Eduardo
Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Este 1 de Junio se llevó a cabo en México la elección por sufragio popular de jueces a todo nivel, incluyendo los de la Corte Suprema. El INE (el Instituto Nacional Electoral) estimó una participación ciudadana alrededor del 13%, una de las más bajas en los últimos procesos electorales. La medida, impulsada por el gobierno de López Obrador y ratificada por la presidenta Claudia Sheinbaum, ha generado controversias en la oposición por la posible manipulación política que la elección de jueces puede traer, considerando los claros indicios que apuntan a convertir Morena (partido de López Obrador y Sheinbaum) en el PRI del siglo XXI.
En
el mundo es rara la elección popular de los jueces. Estados Unidos tiene el
sistema para los jueces estatales, más no los federales, los que son nombrados
por el presidente de la república, incluyendo los de la Corte Suprema. Suiza
tiene un sistema parecido, con la diferencia que el Parlamento nombra a los
jueces federales y los cantonales por elección popular. En ambos países, los
partidos políticos pueden proponer candidatos y el candidato a juez lucir el
emblema del partido por el cual postula.
En la región
es Bolivia quien desde el 2011 elije a sus jueces por elección popular.
En
teoría el sistema de elección popular debería ser el idóneo en una democracia.
Recordemos que los atenienses, inventores de la democracia, elegían a sus
jueces por sorteo, entre los ciudadanos que voluntariamente se presentaban al
cargo. El azar decidía quién era designado como juzgador. El juez designado no
tenía posibilidad de reelegirse a fin de evitar la parcialidad y la acumulación
de poder. La preocupación se encontraba, desde los antiguos griegos, en la
manipulación política y parcialidad que el sistema de elección puede tener. Es
lo que se ha criticado en Bolivia, por ejemplo, donde los jueces designados son
muy proclives a escuchar al poder político antes de decidir una causa
controvertida, a lo que se debe sumar los adecuados filtros para que ciudadanos
indeseables o con prontuario no accedan a la administración de justicia; o la
necesaria educación cívica del elector para que elija de manera prudente y
racional, algo de lo cual en la región estamos muy lejos. Ya no hablemos del
narcotráfico y el crimen organizado, que pueden solventar muy bien distintas
candidaturas al cargo de juez.
Estados
Unidos es quien tiene la más larga tradición y, pese a los cuestionamientos, ha
funcionado más o menos por la solidez de las instituciones, aunque no exento de
fallos controvertidos; pero, en líneas generales un juez de la Corte Suprema,
por más que el presidente de la nación lo haya designado, votará una causa de
acuerdo a su conciencia. Lo mismo no podemos decir de los países de América
Latina, donde el favor político o económico pesará al momento de las
resoluciones que el juez deba emitir. Es sotto voce que muchas
decisiones judiciales se compran al peso.
En
el medio, entre la elección popular y la elección por el poder político, se
encuentra la de un organismo especializado independiente que nombre a los
magistrados por concurso público y orden meritocrático. Es el sistema que
tenemos nosotros, aunque no exento también de críticas, cuando el órgano
decisor encargado de la selección y los nombramientos es copado sea por intereses
políticos, económicos o de instituciones extra estatales.
Es
un experimento bastante radical y riesgoso el mexicano (la elección es de
magistrados a todo nivel, incluyendo los de la Corte Suprema y el Tribunal
Electoral). Abriga fundadas dudas. Temores hoy e incógnitas mañana, sobre todo
por el copamiento de poder del partido gobernante. Habrá que ver cómo se
desarrolla y la evidencia empírica que el experimento puede traer. Un balance
crítico y desapasionado de aquí a algunos años no estaría demás.
No obstante ello, la historia enseña que no hay poder eterno, sea de una persona, un grupo o un partido político. Por lo general, cuando concentran demasiado poder, caen por su propio peso. La historia es una buena maestra y consejera con innumerables ejemplos de trágicos finales de aquellos que creían o se sentían poderosos. El propio PRI (partido donde militó López Obrador) es un buen ejemplo. El todopoderoso partido mexicano que fue en el siglo XX y lo que es ahora.