Los paros antimineros ya no son la excepción, son la regla, a tal punto que en el reciente, en la provincia de Espinar, el gobierno ha decretado el estado de emergencia, con la suspensión de ciertas garantías constitucionales, síntoma evidente que la situación era inmanejable para el estado.
Es cierto que en los organizadores de los paros –y de la mano de ciertas ONGs ambientalistas- subyace una ideología decididamente contraria a la gran minería, de un no rotundo, así se demuestre que no produce daño significativo al medio ambiente. El caso emblemático es Conga. Haya o no haya estudio de impacto ambiental Conga no iba a ejecutarse. Y no se trata solamente de simple cálculo político de los actores en escena, algunos actuando de buena fe, los más burdamente (con intenciones muy evidentes) y otros demostrando mejor “habilidad escénica”. No es solamente ello, sino la ideología que subyace al “no a la gran minería”.
En este aspecto los grupos de izquierda detrás de la oposición a los grandes proyectos mineros apuestan por una suerte de Edén sustentado en la agricultura, el turismo ecológico y “los grupos primitivos” como base de un “desarrollo equilibrado”. La vuelta a un supuesto pasado idealizado, antes de la llegada de los primeros occidentales a América. El “mito fundacional” exacerbado por creencias no fundamentadas que ese pasado fue más justo y equitativo que el actual presente; consiguientemente la gran minería que ha sido la fuente de todas nuestras desgracias debe ser erradicada del país “por siempre y para siempre”.
Hemos regresado al arquetipo idílico de los utopistas del XIX. Si Marx los viera, se mataría de la risa.
Por eso, estos grupos de izquierda no hacen mención para nada a la explotación de la pequeña minería, informal, artesanal y muchas veces ilegal. Para estos grupos son “pobrecitos”, suerte de lumpen proletariado o proletariado informal que no encuentra otra forma de supervivencia. Su visión y justificación se encuentra arraigada en algunas lecturas de manuales marxistas de los años 30, combinado con una mala aplicación de ciertas doctrinas sociales de la Iglesia Católica que apuestan por los más pobres y desposeídos. Por ello nunca escucharemos o leeremos alguna crítica de estos grupos contra la depredación del ambiente que realizan los mineros informales, la evasión tributaria, la explotación sexual de menores y la comercialización de drogas que se practica en este perverso circuito minero.
El otro lado del problema se encuentra en el gobierno y el estado. Todos los gobiernos, incluyendo el de Humala, han apoyado la gran minería por razones prácticas: la renta minera permite solventar ampliamente los gastos del estado, incluyendo los gastos sociales de la presente administración (Beca 18, pensión 65, Cuna más, etc.); pero sin contar hasta la fecha con un proyecto de desarrollo nacional sustentable a largo plazo en la renta minera, lo cual implicaría una reforma política, legal, administrativa y económica que ningún gobierno hasta el momento ha querido encarar seriamente.
Además, los sucesivos gobiernos se apoyan en la gran minería porque es fácil de monitorear y fiscalizar ya que se trata de unas cuantas empresas fácilmente ubicables, formales; y, por lo general, cuidan más del ambiente y practican lo que se denomina “responsabilidad social”. Grados más, grados menos (siempre hay una “oveja negra” por allí) prefieren ser bien vistas por la comunidad y tratar de arreglar las diferencias que se presentan. La magnitud de las inversiones que realizan les impide oponerse ciegamente a los petitorios humanos y ambientales que las comunidades aledañas o el estado les exigen… siempre y cuando estos sean racionalmente “manejables”.
Es cierto que a veces en las negociaciones algunas mineras “patean el tablero” o demuestran “insensibilidad social” hacia la comunidad, generándose rechazo de los lugareños y los subsecuentes “paros antimineros”. En otras ocasiones, la población es azuzada por demagogos que buscan posicionarse en su región o a nivel nacional, y así obtener un provecho político o económico; donde toda posición intermedia conciliadora es engullida por los extremos radicales. Entre representantes mineros con escasa perspectiva, dirigencias antimineras demagógicas e ideologizadas y un estado ausente, es fácil presumir como el conflicto va creciendo hasta el estruendoso estallido.
Desconozco si el estado cuente con una oficina permanente y equipos de negociación efectivos con amplias facultades para resolver los conflictos antes que estallen, resolverlos cuando todavía son embrión y las cosas no se han salido de contexto (de nuevo Espinar, de nuevo Conga). No se trata solo que vaya un ministro a firmar un acta (que luego será incumplida) cuando la pradera ya se incendió, sino de tener voluntad política para actuar antes que los hechos salgan de control. Caso contrario, van a servir políticamente en “bandeja de plata” a los grupos de izquierda que buscan “regresar al Edén agrícola pre colonial”. (De nuevo, Marx de enterarse, se reiría a mandíbula abierta de ellos, no sin antes lanzarles uno de sus típicos sarcasmos).
Si estos grupos de oposición tomaran conciencia como otros países han logrado desarrollar y crecer utilizando la renta minera, sabrían que es posible desarrollo, cuidado del ambiente y explotación minera, algo que al parecer ha entendido el presidente Humala, en contraposición al incendiario candidato Humala.
Asimismo, parte de los beneficios que reporta la renta minera deben ir directamente a los vecinos aledaños a la mina. No los podemos tratar como infantes incapaces. Incluso si el estado quiere tener la conciencia tranquila y ser responsable con el dinero que entregue directamente, esa entrega puede estar condicionada a ciertos requisitos previos como escolaridad de los menores, cuidado de la mujer y el anciano, programas de empleabilidad inmediata, etc.
El problema es complejo por los intereses contrapuestos que existen en torno a la gran minería y los bolsones de pobreza existentes alrededor de las minas a explotar. Por parte de los grupos antimineros existe el objetivo de “tirar la cuerda” hasta que esta se rompa, acompañado de un estado ausente y poco eficaz para resolver los conflictos. Lo ideal sería que comunidad, empresa minera y estado negocien y cedan en algo para que todos ganen. Es la forma madura de enfrentar los problemas. Lamentablemente esa actitud se percibe bastante lejana y más bien priman los berrinches infantiles, actitud con la que todos pierden; incluso esos pobres que dicen defender los que se oponen a los grandes proyectos mineros.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, June 01, 2012
Friday, May 18, 2012
¿NEONAZIS EN EUROPA?
Si bien la historia suele repetirse, no necesariamente los hechos tienen que ser idénticos, pero sí con algunos elementos similares. Es lo que sucede en Europa con el ascenso al poder en Grecia de grupos neonazis como Amanecer Dorado, con un inquietante diez por ciento conseguido en las últimas elecciones parlamentarias y exhibiendo un símbolo muy similar a la cruz gamada del III Reich.
Hasta el nombrecito tiene un “tufo” a nuestro vernáculo Sendero Luminoso y, como este, con un dogma a prueba de balas, con militantes totalmente ideologizados (o idiotizados) con una “doctrina” que justifica propuestas como tender un cerco de minas antipersonales sobre la frontera del país helénico para impedir el ingreso de los inmigrantes o expulsar “a patadas” a los que ya están adentro. Y no lo dicen en broma los muchachos de Amanecer Dorado, sino muy en serio.
¿Pero este y otros elementos como el clima de xenofobia que se respira en Europa pueden dar pie para creer que estamos ante un resurgimiento del nazismo?
Creo que no. O para ser más preciso, todavía no.
Aunque el marco tiene algunos elementos en común con lo vivido en los años treinta del siglo pasado, como crisis económica, desempleo y echar la culpa de todo ello a “los extranjeros”, no por eso podemos hablar todavía de un “resurgimiento” nazi en Europa. Para que suceda tendría que prender la chispa en países más grandes y fuertes que Grecia, como serían Alemania o Francia.
Precisamente, en Francia hay una “alerta amarilla” con el nada despreciable tercer lugar que obtuvo en las últimas elecciones presidenciales la “neofascista” Marina Le Pen. Lo peligroso, “la alerta roja”, sería que de acá a cinco años, en las siguientes elecciones presidenciales, Marina Le Pen pase al “balotage”, como al parecer fue su estrategia al no apoyar a Sarkozy en la pasada segunda vuelta, permitiendo así que ganen los socialistas, se desgasten estos en el poder con las reformas de austeridad que van a tener que ejecutar y ella coseche la insatisfacción gala para las próximas presidenciales.
En ese momento sí habría que preocuparse del fascismo en Europa. O si en países medianos como España o Italia gana la “derecha dura”. Ya no Rajoy o “il cavaliere”, sino los otros, los que proponen, como los neonazis griegos, eliminar a los extranjeros como fuente de todo mal y empoderar a “la raza pura” como solución a los problemas que les aqueja: el nacionalismo chato y maloliente que en épocas de crisis vende muy bien como cebo de culebra.
Pero, la política va asociada a la economía. Ese panorama un tanto sombrío podría materializarse de persistir Alemania con las recetas de “austeridad” propuestas para los países con déficit fiscal.
En América Latina ya pasamos por esas “recetas” en las décadas de los ochenta y noventa y no trajeron mucho beneficio que digamos. La verdad que austeridad sin crecimiento traerá más crisis y más desempleo, y consiguientemente, mayor malestar social, que será canalizado astutamente por los grupos neonazis en Francia, España o Grecia, por mencionar solo a tres de los veintisiete estados de la Unión Europea.
Alemania ha optado porque los socios con problemas paguen la factura solitos, factura que ha tenido que ver con las deudas de los bancos en el descalabro financiero iniciado el 2008. Al proceder así “quema” a los gobiernos, los desgasta rápidamente. Pasó con los socialistas en España y pasará con el actual gobierno de los “populares” (PP). Le sucedió a Sarkozy en Francia, tildado –como decimos nosotros- de “chulillo” de la Merkel (y les pasará a los socialistas galos si siguen la receta). En Inglaterra la coalición conservadora-liberal, dedicada con fruición a recortar el gasto social, ha recibido el peor castigo en las elecciones para alcaldes, quedando en tercer lugar. Como decimos por estos lares, “no sacaron ni para el té”. En Grecia la coalición socialista-conservadora no ha podido hacer gobierno, en vista que los partidos menores ponen ciertos condicionamientos “para no quemarse”, como no seguir ciegamente las recetas de austeridad y recorte fiscal del Banco Central Europeo, bajo pena que Amanecer Dorado siga creciendo en las intenciones de voto.
A ello se suma que los países de la UE tienen moneda única, el euro (salvo Inglaterra y algunos otros que persistieron en su propia moneda), por lo que los países con problemas no pueden devaluar para favorecer su tipo de cambio y fomentar sus exportaciones, viéndose bastante limitados para poder reactivar su economía, así como por los acuerdos unionistas, principalmente con el Banco Central Europeo manejado por los alemanes, y que somete a severas condiciones cualquier ayuda financiera.
También hay mucho de mito y propaganda ideológica neoliberal con respecto al déficit fiscal de los estados europeos. No es tan cierto que estos cargaban con un gran déficit antes del estallido de la crisis financiera de 2008, sino que fue a raíz de esta y para salvar a los principales bancos en problemas, que los estados se endeudan a niveles inmanejables. La prédica neoliberal interesada en desmontar el estado de bienestar solo enfoca una arista del problema pero no todo en su conjunto, lo cual puede ser un “boomerang” que le retorne con mayor fuerza si los grupos neonazis crecen exponencialmente, eliminando toda oposición, incluyendo la neoliberal.
Por eso, la “solución” al resurgimiento de la intolerancia en Europa no es solo política. No se trata de perorar sobre las bondades de la democracia estando con el estómago vacío, con enormes cifras de desempleo o desmontando el estado de bienestar. Más bien el crecimiento y el volver a poner en marcha el circuito virtuoso de la economía podrá alejar “el fantasma” del nazismo en el viejo continente.
Sería una soberbia ironía de la historia que gracias a las tozudas políticas de austeridad dictadas por Alemania, indirectamente fomente el auge de grupos neonazis en la Europa unitaria. Algo similar pasó con el ascenso al poder de Hitler en los años treinta: en gran parte fue gracias a las humillantes condiciones que los aliados impusieron al derrotado estado prusiano al terminar la Gran Guerra. Tan humillantes que fomentó el nacionalismo alemán que precipitó el holocausto y la segunda contienda mundial.
Ojalá la sensatez se imponga.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Hasta el nombrecito tiene un “tufo” a nuestro vernáculo Sendero Luminoso y, como este, con un dogma a prueba de balas, con militantes totalmente ideologizados (o idiotizados) con una “doctrina” que justifica propuestas como tender un cerco de minas antipersonales sobre la frontera del país helénico para impedir el ingreso de los inmigrantes o expulsar “a patadas” a los que ya están adentro. Y no lo dicen en broma los muchachos de Amanecer Dorado, sino muy en serio.
¿Pero este y otros elementos como el clima de xenofobia que se respira en Europa pueden dar pie para creer que estamos ante un resurgimiento del nazismo?
Creo que no. O para ser más preciso, todavía no.
Aunque el marco tiene algunos elementos en común con lo vivido en los años treinta del siglo pasado, como crisis económica, desempleo y echar la culpa de todo ello a “los extranjeros”, no por eso podemos hablar todavía de un “resurgimiento” nazi en Europa. Para que suceda tendría que prender la chispa en países más grandes y fuertes que Grecia, como serían Alemania o Francia.
Precisamente, en Francia hay una “alerta amarilla” con el nada despreciable tercer lugar que obtuvo en las últimas elecciones presidenciales la “neofascista” Marina Le Pen. Lo peligroso, “la alerta roja”, sería que de acá a cinco años, en las siguientes elecciones presidenciales, Marina Le Pen pase al “balotage”, como al parecer fue su estrategia al no apoyar a Sarkozy en la pasada segunda vuelta, permitiendo así que ganen los socialistas, se desgasten estos en el poder con las reformas de austeridad que van a tener que ejecutar y ella coseche la insatisfacción gala para las próximas presidenciales.
En ese momento sí habría que preocuparse del fascismo en Europa. O si en países medianos como España o Italia gana la “derecha dura”. Ya no Rajoy o “il cavaliere”, sino los otros, los que proponen, como los neonazis griegos, eliminar a los extranjeros como fuente de todo mal y empoderar a “la raza pura” como solución a los problemas que les aqueja: el nacionalismo chato y maloliente que en épocas de crisis vende muy bien como cebo de culebra.
Pero, la política va asociada a la economía. Ese panorama un tanto sombrío podría materializarse de persistir Alemania con las recetas de “austeridad” propuestas para los países con déficit fiscal.
En América Latina ya pasamos por esas “recetas” en las décadas de los ochenta y noventa y no trajeron mucho beneficio que digamos. La verdad que austeridad sin crecimiento traerá más crisis y más desempleo, y consiguientemente, mayor malestar social, que será canalizado astutamente por los grupos neonazis en Francia, España o Grecia, por mencionar solo a tres de los veintisiete estados de la Unión Europea.
Alemania ha optado porque los socios con problemas paguen la factura solitos, factura que ha tenido que ver con las deudas de los bancos en el descalabro financiero iniciado el 2008. Al proceder así “quema” a los gobiernos, los desgasta rápidamente. Pasó con los socialistas en España y pasará con el actual gobierno de los “populares” (PP). Le sucedió a Sarkozy en Francia, tildado –como decimos nosotros- de “chulillo” de la Merkel (y les pasará a los socialistas galos si siguen la receta). En Inglaterra la coalición conservadora-liberal, dedicada con fruición a recortar el gasto social, ha recibido el peor castigo en las elecciones para alcaldes, quedando en tercer lugar. Como decimos por estos lares, “no sacaron ni para el té”. En Grecia la coalición socialista-conservadora no ha podido hacer gobierno, en vista que los partidos menores ponen ciertos condicionamientos “para no quemarse”, como no seguir ciegamente las recetas de austeridad y recorte fiscal del Banco Central Europeo, bajo pena que Amanecer Dorado siga creciendo en las intenciones de voto.
A ello se suma que los países de la UE tienen moneda única, el euro (salvo Inglaterra y algunos otros que persistieron en su propia moneda), por lo que los países con problemas no pueden devaluar para favorecer su tipo de cambio y fomentar sus exportaciones, viéndose bastante limitados para poder reactivar su economía, así como por los acuerdos unionistas, principalmente con el Banco Central Europeo manejado por los alemanes, y que somete a severas condiciones cualquier ayuda financiera.
También hay mucho de mito y propaganda ideológica neoliberal con respecto al déficit fiscal de los estados europeos. No es tan cierto que estos cargaban con un gran déficit antes del estallido de la crisis financiera de 2008, sino que fue a raíz de esta y para salvar a los principales bancos en problemas, que los estados se endeudan a niveles inmanejables. La prédica neoliberal interesada en desmontar el estado de bienestar solo enfoca una arista del problema pero no todo en su conjunto, lo cual puede ser un “boomerang” que le retorne con mayor fuerza si los grupos neonazis crecen exponencialmente, eliminando toda oposición, incluyendo la neoliberal.
Por eso, la “solución” al resurgimiento de la intolerancia en Europa no es solo política. No se trata de perorar sobre las bondades de la democracia estando con el estómago vacío, con enormes cifras de desempleo o desmontando el estado de bienestar. Más bien el crecimiento y el volver a poner en marcha el circuito virtuoso de la economía podrá alejar “el fantasma” del nazismo en el viejo continente.
Sería una soberbia ironía de la historia que gracias a las tozudas políticas de austeridad dictadas por Alemania, indirectamente fomente el auge de grupos neonazis en la Europa unitaria. Algo similar pasó con el ascenso al poder de Hitler en los años treinta: en gran parte fue gracias a las humillantes condiciones que los aliados impusieron al derrotado estado prusiano al terminar la Gran Guerra. Tan humillantes que fomentó el nacionalismo alemán que precipitó el holocausto y la segunda contienda mundial.
Ojalá la sensatez se imponga.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, May 04, 2012
EL ÁRBOL DE LA PRETENSIÓN: SOBRE LA ÚLTIMA PELÍCULA DE TERRENCE MALICK
Terrence Malick (1943) es un caso peculiar en el cine. Graduado en Filosofía, por cuestión cronológica y empática pertenece a la generación hippie. En 1973 estrena su primer largo, Malas tierras, donde, en embrión, se puede apreciar la relación entre el hombre y la naturaleza, importante en su cinematografía. Luego, en 1978, entrega Días de gloria, filme de espectacular lirismo. Después vendrá un silencio de veinte años hasta La delgada línea roja en 1998. En 2005 se estrenó El nuevo mundo, su visión personal del pacto fundacional que daría nacimiento a los Estados Unidos de Norteamérica y, ahora último, El árbol de la vida, al parecer su obra más ambiciosa. Actualmente tiene dos proyectos en post producción y otros dos en pre. Parece que el mutismo de antaño ha cedido el paso a una incontinencia fílmica, lo que necesariamente no quiere decir que todo lo visto sea de calidad pareja.
El cine de Malick se caracteriza por un intenso lirismo sustentado en una cuidadosa fotografía y una banda sonora no menos exquisita. Sus imágenes son plásticas, hermosas y dicen mucho de su filosofía personal, expresada en un panteísmo basado en el júbilo a la naturaleza y una reflexión honda de sus personajes sobre su existencia, ayudados por una voz en off que expresa sus conflictos y malestares, lo que sienten por dentro, así como “el choque” entre el hombre y su entorno natural, lo cual evidencia que sociedad y civilización se desprenden en los orígenes de “un tronco común primigenio” como es la naturaleza-Dios, de la cual procedemos todos los seres. Era evidente en La delgada línea roja, donde los hombres que se aprestan al combate cavilan sobre sus pesares y angustias en medio de la floresta tupida en el océano Pacífico.
En El árbol de la vida, Malick ha querido llevar estos principios a extremos radicales, suprimiendo casi toda historia en las dos horas veinte de proyección y entregándonos sus ideas a través de las imágenes y las cavilaciones del personaje interpretado por Sean Penn. Ya el título alude al árbol del bien y el mal bíblico. No en vano la película comienza con un versículo del Libro de Job, lo cual nos hace presagiar que vamos a visualizar una obra con pretensiones “filosófico-metafísicas”, incluyendo dinosaurios en el camino.
