Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Si bien la novela por fines comerciales
ha sido catalogada como una de space opera, Dune es compleja y de
ritmo lento. Sus personajes tienen largas interiorizaciones de sus dudas o de
lo que piensan del otro, lo que interrumpe la acción, a la que se encuentra
acostumbrado un lector de este tipo de obras.
Está
dividida en tres libros y dentro de ellos distintos capítulos con un epígrafe
inicial cada uno, escrito por la princesa Irulan, futura esposa de Paul,
relatando la vida e historia de este, ya convertido en leyenda como Muad’Dib,
por lo que estamos ante una historia contada de hechos sucedidos en el pasado. De
las casi 800 páginas (hecho insólito en novelas de ciencia ficción), en las
cien primeras el lector que no conoce la trama ignora hacia dónde va el narrador,
se sentirá desorientado y es posible que hasta deje el libro. El inicio es una
presentación bastante morosa de los personajes y en especial de la familia del
Duque Leto. Se usan muchos nombres y conceptos de la religión musulmana (y en
menor medida de la religión budista), a tal punto que el autor tuvo que agregar
como anexo un diccionario de términos. Y, el final del libro es una suerte de
anticlímax. No es el héroe que se comporta en forma altruista con el adversario
vencido. Paul más que como mesías se comporta como ganador de la batalla,
repartiendo el botín de guerra y lo que le toca, incluyendo la mano de la hija
del emperador, lo que consolidará su ascensión al trono.
Por
añadidura, Frank Herbert no era muy cuidadoso en el estilo ni la forma que le
daba a la novela. Tenía una mayor preocupación por el contenido que por la
forma, por lo que muchos pasajes del libro son bastante abigarrados y ese
inicio sin un norte definido (que confunde a muchos lectores) más se debe a
cuestiones estilísticas que a una aptitud deliberada del autor por parecer
oscuro. Igual sucede con las largas disquisiciones internas de los personajes,
conocidas como monólogo interior. Interrumpen la acción a cada momento y se
hilvanan descuidadamente.
La
novela de Herbert trata precisamente temas como la lucha por el poder y la
religión como sustento del orden social y político, organizado
maquiavélicamente por las Bene Gesserit, hermandad monástica femenina que tras
bastidores organiza alianzas, planifica líneas de sucesión genética, planea
intrigas o elimina rivales. Más que una novela de ciencia ficción, Dune
es una novela de intrigas políticas, ambiciones desmesuradas y mesías que
justifiquen un orden dominante. Y detrás de todo ello la eterna condición
humana, igual ahora que en el pasado o en un futuro lejano.
Conforme
a la tradición bíblica, el desierto de la novela es una metáfora de duras
pruebas, el encontrarse a sí mismo y la trasformación de quien vive esas
pruebas, tal como le sucede a Paul. De un joven imberbe de 15 años -en el libro
es mucho más joven que en las adaptaciones al cine- pasa a ser un hombre
sometido a diversas pruebas internas y externas, que incluso le pueden costar
la vida. Del desierto Paul regresa, convertido en el Mesías, arrastrando a todo
un pueblo tras de sí, pueblo que se considerará como el elegido por Dios.
En
el eje de esas luchas por el poder y el dinero se encuentra la melange,
especia que producen los gusanos de Arrakis. Equivale, por su capacidad de
seducción y ambiciones que desata, a lo que antaño era el oro para los europeos:
todo el mundo la quiere tener y no importa cómo. No se llega a especificar sus características
esenciales, salvo que la materia prima la producen los gusanos y tiene fines
geriátricos (el emperador la usa, tiene más de 70 años y parece solo de 30) y
ayuda a la navegación de los pilotos en el espacio. Lo cierto es que la especia
solo es el disparador para desarrollar la trama, de allí que Frank Herbert no
se preocupó mucho en describirla (la descripción de la especia en la novela es
más de una droga alucinógena que abre la conciencia a otras dimensiones, muy en
la onda lisérgica de los años 60).
