Eduardo
Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Oswaldo Reynoso no fue un “escritor profesional” en el sentido vargasllosiano; es decir, aquel que es escritor a tiempo completo, vive de escribir sus libros, y entrega uno nuevo a su editorial cada cierto tiempo. Si bien, tanto Reynoso como MVLL, pertenecen a la misma generación, la del 50, sus vidas y creaciones fueron por distintos caminos.
Reynoso,
integrante junto a Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros del célebre Grupo
Narración de clara tendencia marxista, fue parco en publicar. Largos años
sin dar a luz un nuevo libro, el viaje a China y el regreso con una novela-crónica
deslumbrante (Los eunucos inmortales). El silencio también obedeció a
sus ideas políticas en relación a Sendero Luminoso. Siempre calificó las
acciones terroristas como “guerra popular”, término muy usual entre los
simpatizantes y amigos de SL, sobre todo de cierta izquierda que creía (y
algunos creen todavía) nos encontrábamos en el umbral de la revolución
socialista que tanto soñaron. Le pasó lo mismo que a Miguel Gutiérrez, otro
coetáneo de la generación del 50, que eludió calificar negativamente el
accionar terrorista (incluso en el caso de Gutiérrez con la mujer y un hijo
militando en las filas de Abimael Guzmán). Las ideas políticas dejaron relegadas
en un segundo plano las creaciones literarias, las que, ahora que ha pasado más
agua bajo el puente y partidos ambos escritores de este mundo, están siendo
revaloradas de nuevo.
*****
Su
novela más conocida y quizás la más leída fue la primera que publicó, En
Octubre no hay milagros. Inscrita dentro del naturalismo, en la vertiente
de las novelas de denuncia social, privilegia a los personajes de los
estratos populares y la baja clase media. Es una suerte de novela coral que
trascurre en un solo día, el día de la procesión del Cristo de Pachacamilla.
Me
parece que hasta ese momento ninguna novela de denuncia social urbana
había tratado en forma tan cruda las experiencias vividas por personajes pertenecientes
a los sectores populares. Frente a una narrativa que privilegiaba a protagonistas
de la clase media, aparecían chicas adolescentes que pierden la virginidad en
la oscuridad de una azotea, el bestialismo o la sodomía entre hombres, escenas
descritas con una visceralidad que impactó a cierto público. Imaginamos porqué
la novela escandalizó cuando fue su publicación. Pero, a pesar de ello, los
personajes son descritos con tal empatía que no sentimos repulsión.
Es
cierto que, como advirtió MVLL en un artículo comentando en su momento el libro,
hay desnivel en el tratamiento a los personajes de los sectores populares, a
los que el autor secretamente admira, y la forma en que describe a Don Manuel,
uno de los dueños del Perú de ese entonces. Una rata haciendo
negocios y manejando los hilos del poder político para su beneficio, y
homosexual desbocado por añadidura. Descrita su condición sexual en forma
caricaturesca, más de personaje de humor chabacano, le restaba credibilidad. Creo
que ello obedeció al marxismo que ya había abrazado e influenciado a Reynoso en
esos años, describiendo un cuadro de buenos y malos bastante maniqueo, buscando
satirizar al personaje como representante de “las clases explotadoras”; y
también a su desconocimiento de los sectores plutocráticos de la sociedad
peruana, que, es evidente, no conocía bien, salvo referencias de manual muy
genéricas, sustituyendo ese desconocimiento con su imaginación y un humor
grueso poco convincente; lo que no ocurre con los personajes de los sectores
populares, descritos con empatía y en forma bastante realista.
En
ese marco, la ciudad de Lima de esos años, también cobra un protagonismo
esencial. Es una ciudad más grande. Los extramuros ahora se encuentran al final
de la Av. México, lugar de prostitutas y maricones, hostales con olor a semen y
a orines, y el famoso mercado mayorista La Parada, sitio de leyendas
urbanas. La ciudad que nos describe el autor es una ciudad caótica y sucia, que
ha crecido por el asentamiento progresivo de varias migraciones e invasiones,
con sus conflictos y choques culturales.
El
mundo gay está presente en la novela, mundo que atraviesa todas las
clases sociales y que el autor conocía muy bien por su propia condición sexual.
Eran bastante solapas, sobre todo si pertenecían a los sectores altos de la
sociedad limeña, por el estigma social y moral de ese entonces, muchos con
familia y mujer que servían de fachada a su verdadera condición,
buscando en los sectores populares adolescentes que satisfagan sus deseos, tal
como describe la novela. Montarse un cabro, como decían los chicos que
servían de putos, tanto para desfogar sus instintos básicos como para
ganarse unos soles o, de tener suerte, ligarse un maricón millonario que paga
mucho más y regala cosas de valor, como le sucede a un miembro de la collera
que nos describe el narrador.
Por
cierto, el autor nos presenta la relación entre Don Manuel y el muchacho que le
sirve de amante, como una relación depredador sexual-presa, cosificándolo al
último, en términos marxistas, como una mercancía que, agotado su valor de uso,
será desechado; por lo que el acto del muchacho de escapar de ese mundo de
riquezas y oropel en que su estatus es el de un mantenido, será un acto de
liberación.
Como
trasfondo de todo ese mundo caótico y disímil, la procesión del Señor de los
Milagros en el mes de Octubre que reúne a todas las clases sociales. Con
distancias físicas de por medio, ricos y pobres se dan encuentro en la
procesión. Reynoso, como buen marxista, ve en ese fervor religioso el opio del
pueblo.
La
vida y miserias de los Colmenares, una familia de la clase media baja, nos lo
describe muy bien. El padre buscando todo el día infructuosamente una vivienda,
ya que será desalojado él y su familia por la inmobiliaria de don Manuel, el
mismo dueño del banco donde trabaja. La madre, pasiva y rogando al Señor que le
haga el milagro de una casa. La hija mayor, bastante agraciada, y a la búsqueda
de un marido con plata que la saque de la pobreza. El mayor de los varones todavía
no sabe bien lo que quiere en la vida, y muere trágicamente a manos de la
represión policial. Y, el menor, camino a ser un pirañita de barrio y
delincuente juvenil. En ese sentido, la saga de la familia Colmenares, con sus
miserias y desvelos, es espléndida. Incluso, como en los libros de Zola,
hubiera dado para continuar otras novelas con uno o más de los personajes.
Es
una novela corta, de poco más de 250 páginas (en general las novelas de Reynoso
se encuentran en ese promedio, no encontramos ninguna monumental en el
estilo de sus coetáneos Gutiérrez o Vargas Llosa), dejando de lado la narración
decimonónica y dando paso a técnicas de narración modernas, muy en boga en
aquellos años. Es curioso que, en el momento de su publicación, 1965, haya sido
catalogada de “pornográfica” por la descripción cruda de una realidad que,
suponemos, una parte de la sociedad limeña desconocía. Incluso críticos tan
reputados como José Miguel Oviedo se horrorizaron de su contenido. Visto ahora
y luego de todo lo que ha pasado en el Perú y en el mundo, la novela hasta
resulta inocente y cándida.
60
años después de publicada En Octubre no hay milagros (Reynoso tenía buen
olfato para colocar el título a sus libros) no ha envejecido. La edición de
Alfaguara esta vez sí se nota mejor cuidada (a diferencia de Los eunucos
inmortales que contiene varias erratas), y trae un prólogo interesante a
cargo de Mariana Enríquez y a modo de colofón dos artículos de la época
comentando la novela, uno de Mario Vargas Llosa y otro de Washington Delgado,
miembros -como Reynoso- de la magistral y ya desaparecida generación del 50.