Para ser sincero, El árbol de la vida no convence. Pretenciosa, retórica, reiterativa, grandilocuente, suerte de sinfonía poética, el filme pretende ser “la obra cumbre de la metafísica visual”. Da la impresión que Malick actúa en forma conciente de estar realizando “la obra maestra”, todo acompañado con un telón musical estridente que satura los sentidos y así tener la impresión de omnipotencia que irradia lo visto.
El autor cae en un preciosismo manierista que se emparenta muy de cerca con el “cine arty”, aquel que narra una historia con toques pretenciosos, aburridos y pesados. Con una gravedad y solemnidad como que estamos ante “un hecho de gran trascendencia”. Esta vez para explicar el devenir del hombre y su relación con el cosmos y la naturaleza, Malick nos retrotrae al origen del universo, los dinosaurios y con citas bíblicas por añadidura para hacerlo más solemne todavía. Todo para contarnos las cavilaciones, desencuentros y encuentros de Sean Penn niño y luego adulto.
Justamente este actor encarnó hace algunos años atrás una película igual de insufrible, 21 gramos (2003), de Alejandro González Iñárritu, sólo que allí trataba sobre la muerte y Malick más bien trata sobre la vida y sus azarosos avatares.
Soy conciente que criticar a Terrence Malick no es “políticamente correcto”. Suerte de vaca sagrada de cierta “crítica intelectual” que aplaude orgiásticamente todo lo que lleve su rúbrica (la explicación de esta crítica al por qué la gente sale desconcertada de las salas de cine luego de ver la película es que se trata de un “filme exigente”), lo consideran como “el autor” por excelencia, por lo que no es raro leer justificaciones a favor del monstruo parido.
Película pretenciosa y poco convincente, apostando doble contra sencillo, estoy seguro que de aquí a treinta o cuarenta años será tan olvidable y descartable como las miles de películas que se estrenaron en el presente año. Esperemos que su siguiente trabajo nos traiga al Malick que tanto apreciamos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
EL ÁRBOL DE LA VIDA [The Tree of Life]
Dir. y guión: Terrence Malick
c/ Brad Pitt (Mr. O'Brien), Sean Penn (Jack), Jessica Chastain (Mrs. O'Brien)
EEUU/2011/Drama***/Estrenos
Friday, April 20, 2012
FICCIÓN Y REALIDAD: TITANIC A LOS CIEN AÑOS
¿Por qué la cinta Titanic es vista en todo el mundo, encantando al espectador común con su historia?
Para la explicación del fenómeno no basta con argumentar que fue un “blockbuster” concebido para arrasar la taquilla. Si bien la premisa es cierta (la película nació para recaudar la mayor cantidad de dinero en el mundo) es insuficiente para explicar las razones de su éxito, lo que ha motivado que en el centenario del hundimiento del célebre barco se reestrene en 3D.
Creo que la respuesta se encuentra en la historia.
Es una historia tantas veces contada en la literatura y el cine, pero no por eso deja de estremecer y encantar. Es una historia de amor y por añadidura de un amor imposible y censurado por la condición social opuesta de los amantes. ¿A quién no le encanta ver o leer esas historias? Habría que no tener corazón para no dejarse encandilar por las peripecias de amor de Jack y Rose.
La “gracia” de la hasta ahora última versión del famoso navío fue la historia de un corto pero intenso amor que perdurará a través del tiempo como el de otras parejas de las artes y letras (su romance dura apenas unas horas hasta el hundimiento del barco). Ese fue “el gancho” que hizo atractiva esta versión del Titanic. Una historia de amor ficticio (en la vida real no existieron los personajes de Jack y Rose), pero “creíble” gracias al telón de fondo histórico, de hechos que sí ocurrieron en la vida real. Es lo que Mario Vargas Llosa denomina “la verdad de las mentiras”, la “magia” del narrador para hacer verosímiles hechos ficticios.
Por ello, en el Titanic de James Cameron lo más interesante es la trama sentimental que se desarrolla en la primera mitad. El hundimiento del barco es coyuntural (es la parte espectacular, “el show de la filmación”) y sirve solo para dar impulso a los avatares de los amantes, de un amor imposible que va más allá de la muerte. Efectos digitales, espectacularidad, se encuentran puestos al servicio de la historia de la joven pareja. (La escena final, suerte de sueño de Rose anciana, revela el deseo anhelado y frustrado de ella: el reconocimiento por parte de la sociedad, de su mundo aristocrático, del amor de su vida, deseo que queda en apenas un sueño).
Precisamente al ser una historia de amor imposible y trágico le da un aliento inmortal. Distinto hubiese sido el significado con el “final feliz” de los amantes. Estaríamos ante un amor anodino más. En cambio, en Titanic existe un aliento trágico: uno de los amantes muere y el otro toma la posta para seguir con “la filosofía de vida” del que no sobrevivió al hundimiento del trasatlántico. De eso trata las más de tres horas del filme que, gracias a esa forma de contar los hechos, no aburre, manteniendo más bien en vilo al espectador.
Titanic “arrasó” con los Oscar de aquel año. Un joven Leonardo DiCaprio consolidó su carrera gracias al filme, consiguiendo en otros, posteriores, “destitanizarse” en papeles memorables, principalmente de la mano de Martin Scorsese con el que ha mantenido una sólida asociación.
Titanic sin ser “una gran película” (el guión está repleto de clichés bastante convencionales), es de esas que cautivan al espectador, porque todos en nuestro fuero interno deseamos vivir historias como las de Jack y Rose, que las compensamos en la ficción de la pantalla o la lectura.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
FICCIÓN Y REALIDAD: TITANIC A LOS CIEN AÑOS
Dir. y guión: James Cameron
c/ Leonardo DiCaprio (Jack Dawson), Kate Winslet (Rose DeWitt Bukater), Billy Zane (Caledon 'Cal' Hockley), Kathy Bates (Molly Brown), Frances Fisher (Ruth Dewitt Bukater)
EEUU/1997/Drama***/Dvd/Películas del ayer
Para la explicación del fenómeno no basta con argumentar que fue un “blockbuster” concebido para arrasar la taquilla. Si bien la premisa es cierta (la película nació para recaudar la mayor cantidad de dinero en el mundo) es insuficiente para explicar las razones de su éxito, lo que ha motivado que en el centenario del hundimiento del célebre barco se reestrene en 3D.
Creo que la respuesta se encuentra en la historia.
Es una historia tantas veces contada en la literatura y el cine, pero no por eso deja de estremecer y encantar. Es una historia de amor y por añadidura de un amor imposible y censurado por la condición social opuesta de los amantes. ¿A quién no le encanta ver o leer esas historias? Habría que no tener corazón para no dejarse encandilar por las peripecias de amor de Jack y Rose.
La “gracia” de la hasta ahora última versión del famoso navío fue la historia de un corto pero intenso amor que perdurará a través del tiempo como el de otras parejas de las artes y letras (su romance dura apenas unas horas hasta el hundimiento del barco). Ese fue “el gancho” que hizo atractiva esta versión del Titanic. Una historia de amor ficticio (en la vida real no existieron los personajes de Jack y Rose), pero “creíble” gracias al telón de fondo histórico, de hechos que sí ocurrieron en la vida real. Es lo que Mario Vargas Llosa denomina “la verdad de las mentiras”, la “magia” del narrador para hacer verosímiles hechos ficticios.
Por ello, en el Titanic de James Cameron lo más interesante es la trama sentimental que se desarrolla en la primera mitad. El hundimiento del barco es coyuntural (es la parte espectacular, “el show de la filmación”) y sirve solo para dar impulso a los avatares de los amantes, de un amor imposible que va más allá de la muerte. Efectos digitales, espectacularidad, se encuentran puestos al servicio de la historia de la joven pareja. (La escena final, suerte de sueño de Rose anciana, revela el deseo anhelado y frustrado de ella: el reconocimiento por parte de la sociedad, de su mundo aristocrático, del amor de su vida, deseo que queda en apenas un sueño).
Precisamente al ser una historia de amor imposible y trágico le da un aliento inmortal. Distinto hubiese sido el significado con el “final feliz” de los amantes. Estaríamos ante un amor anodino más. En cambio, en Titanic existe un aliento trágico: uno de los amantes muere y el otro toma la posta para seguir con “la filosofía de vida” del que no sobrevivió al hundimiento del trasatlántico. De eso trata las más de tres horas del filme que, gracias a esa forma de contar los hechos, no aburre, manteniendo más bien en vilo al espectador.
Titanic “arrasó” con los Oscar de aquel año. Un joven Leonardo DiCaprio consolidó su carrera gracias al filme, consiguiendo en otros, posteriores, “destitanizarse” en papeles memorables, principalmente de la mano de Martin Scorsese con el que ha mantenido una sólida asociación.
Titanic sin ser “una gran película” (el guión está repleto de clichés bastante convencionales), es de esas que cautivan al espectador, porque todos en nuestro fuero interno deseamos vivir historias como las de Jack y Rose, que las compensamos en la ficción de la pantalla o la lectura.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
FICCIÓN Y REALIDAD: TITANIC A LOS CIEN AÑOS
Dir. y guión: James Cameron
c/ Leonardo DiCaprio (Jack Dawson), Kate Winslet (Rose DeWitt Bukater), Billy Zane (Caledon 'Cal' Hockley), Kathy Bates (Molly Brown), Frances Fisher (Ruth Dewitt Bukater)
EEUU/1997/Drama***/Dvd/Películas del ayer
Saturday, April 14, 2012
A CUARENTA AÑOS DE EL PADRINO
Este año también cumplió cuarenta años de su estreno El padrino (1972), co-escrita y dirigida por el entonces joven director Francis Ford Coppola, uno de los puntales de la renovación del cine norteamericano en los años setenta.
Es historia conocida lo difícil que fue el proceso de pre-producción. Un joven realizador que no tenía demasiado poder en los grandes estudios de Hollywood se enfrasca en una película sobre la mafia y el crimen organizado, el de la familia Corleone. Decide para los protagónicos tener a Marlon Brando encarnando a don Vito Corleone, un actor que estaba “vetado” en los estudios por tener fama de conflictivo; y, en el otro papel de importancia, a un desconocido joven actor que daría mucho que hablar, Al Pacino, quien representó a Michael, el hijo y continuador de la dinastía.
Como cuenta el propio Coppola fue difícil convencer a los ejecutivos de la Paramount la inclusión de estos dos actores en el reparto principal. Parece que el modesto sueldo que percibieron fue el argumento contundente para que la productora los acepte. (Brando solo cobró cincuenta mil dólares por el papel, “un sencillo”; aunque lo salvó las regalías que obtuvo el filme a lo largo de los años).
Pero, “el gran valor añadido” de la cinta fue que no se trataba de “una película más” acerca del mundo de la Mafia, sino que Coppola la elevó sobre el común de los filmes del género al otorgarle un aliento trágico que envolvía el destino de los personajes. Existe “una predestimación de los dioses” más allá de la voluntad o el camino que decidan tomar. El caso más trágico es el del propio Michael Corleone, quien en un inicio se niega a tomar parte en los negocios de la familia y termina de jefe al morir su padre, ser asesinado su temperamental hermano mayor Sonny, y ante la debilidad de carácter de su hermano intermedio, Fredo.
En igual sentido, lo que se quiere proteger, termina siendo destruido. El caso más patente es el de la propia familia, la cual se busca proteger a toda costa (todo el esfuerzo de los Corleone se encamina a ello), siendo destruida o disgregada. Sonny asesinado, Fredo exiliado y luego ordenado asesinar por su propio hermano Michael, la familia de este último separada por los turbios negocios que no comparte su esposa Kay. (A la lista se debe añadir el asesinato de la primera y efímera esposa siciliana de Michael, el asesinato de su joven hija en la tercera parte de la saga, así como los intentos de asesinato de Vito y Michael Corleone).
Pero, también habla del poder y de los medios para consolidarse o llegar a él. Se percibe un aliento shakespiriano presente como en las célebres obras del bardo inglés. Esa consolidación en el poder es por medio de la violencia, pero usando sobretodo la inteligencia y la astucia. El más astuto o el más hábil es el que gana la partida, no el que tiene la fuerza bruta (las escenas violentas y de acción son escasas en el filme y se encuentran adecuadamente dosificadas). Las tres partes de El padrino se abren con un acontecimiento importante que congrega a la familia y “anuda” la trama, terminando con una serie de asesinatos que la resuelven.
Similar uso tienen las traiciones. El traidor casi siempre es del grupo íntimo de la familia, sea como el caso de Fredo por “ganarse unos dólares” por su cuenta o de los lugartenientes o parientes políticos de los Corleone. La traición, al ser descubierta, se paga con la vida. Se la considera como “el peor de los pecados”, al decir del Dante.
Fue interesante también el tratamiento de la Mafia. No fue presentada en su aspecto más violento u oscuro, sino que los jefes mafiosos son definidos como ciudadanos comunes y corrientes, “hombres de negocios” felizmente casados y con una familia de la cual se sienten responsables. Como ya se apuntó, tanto Vito como su hijo Michael, hacen lo que deben hacer por mantener a salvo a su familia. Desde ese punto de vista, existe una “justificación moral” de sus acciones, ganándose de esa manera la simpatía del público. (Se especula que este “lavado de cara” de la Mafia obedeció a las presiones que recibieron tanto Coppola como Puzo del crimen organizado, en vista que ambos son descendientes de italianos).
El padrino le otorgaría fama y fortuna temprana a Francis Ford Coppola. Y, a pesar que después “renegó” de su popular trilogía, lo cierto es que cimentó su carrera para proyectos futuros, uno de ellos la segunda parte (1974) que, excepción a la regla, sería mejor que la primera y catapultaría a otro joven y desconocido actor: Robert de Niro, encarnando al joven Vito Corleone. Años después se incorporó al díptico una irregular tercera parte (1990) que, según se dice, Coppola se animó a realizar más por cuestiones de dinero (sus proyectos anteriores no habían reportado la expectativa económica deseada) que por engrandecer su filmografía. Es opinión casi unánime que esa tercera parte es prescindible.
En cuanto a Brando, gracias a El padrino pudo relanzar su carrera en los años setenta en papeles memorables de filmes como El último tango en París, The Missouri Breaks o Apocalipsis ahora. Ni hablar del despegue que significó los roles para las carreras actorales de los jóvenes Al Pacino o Robert de Niro.
Asociado con la célebre melodía de Nino Rota, tarareada al infinito en todo el mundo, El padrino demostró una vez más que una obra concebida solo para ganar dinero (la Paramount buscaba desesperadamente un filme que la saque de la difícil situación económica en que se encontraba), trascurrido el tiempo puede ser apreciada tan fresca y vigente, como lo fue el día de su estreno, lo que sucede solo con los clásicos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Es historia conocida lo difícil que fue el proceso de pre-producción. Un joven realizador que no tenía demasiado poder en los grandes estudios de Hollywood se enfrasca en una película sobre la mafia y el crimen organizado, el de la familia Corleone. Decide para los protagónicos tener a Marlon Brando encarnando a don Vito Corleone, un actor que estaba “vetado” en los estudios por tener fama de conflictivo; y, en el otro papel de importancia, a un desconocido joven actor que daría mucho que hablar, Al Pacino, quien representó a Michael, el hijo y continuador de la dinastía.
Como cuenta el propio Coppola fue difícil convencer a los ejecutivos de la Paramount la inclusión de estos dos actores en el reparto principal. Parece que el modesto sueldo que percibieron fue el argumento contundente para que la productora los acepte. (Brando solo cobró cincuenta mil dólares por el papel, “un sencillo”; aunque lo salvó las regalías que obtuvo el filme a lo largo de los años).
Pero, “el gran valor añadido” de la cinta fue que no se trataba de “una película más” acerca del mundo de la Mafia, sino que Coppola la elevó sobre el común de los filmes del género al otorgarle un aliento trágico que envolvía el destino de los personajes. Existe “una predestimación de los dioses” más allá de la voluntad o el camino que decidan tomar. El caso más trágico es el del propio Michael Corleone, quien en un inicio se niega a tomar parte en los negocios de la familia y termina de jefe al morir su padre, ser asesinado su temperamental hermano mayor Sonny, y ante la debilidad de carácter de su hermano intermedio, Fredo.
En igual sentido, lo que se quiere proteger, termina siendo destruido. El caso más patente es el de la propia familia, la cual se busca proteger a toda costa (todo el esfuerzo de los Corleone se encamina a ello), siendo destruida o disgregada. Sonny asesinado, Fredo exiliado y luego ordenado asesinar por su propio hermano Michael, la familia de este último separada por los turbios negocios que no comparte su esposa Kay. (A la lista se debe añadir el asesinato de la primera y efímera esposa siciliana de Michael, el asesinato de su joven hija en la tercera parte de la saga, así como los intentos de asesinato de Vito y Michael Corleone).
Pero, también habla del poder y de los medios para consolidarse o llegar a él. Se percibe un aliento shakespiriano presente como en las célebres obras del bardo inglés. Esa consolidación en el poder es por medio de la violencia, pero usando sobretodo la inteligencia y la astucia. El más astuto o el más hábil es el que gana la partida, no el que tiene la fuerza bruta (las escenas violentas y de acción son escasas en el filme y se encuentran adecuadamente dosificadas). Las tres partes de El padrino se abren con un acontecimiento importante que congrega a la familia y “anuda” la trama, terminando con una serie de asesinatos que la resuelven.
Similar uso tienen las traiciones. El traidor casi siempre es del grupo íntimo de la familia, sea como el caso de Fredo por “ganarse unos dólares” por su cuenta o de los lugartenientes o parientes políticos de los Corleone. La traición, al ser descubierta, se paga con la vida. Se la considera como “el peor de los pecados”, al decir del Dante.
Fue interesante también el tratamiento de la Mafia. No fue presentada en su aspecto más violento u oscuro, sino que los jefes mafiosos son definidos como ciudadanos comunes y corrientes, “hombres de negocios” felizmente casados y con una familia de la cual se sienten responsables. Como ya se apuntó, tanto Vito como su hijo Michael, hacen lo que deben hacer por mantener a salvo a su familia. Desde ese punto de vista, existe una “justificación moral” de sus acciones, ganándose de esa manera la simpatía del público. (Se especula que este “lavado de cara” de la Mafia obedeció a las presiones que recibieron tanto Coppola como Puzo del crimen organizado, en vista que ambos son descendientes de italianos).
El padrino le otorgaría fama y fortuna temprana a Francis Ford Coppola. Y, a pesar que después “renegó” de su popular trilogía, lo cierto es que cimentó su carrera para proyectos futuros, uno de ellos la segunda parte (1974) que, excepción a la regla, sería mejor que la primera y catapultaría a otro joven y desconocido actor: Robert de Niro, encarnando al joven Vito Corleone. Años después se incorporó al díptico una irregular tercera parte (1990) que, según se dice, Coppola se animó a realizar más por cuestiones de dinero (sus proyectos anteriores no habían reportado la expectativa económica deseada) que por engrandecer su filmografía. Es opinión casi unánime que esa tercera parte es prescindible.
En cuanto a Brando, gracias a El padrino pudo relanzar su carrera en los años setenta en papeles memorables de filmes como El último tango en París, The Missouri Breaks o Apocalipsis ahora. Ni hablar del despegue que significó los roles para las carreras actorales de los jóvenes Al Pacino o Robert de Niro.
Asociado con la célebre melodía de Nino Rota, tarareada al infinito en todo el mundo, El padrino demostró una vez más que una obra concebida solo para ganar dinero (la Paramount buscaba desesperadamente un filme que la saque de la difícil situación económica en que se encontraba), trascurrido el tiempo puede ser apreciada tan fresca y vigente, como lo fue el día de su estreno, lo que sucede solo con los clásicos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, April 04, 2012
5 ABRIL, 1992
Con el gobierno de Fujimori ha sucedido lo mismo que con el gobierno de Pinochet en Chile: nos guste o no su herencia ha continuado más allá de su mandato y más allá de su existencia física, incluyendo el modelo económico y la constitución política que impusieron.
Curiosamente ambos terminaron siendo juzgados. Uno por un juez allende las fronteras de su país de origen; el otro al pisar suelo chileno y ser extraditado y juzgado en su propio país. Ambos con personalidades controversiales que generaron y generan polarización: el ciudadano está a favor o en contra de ellos, pero difícilmente mantiene una posición neutral. Y ambos han dejado un legado político: en Chile los pinochetistas reciclados están en el poder, en Perú “los naranjas” casi lo logran.
