Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Es el
título del artículo de un catedrático español, Francisco Tapiador, sobre un
hecho que se está volviendo sintomático tanto en Europa como en este lado del
mundo: el otorgar inmerecidamente las notas a estudiantes que no cumplen con
los requisitos académicos para obtenerlas (Las consecuencias de regalar las
notas. Francisco Tapiador. En: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2025/06/04/consecuencias-regalar-notas/0003_202506G4P16991.htm)
En principio, el fenómeno no es
exclusivo de acá, sino que se replica también en España y, hasta donde tengo
entendido, algo similar sucede en universidades de Francia e Italia. El
facilismo de “regalar notas” sin las exigencias académicas necesarias.
Como señala Tapiador, el hecho se
produce en primer lugar por el temor del docente a las evaluaciones de los
estudiantes, quienes “le pondrán una cruz” al docente que cumple con los
requisitos académicos, que es exigente, es decir lo evaluarán mal, por lo que
decide no hacerse problemas y aprobar a todos. Asimismo, indica, esas
evaluaciones sirven para dar bonificaciones extras al profesor y hasta para
subir en el escalafón universitario, por lo que es un incentivo maligno que
produce a su vez una lógica perversa: Los profesores exigentes con el
cumplimiento de los requisitos académicos serán relegados y los profesores regalones,
apruebatodos, serán premiados, generando una enseñanza mediocre en la
universidad, lo cual se agrava si el propio “centro de estudios” fomenta esa
cultura facilista.
Igual sucede en el lado del
estudiante. Se desincentiva la exigencia académica en el estudiante y más bien
se promueve la medianía, lo cual, a su vez, produce profesionales poco
preparados para los requerimientos que demanda el mundo moderno, por lo que
posiblemente estos no serán contratados en cargos bien pagados que requieren
mucha presión, responsabilidad y creatividad para resolver problemas. (El problema de regalar la nota en la
universidad no es solo que sea injusto con los mejores estudiantes, con los que
se esfuerzan y trabajan, sino que mina la base económica de un país
moderno como España. La competitividad de nuestra economía se basa en tener
una mano de obra muy cualificada. Ninguna empresa puntera se instala donde no
puede garantizar un flujo constante de ingenieros y técnicos. Pero, además de
tener muchos donde elegir, tienen que ser buenos. Tienen que estar bien
formados, y tiene que ser gente que haya demostrado que es capaz de
resolver problemas que nunca haya visto antes, porque ese es el día a día de
las empresas que innovan, las competitivas: responder gracias a unos
conocimientos sólidos a los desafíos que aparecen cuando se crea lo que nadie
ha hecho antes. (Op.
Cit., en cursiva y negrita nuestro).
Lo
cual se va a agravar con el uso intensivo de Inteligencia Artificial que hará
desaparecer muchos puestos de trabajo y el profesional que no se encuentre
adecuadamente preparado será relegado a puestos poco competitivos, con menores
ingresos o, peor aún, en el desempleo absoluto. Al final de cuentas, se le hace
un flaco servicio al propio estudiante al regalarle las notas en su formación
académica.
Tapiador también indica que existe
la creencia que el simple hecho de ingresar a una universidad da derecho al
título profesional sin esforzarse demasiado. Si bien los estudios
universitarios, señala, son parte del ascenso social meritorio de una persona,
no por ello inmerecidamente se les va a regalar el título sin el necesario
esfuerzo académico, por lo que las universidades que fomentan estas políticas facilistas
serán las que estén en un menor ranking de excelencia académica. Es un círculo
vicioso que se retroalimenta.
Tapiador lo contextualiza en el
mundo competitivo de los profesionales en la Unión Europea; pero el problema también
se observa en esta parte del mundo, donde el facilismo académico, el terror de
los docentes a las encuestas estudiantiles (las que el autor recomienda deben
ser atenuadas) y, en el caso de las universidades de paga, el temor a “perder
clientes” (estudiantes), y, en las públicas, “razones sociales” (es madre
soltera, tiene cinco hijos, estudia y trabaja a la vez, etc.), producen
profesionales poco aptos para el exigente mundo contemporáneo, propiciando que
al momento de la contratación, como vimos en anterior artículo, los empleadores
prefieran a estudiantes de ciertas universidades y excluyan a las de poca exigencia
en la preparación universitaria, perjudicándose así el propio estudiante que dentro
de la universidad se le permitió el facilismo de pasar de un ciclo a otro, u
obtener el título, sin las necesarias exigencias que requiere su calificación profesional.
Al final, la colocación en una
empresa de cierto prestigio será menor para un estudiante versus otro al que sí
se le considere mejor preparado por la universidad de procedencia. Al poco
preparado le quedará empleos de baja calidad, el desempleo, o, dedicarse a
trabajos ajenos a lo que estudió.
Sería interesante un estudio integral
que haga el seguimiento a los estudiantes que egresaron de universidades con y
sin excelencia académica, públicas o privadas, dónde se encuentran ahora, qué
carrera estudiaron y qué trabajo desempeñan, cuánto perciben de ingresos, son o
no líderes e innovadores en su especialidad. Creo que daría más de una
sorpresa.