Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Es difícil que una figura tan
controversial como la de Francisco Franco genere consenso. Ni siquiera en el
cincuentenario de su muerte. Incluso hay jóvenes en la España de hoy que lo
admiran. Y, también, otros que lo aborrecen. No es raro. Salvando las
distancias, es tan controversial como entre nosotros lo fue Alberto Fujimori o,
en Chile, Augusto Pinochet. Son parteaguas en una nación y su legado siempre
estará en polémica. O son muy odiados o son muy queridos; pero, no hay término
medio.
Franco,
como los dos antes citados, son personajes que emergen de naciones en crisis.
Para nadie es un secreto que la república española era un caos, que existían
intereses de fuera para que reine la anarquía y que muchos especulaban que este
caos se resolvía en una guerra civil. En esa difícil coyuntura emerge “el
caudillo por la gracia de Dios”.
A
diferencia de Pinochet o Fujimori, que sientan las bases de un país diferente,
guste o no, con Franco las cosas fueron más complicadas. Frente al
aislacionismo en que las naciones europeas y EEUU encierran a España luego de
la guerra civil (recordemos que España mantenía una política de colaboracionismo
con el fascismo italiano y alemán), el franquismo plantea un modelo económico
de autarquía y de precios controlados que no funciona. Hay hambrunas, escasez, mercado
negro. Y, atraso, mucho atraso, económico, social y cultural. Muchos españoles
migran a Europa como mano de obra barata o a “hacer la América”; sin contar,
claro, los miles que tuvieron que huir para salvar la vida luego de vencidos
los republicanos. Con ellos España pierde “masa gris”, talento que se va a
otros países.
Aunque
parezca política exclusiva del ex bloque soviético o de la actual Cuba y
Venezuela, cada ciudadano en la España franquista tenía una cartilla de
racionamiento para comprar los productos necesarios de una canasta de alimentos
a precio regulado, productos que muchas veces no encontraba en el mercado
oficial, pero sí en el mercado negro a precio libre. Son conocidos como “los
años del hambre”.
El
modelo no funcionó, a tal punto que, en los 50, visitantes de esa España
atrasada creen que el franquismo no sobrevive. El ambiente cultural es bastante
pobre y pueblerino. Mario Vargas Llosa comenta que el Madrid de aquellos años parecía
un pueblo de provincias y no la capital de un país; y las procesiones, rezos y
poder de la Iglesia Católica en la sociedad y el estado era enorme. El Opus Dei
podía vetar a un rector de Universidad con sospechas de liberalismo y el
control absoluto de los contenidos en las escuelas por parte de la Iglesia
impedía el librepensamiento y la sana crítica en la enseñanza. Atraso y
oprobio.
A
fines de los 50 e inicios de los 60 la economía se abre a Europa y al mundo.
Cambian de modelo. Se ofrecen incentivos para una industrialización del país, fomentar
el turismo y hacer películas extranjeras. Por costos, muchos clásicos fueron
filmados en España. La censura también se vuelve más flexible. Sigue habiendo,
pero no es tan rígida como antes. Algunos afirman que ya en los 60 había una
España más cosmopolita y menos franquista. Había dictadura, es cierto, pero como
que flexibiliza los controles. Es la antesala de lo que vendrá en los 70, a la
muerte del caudillo.
En
esos años y a la sombra del franquismo nace una clase media moderna y los
nuevos ricos que, conforme van haciéndose más fuertes como clase social, poco a
poco, van a tratar de independizarse de la dictadura y a jugar un papel
importante en la transición española.
¿Por
qué fue una transición pacífica a la muerte de Franco en 1975 y no la guerra
civil entre “las dos Españas” que muchos temían?
En
principio fue gracias a los actores políticos de ese entonces. Tanto el
oficialismo como la oposición se dan cuenta que enfrentarse de nuevo daría
inicio a otra guerra civil. Asumen con madurez el tiempo que les ha tocado
vivir y aplican la política del “borrón y cuenta nueva”. Puede parecer cínico;
pero era preferible enterrar el hacha y no perseguir a los culpables de
crímenes de lesa humanidad que enfrentarse nuevamente y provocar más muertes,
hambrunas y desolación, como las que vivieron en la guerra los españoles. Se
produce el “compromiso histórico” que dará lugar a la apertura democrática. Perdía
la revancha, pero ganaba la estabilidad política del país. Es lo que hicieron
también en Chile cuando muere Pinochet y, por desgracia, lo que no hicimos nosotros,
y ya vemos como estamos en estabilidad política.
Franquistas
lúcidos como Adolfo Suárez se sientan en la mesa de concertación con opositores
duros del pasado como Santiago Carrillo, nada menos que el secretario general
del Partido Comunista Español. Se dan cuenta que es imposible volver atrás, que
restaurar la república era un sueño en ese momento y que más factible era una
monarquía constitucional con plena garantía de derechos para los españoles y un
Parlamento elegido libremente, a la usanza de muchos países europeos. Fue
realismo político.
Franco
también puso su grano de arena para la sucesión. No designó a otro militar en
el poder, sino al heredero al trono, el futuro rey Juan Carlos I, restaurando
la dinastía borbónica anterior a la república. Pensando que Juan Carlos iba a conducir
un gobierno conservador, lo designa al trono; pero muerto Franco tenemos un rey
que avala todos los cambios que se vienen y que afianza la democracia. La
sociedad española pasa de la cruz al voto. Algo que se debe agradecer al rey
emérito. Fue un gran valedor de la transición democrática.
Los
franquistas tienen su aggiornamento y se convierten en partidos
democráticos (algo similar hicieron en Chile los pinochetistas), y los
socialistas del PSOE, los grandes rivales en la oposición, se modernizan y
dejan archivado su ideario marxista. Cuando son gobierno, en 1982, con Felipe
González, asumen el poder sin revanchas ni rencores, y extienden la mano a los
que, antaño, fueron sus grandes enemigos. Triunfó la reconciliación sobre el
fúsil de guerra. El resto es historia conocida.
Franco
seguirá siendo una figura cuestionada por un buen tiempo, pero es imposible
dejar de mencionarlo. Siempre habrá en España un antes y un después de Franco,
guste o no.