En el caso peruano un detalle adicional: los votantes a favor del fujimorismo en las elecciones generales del 2011 fueron jóvenes que nacieron después de 1992, que nacieron junto a las reformas de libre mercado de Fujimori, siendo estas, por tanto, parte de su entorno social y, sea por instinto o por lo que sus padres les han contado, desde muy temprana edad: 1) son escépticos con respecto al ejercicio de la política y los políticos y 2) ven como un hecho natural a la economía de mercado.
No creen en “los políticos tradicionales”, lo que no es culpa de ellos, sino de los propios partidos y políticos que no supieron o pudieron estar a la altura de los cambios que se requerían en el país post Fujimori.
En cambio, el ansía de enriquecimiento rápido, el confort y lo que el dinero puede comprar es la nueva ideología de estos jóvenes que nacieron al calor y las contradicciones de las reformas neoliberales de los años noventa.
Volviendo a las coincidencias entre ambos gobernantes, estas no son casualidades del destino, suceden cuando un país se encuentra en una grave crisis sea política, social o económica o, peor aún, todas juntas. En Chile, la anarquía y el desgobierno que se vivió en los últimos años de Unidad Popular “justificó” al gobierno dictatorial que vendría después. En Perú, el terrorismo, la hiperinflación, el desgobierno y latrocinios de fines de los ochenta fueron la justificación necesaria para el gobierno autocrático de Fujimori. Fue “la solución” que encontró la sociedad peruana para resolver sus problemas. De nuevo lo reitero: nos guste o no.
Es posible que para una minoría intelectual de tendencias liberales y democráticas, esa no hubiese sido la solución ideal. Siempre han argumentado que las reformas neoliberales pudieron ejecutarse “en democracia”, con consenso de los actores políticos. Creo que más son buenos deseos o condenas políticas que realidades tangibles. Para una sociedad poco democrática, prejuiciosa, racista y poco integrada como la peruana, “el autogolpe” fue la justificación idónea para la expiación de todos nuestros “pecados”. Y los llamados “políticos tradicionales”, los chivos expiatorios perfectos. El mito del “hombre fuerte” subsiste en el imaginario popular. De allí que el autogolpe del 5 de Abril fue aplaudido mayoritariamente por el ciudadano común. No tuvo resistencias de la sociedad. Y es posible que de repetirse en el futuro tampoco las tenga.
1992 fue el momento oportuno para enrarecer el clima democrático. Fujimori gobernó prácticamente sin oposición por ocho años consecutivos aplicando “la yuca y el bacalao”, sicosociales a la orden, chuponeos y “una corte de geishas” que adulaban al poder (algunos de ellos adecuadamente reciclados luego del año 2000), mientras las privatizaciones y el dinero conseguido por estas en más de una oportunidad tuvieron fines poco trasparentes. Todo acompasado “al ritmo del chino”.
Reitero. El “autogolpe” del 5 de Abril no se habría producido de no existir los elementos que lo hicieron propicio. En otras palabras: la debilidad de los partidos políticos y su escasa representatividad e institucionalidad no fueron el efecto, sino la causa del fujimorismo y de cualquier tendencia totalitaria. No es culpa de este la debilidad (y torpezas) de aquellos.
¿Se podrá repetir a futuro un 5 de Abril? Yo creo que sí. No tenemos las instituciones ni los cimientos democráticos tan sólidos como para detener cualquier intento autocrático. Si, hipotéticamente, el gobierno de Humala se trasforma en un gobierno autocrático pero con “resultados” (beca 18, pensión 65, cuna más, etc.), la gente común y corriente lo apoyará en caso quiera perpetuarse en el poder él o su familia. Ya no mencionemos a los que tienen el verdadero poder, “los que cortan el jamón”, a ellos jamás les ha interesado la democracia y los derechos humanos, con tal que los dejen hacer sus negocios.
Un 5 de Abril está latente en nuestra historia.
Pero, la historia del autogolpe enseña otra lección: los que quieran perpetuarse en el poder más allá de su mandato terminan mal. Le sucedió a Fujimori y décadas atrás a otro estadista controversial: Augusto Leguía. Así, de existir una “vocación totalitaria” en el presente gobierno e intentos de perpetuarse en el poder, mejor lo piensan dos o hasta tres veces antes de acometerlo. Las consecuencias serían nefastas para el país como para aquellos que se enfrasquen en tan insensata aventura.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Curiosamente ambos terminaron siendo juzgados. Uno por un juez allende las fronteras de su país de origen; el otro al pisar suelo chileno y ser extraditado y juzgado en su propio país. Ambos con personalidades controversiales que generaron y generan polarización: el ciudadano está a favor o en contra de ellos, pero difícilmente mantiene una posición neutral. Y ambos han dejado un legado político: en Chile los pinochetistas reciclados están en el poder, en Perú “los naranjas” casi lo logran.
En el caso peruano un detalle adicional: los votantes a favor del fujimorismo en las elecciones generales del 2011 fueron jóvenes que nacieron después de 1992, que nacieron junto a las reformas de libre mercado de Fujimori, siendo estas, por tanto, parte de su entorno social y, sea por instinto o por lo que sus padres les han contado, desde muy temprana edad: 1) son escépticos con respecto al ejercicio de la política y los políticos y 2) ven como un hecho natural a la economía de mercado.
No creen en “los políticos tradicionales”, lo que no es culpa de ellos, sino de los propios partidos y políticos que no supieron o pudieron estar a la altura de los cambios que se requerían en el país post Fujimori.
En cambio, el ansía de enriquecimiento rápido, el confort y lo que el dinero puede comprar es la nueva ideología de estos jóvenes que nacieron al calor y las contradicciones de las reformas neoliberales de los años noventa.
Volviendo a las coincidencias entre ambos gobernantes, estas no son casualidades del destino, suceden cuando un país se encuentra en una grave crisis sea política, social o económica o, peor aún, todas juntas. En Chile, la anarquía y el desgobierno que se vivió en los últimos años de Unidad Popular “justificó” al gobierno dictatorial que vendría después. En Perú, el terrorismo, la hiperinflación, el desgobierno y latrocinios de fines de los ochenta fueron la justificación necesaria para el gobierno autocrático de Fujimori. Fue “la solución” que encontró la sociedad peruana para resolver sus problemas. De nuevo lo reitero: nos guste o no.
Es posible que para una minoría intelectual de tendencias liberales y democráticas, esa no hubiese sido la solución ideal. Siempre han argumentado que las reformas neoliberales pudieron ejecutarse “en democracia”, con consenso de los actores políticos. Creo que más son buenos deseos o condenas políticas que realidades tangibles. Para una sociedad poco democrática, prejuiciosa, racista y poco integrada como la peruana, “el autogolpe” fue la justificación idónea para la expiación de todos nuestros “pecados”. Y los llamados “políticos tradicionales”, los chivos expiatorios perfectos. El mito del “hombre fuerte” subsiste en el imaginario popular. De allí que el autogolpe del 5 de Abril fue aplaudido mayoritariamente por el ciudadano común. No tuvo resistencias de la sociedad. Y es posible que de repetirse en el futuro tampoco las tenga.
1992 fue el momento oportuno para enrarecer el clima democrático. Fujimori gobernó prácticamente sin oposición por ocho años consecutivos aplicando “la yuca y el bacalao”, sicosociales a la orden, chuponeos y “una corte de geishas” que adulaban al poder (algunos de ellos adecuadamente reciclados luego del año 2000), mientras las privatizaciones y el dinero conseguido por estas en más de una oportunidad tuvieron fines poco trasparentes. Todo acompasado “al ritmo del chino”.
Reitero. El “autogolpe” del 5 de Abril no se habría producido de no existir los elementos que lo hicieron propicio. En otras palabras: la debilidad de los partidos políticos y su escasa representatividad e institucionalidad no fueron el efecto, sino la causa del fujimorismo y de cualquier tendencia totalitaria. No es culpa de este la debilidad (y torpezas) de aquellos.
¿Se podrá repetir a futuro un 5 de Abril? Yo creo que sí. No tenemos las instituciones ni los cimientos democráticos tan sólidos como para detener cualquier intento autocrático. Si, hipotéticamente, el gobierno de Humala se trasforma en un gobierno autocrático pero con “resultados” (beca 18, pensión 65, cuna más, etc.), la gente común y corriente lo apoyará en caso quiera perpetuarse en el poder él o su familia. Ya no mencionemos a los que tienen el verdadero poder, “los que cortan el jamón”, a ellos jamás les ha interesado la democracia y los derechos humanos, con tal que los dejen hacer sus negocios.
Un 5 de Abril está latente en nuestra historia.
Pero, la historia del autogolpe enseña otra lección: los que quieran perpetuarse en el poder más allá de su mandato terminan mal. Le sucedió a Fujimori y décadas atrás a otro estadista controversial: Augusto Leguía. Así, de existir una “vocación totalitaria” en el presente gobierno e intentos de perpetuarse en el poder, mejor lo piensan dos o hasta tres veces antes de acometerlo. Las consecuencias serían nefastas para el país como para aquellos que se enfrasquen en tan insensata aventura.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Thursday, March 29, 2012
SOCIOLOGÍA DE LA MENDICIDAD
Causó alboroto local las declaraciones de Bill Gates sobre quitarle la ayuda no reembolsable al Perú. Se rasgaron vestiduras aquí y allá. Qué cómo es posible que diga eso, yo, que soy usuario de Windows y Office desde sus inicios. Ya no volveré a comprar ningún producto de su empresa. Nunca más. Ni en copia pirata. En fin, vimos una linda escena de la “sociología de la mendicidad”.
¿En qué consiste?
A modo de las películas, se enfoca un lado del asunto, en este caso el más feo o paupérrimo de nuestra realidad. Se hace un “zoom”, un acercamiento, y se agranda la imagen de miseria. De esa manera, se estira la mano y se pide plata a los organismos cooperantes internacionales. Somos pobrecitos, ayúdennos.
Es un gran negocio. Pregúntenles a las ONG locales que viven de esto. Al final se reduce la pobreza, pero la de los integrantes de esas ONG. De allí el grito en el cielo.
La verdad que el crecimiento sostenido de los últimos veinte años (no diez como algunos mezquinos dicen para restarle méritos al fujimorismo) ha permitido aumentar el ingreso per capita (el ingreso promedio por persona). Quizás no llegamos a diez mil dólares como dice don Bill, pero vamos por allí. Hemos crecido, ese es un hecho incuestionable.
Obviamente eso no quiere decir que ya estemos en el umbral del desarrollo o que hayamos “eliminado la pobreza”. Queda un “núcleo duro” extremo que será más difícil de erradicar, concentrado principalmente en el campo. Asimismo está el otro gran problema: el grado de desigualdad entre pobres y ricos. Muy grande, y que corresponde al estado irlo reduciendo con políticas redistributivas y de inclusión social.
Esas tareas titánicas ya no corresponden a la cooperación internacional, sino al Estado y a la sociedad. ¿Cómo hacemos, qué caminos tomamos? No es fácil tampoco, dado que “el abanico de recetas” es bastante amplio y contradictorio.
El punto es que, como decía “Cucho” Haya, “dejemos de mendigar”. Dejemos de estirar la mano en nombre de los pobres, que ningún país para salir de la pobreza fue por la cooperación externa. Todos, sin excepción, se basaron en crecimiento y la necesaria redistribución “de la torta” entre los que tienen más y los que tienen menos.
Un poco de dignidad nunca está demás.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
¿En qué consiste?
A modo de las películas, se enfoca un lado del asunto, en este caso el más feo o paupérrimo de nuestra realidad. Se hace un “zoom”, un acercamiento, y se agranda la imagen de miseria. De esa manera, se estira la mano y se pide plata a los organismos cooperantes internacionales. Somos pobrecitos, ayúdennos.
Es un gran negocio. Pregúntenles a las ONG locales que viven de esto. Al final se reduce la pobreza, pero la de los integrantes de esas ONG. De allí el grito en el cielo.
La verdad que el crecimiento sostenido de los últimos veinte años (no diez como algunos mezquinos dicen para restarle méritos al fujimorismo) ha permitido aumentar el ingreso per capita (el ingreso promedio por persona). Quizás no llegamos a diez mil dólares como dice don Bill, pero vamos por allí. Hemos crecido, ese es un hecho incuestionable.
Obviamente eso no quiere decir que ya estemos en el umbral del desarrollo o que hayamos “eliminado la pobreza”. Queda un “núcleo duro” extremo que será más difícil de erradicar, concentrado principalmente en el campo. Asimismo está el otro gran problema: el grado de desigualdad entre pobres y ricos. Muy grande, y que corresponde al estado irlo reduciendo con políticas redistributivas y de inclusión social.
Esas tareas titánicas ya no corresponden a la cooperación internacional, sino al Estado y a la sociedad. ¿Cómo hacemos, qué caminos tomamos? No es fácil tampoco, dado que “el abanico de recetas” es bastante amplio y contradictorio.
El punto es que, como decía “Cucho” Haya, “dejemos de mendigar”. Dejemos de estirar la mano en nombre de los pobres, que ningún país para salir de la pobreza fue por la cooperación externa. Todos, sin excepción, se basaron en crecimiento y la necesaria redistribución “de la torta” entre los que tienen más y los que tienen menos.
Un poco de dignidad nunca está demás.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, March 23, 2012
“LA PEPA” CUMPLE DOSCIENTOS AÑOS
Si bien los festejos por el bicentenario de “la Pepa”, la Constitución de Cádiz de 1812, ha congregado a los españoles y americanos, celebrando la que se considera como la primera constitución liberal del mundo hispano; no es menos cierto que su duración fue efímera, apenas dos años hasta la restauración del absolutismo español con el retorno al poder de los borbones, síntoma que dice mucho de la historia entre dramática y farsesca que se iba a desarrollar tanto en España como en América Latina a lo largo de los siglos XIX y XX, salpicados de dictaduras, caudillismos militares, efímeras constituciones formales, nula o casi nula consolidación de los derechos políticos y del concepto de ciudadanía, piedras eje de toda reforma liberal.
En el mundo hispano no tuvimos “la gran revolución liberal” que acaeció en Inglaterra o Francia y que posibilitó la consolidación del sistema capitalista y de los derechos políticos consustanciales a la persona (lo que ahora se conoce como “derechos de primera generación”). Más bien tuvimos una formalidad de derechos y una práctica señorial, feudal, que hacía imposible su aplicación práctica. Por poner un ejemplo, el principio “todos somos iguales ante la ley” se quedó en simple enunciación lírica. Hasta ahora.
Por la parte incásica o pre-hispánica tuvimos también una herencia de cacicazgo vertical, de autocracia y nula concepción de individualidad. Era más bien el concepto de masa por un lado y por el otro el de la deificación del inca.
Por ambos lados de nuestra herencia cultural estábamos condenados.
Recién en los últimos treinta años estamos tratando que el concepto de ciudadanía cale. Un poco difícil, pero ahí vamos. Mientras el ciudadano dependa del estado para “pedir derechos”, pero no tome conciencia de sus obligaciones, no tribute, deprede el ambiente, y no se sienta propietario, difícilmente llegará a la adultez necesaria, requisito indispensable para que esa revolución liberal “penetre en los poros” de las personas.
Para terminar, una ucronía. Siempre me gusta saber “que hubiera pasado si…”. Lo que pudo suceder y no sucedió. En el presente caso, que hubiera pasado si al retorno de los borbones al poder, hubiesen admitido las reformas liberales que planteaba la Constitución de Cádiz, incluyendo una mayor autonomía a las colonias. ¿Se habría producido de todas maneras esa revolución independentista violenta y medio anárquica que sacudió a Sudamérica entre la segunda y tercera décadas del siglo XIX u otro habría sido el panorama? ¿Se habrían podido consolidar los derechos políticos de la persona y por ende una encarnación más visible del concepto de ciudadanía?
Son preguntas que quedarán en el tintero. Pero estoy tentado a pensar que de haberse aplicado a cabalidad “la Pepa” en América, los cambios no habrían sido tan profundos como se cree. En primer lugar nos faltó a nosotros una “revolución protestante” que posibilite el cambio de mentalidad de las personas. Tampoco tuvimos una gran revolución francesa que libere de las cadenas del absolutismo y la autocracia. Nos faltaron varios ingredientes económicos, políticos, sociales y culturales y el reconocernos como nación, algo que todavía se encuentra en proceso y no termina de cuajar.
Quizás por la orfandad de esos factores es que todos los proyectos constitucionales y políticos de raigambre liberal han fracasado en nuestro medio.
Celebremos estos doscientos años, pero “no reventemos demasiados cohetes”. Honestamente, no es para tanto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
En el mundo hispano no tuvimos “la gran revolución liberal” que acaeció en Inglaterra o Francia y que posibilitó la consolidación del sistema capitalista y de los derechos políticos consustanciales a la persona (lo que ahora se conoce como “derechos de primera generación”). Más bien tuvimos una formalidad de derechos y una práctica señorial, feudal, que hacía imposible su aplicación práctica. Por poner un ejemplo, el principio “todos somos iguales ante la ley” se quedó en simple enunciación lírica. Hasta ahora.
Por la parte incásica o pre-hispánica tuvimos también una herencia de cacicazgo vertical, de autocracia y nula concepción de individualidad. Era más bien el concepto de masa por un lado y por el otro el de la deificación del inca.
Por ambos lados de nuestra herencia cultural estábamos condenados.
Recién en los últimos treinta años estamos tratando que el concepto de ciudadanía cale. Un poco difícil, pero ahí vamos. Mientras el ciudadano dependa del estado para “pedir derechos”, pero no tome conciencia de sus obligaciones, no tribute, deprede el ambiente, y no se sienta propietario, difícilmente llegará a la adultez necesaria, requisito indispensable para que esa revolución liberal “penetre en los poros” de las personas.
Para terminar, una ucronía. Siempre me gusta saber “que hubiera pasado si…”. Lo que pudo suceder y no sucedió. En el presente caso, que hubiera pasado si al retorno de los borbones al poder, hubiesen admitido las reformas liberales que planteaba la Constitución de Cádiz, incluyendo una mayor autonomía a las colonias. ¿Se habría producido de todas maneras esa revolución independentista violenta y medio anárquica que sacudió a Sudamérica entre la segunda y tercera décadas del siglo XIX u otro habría sido el panorama? ¿Se habrían podido consolidar los derechos políticos de la persona y por ende una encarnación más visible del concepto de ciudadanía?
Son preguntas que quedarán en el tintero. Pero estoy tentado a pensar que de haberse aplicado a cabalidad “la Pepa” en América, los cambios no habrían sido tan profundos como se cree. En primer lugar nos faltó a nosotros una “revolución protestante” que posibilite el cambio de mentalidad de las personas. Tampoco tuvimos una gran revolución francesa que libere de las cadenas del absolutismo y la autocracia. Nos faltaron varios ingredientes económicos, políticos, sociales y culturales y el reconocernos como nación, algo que todavía se encuentra en proceso y no termina de cuajar.
Quizás por la orfandad de esos factores es que todos los proyectos constitucionales y políticos de raigambre liberal han fracasado en nuestro medio.
Celebremos estos doscientos años, pero “no reventemos demasiados cohetes”. Honestamente, no es para tanto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, March 07, 2012
A CUARENTA AÑOS DE LA NARANJA MECÁNICA
La película no estuvo exenta de escándalo en su estreno, hace cuarenta años. Para algunos una obra maestra, para otros un esperpento, un “bajón” en la trayectoria de Stanley Kubrick, ya consagrado “director de culto” gracias a 2001: Odisea del espacio.
El escándalo posibilitó que el filme estuviera en cartelera semana tras semana y originase largas colas para verla (algo inimaginable para una cinta el día de hoy). Pero, ¿qué es La naranja mecánica?
Inscrita dentro de lo que se conoce como “distopía” o antiútopía, describe un Londres futurista exacerbado por la violencia juvenil, imposible de frenar ni con las más sofisticadas terapias sicológicas, hasta que un grupo de médicos encuentran “la cura” en un procedimiento que inhibe los reflejos de violencia del ser humano, basado en la teoría de Iván Pavlov. El partido político en el gobierno, de tendencias conservadoras y autoritarias, lo auspicia a fin de asentarse y perpetuarse en el ejercicio del poder. Naturalmente que para ese procedimiento experimental se requiere de un voluntario, entrando a tallar el personaje de Alex.
