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Monday, July 06, 2015

LLÁMALO AMOR, SI QUIERES

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107


Mario Vargas Llosa es un tipo polémico. Siempre lo fue y ahora, con su evidente romance con Isabel Preysler, vuelve a ratificar su temperamento en una suerte de canto del cisne.

Quien haya seguido de cerca su trayectoria personal y literaria conocerá que sus dos matrimonios estuvieron plagados de escándalo: primero con una tía política diez años mayor que él y luego con una prima hermana un tanto menor.

Ahora, cuando apenas se terminaban de apagar las celebraciones por los cincuenta años de matrimonio ininterrumpido con su esposa Patricia, la de las sensibles frases laudatorias en el discurso de aceptación del Nobel, cuando todo parecía una constante de calma y monotonía conyugal rodeado apaciblemente de hijos y nietos, ve la luz pública las primeras fotografías acompañado de la socialité de España, Isabel Preysler, de aquella que estuvo casada con el no menos famoso y millonario cantante Julio Iglesias, y luego con el tampoco menos próspero empresario y político español Miguel Boyer, de aquella que prefiere el estado civil de casada al de divorciada o viuda (apenas hace pocos meses falleció el último de los nombrados), anunciando los medios el –digamos- “romance del año”.

Por esas ironías de la vida, Mario Vargas Llosa ha pasado a ser parte de “la sociedad del espectáculo”, de aquella que tanto vituperó en su conocido ensayo sobre la sociedad del show y las apariencias, de lo superfluo y pasajero, de la imagen y el escándalo.

En esta comedia de la vida, cada parte juega muy bien el rol que le corresponde: la esposa digna en su sufrido mutismo; los hijos rodeando a la madre en señal de apoyo; la Preysler con ese aire mundano de “a mi que me importa lo que sufran otros”, desempeñando muy bien su papel de “villana”, la robamaridos, la mala de la película; y don Mario, con un rejuvenecido look que no disimula bien las angustias que debe estar sufriendo por dentro. Al hombre se le han venido encima como diez años, a pesar que era un cuasi octogenario apacible y rozagante. Por cierto, le cae muy bien el papel del anciano ciego ante la pasión otoñal volcada en una mujer más joven que él, del intelectual que no tiene calle, encerrado en sus libros y presa fácil de los engaños femeninos. Para usar un vocablo caro al escritor, de cacaseno.

Pero alguien por allí podrá argüir que se trata de justicia poética. Tardía, pero justicia al fin y al cabo. Quienes tienen buena memoria recordarán que la prima Patricia se entrometió en la relación de Mario con Julia Urquidi en un viaje que la entonces jovencísima prima hizo a Francia, alojándose en el departamento del escriba, y fue por ella que abandonó a la pobre tía Julia. Esta última ya lleva muerta algunos años, pero quienes creen en el destino podrán aplicar el conocido adagio quien a hierro mata, a hierro muere.

Y, seamos sinceros, en todo este entramado de pasiones desembocadas, cuasi folletinescas, como los melodramas que gustan tanto al escritor, también se encuentra en juego un patrimonio familiar de varios millones de euros y dólares; que si bien el conocido Nobel no tendrá la fortuna de Julio Iglesias o del finado Miguel Boyer, como que tiene lo suyo, que no es moco de pavo. Es uno de los pocos escritores en el mundo que ha podido vivir de sus libros, para bien de él.

Evidentemente por más que lo desee, no va a poder dejar de estar fuera de los reflectores de la prensa rosa y amarilla. Eso de que respeten mi privacidad y la de mi familia más bien aviva las llamas del morbo. A tal punto que los paparazzi ibéricos están a la caza de cualquier fotografía íntima que puedan obtener de él con la Preysler, calatos de ser posible, así como la comidilla malsana de todo el mundo (“¿usará viagra?”, “¿lo hará o serán solo toqueteos?”, y así por el estilo).


Mario Vargas Llosa “sin querer queriendo” es el personaje central de lo que tanto criticó, de aquello banal que resalta las noticias diarias. Como consuelo le queda que el escándalo será intenso, pero breve, hasta que otro de igual o mayor envergadura lo sustituya. Por el momento diremos como Toño Angulo en su conocido libro: llámalo amor, si quieres.

Tuesday, March 10, 2015

EN FACEBOOK TODOS SOMOS FELICES

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107

El título no es mío, lo tomé de un artículo muy interesante publicado en la versión digital del diario argentino La Nación (http://www.lanacion.com.ar//1725676-el-espejo-de-facebook-cuando-la-vida-ideal-de-otros-trae frustracion?utm_source=n_hoy_nota2&utm_medium=saberhoy&utm_campaign=NLSoc), que trata el tema de lo que publican los usuarios en facebook, la principal red social del mundo.

A grosso modo el artículo alude a las fotos y videos que las personas suben a la red, donde aparentan un estado de felicidad eterno, o vacaciones a lugares exóticos que cualquiera no podría tomar, lo cual dista mucho de ser real; pero, a contrario, quienes ven esas imágenes y están atravesando por un grave momento, las puede deprimir más de lo que ya se encuentran al ver tanta felicidad de otros, produciendo el efecto inverso a lo visto, es decir de insatisfacción frente a su propia vida o envidia hacia la exhibida por los demás.

