y, por extensión y a pesar de no autonombrarse, Mario Vargas Llosa. (“…La novela deja de ser “latinoamericana”, se libera de esa servidumbre. Ya no sirve a la realidad, ahora se sirve de la realidad…ya no se esfuerzan por expresar “una” realidad, sino visiones y obsesiones personales: “su” realidad [lo que MVLL en otros artículos y declaraciones llama “sus demonios”], p. 56).

 

En pocas palabras, los escritores primitivos copiaban los estilos y modas provenientes de Europa y buscaban solo reflejar la realidad circundante; por oposición, los creativos aspiran a volverse universales, apropiándose de esa realidad por medio de la forma (uso del lenguaje, técnicas narrativas, puntos de vista del narrador, etc.).

 

Más que creativos quizás convendría llamarlos “modernos” en el sentido de contemporaneidad. Al final de cuentas todo escritor es creativo, matices más, matices menos. No hay escritores que no lo sean, por lo menos en grado mínimo. Y ninguno de los “primitivos” citados por MVLL dejó de ser creativo. Por ejemplo, Ricardo Palma tuvo que ser creativo para “reinventar” el pasado colonial peruano. Ni por asomo lo que cuenta en sus Tradiciones Peruanas es calco y copia de la época virreinal. Igual sucede con Ciro Alegría. Se apropia de la realidad que conoció o le contaron de niño y la reconstituye en sus célebres novelas, sobre todo en la épica El mundo es ancho y ajeno.

 

Dentro de la larga lista de los “creativos” citados por MVLL, muchos tienen obras francamente olvidables. Rayuela de Julio Cortázar, a pesar de lo ingeniosa que se consideró en su momento, luego de sesenta años de publicada ha envejecido enormemente. De Gabriel García Márquez, muchas de sus novelas ya resienten el paso del tiempo, incluyendo algunas páginas de la célebre Cien años de soledad. Ni hablar de MVLL, gran parte de sus novelas son francamente olvidables, por más que tuvo buenas intenciones creativas al escribirlas. Digamos que hay de todo en la viña del Señor.

 

Suponemos que esa división que hace entre escritores primitivos y escritores creativos obedeció a la pedantería y maniqueísmo propios de su personalidad, a la juventud y a cierta arrogancia, porque él estaba en la lista de los segundos, los supuestos “inmortales” de las letras latinoamericanas en un momento en el cual el boom de la novela latinoamericana de los años 60 se encontraba en su cenit. Boom que -como se explicó en artículos pasados- tuvo mucho de comercial, promovido por las grandes editoriales que, naturalmente, buscaban vender la mayor cantidad de libros de un escritor. Existió cuantiosa cuota de marketing y del cual se hace necesario separar la paja del trigo.

 

Como decía Keynes, refiriéndose a los políticos, “Tras cualquier acción de un político se puede encontrar algo dicho por un intelectual quince años atrás”. Lo mismo se puede decir de los escritores, de los inventores, de los científicos o de cualquier creador. No hay nada nuevo bajo el sol. El propio MVLL no pudo concebir su mundo imaginario sin las técnicas que aprendió leyendo concienzudamente las novelas de William Faulkner.

 

La ciencia ha demostrado que la creación, en cualquier dimensión humana, no existe cien por ciento en estado puro, si no que se encuentra sujeta a lo que en el pasado otros hicieron. Hasta los plagios más descarados han servido para crear algo nuevo, como sucede con los inventos. Nadie abre trocha desde cero, otros abrieron camino anteriormente. Caso contrario, caeríamos en el complejo de Adán. En el caso de los escritores cargan con muchos pasivos en su haber, comenzando por el lenguaje (¿escribirán en su lengua materna o, de tenerla, en su lengua por adopción?), pasando por la influencia de lo que otros escribieron antes que él. Y lo que producen tendrá una cuota de creatividad mayor o menor, para bien o para mal, por más chabacano o burdo que pueda parecer el producto terminado.

 

Creo que fue Chéjov quien dijo “Si quieres ser universal habla de tú aldea”. Y tenía razón. No bastan las técnicas literarias a que hace mención MVLL para volverse un “escritor universal”. Las técnicas son el instrumento, el medio, pero la base es el feeling, el sentimiento que pone el autor en lo que quiere trasmitir. La pasión (o “los demonios” en la jerga de MVLL) es importantísima, algo eminentemente subjetivo que el escritor lo deberá racionalizar y encauzar en su novela o cuento. De allí que una aldea la puede convertir en el centro del universo y de allí también su inmortalidad o su olvido en la noche del tiempo, dependiendo si tuvo éxito o no al momento de estructurar sus demonios internos; sin olvidar el factor suerte, la fortuna. No solo cuenta la calidad artística, también el azar, los imponderables que el ser humano no puede controlar.

 

Debemos suponer que la sobrevaloración de la forma para llegar a ser “un escritor universal” obedeció al primer período creativo del propio MVLL, el de su juventud, donde experimenta con las técnicas literarias hasta el paroxismo (saltos en el tiempo, diálogos simultáneos en distintas épocas, lugares y personajes de la novela, monólogos interiores, puntos de vista del narrador, etc.), llegando a su culmen en Conversación en la Catedral (1969). Gradualmente luego vendrá un periodo más sosegado en la experimentación hasta volverse, en sus siguientes novelas, casi tradicional en la forma de narrar.

 

Hubo de todo en la lista de MVLL de escritores “primitivos” y de escritores “creativos”. Los buenos, los mediocres y los francamente malos. Los que serán leídos por las siguientes generaciones por más que hayan sido calificados de primitivos, y los que pasarán al olvido por más que se les considere como creativos y hayan vendido miles de libros estando vivos.

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