Alex, el joven líder de una pandilla que asola la ciudad de noche, es lo que podríamos decir un ser salvaje natural. Vive en libertad absoluta de sus instintos por lo que obviamente va a “chocar” contra las leyes y convenciones de la sociedad. No ha internalizado la represión de sus instintos, como la mayoría de seres humanos lo hacemos, viviendo en “estado puro”. Por eso no nos cae tan mal pese a los latrocinios, violaciones y “ultraviolencia” que ejerce (personaje creíble gracias a la formidable actuación de Malcolm McDowell). Representa algo que nosotros anhelamos y que en sociedad hemos perdido: vivir en estado natural.
Naturalmente que esa etapa sin límites a los instintos se le va a terminar y la sociedad se impondrá, “castigándolo” por los desmanes cometidos. Allí está presente la sanción moral y jurídica. El castigo no es solamente “el peso de la ley”, sino también de la sociedad que, a modo de las novelas decimonónicas, las víctimas de Alex lo castigarán, una vez que este obtiene su libertad, tras someterse al método de inhibición de los reflejos de violencia.
Ese “castigo moral” es quizás más significativo que el jurídico, dado que las víctimas de Alex buscan sancionarlo con una pena similar a la causada por él: comenzando por los padres del personaje que le dan la espalda cuando sale de prisión, luego el mendigo golpeándolo cuando recuerda en sus facciones al muchacho que le propinó una dura paliza, sus ex camaradas de travesías nocturnas convertidos en policías también lo golpearán hasta casi matarlo, para completar con la inducción a la muerte que busca el intelectual cuya esposa murió por la salvaje violación de Alex y sus “drugos”. Se cumple “el ojo por ojo” bíblico.
Pero, la moraleja no queda allí. Precisamente sucede un escándalo a raíz del intento de homicidio contra Alex, por lo que el gobierno se ve en la necesidad de “rehabilitarlo”, devolverle “las facultades” de su anterior estado natural, exclamando el protagonista al final de la película “ahora sí estoy curado”, mientras visiona en su mente que viola a una muchacha y es aplaudido por unos espectadores con apariencia “burguesa”, metáfora que explica el reconocimiento o la tolerancia que se ve impelida la sociedad de aceptar a Alex “tal como es”. En cierta forma él ha ganado contra los convencionalismos. O, si se quiere, ha hecho un “acuerdo” con el gobierno de protección mutua. Aparentemente “se domestica a la fiera” para exhibirla públicamente.
El guión de Stanley Kubrick es bastante fiel a la novela de Anthony Burgess, que contiene mucho de corrosivo sarcasmo sobre la condición humana (la metáfora gira sobre la maldad innata del ser humano, a diferencia de los utopistas que creían en la bondad del hombre, solo que la sociedad lo corrompe), inscribiéndose en la rica corriente de las novelas que describen un futuro nada halagüeño para la humanidad.
También se respetó la jerga utilizada por Burgess, con palabras de origen eslavo. Según confesó el autor, la idea era hacer atemporal la novela y que pudiese ser leída por las generaciones futuras, sin que sientan el paso de los años. Y, sobre el título, si bien se han tejido múltiples explicaciones (La naranja mecánica se menciona en la novela como la obra que está preparando el escritor, cuya esposa es violada por Alex y sus drugos), de cierta manera alude al contrasentido que sería un hombre sin sus sentimientos e impulsos más innatos (“tan raro como una naranja mecánica”), coactando de esa manera su libre albedrío. La libre elección que, como ser humano, debe ejercer entre el bien y el mal; lo que se encuentra claramente expresado en el discurso del capellán de la prisión, cuando Alex es liberado.
Sobre el famoso capítulo final donde se produce un giro al sentido de lo narrado al vislumbrar una “regenación de Alex”, se dice que Kubrick no tuvo ocasión de leerlo en la edición que llegó a sus manos (siempre declaró que conoció la novela por ser obsequio de un amigo y quedó prendado del argumento), otros dicen que sí llegó a conocer el referido capítulo que no estaba en todas las ediciones en lengua inglesa. Personalmente me inclinó hacia la última tesis, dado que Kubrick era muy minucioso en todo, incluyendo sus fuentes de información, pero prefirió cortarlo en el momento que Alex es “curado” y llega a una componenda con el partido en el gobierno, así le daba más “fuerza” a la escena final. Lo cierto es que ese capítulo afectaba todo el sentido dramático de lo narrado anteriormente, en especial “la moraleja” (el hombre es malo por naturaleza), por lo que el realizador prefirió obviarlo en la adaptación cinematográfica; aunque el dichoso capítulo no parece tanto un “mensaje redentor” sobre la condición humana como algunos creen, sino una burla final de Burgess ante quienes sostienen que la cultura y sus instituciones pueden atenuar o hasta mejorar la naturaleza del hombre.
Lo cierto es que La naranja mecánica cimentaría la carrera de Stanley Kubrick, siendo una de sus mejores películas, junto a 2001 y Barry Lyndon, su siguiente trabajo; y, se mantiene tan fresca e inquietante como el día de su estreno, hace cuarenta años ya. Tan inquietante y tan rara como una naranja de relojería.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
El escándalo posibilitó que el filme estuviera en cartelera semana tras semana y originase largas colas para verla (algo inimaginable para una cinta el día de hoy). Pero, ¿qué es La naranja mecánica?
Inscrita dentro de lo que se conoce como “distopía” o antiútopía, describe un Londres futurista exacerbado por la violencia juvenil, imposible de frenar ni con las más sofisticadas terapias sicológicas, hasta que un grupo de médicos encuentran “la cura” en un procedimiento que inhibe los reflejos de violencia del ser humano, basado en la teoría de Iván Pavlov. El partido político en el gobierno, de tendencias conservadoras y autoritarias, lo auspicia a fin de asentarse y perpetuarse en el ejercicio del poder. Naturalmente que para ese procedimiento experimental se requiere de un voluntario, entrando a tallar el personaje de Alex.
Alex, el joven líder de una pandilla que asola la ciudad de noche, es lo que podríamos decir un ser salvaje natural. Vive en libertad absoluta de sus instintos por lo que obviamente va a “chocar” contra las leyes y convenciones de la sociedad. No ha internalizado la represión de sus instintos, como la mayoría de seres humanos lo hacemos, viviendo en “estado puro”. Por eso no nos cae tan mal pese a los latrocinios, violaciones y “ultraviolencia” que ejerce (personaje creíble gracias a la formidable actuación de Malcolm McDowell). Representa algo que nosotros anhelamos y que en sociedad hemos perdido: vivir en estado natural.
Naturalmente que esa etapa sin límites a los instintos se le va a terminar y la sociedad se impondrá, “castigándolo” por los desmanes cometidos. Allí está presente la sanción moral y jurídica. El castigo no es solamente “el peso de la ley”, sino también de la sociedad que, a modo de las novelas decimonónicas, las víctimas de Alex lo castigarán, una vez que este obtiene su libertad, tras someterse al método de inhibición de los reflejos de violencia.
Ese “castigo moral” es quizás más significativo que el jurídico, dado que las víctimas de Alex buscan sancionarlo con una pena similar a la causada por él: comenzando por los padres del personaje que le dan la espalda cuando sale de prisión, luego el mendigo golpeándolo cuando recuerda en sus facciones al muchacho que le propinó una dura paliza, sus ex camaradas de travesías nocturnas convertidos en policías también lo golpearán hasta casi matarlo, para completar con la inducción a la muerte que busca el intelectual cuya esposa murió por la salvaje violación de Alex y sus “drugos”. Se cumple “el ojo por ojo” bíblico.
Pero, la moraleja no queda allí. Precisamente sucede un escándalo a raíz del intento de homicidio contra Alex, por lo que el gobierno se ve en la necesidad de “rehabilitarlo”, devolverle “las facultades” de su anterior estado natural, exclamando el protagonista al final de la película “ahora sí estoy curado”, mientras visiona en su mente que viola a una muchacha y es aplaudido por unos espectadores con apariencia “burguesa”, metáfora que explica el reconocimiento o la tolerancia que se ve impelida la sociedad de aceptar a Alex “tal como es”. En cierta forma él ha ganado contra los convencionalismos. O, si se quiere, ha hecho un “acuerdo” con el gobierno de protección mutua. Aparentemente “se domestica a la fiera” para exhibirla públicamente.
El guión de Stanley Kubrick es bastante fiel a la novela de Anthony Burgess, que contiene mucho de corrosivo sarcasmo sobre la condición humana (la metáfora gira sobre la maldad innata del ser humano, a diferencia de los utopistas que creían en la bondad del hombre, solo que la sociedad lo corrompe), inscribiéndose en la rica corriente de las novelas que describen un futuro nada halagüeño para la humanidad.
También se respetó la jerga utilizada por Burgess, con palabras de origen eslavo. Según confesó el autor, la idea era hacer atemporal la novela y que pudiese ser leída por las generaciones futuras, sin que sientan el paso de los años. Y, sobre el título, si bien se han tejido múltiples explicaciones (La naranja mecánica se menciona en la novela como la obra que está preparando el escritor, cuya esposa es violada por Alex y sus drugos), de cierta manera alude al contrasentido que sería un hombre sin sus sentimientos e impulsos más innatos (“tan raro como una naranja mecánica”), coactando de esa manera su libre albedrío. La libre elección que, como ser humano, debe ejercer entre el bien y el mal; lo que se encuentra claramente expresado en el discurso del capellán de la prisión, cuando Alex es liberado.
Sobre el famoso capítulo final donde se produce un giro al sentido de lo narrado al vislumbrar una “regenación de Alex”, se dice que Kubrick no tuvo ocasión de leerlo en la edición que llegó a sus manos (siempre declaró que conoció la novela por ser obsequio de un amigo y quedó prendado del argumento), otros dicen que sí llegó a conocer el referido capítulo que no estaba en todas las ediciones en lengua inglesa. Personalmente me inclinó hacia la última tesis, dado que Kubrick era muy minucioso en todo, incluyendo sus fuentes de información, pero prefirió cortarlo en el momento que Alex es “curado” y llega a una componenda con el partido en el gobierno, así le daba más “fuerza” a la escena final. Lo cierto es que ese capítulo afectaba todo el sentido dramático de lo narrado anteriormente, en especial “la moraleja” (el hombre es malo por naturaleza), por lo que el realizador prefirió obviarlo en la adaptación cinematográfica; aunque el dichoso capítulo no parece tanto un “mensaje redentor” sobre la condición humana como algunos creen, sino una burla final de Burgess ante quienes sostienen que la cultura y sus instituciones pueden atenuar o hasta mejorar la naturaleza del hombre.
Lo cierto es que La naranja mecánica cimentaría la carrera de Stanley Kubrick, siendo una de sus mejores películas, junto a 2001 y Barry Lyndon, su siguiente trabajo; y, se mantiene tan fresca e inquietante como el día de su estreno, hace cuarenta años ya. Tan inquietante y tan rara como una naranja de relojería.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, February 21, 2012
QUO VADIS IZQUIERDA PERUANA? (O CÓMO FUE “CHOTEADA” NUEVAMENTE)
A los viejos dinosaurios
Hay que tener vocación masoquista para soportar tanta humillación. Primero fue con “el Chino”, cuando decidieron ser furgón de cola del fujimorismo en 1990, hasta que a los pocos meses este los expulsó sin asco del paraíso estatal y decidió, con inusitado frenesí, adoptar las ideas económicas de su contendiente, el FREDEMO. Se quedaron con la boca abierta (y algunos siguen así). Pero no se amilanaron. Hábiles aplicando “el principio de oportunidad” (me subo a la primera combi que me abre la puerta), luego estuvieron encaramados en el poder con Valentín Paniagua por breve tiempo; pero se las ingeniaron para seguir viviendo un poco más del estado gracias al gobierno de Alejandro Toledo. De allí, con el de Alan García, vino la época de “las vacas flacas”, por lo que debieron retornar a las aulas universitarias (principalmente la PUCP) y las consultorías en las ONG.
Con Ollanta Humala sintieron que se sacaron la tinka, que “se les hizo”. Ahora sí iban a ser gobierno, como advenedizos pero gobierno al fin, después de encontrarse en la diáspora por más de veinte años. Era “la tierra prometida”. Humala representaba para ellos “el maná caído del cielo”. Hasta formaron su asociación, “Ciudadanos por el cambio”, y prepararon el primer plan de gobierno, “La gran trasformación”, un mamotreto indigesto de más de doscientos páginas con recetas estatistas e intervencionistas que ya habían fracasado en el país. Leyéndolo parecía que regresábamos al Perú de los “apachurrantes” años setenta, cuando esos, ahora viejos dinosaurios, eran los muchachitos que jugaban a la revolución.
Pero, a los pocos meses de ser gobierno, “el comandante” (como gustaban llamarlo) les propinó literalmente una patada en sus cuatro letras y los expulsó de la tierra prometida. Ay, tanto nadar para morir ahogados en la playa. Salvo uno que otro que, sin rubor en la cara, solapa nomás, se “atornilló” bien en su puesto, olvidándose de “los principios socialistas” y de sus demás compañeros maltratados, la mayoría de ese colectivo de viejos izquierdistas sesenteros y setenteros salió expectorado del gobierno de Humala.
Algunos con cartitas de reproche de por medio dirigidas al “comandante”, tipo amante despechada, donde le recuerdan, como esas mujeres que ayudaron al marido en los difíciles primeros años de su carrera, que ellos creyeron en él cuando nadie daba ni un centavo por su candidatura. Lo cual es cierto, pero no exento de interés recíproco. No fue un matrimonio “por amor”, ni menos amor puro o platónico, sino por interés. Ellos (la vieja izquierda setentera) necesitaban de una “locomotora” que los lleve a la tierra prometida, y esa locomotora no era otro que Ollanta Humala. No había otro candidato con el perfil del nacionalista.
En este “divorcio” Conga fue “el punto de quiebre”. No estuvieron a la altura de las circunstancias y olvidaron que como funcionarios del estado representaban a la nación en su conjunto, a los intereses de todos los peruanos y no de una minoría. Antepusieron sus aspiraciones personales y políticas a las del país y, para variar, entre ellos se “acuchillaron”. Se “serrucharon el piso” mutuamente. La “izquierda cainita” estuvo más presente que nunca en el efímero gabinete Lerner. Entre ellos mismos comenzaron a apuñalarse y cometer infidencias que, por política de estado, no debieron salir del consejo de ministros. Los “muchachitos del ayer” se comportaron como adolescentes malcriados y majaderos.
***
Todo comenzó hace poco más de veinte años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales. Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera.
Una tiene que ver con Sendero Luminoso y el MRTA. Principalmente el primero. La “izquierda legal” de aquel entonces no desmarcó claramente con los homicidios y actos terroristas de SL. Cuando se les pedía una declaración firme, balbuceaban frases ambiguas o responsabilizaban de todo lo sucedido al “estado represor” (del cual, curiosidades de la vida, ellos vivían como congresistas), mientras internamente, en los comités partidarios, apoyaban abiertamente “la lucha armada”. Por eso, al referirse a esa crucial etapa histórica que nos tocó vivir asolados por el terrorismo, hasta ahora hablan de “guerra interna” o, algunos más suavecitos, de “conflicto armado interno”.
Ingenuamente vieron a Sendero Luminoso como aquellos que sí se atrevieron a realizar en el Perú “la toma del poder vía la insurrección armada”, porque “el poder nace del fusil” y del campo a la ciudad como lo quería su adorado Mao. Alucina loco, en el Perú se estaban produciendo las contradicciones internas que iban a llevar al socialismo como decían Marx, Lenin y el libro rojo del gran timonel. Hasta que Sendero comenzó a matarles dirigentes sin consideración de los lazos familiares. Los “primos hermanos” se comportaron como unos fratricidas. Cuando reaccionaron fue demasiado tarde.
En pocas palabras, y usando una expresión cara al marxismo, podemos decir que “fueron absorbidos por la Historia”.
La otra causa tiene que ver con la falta de paradigmas. De creer en el socialismo debieron pasar a creer en la “democracia burguesa” que tanto despreciaban, choque un poco violento para algunos. O, peor aún, creer en la economía de mercado. Eso sí fue más traumatizante para varios izquierdistas; aunque, la verdad, algunos cambiaron de camiseta fácilmente y sin muchas complicaciones se pasaron a servir “al enemigo del pueblo”. (Esta ausencia de paradigmas será común a distintas izquierdas en el mundo).
Al no contar con modelos propios, lo más inmediato que tendrá la izquierda nativa será el nacionalismo velasquista como alternativa frente al neoliberalismo “imperialista” de los años noventa. Curiosamente en los setenta esa “izquierda revolucionaria” despotricó acremente contra las reformas del velasquismo, calificándolas de “burguesas” y ahora intentaba reactualizarlas en un contexto latinoamericano donde predominaba el discurso de Hugo Chávez, otro autodeclarado heredero de Velasco.
Igual sucedió con la Constitución de 1979. La izquierda de aquel entonces no firmó la carta política. También la calificaron de “burguesa” y que no contenía las reformas anheladas por “la clase trabajadora” (ellos, la izquierda setentera, a modo de los superhéroes de los cómics que fungen de defensores de las causas justas, siempre se ha creído la “legítima representante” de la clase trabajadora y, por extensión, de las demás “clases oprimidas”). Ahora, treinta años después, aupados ya al proyecto nacionalista, reclamaban (un poco conchudamente, para ser sinceros) “el retorno” a la carta del 79 frente a la “carta espuria” del 93. Para “los muchachitos del ayer” el tiempo no había pasado.
Eso me lleva a otra metáfora: “la izquierda Walt Disney”, es decir la izquierda congelada en el tiempo. Aunque es un exceso la metáfora de un joven politólogo, último desencantado de la izquierda peruana, en el fondo tiene cierta exactitud. Podría decirse también que es “la izquierda Peter Pan”, la izquierda que nunca creció y nunca maduró. Para ella los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos treinta años son irrelevantes. O no significan mucho. En vez de ir con la historia, van en contra. Ni siquiera han tomado el ejemplo de la izquierda chilena post Allende que cayó en la cuenta que el Chile actual era totalmente distinto al de los setenta, cuando vivieron la afiebrada Unidad Popular. Gracias a la renovación de sus programas políticos, el pueblo los eligió para ser gobierno por largos veinte años, en alianza con sus ex rivales (otro signo de maduración), la Democracia Cristiana. (Y todo parece indicar que en las próximas elecciones presidenciales chilenas regresan al poder).
En cambio, para los “Peter Pan de la izquierda peruana” eso nunca sucedió. Se parecen a los borbones que regresaron al poder en Francia tras el fin de Napoleón: aquí no pasó nada, todo sigue igual. Son inmunes a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados).
Y la otra gran causa de esa escasa representación política, la principal creo yo, fue la desunión y la consecuente atomización en minipartidos o grupúsculos que ni siquiera llegaron a ser partidos. El “sueño del partido propio” fue un error gravitante y recurrente de esa izquierda setentera. Nacía un nuevo grupo de izquierda y a los pocos meses se dividía, acusándose mutuamente de “ser agentes de la CIA y del imperialismo yanqui”. Parecía un cáncer terminal por la reproducción de células, cada una padeciendo de más infantilismo que la otra.
En cambio, los pocos años que fueron el conglomerado Izquierda Unida que agrupaba a las distintas corrientes, bajo el liderazgo aperturista y democrático de Alfonso Barrantes, el alcance político de la izquierda llegó al tercio de la representación nacional. Ahora último, con el advenimiento de Humala, ni siquiera fueron minipartidos los que rodearon al entonces candidato, sino algunos nombres de “veteranos dirigentes” de esa vieja izquierda que, por sobrevivencia política, suscribió al proyecto nacionalista.
Ese fue uno de sus principales errores. Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”.
Curiosamente ese “lastre maldito” de la fragmentación que arrastra la izquierda (renovadora en los sesenta y setenta, conservadora en la actualidad) es parte de la cultura peruana, criolla para ser más específico. Muchos de esos “jóvenes revolucionarios” de aquel entonces procedían de los estratos altos de la sociedad peruana. Hijos de banqueros y hacendados que jugaron a la revolución. Creyeron que al asumir un credo revolucionario se libraban de la cultura y el “pasado reaccionario de su familia”, pero no fue así. Ellos estaban inmersos en una cultura política que fomenta “el partido propio” y el caudillismo político, practicándolo enfervorizadamente -quizás de manera inconciente- cuando fueron dirigentes de “la clase trabajadora”.