Otro
punto característico de la novela es el destino. Todos conocen cuál es el suyo.
El duque Leto sabe que la concesión de Arrakis es una trampa mortal que le ha
urdido el emperador, quien lo teme como un rival. Paul sabe que es el elegido,
a pesar que no lo tiene muy claro al inicio, y la dama Jessica, madre de Paul y
concubina del Duque, siente que se juega su destino y el del universo al dar a
luz a un hombre y no una mujer como las Bene Gesserit le ordenaron.
Ese
destino manifiesto tiene un sabor a tragedia griega. Los personajes saben que
les depara los acontecimientos y cómo terminarán. El mismo Paul que, sin
proponérselo, genera toda una religión alrededor suyo, en el tercer libro
terminará asesinado por uno de sus sacerdotes (algo que en cierta manera él
también había previsto). La yihad sangrienta que quiso evitar, de todas maneras
ocurrirá a manos de los suyos. Y Paul renegará por cierto de esa religión que
se ha formado en torno a él. Muere para ser inmortal en la memoria de los
hombres, muy en la tradición cristiana.
Religión
y política siempre han ido de la mano, tema caro para Frank Herbert. La
religión sirve para controlar el orden social. Las Bene Gesserit tienen por
misión que la galaxia marche en un orden definido. Es un poder religioso que se
utiliza para un control político. Toda religión usada en un contexto sirve como
pretexto político y justificación de guerras. ¿Es Paul el mesías que los fremen
esperaban? ¿Se cree Paul realmente el mesías? ¿El mesías es solo una invención sembrada
por las Bene Gesserit para sostener un orden social y político como se da a
entender en la novela? El mismo Paul se hace estas preguntas. El libro contiene
muchas preguntas de los personajes, dudas e introspecciones de los mismos.
Como
todo salvador, su rol implica una serie de profecías y la constitución de una
religión más o menos orgánica en torno a este, con los correspondientes mitos y
organización jerárquica. Todas las grandes religiones han tenido un mesías, un
“enviado de Dios”. Pero no solamente es lo sagrado de aquel enviado por Dios,
sino su uso político y bélico. Religión y política. Las justificaciones que
pueden derivar para una “guerra santa” contra los “infieles”. La yihad.
Las semejanzas con la realidad presente son más que evidentes.
No
menos importante es el mundo que nos presenta Dune. A pesar que estamos
en un futuro bastante lejano, el mundo de Dune es uno de organización
feudal, con castas y privilegios. Hay pobreza y esclavos, así como poco desarrollo
técnico, en parte por decisión propia. Sabemos que en un pasado remoto hubo una
guerra contra las máquinas inteligentes que ganaron los hombres (ya sabemos de
dónde vino la idea de Terminator), limitando su inteligencia. De allí
que la tecnología en Dune es básica.
Por
cierto, la adaptación al cine de la novela de Frank Herbert rondaba desde los
años 70. Alejandro Jodorowsky fue el primer encargado; pero, la desmesurada
adaptación del chileno, la cantidad de horas que iba a tener el filme y el
presupuesto que se desbordaba más allá de todo límite, la cancelaron hasta
nuevo aviso (recién en 1984 veríamos la primera adaptación dirigida por David
Lynch).
Por
lo que quedó (existe un documental al respecto) iba a ser una recreación de la
novela en ese estilo hiperrealista propio de Jodorowsky. Ese proyecto, así como
el libro, inspiraron en su momento a películas futuristas con aire retro como
la saga de Star wars o Blade runner.
El
éxito de Dune dio origen a una saga. Frank Herbert escribió los seis primeros
libros; luego su hijo ha continuado con la publicación, incluyendo precuelas
explicativas. Aunque la crítica considera que el primero, Dune, es el
mejor de todos y vale adentrarse en ese mundo distópico no muy diferente al
nuestro. Ahora que cumple 60 años de publicado, es buen momento para leer o
releer el libro.
* Frank
Herbert: Dune. Edición consultada: Ediciones Debolsillo, Penguin Random
House, 2022, 780pp.