Si bien el artículo es bastante genérico en sus apreciaciones; es cierto que –como sucede en la vida real- muchas personas aparentan un estado de dicha o una situación que no se condice con la realidad que viven. Ha sido el caso, por ejemplo, de los que aparentan una felicidad conyugal que no existe con fotos tipo estoy con mi esposo (a) en un restaurante o en una playa, o regalándome flores y chocolates en el aniversario de bodas o por San Valentín, cuando en la vida real es probable que su relación conyugal se encuentre bastante deteriorada. O, también, de aquellos jóvenes que proclaman “conquistas” de mujeres exuberantes y luego se descubre que son fotos trucadas. Para no mencionar la de aquellos trabajadores que simulan en sus vacaciones ir a una playa paradisíaca del Caribe y más bien se la pasaron en la cabina de internet a la vuelta de su casa.

En cierta forma esas imágenes del mundo virtual buscan compensar la vida diaria, plagada de momentos grises, tediosos y frustrantes (que son los mayores en la vida). El ser humano siempre ha buscado una forma de liberarse de la realidad que lo agobia y limita. En el pasado era con un buen libro que, incluso, enriquecía su existencia, o también viendo alguna película interesante; pero en la actualidad, gracias a la tecnología digital, se ha optado por la manera más pedestre y directa, como son las imágenes y fotografías que colgamos en las redes sociales.

Por regla la información de la red debe tomarse con mucha cautela. Es muy humano querer aparentar una imagen que no es o de potenciar una que apenas es en la vida real. El juego de las apariencias se produce casi en todos los seres humanos; difícilmente encontraremos alguien que se presente ante los demás como es realmente, dado que existe el deseo de ser aceptado por su entorno social (y virtual), y una forma sencilla es la de aparentar tener éxito, ser dichoso o mostrarse sumamente amable y ocurrente.

También se encuentran aquellos que suben fotos acompañados de algún personaje público e indican más bien estatus. Puede ser un cantante, un político, un empresario: “aparezco al lado del famoso tal”, ergo me codeo con “los grandes”. Mientras su face no sea únicamente un mural de “fotos con los famosos”, pasa.

Y hablando de excesos, como señala el artículo, están aquellos que cuelgan fotos de todo lo que hacen: comiendo, manejando, subiendo al bus, paseando al perro o hasta entrando al baño. La interpretación sicológica de tamaño narcisismo se la dejo a los sicólogos; pero el efecto en las redes será el contrario al deseado, el aludido comienza a no gustar, porque como dice el viejo refrán bueno es culantro, pero no tanto.

Desde el punto de vista sociológico, el fenómeno se produce por lo que ha venido en denominarse la sociedad del espectáculo, donde la vida íntima o personal es puesta de manifiesto abiertamente. Algo que se ve muchísimo en los medios de comunicación y en las redes sociales. El fenómeno es mundial, pero en algunos países –como el nuestro- se ha extendido ampliamente. Basta ver la amplia cobertura que tiene el rompimiento amoroso o la “sacada de vuelta” (infidelidad) entre un cantante o jugador de fútbol y una vedette, o entre dos jóvenes que saltan a la fama por el simple hecho de participar en algún reality televisivo (ver nuestro artículo La tv basura). Este fenómeno, por emulación, es replicado entre los innumerables jóvenes anónimos que comienzan a exteriorizar los asuntos más íntimos en el facebook y demás redes.

Otro grupo sí es peligroso y son los “vengativos”. Aquellos o aquellas que rompieron bruscamente una relación sentimental y comienzan a publicitar fotografías comprometedoras de la otra parte o a deslizar en su muro comentarios muy personales de su comportamiento bajo las sábanas (qué hacía o qué no hacía en la cama, cuánto duraba, si era real o fingido, gustos, preferencias, aversiones). Casi siempre son jóvenes (aunque algunos no tan jóvenes) que se dejan llevar por el despecho o la ira del momento, sin tomar conciencia que su accionar puede perjudicar a terceros. Hace poco me enteré del caso de un padre de familia, muy acongojado, cuando vio en el facebook del ex enamorado de su hija, fotos donde ella aparecía practicándole sexo oral al muchacho. Imagínense lo que ese padre sentirá en su fuero interno.

Generalmente los “amores eternos juveniles” duran lo que dura un verano o un ciclo académico de estudios, por lo que las fotos o videos grabados en pleno romance, no se sabe qué futuro tendrán terminado este. Gracias al digital, las imágenes tomadas inocentemente con un celular pueden ser manipuladas o descargadas en otros medios; y fotos apasionadas en una fiesta pasado(a) de copas o en la intimidad de un  hostal, pueden ser utilizadas luego para fines no muy santos de coerción, chantaje o simple desquite.

Y ya no hablo de aquellos que sí son concientes de lo que hacen, como muchos adultos que buscan niñas, niños o adolescentes para sus gustos sexuales. El pederasta sí tiene una conciencia más clara de lo que está cometiendo con frío cálculo, que la del muchacho o muchacha que se deja llevar por las emociones del momento fruto del despecho o de una infidelidad descubierta. (Hace poco, en mi país, se descubrió el chantaje sexual a cambio de favores académicos que nada menos un director de un colegio de varones perpetraba contra sus púberes alumnos).


No todo lo que se publica en el facebook y en general en las redes sociales es felicidad, puede existir también la parte oscura y dramática del caso. Al final de cuentas, el mundo virtual refleja lo que somos en la vida real como humanos, ni más ni menos.