***
Como bien apunta Tony Zapata, esa izquierda no deja herederos políticos. Los muchachitos del ayer que jugaban a la revolución, hoy frisan los setenta años. Consulten el DNI de todos los que se auparon al proyecto de Humala y se darán cuenta. Los Peter Pan de la política criolla no dejan herederos, por lo que extinguidos cronológicamente (todos, tarde o temprano, nos vamos de este mundo), se terminaría sin pena ni gloria.
Una extinción que no es dramática, menos trágica. Quizás a lo sumo da para un sainete o, como diría Carlitos, el gran amigo de Zavalita en la novela de MVLL, es “como tirarse un pedito”. Nada más. Triste final para una izquierda que despertó tantas ilusiones y simpatías en su momento.
Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada (quiero ser optimista). Antes, claro, jugarán “un último partidito” en las próximas elecciones. Conspiraran, serán “furgón de cola” de algún candidato que les prometa una cuota de poder, y luego llorarán cuando les propine una patada en toda la extensión de su humanidad.
Es que estos ex muchachitos que jugaban a la revolución ya están cansados y viejos como para reorganizar fuerzas y hacer un trabajo titánico: fundar un auténtico partido de izquierda unitario.
No es fácil tampoco. La tía Susana quiso hacerlo con Fuerza Social y ahora está a punto de ser revocada de la principal alcaldía del país. No basta con juntar unos cuantos tecnócratas y rostros nuevos en la política, reunirse a tomar un “té de tías” en un club “progre” y soñar con los cambios, sino hacer un trabajo de base.
Ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades. Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.
En cierta forma se comportaron como esos hijitos de papá, que les basta pedir para que les den todo y que, con una fortuna entre manos, la tiran por la ventana en alcohol, parrandas, juego y mujeres. Hasta en eso “heredaron las taras” de su clase de origen.
Ahora ya están viejos para retomar el viejo sueño.
Tan viejos que algunos de esos veteranos “muchachitos del ayer” se van bien remunerados del gobierno de Humala, con “embajadas consuelo”, como para que disfruten unas vacaciones y no sientan tan feo la choteada. O, por lo menos, que no duela tanto esa parte final de la anatomía. Allá, lejos y con tiempo de sobra, podrán soñar con la revolución que no llegaron a hacer, con las esperanzas perdidas, con el capital político desperdiciado en pequeños egos y, los más sensibles, quizás derramen una pequeña lágrima de nostalgia, u otros, más pragmáticos, verán la forma de regresar el 2016. Total, una humillación más ya no importa.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Hay que tener vocación masoquista para soportar tanta humillación. Primero fue con “el Chino”, cuando decidieron ser furgón de cola del fujimorismo en 1990, hasta que a los pocos meses este los expulsó sin asco del paraíso estatal y decidió, con inusitado frenesí, adoptar las ideas económicas de su contendiente, el FREDEMO. Se quedaron con la boca abierta (y algunos siguen así). Pero no se amilanaron. Hábiles aplicando “el principio de oportunidad” (me subo a la primera combi que me abre la puerta), luego estuvieron encaramados en el poder con Valentín Paniagua por breve tiempo; pero se las ingeniaron para seguir viviendo un poco más del estado gracias al gobierno de Alejandro Toledo. De allí, con el de Alan García, vino la época de “las vacas flacas”, por lo que debieron retornar a las aulas universitarias (principalmente la PUCP) y las consultorías en las ONG.
Con Ollanta Humala sintieron que se sacaron la tinka, que “se les hizo”. Ahora sí iban a ser gobierno, como advenedizos pero gobierno al fin, después de encontrarse en la diáspora por más de veinte años. Era “la tierra prometida”. Humala representaba para ellos “el maná caído del cielo”. Hasta formaron su asociación, “Ciudadanos por el cambio”, y prepararon el primer plan de gobierno, “La gran trasformación”, un mamotreto indigesto de más de doscientos páginas con recetas estatistas e intervencionistas que ya habían fracasado en el país. Leyéndolo parecía que regresábamos al Perú de los “apachurrantes” años setenta, cuando esos, ahora viejos dinosaurios, eran los muchachitos que jugaban a la revolución.
Pero, a los pocos meses de ser gobierno, “el comandante” (como gustaban llamarlo) les propinó literalmente una patada en sus cuatro letras y los expulsó de la tierra prometida. Ay, tanto nadar para morir ahogados en la playa. Salvo uno que otro que, sin rubor en la cara, solapa nomás, se “atornilló” bien en su puesto, olvidándose de “los principios socialistas” y de sus demás compañeros maltratados, la mayoría de ese colectivo de viejos izquierdistas sesenteros y setenteros salió expectorado del gobierno de Humala.
Algunos con cartitas de reproche de por medio dirigidas al “comandante”, tipo amante despechada, donde le recuerdan, como esas mujeres que ayudaron al marido en los difíciles primeros años de su carrera, que ellos creyeron en él cuando nadie daba ni un centavo por su candidatura. Lo cual es cierto, pero no exento de interés recíproco. No fue un matrimonio “por amor”, ni menos amor puro o platónico, sino por interés. Ellos (la vieja izquierda setentera) necesitaban de una “locomotora” que los lleve a la tierra prometida, y esa locomotora no era otro que Ollanta Humala. No había otro candidato con el perfil del nacionalista.
En este “divorcio” Conga fue “el punto de quiebre”. No estuvieron a la altura de las circunstancias y olvidaron que como funcionarios del estado representaban a la nación en su conjunto, a los intereses de todos los peruanos y no de una minoría. Antepusieron sus aspiraciones personales y políticas a las del país y, para variar, entre ellos se “acuchillaron”. Se “serrucharon el piso” mutuamente. La “izquierda cainita” estuvo más presente que nunca en el efímero gabinete Lerner. Entre ellos mismos comenzaron a apuñalarse y cometer infidencias que, por política de estado, no debieron salir del consejo de ministros. Los “muchachitos del ayer” se comportaron como adolescentes malcriados y majaderos.
***
Todo comenzó hace poco más de veinte años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales. Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera.
Una tiene que ver con Sendero Luminoso y el MRTA. Principalmente el primero. La “izquierda legal” de aquel entonces no desmarcó claramente con los homicidios y actos terroristas de SL. Cuando se les pedía una declaración firme, balbuceaban frases ambiguas o responsabilizaban de todo lo sucedido al “estado represor” (del cual, curiosidades de la vida, ellos vivían como congresistas), mientras internamente, en los comités partidarios, apoyaban abiertamente “la lucha armada”. Por eso, al referirse a esa crucial etapa histórica que nos tocó vivir asolados por el terrorismo, hasta ahora hablan de “guerra interna” o, algunos más suavecitos, de “conflicto armado interno”.
Ingenuamente vieron a Sendero Luminoso como aquellos que sí se atrevieron a realizar en el Perú “la toma del poder vía la insurrección armada”, porque “el poder nace del fusil” y del campo a la ciudad como lo quería su adorado Mao. Alucina loco, en el Perú se estaban produciendo las contradicciones internas que iban a llevar al socialismo como decían Marx, Lenin y el libro rojo del gran timonel. Hasta que Sendero comenzó a matarles dirigentes sin consideración de los lazos familiares. Los “primos hermanos” se comportaron como unos fratricidas. Cuando reaccionaron fue demasiado tarde.
En pocas palabras, y usando una expresión cara al marxismo, podemos decir que “fueron absorbidos por la Historia”.
La otra causa tiene que ver con la falta de paradigmas. De creer en el socialismo debieron pasar a creer en la “democracia burguesa” que tanto despreciaban, choque un poco violento para algunos. O, peor aún, creer en la economía de mercado. Eso sí fue más traumatizante para varios izquierdistas; aunque, la verdad, algunos cambiaron de camiseta fácilmente y sin muchas complicaciones se pasaron a servir “al enemigo del pueblo”. (Esta ausencia de paradigmas será común a distintas izquierdas en el mundo).
Al no contar con modelos propios, lo más inmediato que tendrá la izquierda nativa será el nacionalismo velasquista como alternativa frente al neoliberalismo “imperialista” de los años noventa. Curiosamente en los setenta esa “izquierda revolucionaria” despotricó acremente contra las reformas del velasquismo, calificándolas de “burguesas” y ahora intentaba reactualizarlas en un contexto latinoamericano donde predominaba el discurso de Hugo Chávez, otro autodeclarado heredero de Velasco.
Igual sucedió con la Constitución de 1979. La izquierda de aquel entonces no firmó la carta política. También la calificaron de “burguesa” y que no contenía las reformas anheladas por “la clase trabajadora” (ellos, la izquierda setentera, a modo de los superhéroes de los cómics que fungen de defensores de las causas justas, siempre se ha creído la “legítima representante” de la clase trabajadora y, por extensión, de las demás “clases oprimidas”). Ahora, treinta años después, aupados ya al proyecto nacionalista, reclamaban (un poco conchudamente, para ser sinceros) “el retorno” a la carta del 79 frente a la “carta espuria” del 93. Para “los muchachitos del ayer” el tiempo no había pasado.
Eso me lleva a otra metáfora: “la izquierda Walt Disney”, es decir la izquierda congelada en el tiempo. Aunque es un exceso la metáfora de un joven politólogo, último desencantado de la izquierda peruana, en el fondo tiene cierta exactitud. Podría decirse también que es “la izquierda Peter Pan”, la izquierda que nunca creció y nunca maduró. Para ella los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos treinta años son irrelevantes. O no significan mucho. En vez de ir con la historia, van en contra. Ni siquiera han tomado el ejemplo de la izquierda chilena post Allende que cayó en la cuenta que el Chile actual era totalmente distinto al de los setenta, cuando vivieron la afiebrada Unidad Popular. Gracias a la renovación de sus programas políticos, el pueblo los eligió para ser gobierno por largos veinte años, en alianza con sus ex rivales (otro signo de maduración), la Democracia Cristiana. (Y todo parece indicar que en las próximas elecciones presidenciales chilenas regresan al poder).
En cambio, para los “Peter Pan de la izquierda peruana” eso nunca sucedió. Se parecen a los borbones que regresaron al poder en Francia tras el fin de Napoleón: aquí no pasó nada, todo sigue igual. Son inmunes a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados).
Y la otra gran causa de esa escasa representación política, la principal creo yo, fue la desunión y la consecuente atomización en minipartidos o grupúsculos que ni siquiera llegaron a ser partidos. El “sueño del partido propio” fue un error gravitante y recurrente de esa izquierda setentera. Nacía un nuevo grupo de izquierda y a los pocos meses se dividía, acusándose mutuamente de “ser agentes de la CIA y del imperialismo yanqui”. Parecía un cáncer terminal por la reproducción de células, cada una padeciendo de más infantilismo que la otra.
En cambio, los pocos años que fueron el conglomerado Izquierda Unida que agrupaba a las distintas corrientes, bajo el liderazgo aperturista y democrático de Alfonso Barrantes, el alcance político de la izquierda llegó al tercio de la representación nacional. Ahora último, con el advenimiento de Humala, ni siquiera fueron minipartidos los que rodearon al entonces candidato, sino algunos nombres de “veteranos dirigentes” de esa vieja izquierda que, por sobrevivencia política, suscribió al proyecto nacionalista.
Ese fue uno de sus principales errores. Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”.
Curiosamente ese “lastre maldito” de la fragmentación que arrastra la izquierda (renovadora en los sesenta y setenta, conservadora en la actualidad) es parte de la cultura peruana, criolla para ser más específico. Muchos de esos “jóvenes revolucionarios” de aquel entonces procedían de los estratos altos de la sociedad peruana. Hijos de banqueros y hacendados que jugaron a la revolución. Creyeron que al asumir un credo revolucionario se libraban de la cultura y el “pasado reaccionario de su familia”, pero no fue así. Ellos estaban inmersos en una cultura política que fomenta “el partido propio” y el caudillismo político, practicándolo enfervorizadamente -quizás de manera inconciente- cuando fueron dirigentes de “la clase trabajadora”.
***
Como bien apunta Tony Zapata, esa izquierda no deja herederos políticos. Los muchachitos del ayer que jugaban a la revolución, hoy frisan los setenta años. Consulten el DNI de todos los que se auparon al proyecto de Humala y se darán cuenta. Los Peter Pan de la política criolla no dejan herederos, por lo que extinguidos cronológicamente (todos, tarde o temprano, nos vamos de este mundo), se terminaría sin pena ni gloria.
Una extinción que no es dramática, menos trágica. Quizás a lo sumo da para un sainete o, como diría Carlitos, el gran amigo de Zavalita en la novela de MVLL, es “como tirarse un pedito”. Nada más. Triste final para una izquierda que despertó tantas ilusiones y simpatías en su momento.
Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada (quiero ser optimista). Antes, claro, jugarán “un último partidito” en las próximas elecciones. Conspiraran, serán “furgón de cola” de algún candidato que les prometa una cuota de poder, y luego llorarán cuando les propine una patada en toda la extensión de su humanidad.
Es que estos ex muchachitos que jugaban a la revolución ya están cansados y viejos como para reorganizar fuerzas y hacer un trabajo titánico: fundar un auténtico partido de izquierda unitario.
No es fácil tampoco. La tía Susana quiso hacerlo con Fuerza Social y ahora está a punto de ser revocada de la principal alcaldía del país. No basta con juntar unos cuantos tecnócratas y rostros nuevos en la política, reunirse a tomar un “té de tías” en un club “progre” y soñar con los cambios, sino hacer un trabajo de base.
Ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades. Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.
En cierta forma se comportaron como esos hijitos de papá, que les basta pedir para que les den todo y que, con una fortuna entre manos, la tiran por la ventana en alcohol, parrandas, juego y mujeres. Hasta en eso “heredaron las taras” de su clase de origen.
Ahora ya están viejos para retomar el viejo sueño.
Tan viejos que algunos de esos veteranos “muchachitos del ayer” se van bien remunerados del gobierno de Humala, con “embajadas consuelo”, como para que disfruten unas vacaciones y no sientan tan feo la choteada. O, por lo menos, que no duela tanto esa parte final de la anatomía. Allá, lejos y con tiempo de sobra, podrán soñar con la revolución que no llegaron a hacer, con las esperanzas perdidas, con el capital político desperdiciado en pequeños egos y, los más sensibles, quizás derramen una pequeña lágrima de nostalgia, u otros, más pragmáticos, verán la forma de regresar el 2016. Total, una humillación más ya no importa.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, February 17, 2012
QUERRÁN MATARLA Y NO PODRÁN MATARLA: MARÍA ELENA MOYANO IN MEMORIAM
Dice un antiguo adagio que nunca es más oscuro sino antes del amanecer. Ese adagio se podría aplicar muy bien al fatídico año de 1992, cuando parecía que las huestes del terror iban ganando la partida. En Febrero el asesinato de María Elena Moyano, en Julio la destrucción de Tarata, ese mismo mes el contraterror desde los aparatos del Estado en La Cantuta. Todo indicaba que la espiral de violencia era imparable y nada hacía presagiar que a los pocos meses caería el cerebro de la organización terrorista más letal que hayamos conocido.
María Elena Moyano encarnó la resistencia civil a ese terror organizado para amedrentar a la sociedad. Cuando la mayoría prefirió el silencio, el mirar hacia otro lado o, peor aún, se debatió en angustias existenciales entre apoyar o no a Sendero Luminoso como pasó con buena parte de la izquierda peruana de aquel entonces (y que ahora la Historia les pasa la factura por su actuar cómplice), ella prefirió decir las cosas en voz alta, algo inusual en nuestro país, acostumbrado a los dobleces y venias versallescas de la Colonia.
Raro entre la intelectualidad limeña esto de decir las cosas claramente, acostumbrada a las capillas políticas o ideológicas. Pero, felizmente ella se salvó de pertenecer a esa “elite” y las luchas diarias por la supervivencia en Villa El Salvador la cuajaron para responder clara y tajantemente. Claro, lo pagó con su vida; pero, es preferible vivir una vida corta pero brillante, a una larga y mediocre. Hay muchos ejemplos, José Carlos entre ellos o, más cerca, Javier Heraud. De haberse conocido con María Elena, creo que se habrían llevado bien.
Todavía no se le ha otorgado el reconocimiento que merece. Debería incluírsele en los libros de historia con mayor holgura. No se si ya existirá alguna plaza o avenida con el nombre de esta notable mujer. En Villa o fuera de Villa, eso no importa mucho; porque María Elena desde aquel aciago 15 de Febrero de 1992 pertenece por derecho propio a la galería de los peruanos ilustres e inmortales.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
María Elena Moyano encarnó la resistencia civil a ese terror organizado para amedrentar a la sociedad. Cuando la mayoría prefirió el silencio, el mirar hacia otro lado o, peor aún, se debatió en angustias existenciales entre apoyar o no a Sendero Luminoso como pasó con buena parte de la izquierda peruana de aquel entonces (y que ahora la Historia les pasa la factura por su actuar cómplice), ella prefirió decir las cosas en voz alta, algo inusual en nuestro país, acostumbrado a los dobleces y venias versallescas de la Colonia.
Raro entre la intelectualidad limeña esto de decir las cosas claramente, acostumbrada a las capillas políticas o ideológicas. Pero, felizmente ella se salvó de pertenecer a esa “elite” y las luchas diarias por la supervivencia en Villa El Salvador la cuajaron para responder clara y tajantemente. Claro, lo pagó con su vida; pero, es preferible vivir una vida corta pero brillante, a una larga y mediocre. Hay muchos ejemplos, José Carlos entre ellos o, más cerca, Javier Heraud. De haberse conocido con María Elena, creo que se habrían llevado bien.
Todavía no se le ha otorgado el reconocimiento que merece. Debería incluírsele en los libros de historia con mayor holgura. No se si ya existirá alguna plaza o avenida con el nombre de esta notable mujer. En Villa o fuera de Villa, eso no importa mucho; porque María Elena desde aquel aciago 15 de Febrero de 1992 pertenece por derecho propio a la galería de los peruanos ilustres e inmortales.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, February 08, 2012
SOBRE LA REVOCATORIA Y LA DEMOCRACIA DIRECTA
En términos generales existen dos tipos de democracia: la democracia representativa y la democracia directa.
Por la democracia representativa nosotros elegimos a nuestras autoridades por elección popular. Les otorgamos un mandato (de allí el nombre de mandatario) por un periodo de tiempo determinado. Son nuestros representantes a fin que, vía delegación de facultades del pueblo, dirijan los destinos de un país, una región o un municipio, sea nuestro representante en el Parlamento, administre justicia o imponga la ley y el orden en los casos en que el magistrado o la autoridad policial sea designado por elección de sus pares ciudadanos. La democracia representativa moderna nació en Inglaterra y tiene aproximadamente quinientos años, por lo que históricamente es bastante “joven”. Demás está decir que es el sistema político dominante en el mundo (aunque no exclusivo).
La democracia directa es más antigua, data de la Grecia clásica, cuando los ciudadanos atenienses se reunían en el ágora a fin de decidir sobre los asuntos de su polis. Proponían iniciativas legislativas, hacían justicia, ordenaban el destierro o la muerte de alguna persona, entre otras cuestiones.
Esta forma de democracia se perdió en las tinieblas de los tiempos y últimamente ha sido rescatada a fin que el ciudadano decida directamente sobre los temas que más le conciernen o afectan. Ejemplo: Solo por citar dos temas polémicos, el ciudadano podría decidir por referéndum la legalización del aborto o de las drogas. Sobre su decisión, como soberano, nadie más está.
Dicho sea de paso, en nuestro país el referéndum apenas ha sido utilizado en tres oportunidades: para aprobar la Constitución vigente de 1993, para la conformación de las macrorregiones en 2005 (que no prosperó), y para decidir sobre la devolución de los aportes al FONAVI en 2010.
Dentro de nuestra normativa, la ley que desarrolla las instituciones de democracia directa es la 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, la cual hace una distinción entre los derechos de participación de los ciudadanos y los derechos de control.
En los primeros incluye a: la iniciativa de Reforma Constitucional y de formación de las leyes, el Referéndum, y la iniciativa en la formación de dispositivos municipales y regionales. (Existen otras instituciones que no se encuentran en la 26300, como el presupuesto participativo o, ahora último, la consulta previa).
En los derechos de control ciudadano tenemos a la revocatoria y remoción de autoridades, y la demanda de rendición de cuentas.
Una diferencia entre unos y otros, es que los derechos de participación ciudadana son propositivos: se escucha la opinión del ciudadano para crear, modificar o derogar una ley o decidir sobre un asunto de importancia capital para él. Los derechos de control ciudadano más bien son fiscalizadores de la gestión de una autoridad.
*****
Dentro de los derechos de control ciudadano, tenemos a la revocatoria que significa literalmente “retirarle el mandato” a una autoridad elegida por elección popular.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa, en vista que, como cualquier sistema político, la democracia representativa es sumamente imperfecta, por lo que una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a las instituciones de la llamada democracia directa.
Recordemos que en la democracia representativa el pueblo le otorga al funcionario elegido por elección popular un mandato por un periodo de tiempo determinado. Por medio de la revocatoria, le revoca o retira el mandato conferido.
La revocatoria se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ya mencionada ley 26300. En nuestro país solo alcanza a los alcaldes y regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular.
Dentro de los requisitos de la revocatoria se encuentra que no procede ni en el primer ni el último año del mandato conferido. Ello debido a que en el primer año la autoridad elegida recién “se asienta en el cargo”, toma conocimiento del mismo, por lo que se ha querido evitar un exceso en su uso. Igual en el último año, en vista que es un año netamente de sucesión electoral y la revocatoria puede ser utilizada como manipulación política.
Precisamente sobre la manipulación política, es lo que se denomina excesos o mal uso de las instituciones democráticas por parte de los operadores políticos, tergiversando los fines propios de la institución. Obviamente la solución no está en eliminar la institución cuestionada, sino en perfeccionarla.
La revocatoria debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poder entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero como mandante le retira la confianza otorgada al mandatario en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Pero, por lo general, los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta a la revocatoria es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, en la Ley Orgánica de Municipalidades de Perú, ley 27972, el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
A grandes trazos podemos decir que por la vacancia, la autoridad elegida “vaca en el cargo” (cesa en el ejercicio del cargo) luego de un proceso sobretodo político y en el cual existen pruebas o, por lo menos, indicios probatorios serios de la causal que la origina, teniendo oportunidad el vacado de defenderse. En la revocatoria, el pueblo, entendido como el máximo soberano, le revoca el mandato conferido al mandatario sin necesidad de probar ninguna causal. “Te retiro el poder que te di” como sucede entre cualquier poderdante y apoderado.
Es bastante común confundir el juicio político de la vacancia y el proceso judicial ante los órganos jurisdiccionales. Si se trata del supuesto de un ilícito penal el que origina la vacancia (digamos malversación de fondos o uso indebido de los recursos del estado), no es obligatorio que la autoridad cuya vacancia se solicita, espere o exija que el órgano judicial se manifieste primero sobre el hecho que originó la vacancia (es decir si existe o no culpabilidad); en vista que la institución de la vacancia (y la revocatoria también) son juicios políticos en los que el ciudadano, una organización social, una autoridad o un ente colegiado deciden sobre el comportamiento político de la autoridad cuestionada.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad a revocar, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
De no alcanzar las firmas mínimas de adherentes certificadas por el RENIEC o de no alcanzar la mayoría absoluta de electores en la consulta de revocatoria, se produce la ratificación de la autoridad y esta continua en el cargo sin posibilidad que se admita una nueva petición de revocatoria hasta después de dos años de realizada la consulta.
De alcanzar mayoría absoluta la revocatoria, esta solo alcanza a la autoridad elegida, sucediéndole quien alcanzó el siguiente lugar en el número de votos de la misma lista a fin que complete su mandato; salvo que la revocatoria alcance a más de un tercio de los miembros del Concejo Municipal o Regional, en ese caso se convoca a nuevas elecciones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Por la democracia representativa nosotros elegimos a nuestras autoridades por elección popular. Les otorgamos un mandato (de allí el nombre de mandatario) por un periodo de tiempo determinado. Son nuestros representantes a fin que, vía delegación de facultades del pueblo, dirijan los destinos de un país, una región o un municipio, sea nuestro representante en el Parlamento, administre justicia o imponga la ley y el orden en los casos en que el magistrado o la autoridad policial sea designado por elección de sus pares ciudadanos. La democracia representativa moderna nació en Inglaterra y tiene aproximadamente quinientos años, por lo que históricamente es bastante “joven”. Demás está decir que es el sistema político dominante en el mundo (aunque no exclusivo).
La democracia directa es más antigua, data de la Grecia clásica, cuando los ciudadanos atenienses se reunían en el ágora a fin de decidir sobre los asuntos de su polis. Proponían iniciativas legislativas, hacían justicia, ordenaban el destierro o la muerte de alguna persona, entre otras cuestiones.
Esta forma de democracia se perdió en las tinieblas de los tiempos y últimamente ha sido rescatada a fin que el ciudadano decida directamente sobre los temas que más le conciernen o afectan. Ejemplo: Solo por citar dos temas polémicos, el ciudadano podría decidir por referéndum la legalización del aborto o de las drogas. Sobre su decisión, como soberano, nadie más está.
Dicho sea de paso, en nuestro país el referéndum apenas ha sido utilizado en tres oportunidades: para aprobar la Constitución vigente de 1993, para la conformación de las macrorregiones en 2005 (que no prosperó), y para decidir sobre la devolución de los aportes al FONAVI en 2010.
Dentro de nuestra normativa, la ley que desarrolla las instituciones de democracia directa es la 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, la cual hace una distinción entre los derechos de participación de los ciudadanos y los derechos de control.
En los primeros incluye a: la iniciativa de Reforma Constitucional y de formación de las leyes, el Referéndum, y la iniciativa en la formación de dispositivos municipales y regionales. (Existen otras instituciones que no se encuentran en la 26300, como el presupuesto participativo o, ahora último, la consulta previa).
En los derechos de control ciudadano tenemos a la revocatoria y remoción de autoridades, y la demanda de rendición de cuentas.
Una diferencia entre unos y otros, es que los derechos de participación ciudadana son propositivos: se escucha la opinión del ciudadano para crear, modificar o derogar una ley o decidir sobre un asunto de importancia capital para él. Los derechos de control ciudadano más bien son fiscalizadores de la gestión de una autoridad.
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Dentro de los derechos de control ciudadano, tenemos a la revocatoria que significa literalmente “retirarle el mandato” a una autoridad elegida por elección popular.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa, en vista que, como cualquier sistema político, la democracia representativa es sumamente imperfecta, por lo que una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a las instituciones de la llamada democracia directa.
Recordemos que en la democracia representativa el pueblo le otorga al funcionario elegido por elección popular un mandato por un periodo de tiempo determinado. Por medio de la revocatoria, le revoca o retira el mandato conferido.
La revocatoria se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ya mencionada ley 26300. En nuestro país solo alcanza a los alcaldes y regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular.
Dentro de los requisitos de la revocatoria se encuentra que no procede ni en el primer ni el último año del mandato conferido. Ello debido a que en el primer año la autoridad elegida recién “se asienta en el cargo”, toma conocimiento del mismo, por lo que se ha querido evitar un exceso en su uso. Igual en el último año, en vista que es un año netamente de sucesión electoral y la revocatoria puede ser utilizada como manipulación política.
Precisamente sobre la manipulación política, es lo que se denomina excesos o mal uso de las instituciones democráticas por parte de los operadores políticos, tergiversando los fines propios de la institución. Obviamente la solución no está en eliminar la institución cuestionada, sino en perfeccionarla.
La revocatoria debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poder entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero como mandante le retira la confianza otorgada al mandatario en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Pero, por lo general, los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta a la revocatoria es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, en la Ley Orgánica de Municipalidades de Perú, ley 27972, el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
A grandes trazos podemos decir que por la vacancia, la autoridad elegida “vaca en el cargo” (cesa en el ejercicio del cargo) luego de un proceso sobretodo político y en el cual existen pruebas o, por lo menos, indicios probatorios serios de la causal que la origina, teniendo oportunidad el vacado de defenderse. En la revocatoria, el pueblo, entendido como el máximo soberano, le revoca el mandato conferido al mandatario sin necesidad de probar ninguna causal. “Te retiro el poder que te di” como sucede entre cualquier poderdante y apoderado.
Es bastante común confundir el juicio político de la vacancia y el proceso judicial ante los órganos jurisdiccionales. Si se trata del supuesto de un ilícito penal el que origina la vacancia (digamos malversación de fondos o uso indebido de los recursos del estado), no es obligatorio que la autoridad cuya vacancia se solicita, espere o exija que el órgano judicial se manifieste primero sobre el hecho que originó la vacancia (es decir si existe o no culpabilidad); en vista que la institución de la vacancia (y la revocatoria también) son juicios políticos en los que el ciudadano, una organización social, una autoridad o un ente colegiado deciden sobre el comportamiento político de la autoridad cuestionada.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad a revocar, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
De no alcanzar las firmas mínimas de adherentes certificadas por el RENIEC o de no alcanzar la mayoría absoluta de electores en la consulta de revocatoria, se produce la ratificación de la autoridad y esta continua en el cargo sin posibilidad que se admita una nueva petición de revocatoria hasta después de dos años de realizada la consulta.
De alcanzar mayoría absoluta la revocatoria, esta solo alcanza a la autoridad elegida, sucediéndole quien alcanzó el siguiente lugar en el número de votos de la misma lista a fin que complete su mandato; salvo que la revocatoria alcance a más de un tercio de los miembros del Concejo Municipal o Regional, en ese caso se convoca a nuevas elecciones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, February 03, 2012
SAN STEVE
Todo ser humano es controvertido. Tenemos luces y sombras y no somos enteramente “buenos o malos”. Sucede con el ilustre desconocido y con aquel que legó a la humanidad valiosos aportes, sea en las artes, letras, ciencia o tecnología.
Ello ha raíz de la aparición de facetas del “lado oscuro” de Steve Jobs, el fundador de Apple. Testimonios que manifiestan el despotismo y hasta humillación hacia sus subordinados, la forma implacable y sin escrúpulos con que se imponía en el mercado o, peor aún, el negarse a reconocer por largos años a una hija extramatrimonial.
Luego de su fallecimiento se aplicó a Steve Jobs un adagio muy peruano: “no hay muerto malo”. Cuando alguien muere pasa a la santidad, así haya sido un desgraciado en la tierra. Lo lloran hasta sus peores enemigos. Algo de eso sucedió con Jobs cuando falleció. Se quemó incienso, se lloró a mares por pérdida tan irreparable, se decía que nos miraba desde “la nube”, lo cual ya tenía una connotación de santidad.
Los testimonios que han aparecido contrabalancean esa imagen prístina, inmaculada. Y está bien, porque eso nos dará una imagen más cabal y equilibrada del hombre de carne y hueso. No de “San Steve”, ni tampoco del ser pérfido que se quiere dibujar en las redes.
Quizás a futuro reconozcamos que fue un hombre genial en la industria del software, con innovaciones sorprendentes que usamos todos en nuestras computadoras, pero que tuvo también su lado oscuro como cualquier mortal. No fue ni santo ni demonio.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Ello ha raíz de la aparición de facetas del “lado oscuro” de Steve Jobs, el fundador de Apple. Testimonios que manifiestan el despotismo y hasta humillación hacia sus subordinados, la forma implacable y sin escrúpulos con que se imponía en el mercado o, peor aún, el negarse a reconocer por largos años a una hija extramatrimonial.
Luego de su fallecimiento se aplicó a Steve Jobs un adagio muy peruano: “no hay muerto malo”. Cuando alguien muere pasa a la santidad, así haya sido un desgraciado en la tierra. Lo lloran hasta sus peores enemigos. Algo de eso sucedió con Jobs cuando falleció. Se quemó incienso, se lloró a mares por pérdida tan irreparable, se decía que nos miraba desde “la nube”, lo cual ya tenía una connotación de santidad.
Los testimonios que han aparecido contrabalancean esa imagen prístina, inmaculada. Y está bien, porque eso nos dará una imagen más cabal y equilibrada del hombre de carne y hueso. No de “San Steve”, ni tampoco del ser pérfido que se quiere dibujar en las redes.
Quizás a futuro reconozcamos que fue un hombre genial en la industria del software, con innovaciones sorprendentes que usamos todos en nuestras computadoras, pero que tuvo también su lado oscuro como cualquier mortal. No fue ni santo ni demonio.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, January 31, 2012
EL MOVADEF
En esta cuestión de la inscripción partidaria del MOVADEF, voy a ir a contracorriente de lo “políticamente correcto”.
Recuerdo que en una ocasión similar, cuando el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) quiso legalizarse como partido político escribí algo al respecto:
“El problema gira en torno a si deben o no ser admitidos en la legalidad, considerando con cautela su pedido, dados sus antecedentes. Es como si un ladrón prontuariado, una vez cumplida su condena, quisiera ser vigilante de una entidad bancaria. Quizás sus antiguos hábitos todavía hagan recelar.
“Es natural la suspicacia, pero el caso no es tanto juzgar a priori, sino que por los actos de sus propios integrantes se conocerá si existe un verdadero sinceramiento democrático. Generalmente los grupos subversivos que pasan a la legalidad atraviesan por una etapa de transición, en la cual si bien realizan una autocrítica de sus actos pasados, todavía reconocen con orgullo el fin noble de sus objetivos (una sociedad más justa). Se desprenden del pasado pero todavía no del todo. Es el caso del MRTA actualmente (y lo fue del APRA en sus orígenes). Superada esa etapa de transición, si logran desprenderse del todo de su pasado, entrarán cien por ciento en las puertas de la legalidad y el sistema democrático, lo cual puede ser coadyuvado con el ingreso de nuevos miembros que no hayan estado comprometidos con los hechos subversivos.
……
“Muchos de los miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru han purgado carcelería y están libres. Jurídicamente, como ciudadanos con sus derechos recobrados, pueden ejercer sus derechos políticos irrestrictamente, incluyendo el asociarse y decidir inscribir un partido político. Desde el punto de vista de la variedad partidaria, será una alternativa que oxigenará nuestro enrarecido y atomizado medio. Que convenza o no su programa político, que sus dirigentes sean expresión de la “conversión” democrática que manifiestan, que llegue a cuajar o no como partido político y sea representativo de la sociedad peruana, eso solo el tiempo lo dirá”.
(El MRTA quiere ser partido político, http://elobservador.perublog.net/2009/08/05/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/ y http://elobservador.perublog.net/2008/06/11/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/).
Claro, el MRTA no generó tantas resistencias en la sociedad peruana cuando intentó ingresar a la legalidad, como las generadas por Sendero Luminoso, quizás porque los tupamaros no fueron tan letales ni asesinos como los seguidores de Guzmán.
Pero, en los dos se cumplen las mismas constantes: inicialmente optaron por la violencia en la variante del terrorismo (llamada alternativamente “guerra popular”, “guerra interna”, “guerra civil”, “conflicto armado interno”), militarmente fueron derrotados, sus principales dirigentes se encuentran purgando carcelería, varios mandos medios ya se encuentran libres y tienen expeditos sus derechos, entre ellos, el formar un partido político y actuar en la escena política oficial.
El asunto con Sendero es la sinceridad en su “conversión democrática”. Todo parece indicar que no es auténtica. Tampoco se percibe la necesaria autocrítica a sus actos pasados.
Están en esa etapa de transición a que aludí con respecto al MRTA. Se quieren desprender de ese pasado, pero todavía hay resistencias internas y externas. Quizás formalmente cumplen con los requisitos legales, pero su accionar y pensamiento sigue arrastrando el lastre de las acciones cometidas.
A ello se debe sumar que, luego de la captura de Abimael Guzmán y la plana dirigente en 1992, “no hay un solo Sendero Luminoso”. A grosso modo, están los del VRAE, que se dedican más al negocio del narcotráfico y los ideales de una “sociedad nueva” les importan un comino. Y están los de acá, con un actuar más político que militar, que siguen la línea del “cese de la lucha armada” decretada desde la cárcel por Guzmán (trasformados ahora en MOVADEF), siguiendo –como ellos mismos lo han reconocido en un acto de sinceridad nada casual y bastante calculado- “el pensamiento Gonzalo”.
Para ser melodramático, diremos que todavía “su pasado los condena”.
No se si llegarán a desprenderse del todo de ese pasado. Para ello ayudaría mucho “gente nueva”, que desee integrar sus filas y que no esté asociada a esos terribles y sanguinarios actos perpetrados (aunque no soy muy optimista escuchando las declaraciones de jóvenes dirigentes del MOVADEF, más bien orgullosos de las acciones acometidas por SL).
Incluso su programa político es minimalista e inviable. Solo la amnistía para los implicados en la muerte y desolación del Perú de hace treinta años, incluyendo a Abimael Guzmán y a los mandos militares que purgan condena. La consigna es “Todos libres”.
Salvando las distancias, se parece un poco al programa que los fujimoristas plantearon en las últimas elecciones: la liberación incondicional de Alberto Fujimori. Un programa que en esencia se reducía a un solo punto.
En sinceridad, el programa político del MOVADEF es inviable y hasta utópico. Ese programa no convence como para ganar una elección. ¿Querrán de verdad eso o hay algo más? ¿Están buscando que el sistema legal “les cierre las puertas” y tener así una justificación para otras acciones legales, como acudir a la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos, parte del “orden burgués” que tanto denigraron y menospreciaron en el pasado?
Sería buena propaganda. El mostrarse como “perseguido político” siempre reporta réditos. Pregúntenle al APRA auroral. Además, ya vemos como trata la Corte al estado peruano cada vez que es puesto en el banquillo de los acusados. (Y, como adelanto de lo que se viene, la CIDH podría considerarlos como “insurgentes”, con las implicancias jurídicas que ello significa, tal como lo ha establecido para el MRTA).
Por otra parte, sería recomendable que el estado difunda más la historia de nuestro pasado. Se, por experiencia propia, que los jóvenes no conocen muy bien los años del terror o, en el mejor de los casos, los ven dentro de una bruma lejana, referida muchas veces por sus padres. Allí tiene una gran tarea el estado. No solo por el controvertido Museo de la Memoria (cuya ejecución debe seguir), sino con políticas educativas plasmadas en los textos escolares. Y, eufemismos aparte en el contenido, debería circular una versión resumida del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Más allá de la discusión en el número de peruanos caídos en aquellos aciagos años; lo cierto es que Sendero Luminoso tiene por lo menos 25,000 muertos en su haber (siendo modestos en la cifra). Esos hechos de nuestro pasado se deben conocer y no olvidar.
Y, en todo este jaleo, ¿dónde están los partidos políticos “democráticos”? No se nota su presencia en las universidades nacionales, nicho por excelencia de Sendero Luminoso/MOVADEF. Brillan por su ausencia el PPC, AP, la misma APRA. La “guerra ideológica” contra el MOVADEF es responsabilidad principal de los partidos políticos. Si SL ha vuelto a resurgir en las universidades públicas, entre otras razones, es por falta de oposición a sus tesis en la arena del debate político. Con una izquierda pigmea, casi fantasmal, y unos partidos de centro y derecha democrática inexistentes en el campus universitario, amén de autoridades y profesores pusilánimes, le facilitaron enormemente a las huestes de Guzmán la labor de prédica y conseguir nuevos feligreses en las generaciones jóvenes que no vivieron en carne propia el terror.
Para terminar y a modo de “moraleja”, diremos que a veces es mejor no actuar cegados por la furia. No ser “reactivos” como lo está siendo el Ejecutivo y el Congreso con un proyecto de ley para impedir la inscripción del MOVADEF. Eso lo desearían los enemigos de la democracia, que “pisemos el palito”. Es mejor actuar fría y razonadamente; aunque comprendo es difícil por la presión mediática y de la sociedad, con mayor razón si se trata del “movimiento más letal del mundo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Recuerdo que en una ocasión similar, cuando el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) quiso legalizarse como partido político escribí algo al respecto:
“El problema gira en torno a si deben o no ser admitidos en la legalidad, considerando con cautela su pedido, dados sus antecedentes. Es como si un ladrón prontuariado, una vez cumplida su condena, quisiera ser vigilante de una entidad bancaria. Quizás sus antiguos hábitos todavía hagan recelar.
“Es natural la suspicacia, pero el caso no es tanto juzgar a priori, sino que por los actos de sus propios integrantes se conocerá si existe un verdadero sinceramiento democrático. Generalmente los grupos subversivos que pasan a la legalidad atraviesan por una etapa de transición, en la cual si bien realizan una autocrítica de sus actos pasados, todavía reconocen con orgullo el fin noble de sus objetivos (una sociedad más justa). Se desprenden del pasado pero todavía no del todo. Es el caso del MRTA actualmente (y lo fue del APRA en sus orígenes). Superada esa etapa de transición, si logran desprenderse del todo de su pasado, entrarán cien por ciento en las puertas de la legalidad y el sistema democrático, lo cual puede ser coadyuvado con el ingreso de nuevos miembros que no hayan estado comprometidos con los hechos subversivos.
……
“Muchos de los miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru han purgado carcelería y están libres. Jurídicamente, como ciudadanos con sus derechos recobrados, pueden ejercer sus derechos políticos irrestrictamente, incluyendo el asociarse y decidir inscribir un partido político. Desde el punto de vista de la variedad partidaria, será una alternativa que oxigenará nuestro enrarecido y atomizado medio. Que convenza o no su programa político, que sus dirigentes sean expresión de la “conversión” democrática que manifiestan, que llegue a cuajar o no como partido político y sea representativo de la sociedad peruana, eso solo el tiempo lo dirá”.
(El MRTA quiere ser partido político, http://elobservador.perublog.net/2009/08/05/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/ y http://elobservador.perublog.net/2008/06/11/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/).
Claro, el MRTA no generó tantas resistencias en la sociedad peruana cuando intentó ingresar a la legalidad, como las generadas por Sendero Luminoso, quizás porque los tupamaros no fueron tan letales ni asesinos como los seguidores de Guzmán.
Pero, en los dos se cumplen las mismas constantes: inicialmente optaron por la violencia en la variante del terrorismo (llamada alternativamente “guerra popular”, “guerra interna”, “guerra civil”, “conflicto armado interno”), militarmente fueron derrotados, sus principales dirigentes se encuentran purgando carcelería, varios mandos medios ya se encuentran libres y tienen expeditos sus derechos, entre ellos, el formar un partido político y actuar en la escena política oficial.
El asunto con Sendero es la sinceridad en su “conversión democrática”. Todo parece indicar que no es auténtica. Tampoco se percibe la necesaria autocrítica a sus actos pasados.
Están en esa etapa de transición a que aludí con respecto al MRTA. Se quieren desprender de ese pasado, pero todavía hay resistencias internas y externas. Quizás formalmente cumplen con los requisitos legales, pero su accionar y pensamiento sigue arrastrando el lastre de las acciones cometidas.
A ello se debe sumar que, luego de la captura de Abimael Guzmán y la plana dirigente en 1992, “no hay un solo Sendero Luminoso”. A grosso modo, están los del VRAE, que se dedican más al negocio del narcotráfico y los ideales de una “sociedad nueva” les importan un comino. Y están los de acá, con un actuar más político que militar, que siguen la línea del “cese de la lucha armada” decretada desde la cárcel por Guzmán (trasformados ahora en MOVADEF), siguiendo –como ellos mismos lo han reconocido en un acto de sinceridad nada casual y bastante calculado- “el pensamiento Gonzalo”.
Para ser melodramático, diremos que todavía “su pasado los condena”.
No se si llegarán a desprenderse del todo de ese pasado. Para ello ayudaría mucho “gente nueva”, que desee integrar sus filas y que no esté asociada a esos terribles y sanguinarios actos perpetrados (aunque no soy muy optimista escuchando las declaraciones de jóvenes dirigentes del MOVADEF, más bien orgullosos de las acciones acometidas por SL).
Incluso su programa político es minimalista e inviable. Solo la amnistía para los implicados en la muerte y desolación del Perú de hace treinta años, incluyendo a Abimael Guzmán y a los mandos militares que purgan condena. La consigna es “Todos libres”.
Salvando las distancias, se parece un poco al programa que los fujimoristas plantearon en las últimas elecciones: la liberación incondicional de Alberto Fujimori. Un programa que en esencia se reducía a un solo punto.
En sinceridad, el programa político del MOVADEF es inviable y hasta utópico. Ese programa no convence como para ganar una elección. ¿Querrán de verdad eso o hay algo más? ¿Están buscando que el sistema legal “les cierre las puertas” y tener así una justificación para otras acciones legales, como acudir a la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos, parte del “orden burgués” que tanto denigraron y menospreciaron en el pasado?
Sería buena propaganda. El mostrarse como “perseguido político” siempre reporta réditos. Pregúntenle al APRA auroral. Además, ya vemos como trata la Corte al estado peruano cada vez que es puesto en el banquillo de los acusados. (Y, como adelanto de lo que se viene, la CIDH podría considerarlos como “insurgentes”, con las implicancias jurídicas que ello significa, tal como lo ha establecido para el MRTA).
Por otra parte, sería recomendable que el estado difunda más la historia de nuestro pasado. Se, por experiencia propia, que los jóvenes no conocen muy bien los años del terror o, en el mejor de los casos, los ven dentro de una bruma lejana, referida muchas veces por sus padres. Allí tiene una gran tarea el estado. No solo por el controvertido Museo de la Memoria (cuya ejecución debe seguir), sino con políticas educativas plasmadas en los textos escolares. Y, eufemismos aparte en el contenido, debería circular una versión resumida del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Más allá de la discusión en el número de peruanos caídos en aquellos aciagos años; lo cierto es que Sendero Luminoso tiene por lo menos 25,000 muertos en su haber (siendo modestos en la cifra). Esos hechos de nuestro pasado se deben conocer y no olvidar.
Y, en todo este jaleo, ¿dónde están los partidos políticos “democráticos”? No se nota su presencia en las universidades nacionales, nicho por excelencia de Sendero Luminoso/MOVADEF. Brillan por su ausencia el PPC, AP, la misma APRA. La “guerra ideológica” contra el MOVADEF es responsabilidad principal de los partidos políticos. Si SL ha vuelto a resurgir en las universidades públicas, entre otras razones, es por falta de oposición a sus tesis en la arena del debate político. Con una izquierda pigmea, casi fantasmal, y unos partidos de centro y derecha democrática inexistentes en el campus universitario, amén de autoridades y profesores pusilánimes, le facilitaron enormemente a las huestes de Guzmán la labor de prédica y conseguir nuevos feligreses en las generaciones jóvenes que no vivieron en carne propia el terror.
Para terminar y a modo de “moraleja”, diremos que a veces es mejor no actuar cegados por la furia. No ser “reactivos” como lo está siendo el Ejecutivo y el Congreso con un proyecto de ley para impedir la inscripción del MOVADEF. Eso lo desearían los enemigos de la democracia, que “pisemos el palito”. Es mejor actuar fría y razonadamente; aunque comprendo es difícil por la presión mediática y de la sociedad, con mayor razón si se trata del “movimiento más letal del mundo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, January 18, 2012
SOBRE LA REVOCATORIA: EL CASO SUSANA VILLARÁN
En el procedimiento de revocatoria del mandato de una autoridad elegida, hay que diferenciar distintos elementos y planos que se encuentran entrelazados y a veces impiden apreciar el problema en su conjunto.
En primer lugar, la iniciativa para revocar a una autoridad municipal es perfectamente legal y democrática. Se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ley 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, uno de cuyos derechos es precisamente la revocatoria de autoridades. Conforme a la mencionada norma, la revocatoria alcanza a los alcaldes, regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular, debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poderes entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero “le quita el mandato otorgado” a la autoridad cuestionada. Le retira la confianza que le depositó en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Hipotéticamente podría ser hasta porque a los ciudadanos no les gusta el color de camisas que usa el revocado. Pero, por lo general los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, la Ley Orgánica de Municipalidades, ley 27972, en el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad cuestionada, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
Por la infraestructura demandada para conseguir firmas y revocar a la autoridad edil de una ciudad como Lima, no es fácil, dada la complejidad y dimensiones de la capital. Se requiere gran financiamiento económico, contratación de personal ad hoc que recabe firmas, compra del kit para la revocatoria, alquiler de locales, propaganda en los medios, etc. Tampoco es imposible.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa. Tengamos presente que el sistema político dominante en el mundo es el de la democracia representativa, históricamente bastante “joven” (tiene algo así como 500 años de vigencia), el cual cuenta con muchas imperfecciones. Una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a instituciones de la llamada democracia directa, forma democrática mucho más antigua y que data de la Grecia clásica. Dentro de las instituciones de la democracia directa moderna encontramos, entre otras, al referéndum, la iniciativa para la formación de leyes, la revocatoria y ahora último la consulta previa.
Claro, como en todas las instituciones, sea de la democracia directa o representativa, los operadores políticos la pueden llevar a niveles de distorsión extrema cuando usan y abusan de estas deviniendo, en especial las instituciones de la democracia directa, en lo que se conoce como “democracia plebiscitaria”: el uso recurrente del mandatario de consultas al pueblo a fin de ganar legitimidad y buscar perpetuarse en el poder. En la actualidad es el caso de las “repúblicas chavistas”, donde el mandatario conocedor que ganará la consulta, la promueve (ejemplo: promueve, en un momento que la aprobación ciudadana lo favorece, “la reforma constitucional” para reelegirse en forma indefinida). Es una variante del viejo argumento “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
No obstante los excesos que pueden producirse, la eliminación de las instituciones de democracia directa y, en especial, de la revocatoria, no es la solución. Se dice que es usada como “cargamontón político” por los que perdieron la elección contra el alcalde o presidente regional en ejercicio. Otros, creyendo haber descubierto la pólvora, sostienen que es un mecanismo ajeno a la democracia representativa. (Obvio, como que pertenece más bien a la democracia directa). Lo cierto es que los argumentos de quienes sostienen la eliminación de la institución son bastante débiles. Con la misma lógica podríamos argumentar que también se elimine la elección directa para el cargo de presidente de la república y congresistas, en vista que existen manipuladores y demagogos que distorsionan el voto popular y por eso tenemos congresistas y hasta presidentes francamente impresentables. El asunto va más por perfeccionar la revocatoria que eliminarla.
En Perú, el derecho de este ejercicio ciudadano tiene un amplio expertise, sobretodo contra autoridades municipales. No es nuevo; lo que sucede es que por vez primera acontece con el alcalde nada menos que de la capital. Ya no es una lejana provincia con escasos electores, sino la misma ciudad de Lima.
En el caso concreto de Susana Villarán, el argumento esgrimido por quienes promueven su revocatoria es la ineficiencia de la alcaldesa. No dicen que sea corrupta, ni existen indicios serios de corrupción en su entorno. Sus detractores no denuncian que existan casos tipo Comunicore o de la “vía expresa” en la avenida Faucett, como fueron notorios en gobiernos edilicios pasados tanto de Lima metropolitana como de la provincia constitucional del Callao. Se circunscriben más bien a la ineficiencia y para ello exhiben como “pruebas” desde el vano intento de poner orden en el tránsito de Lima y renovar la flota de transporte público, pasando por iniciativas infelices como la “zona rosa”, el nombramiento en un cargo importante del municipio sin contar con méritos propios de la hija de un conocido congresista de izquierda, hasta la arena que se la llevó el mar en la playa La Herradura.
Si efectuamos un juicio desapasionado del primer año de Villarán, su gestión ha sido regular y libre de sonados casos de corrupción (lo que ya es mucho decir en gobiernos peruanos de distinto tipo, color y tamaño). Es cierto que su equipo de trabajo “no ha prendido fuego”. Con experiencia más a nivel de ONGs y consultorías, difícilmente han podido manejar las riendas de un gobierno tan complejo como el limeño. A ello hay que sumar el muy posible “sabotaje” que la oposición a su gestión (y que aspira a reemplazarla en una eventual revocatoria, no seamos ingenuos) esté haciendo al interior del propio municipio.
De atenernos a los cálculos de tiempo que conlleva este proceso, en el mejor de los casos la consulta ciudadana sería para el segundo semestre del año y de ser positiva recién en el subsiguiente (2013) se podría convocar a una nueva elección para alcalde provincial, completando Villarán de esta manera casi tres de los cuatros años de su mandato como alcaldesa; pero con un déficit serio: ya no tendría iniciativa para las acciones de mejoramiento de la ciudad. Sufriría un proceso de desgaste y paralización que le impediría cualquier iniciativa, contentándose apenas con administrar Lima “tal como está”, con perjuicio obviamente para todos los vecinos.
El otro escenario sería que los promotores de la revocatoria no consigan las firmas necesarias o de conseguirlas no ganen la consulta, dado que se requiere mayoría absoluta de toda la población electoral limeña, algo sumamente difícil. Si fuese así, Villarán sería ratificada y saldría fortalecida políticamente. Un tanto maltrecha, pero fortalecida.
Por otra parte, quizás el descontento que con respecto a su gestión se percibe en el ambiente, como lo demuestran los sondeos que se han realizado, obedece a las grandes expectativas que generó su candidatura. No es solamente “cuatro loquitos conspiradores ayudados por la prensa más reaccionaria” los que están detrás (incluyendo, al parecer, a dos ex alcaldes perdedores en las elecciones pasadas y que desean afanosamente regresar a sus cargos ediles). Si fuese así, jamás prosperaría la revocatoria, por más ayuda financiera y mediática que tuviese.
No es solamente una campaña de desprestigio la que explica su baja aceptación edilicia, existe una base social de descontento hacia la gestión de Villarán y creo que esa base se explica por las grandes expectativas generadas y no cumplidas. Se “respiraba” la esperanza que con ella (luego de subir a los primeros puestos en las elecciones municipales pasadas por tacha de uno de los principales candidatos) podía generarse “un gran cambio” en Lima, acompañado de una gestión más trasparente y “sana”. Salvo lo último, eso no sucedió. Más quedó en promesa que en realidad.
A lo que se debe sumar que la alcaldesa “no ha sintonizado” con sus vecinos. La “sintonía” es más intuitiva, obedece al “olfato político” de la autoridad elegida, algo de lo que Villarán al parecer carece. Puede tener buenas intenciones, pero le falta “olfato político”. De allí sus reiteradas “metidas de pata”.
Susana Villarán tenía un gran reto cuando salió elegida: estar a la altura del cargo conferido. No solo porque era la primera mujer elegida como alcaldesa de la capital por elección popular; sino –y más importante- debido a que por segunda vez, luego de más de veinticinco años, la izquierda regresaba al municipio de Lima, desde que en 1983 el desparecido Alfonso Barrantes ganase la alcaldía al frente del conglomerado Izquierda Unida. Era un gran reto que, en honor a la verdad, Villarán no ha sabido estar a la justa medida. Ni ella ni su equipo. Lo más sensato es que termine su periodo edil, que lo termine bien de ser posible, luego haga sus maletas y se vaya.
Tal como están las cosas no creo que piense en la reelección, porque en esa empresa los dioses no la van a acompañar y va a tener muchas fuerzas en contra. Como dijo un analista político, en estos difíciles meses que se le vienen a Villarán, la mejor actitud que puede tener es seguir trabajando como si el proceso de revocatoria no existiese. Y, yo añadiría, ojalá atine mejor en las propuestas que realiza.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
En primer lugar, la iniciativa para revocar a una autoridad municipal es perfectamente legal y democrática. Se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ley 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, uno de cuyos derechos es precisamente la revocatoria de autoridades. Conforme a la mencionada norma, la revocatoria alcanza a los alcaldes, regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular, debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poderes entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero “le quita el mandato otorgado” a la autoridad cuestionada. Le retira la confianza que le depositó en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Hipotéticamente podría ser hasta porque a los ciudadanos no les gusta el color de camisas que usa el revocado. Pero, por lo general los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, la Ley Orgánica de Municipalidades, ley 27972, en el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad cuestionada, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
Por la infraestructura demandada para conseguir firmas y revocar a la autoridad edil de una ciudad como Lima, no es fácil, dada la complejidad y dimensiones de la capital. Se requiere gran financiamiento económico, contratación de personal ad hoc que recabe firmas, compra del kit para la revocatoria, alquiler de locales, propaganda en los medios, etc. Tampoco es imposible.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa. Tengamos presente que el sistema político dominante en el mundo es el de la democracia representativa, históricamente bastante “joven” (tiene algo así como 500 años de vigencia), el cual cuenta con muchas imperfecciones. Una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a instituciones de la llamada democracia directa, forma democrática mucho más antigua y que data de la Grecia clásica. Dentro de las instituciones de la democracia directa moderna encontramos, entre otras, al referéndum, la iniciativa para la formación de leyes, la revocatoria y ahora último la consulta previa.
Claro, como en todas las instituciones, sea de la democracia directa o representativa, los operadores políticos la pueden llevar a niveles de distorsión extrema cuando usan y abusan de estas deviniendo, en especial las instituciones de la democracia directa, en lo que se conoce como “democracia plebiscitaria”: el uso recurrente del mandatario de consultas al pueblo a fin de ganar legitimidad y buscar perpetuarse en el poder. En la actualidad es el caso de las “repúblicas chavistas”, donde el mandatario conocedor que ganará la consulta, la promueve (ejemplo: promueve, en un momento que la aprobación ciudadana lo favorece, “la reforma constitucional” para reelegirse en forma indefinida). Es una variante del viejo argumento “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
No obstante los excesos que pueden producirse, la eliminación de las instituciones de democracia directa y, en especial, de la revocatoria, no es la solución. Se dice que es usada como “cargamontón político” por los que perdieron la elección contra el alcalde o presidente regional en ejercicio. Otros, creyendo haber descubierto la pólvora, sostienen que es un mecanismo ajeno a la democracia representativa. (Obvio, como que pertenece más bien a la democracia directa). Lo cierto es que los argumentos de quienes sostienen la eliminación de la institución son bastante débiles. Con la misma lógica podríamos argumentar que también se elimine la elección directa para el cargo de presidente de la república y congresistas, en vista que existen manipuladores y demagogos que distorsionan el voto popular y por eso tenemos congresistas y hasta presidentes francamente impresentables. El asunto va más por perfeccionar la revocatoria que eliminarla.
En Perú, el derecho de este ejercicio ciudadano tiene un amplio expertise, sobretodo contra autoridades municipales. No es nuevo; lo que sucede es que por vez primera acontece con el alcalde nada menos que de la capital. Ya no es una lejana provincia con escasos electores, sino la misma ciudad de Lima.
En el caso concreto de Susana Villarán, el argumento esgrimido por quienes promueven su revocatoria es la ineficiencia de la alcaldesa. No dicen que sea corrupta, ni existen indicios serios de corrupción en su entorno. Sus detractores no denuncian que existan casos tipo Comunicore o de la “vía expresa” en la avenida Faucett, como fueron notorios en gobiernos edilicios pasados tanto de Lima metropolitana como de la provincia constitucional del Callao. Se circunscriben más bien a la ineficiencia y para ello exhiben como “pruebas” desde el vano intento de poner orden en el tránsito de Lima y renovar la flota de transporte público, pasando por iniciativas infelices como la “zona rosa”, el nombramiento en un cargo importante del municipio sin contar con méritos propios de la hija de un conocido congresista de izquierda, hasta la arena que se la llevó el mar en la playa La Herradura.
Si efectuamos un juicio desapasionado del primer año de Villarán, su gestión ha sido regular y libre de sonados casos de corrupción (lo que ya es mucho decir en gobiernos peruanos de distinto tipo, color y tamaño). Es cierto que su equipo de trabajo “no ha prendido fuego”. Con experiencia más a nivel de ONGs y consultorías, difícilmente han podido manejar las riendas de un gobierno tan complejo como el limeño. A ello hay que sumar el muy posible “sabotaje” que la oposición a su gestión (y que aspira a reemplazarla en una eventual revocatoria, no seamos ingenuos) esté haciendo al interior del propio municipio.
De atenernos a los cálculos de tiempo que conlleva este proceso, en el mejor de los casos la consulta ciudadana sería para el segundo semestre del año y de ser positiva recién en el subsiguiente (2013) se podría convocar a una nueva elección para alcalde provincial, completando Villarán de esta manera casi tres de los cuatros años de su mandato como alcaldesa; pero con un déficit serio: ya no tendría iniciativa para las acciones de mejoramiento de la ciudad. Sufriría un proceso de desgaste y paralización que le impediría cualquier iniciativa, contentándose apenas con administrar Lima “tal como está”, con perjuicio obviamente para todos los vecinos.
El otro escenario sería que los promotores de la revocatoria no consigan las firmas necesarias o de conseguirlas no ganen la consulta, dado que se requiere mayoría absoluta de toda la población electoral limeña, algo sumamente difícil. Si fuese así, Villarán sería ratificada y saldría fortalecida políticamente. Un tanto maltrecha, pero fortalecida.
Por otra parte, quizás el descontento que con respecto a su gestión se percibe en el ambiente, como lo demuestran los sondeos que se han realizado, obedece a las grandes expectativas que generó su candidatura. No es solamente “cuatro loquitos conspiradores ayudados por la prensa más reaccionaria” los que están detrás (incluyendo, al parecer, a dos ex alcaldes perdedores en las elecciones pasadas y que desean afanosamente regresar a sus cargos ediles). Si fuese así, jamás prosperaría la revocatoria, por más ayuda financiera y mediática que tuviese.
No es solamente una campaña de desprestigio la que explica su baja aceptación edilicia, existe una base social de descontento hacia la gestión de Villarán y creo que esa base se explica por las grandes expectativas generadas y no cumplidas. Se “respiraba” la esperanza que con ella (luego de subir a los primeros puestos en las elecciones municipales pasadas por tacha de uno de los principales candidatos) podía generarse “un gran cambio” en Lima, acompañado de una gestión más trasparente y “sana”. Salvo lo último, eso no sucedió. Más quedó en promesa que en realidad.
A lo que se debe sumar que la alcaldesa “no ha sintonizado” con sus vecinos. La “sintonía” es más intuitiva, obedece al “olfato político” de la autoridad elegida, algo de lo que Villarán al parecer carece. Puede tener buenas intenciones, pero le falta “olfato político”. De allí sus reiteradas “metidas de pata”.
Susana Villarán tenía un gran reto cuando salió elegida: estar a la altura del cargo conferido. No solo porque era la primera mujer elegida como alcaldesa de la capital por elección popular; sino –y más importante- debido a que por segunda vez, luego de más de veinticinco años, la izquierda regresaba al municipio de Lima, desde que en 1983 el desparecido Alfonso Barrantes ganase la alcaldía al frente del conglomerado Izquierda Unida. Era un gran reto que, en honor a la verdad, Villarán no ha sabido estar a la justa medida. Ni ella ni su equipo. Lo más sensato es que termine su periodo edil, que lo termine bien de ser posible, luego haga sus maletas y se vaya.
Tal como están las cosas no creo que piense en la reelección, porque en esa empresa los dioses no la van a acompañar y va a tener muchas fuerzas en contra. Como dijo un analista político, en estos difíciles meses que se le vienen a Villarán, la mejor actitud que puede tener es seguir trabajando como si el proceso de revocatoria no existiese. Y, yo añadiría, ojalá atine mejor en las propuestas que realiza.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, January 10, 2012
ITALIANO PARA PRINCIPIANTES
Y terminé el curso básico de italiano¡¡¡ Inimaginable tres meses atrás, cuando me enfrasqué en la azarosa aventura de estudiar cinco ciclos consecutivos de italiano en la modalidad presencial y de forma superintensiva, sin respiro, todos los días, a razón de tres horas por día, de lunes a viernes, en el peor horario para aprender cualquier cosa: la tarde, cuando el alumno (y el profesor también) se encuentran en plena digestión del almuerzo, con la molicie del cansancio matutino y la tentación de una “siestecita” reparadora casi casi imposible de resistir.
Pero lo hice. Bueno, fue más motivado por una necesidad. Para optar el grado de magíster es necesario, entre otros requisitos, conocer un idioma extranjero. Y eso era lo único que me faltaba para que me declaren “expedito” y poder solicitar fecha para la sustentación de mi tesis (que, sinceramente, no es nada del otro mundo).
Ya el año anterior había comenzado a estudiar el curso los fines de semana; pero, los azares de esos meses impidieron que lo acabe. Uno, porque la universidad entró en receso por reorganización (es una universidad estatal donde llevé la maestría), en vista que al Rector saliente le gustó tanto el cargo que no quería convocar elecciones para elegir a su sucesor. Dos, en la U donde laboro (esta sí particular, con clases todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados), en esa época estaba a tiempo completo, tan completo que no me alcanzaba tiempo ni para gozar del padecimiento de mi alergia, que se volvió bastante recurrente (para saber de qué hablo, léase mi crónica anterior titulada Un resfrío). Tres, y no menos importante, porque desaprobé el segundo ciclo con diez. Una humillación para mí, una suerte de derrota personal.
Honestamente ese segundo ciclo del año anterior no había estudiado lo suficiente y había faltado con bastante frecuencia a clases; y, si bien, estuve tentado a usar una vieja táctica de los alumnos más despiadados y sin escrúpulos: “empapelar” al profesor para presionarlo y me apruebe, una vez tranquilizado, respiré hondo, reflexioné y acepté la derrota. Solo me quedaba “sacarme la espina”. Pensé en dar un examen de suficiencia, pero era arriesgar el todo por el todo, y más aún cuando en un anterior examen de clasificación me habían regresionado sin asco al I Ciclo.
Como en toda guerra que quieres ganar, el asunto era cómo, cuando y dónde presentarse a dar la batalla.
Pero, los dioses jugaron a mi favor. Felizmente, después de mucho tiempo, en el segundo semestre del año que terminó (2011) no enseñaba ni en la tarde (salvo los jueves) ni en la noche, por lo que tenía libre para estudiar el idioma, como iniciar mi doctorado que, por razones laborales, lo tenía un tanto postergado. Así que hice “de tripas, corazón” y me matriculé en el dichoso curso.
Recuerdo que el 29 de Setiembre era la primera clase. Ese día no pude asistir ya que era jueves y dictaba en la U, así que me presenté al día siguiente, el 30. Encontré cerrado el local, creo que por elecciones internas en la universidad o algo parecido. Mal presagio me dije. Me di media vuelta y me regresé a casa.
Volví el lunes siguiente, poco antes de las tres, para saber qué se había hecho. Felizmente encontré abierto el instituto de idiomas. Pregunté en administración dónde se encontraba mi aula y me dirigí presto.
Siempre hay un temor inicial a lo nuevo y cuando se trata de enseñanza, al profesor que te va a tocar, que ruegas al cielo sea bueno, más tratándose de un idioma extraño. El segundo es a tus compañeros de aula, con los cuales vas a convivir un período de tiempo.
El primer temor se desvaneció casi al instante. De nuevo los dioses me favorecieron y tuvimos un buen profesor, con estrategias didácticas que hacían entretenida su clase, pese al horario y, mejor aún, se aprendía jugando. Eso nos ayudó enormemente a fin de asimilar los rudimentos de una lengua distinta a la materna que, en el caso del italiano, uno cree que es fácil por la pronunciación (razón por la cual muchos, entre ellos yo, lo eligen como “idioma extranjero” para los trámites curriculares), pero su gramática es tan complicada y enredada como la del español, y si no dominas medianamente tú “idioma mamado”, mucho más difícil será dominar una lengua diferente. La verdad es un idioma que no se termina de aprender, pero si uno le agarra el gusto y las ganas, puede continuar. Y eso fue lo que pasó gracias al profesor que nos tocó en suerte. No hacía pesada la enseñanza, sino todo lo contrario, tomándole cariño a esta cálida lengua mediterránea.
El segundo temor, por arte de magia, también se desvaneció casi enseguida de haber pisado por vez primera el aula de clases. Si bien éramos un grupo bastante heterogéneo en edad y en profesiones: alumnos que iban desde los veintitantos hasta cincuentones y sesentones; así como procedentes de distintas profesiones (desde ingenieros renegados de las letras hasta educadores, sociólogos y abogados renegados de las matemáticas), y con diferentes proyectos de vida (estaban los muchachos que recién empiezan su vida profesional hasta aquellos, como yo, que la tienen bastante avanzada), pudimos convivir todos y hasta desarrollar nuevas amistades “intergeneracionales”. Fue divertida esa convivencia.
Las prácticas son esenciales para aprender un idioma nuevo, para ello es importante con quién puedes practicar. Y, por tercera vez me favorecieron los dioses. Me tocó de compañero para las prácticas un médico que, al igual que este servidor, estaba urgido de obtener el grado pero, a diferencia mía, con gran habilidad para conocer otras lenguas. Sabe el francés, el inglés, un poco de portugués, y ahora la lengua de Manzoni. Hicimos “química” desde la primera clase y a él le preguntaba cuando tenía alguna duda. Igual sucedió con otra compañera, educadora ella, con la cual armamos los equipos de trabajo para las actividades grupales. Recuerdo que la actividad final fue cantar una canción en italiano delante de todos. Elegimos una de Ricos y Pobres “Será porque te amo”, con un quinteto de voces: dos mujeres y tres hombres. (Io canto al ritmo dolce tuo/respiro/ è primavera/sará perché ti amo).
En lo que respecta a mí puedo decir, en honor a la verdad, que el mundo del canto no ha perdido mucho con mi participación. Fue “mi debut y despedida” de las tablas.
Felizmente mi compañera de grupo, la educadora, era bastante responsable y prácticamente tuvo en sus manos la organización de la actividad, incluyendo las coreografías que debíamos hacer “en el escenario”. Gracias a ella pudimos salir airosos de los trabajos en equipo, en una época complicada para mí entre exámenes finales y presentación de trabajos en el doctorado, presentación de monografías de fin de año en un diplomado sobre docencia universitaria que estoy llevando, exámenes finales y cierre de actas en la U donde laboro, así como la redacción final de mi tesis para la maestría, amén de los artículos para El Observador y Lagartocine. Vivía con el tiempo al milímetro, estresado, con la adrenalina al máximo, bastante tenso, pero cumplí con todo, incluyendo el curso de italiano, obteniendo 16 en el examen final. Me “saqué el clavo”.
La pasamos bien y ese curso de cerca de tres meses terminó, como no podía ser de otra manera, con una cena en un restaurante italiano: “Il buon mangiare”. Cena no exenta de emotivos discursos como el de mi compañera de estudios que, como buena educadora, aconsejó a los más jóvenes, con útiles lecciones de vida. O la “revelación pública” de la parejita de jóvenes estudiantes que deciden unir sus vidas en matrimonio para compartirla “hasta que la muerte los separe”. Es hermoso ver como los sueños se nutren de vida. Me hizo recordar mi “juventud biológica”.
Espero también se cumpla el sueño de nuestro querido maestro de regresar algún día a Italia, luego de una ausencia bastante prolongada, de más de quince años. Los trabajos como profesor de idiomas, los asuntos domésticos cotidianos y las tribulaciones de la vida, muchas veces se lo impiden. Yo se en carne propia como es eso. El profesor realmente no tiene “vacaciones fijas” porque te pueden llamar inesperadamente para un curso de verano y te arruinan los planes de ir a la playa con tú familia por una temporada; o también cuando tenías proyectado hacer un viaje o unos estudios, te proponen enseñar en un horario que “choca” con tus proyectos más personales, los que debes postergar una vez más, debiendo muchas veces aceptar las propuestas de enseñanza solo por razones de sustento económico.
Haciendo una analogía podemos decir que con el italiano fue como en esos matrimonios por interés. Te casas sin amor (en el caso por creer que es un idioma fácil), pero en el camino le vas tomando cariño y descubres, como en la mujer con la cual te has casado sin amarla, que es hermosa y tiene otras cualidades más allá de lo crematístico. Tan hermosa que el Dante la eligió como lengua (y no el latín, como era usual en aquella época) para escribir su “Divina Comedia”.
En fin, no me arrepiento de haber llevado el curso de “italiano para principiantes”. Tanto por las amistades hechas como por las entretenidas clases. Solo espero que se cumplan los buenos deseos de mis queridos compañeros, que sus sueños se cristalicen. Total, el ser humano es eso: un ser que vive de sueños, mirando siempre al futuro. O, como diría Woody Allen en una de sus últimas películas, un ser que no solo vive de realidad, sino también de ilusiones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Pero lo hice. Bueno, fue más motivado por una necesidad. Para optar el grado de magíster es necesario, entre otros requisitos, conocer un idioma extranjero. Y eso era lo único que me faltaba para que me declaren “expedito” y poder solicitar fecha para la sustentación de mi tesis (que, sinceramente, no es nada del otro mundo).
Ya el año anterior había comenzado a estudiar el curso los fines de semana; pero, los azares de esos meses impidieron que lo acabe. Uno, porque la universidad entró en receso por reorganización (es una universidad estatal donde llevé la maestría), en vista que al Rector saliente le gustó tanto el cargo que no quería convocar elecciones para elegir a su sucesor. Dos, en la U donde laboro (esta sí particular, con clases todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados), en esa época estaba a tiempo completo, tan completo que no me alcanzaba tiempo ni para gozar del padecimiento de mi alergia, que se volvió bastante recurrente (para saber de qué hablo, léase mi crónica anterior titulada Un resfrío). Tres, y no menos importante, porque desaprobé el segundo ciclo con diez. Una humillación para mí, una suerte de derrota personal.
Honestamente ese segundo ciclo del año anterior no había estudiado lo suficiente y había faltado con bastante frecuencia a clases; y, si bien, estuve tentado a usar una vieja táctica de los alumnos más despiadados y sin escrúpulos: “empapelar” al profesor para presionarlo y me apruebe, una vez tranquilizado, respiré hondo, reflexioné y acepté la derrota. Solo me quedaba “sacarme la espina”. Pensé en dar un examen de suficiencia, pero era arriesgar el todo por el todo, y más aún cuando en un anterior examen de clasificación me habían regresionado sin asco al I Ciclo.
Como en toda guerra que quieres ganar, el asunto era cómo, cuando y dónde presentarse a dar la batalla.
Pero, los dioses jugaron a mi favor. Felizmente, después de mucho tiempo, en el segundo semestre del año que terminó (2011) no enseñaba ni en la tarde (salvo los jueves) ni en la noche, por lo que tenía libre para estudiar el idioma, como iniciar mi doctorado que, por razones laborales, lo tenía un tanto postergado. Así que hice “de tripas, corazón” y me matriculé en el dichoso curso.
Recuerdo que el 29 de Setiembre era la primera clase. Ese día no pude asistir ya que era jueves y dictaba en la U, así que me presenté al día siguiente, el 30. Encontré cerrado el local, creo que por elecciones internas en la universidad o algo parecido. Mal presagio me dije. Me di media vuelta y me regresé a casa.
Volví el lunes siguiente, poco antes de las tres, para saber qué se había hecho. Felizmente encontré abierto el instituto de idiomas. Pregunté en administración dónde se encontraba mi aula y me dirigí presto.
Siempre hay un temor inicial a lo nuevo y cuando se trata de enseñanza, al profesor que te va a tocar, que ruegas al cielo sea bueno, más tratándose de un idioma extraño. El segundo es a tus compañeros de aula, con los cuales vas a convivir un período de tiempo.
El primer temor se desvaneció casi al instante. De nuevo los dioses me favorecieron y tuvimos un buen profesor, con estrategias didácticas que hacían entretenida su clase, pese al horario y, mejor aún, se aprendía jugando. Eso nos ayudó enormemente a fin de asimilar los rudimentos de una lengua distinta a la materna que, en el caso del italiano, uno cree que es fácil por la pronunciación (razón por la cual muchos, entre ellos yo, lo eligen como “idioma extranjero” para los trámites curriculares), pero su gramática es tan complicada y enredada como la del español, y si no dominas medianamente tú “idioma mamado”, mucho más difícil será dominar una lengua diferente. La verdad es un idioma que no se termina de aprender, pero si uno le agarra el gusto y las ganas, puede continuar. Y eso fue lo que pasó gracias al profesor que nos tocó en suerte. No hacía pesada la enseñanza, sino todo lo contrario, tomándole cariño a esta cálida lengua mediterránea.
El segundo temor, por arte de magia, también se desvaneció casi enseguida de haber pisado por vez primera el aula de clases. Si bien éramos un grupo bastante heterogéneo en edad y en profesiones: alumnos que iban desde los veintitantos hasta cincuentones y sesentones; así como procedentes de distintas profesiones (desde ingenieros renegados de las letras hasta educadores, sociólogos y abogados renegados de las matemáticas), y con diferentes proyectos de vida (estaban los muchachos que recién empiezan su vida profesional hasta aquellos, como yo, que la tienen bastante avanzada), pudimos convivir todos y hasta desarrollar nuevas amistades “intergeneracionales”. Fue divertida esa convivencia.
Las prácticas son esenciales para aprender un idioma nuevo, para ello es importante con quién puedes practicar. Y, por tercera vez me favorecieron los dioses. Me tocó de compañero para las prácticas un médico que, al igual que este servidor, estaba urgido de obtener el grado pero, a diferencia mía, con gran habilidad para conocer otras lenguas. Sabe el francés, el inglés, un poco de portugués, y ahora la lengua de Manzoni. Hicimos “química” desde la primera clase y a él le preguntaba cuando tenía alguna duda. Igual sucedió con otra compañera, educadora ella, con la cual armamos los equipos de trabajo para las actividades grupales. Recuerdo que la actividad final fue cantar una canción en italiano delante de todos. Elegimos una de Ricos y Pobres “Será porque te amo”, con un quinteto de voces: dos mujeres y tres hombres. (Io canto al ritmo dolce tuo/respiro/ è primavera/sará perché ti amo).
En lo que respecta a mí puedo decir, en honor a la verdad, que el mundo del canto no ha perdido mucho con mi participación. Fue “mi debut y despedida” de las tablas.
Felizmente mi compañera de grupo, la educadora, era bastante responsable y prácticamente tuvo en sus manos la organización de la actividad, incluyendo las coreografías que debíamos hacer “en el escenario”. Gracias a ella pudimos salir airosos de los trabajos en equipo, en una época complicada para mí entre exámenes finales y presentación de trabajos en el doctorado, presentación de monografías de fin de año en un diplomado sobre docencia universitaria que estoy llevando, exámenes finales y cierre de actas en la U donde laboro, así como la redacción final de mi tesis para la maestría, amén de los artículos para El Observador y Lagartocine. Vivía con el tiempo al milímetro, estresado, con la adrenalina al máximo, bastante tenso, pero cumplí con todo, incluyendo el curso de italiano, obteniendo 16 en el examen final. Me “saqué el clavo”.
La pasamos bien y ese curso de cerca de tres meses terminó, como no podía ser de otra manera, con una cena en un restaurante italiano: “Il buon mangiare”. Cena no exenta de emotivos discursos como el de mi compañera de estudios que, como buena educadora, aconsejó a los más jóvenes, con útiles lecciones de vida. O la “revelación pública” de la parejita de jóvenes estudiantes que deciden unir sus vidas en matrimonio para compartirla “hasta que la muerte los separe”. Es hermoso ver como los sueños se nutren de vida. Me hizo recordar mi “juventud biológica”.
Espero también se cumpla el sueño de nuestro querido maestro de regresar algún día a Italia, luego de una ausencia bastante prolongada, de más de quince años. Los trabajos como profesor de idiomas, los asuntos domésticos cotidianos y las tribulaciones de la vida, muchas veces se lo impiden. Yo se en carne propia como es eso. El profesor realmente no tiene “vacaciones fijas” porque te pueden llamar inesperadamente para un curso de verano y te arruinan los planes de ir a la playa con tú familia por una temporada; o también cuando tenías proyectado hacer un viaje o unos estudios, te proponen enseñar en un horario que “choca” con tus proyectos más personales, los que debes postergar una vez más, debiendo muchas veces aceptar las propuestas de enseñanza solo por razones de sustento económico.
Haciendo una analogía podemos decir que con el italiano fue como en esos matrimonios por interés. Te casas sin amor (en el caso por creer que es un idioma fácil), pero en el camino le vas tomando cariño y descubres, como en la mujer con la cual te has casado sin amarla, que es hermosa y tiene otras cualidades más allá de lo crematístico. Tan hermosa que el Dante la eligió como lengua (y no el latín, como era usual en aquella época) para escribir su “Divina Comedia”.
En fin, no me arrepiento de haber llevado el curso de “italiano para principiantes”. Tanto por las amistades hechas como por las entretenidas clases. Solo espero que se cumplan los buenos deseos de mis queridos compañeros, que sus sueños se cristalicen. Total, el ser humano es eso: un ser que vive de sueños, mirando siempre al futuro. O, como diría Woody Allen en una de sus últimas películas, un ser que no solo vive de realidad, sino también de ilusiones.
Eduardo Jiménez J.
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