Wednesday, July 27, 2022

UN AÑO DE DESILUSIÓN PARA MUCHOS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

   

No voté por Pedro Castillo. Ni en primera ni en segunda vuelta. No por ser acólito de la Sra. K, sino porque preferí mala conocida que malísimo por conocer.

 

Quizás la intuición y el estar alerta siempre contra las promesas demagógicas, me hizo poner en guardia contra Pedro Castillo, aparte de sus orígenes en el Conare-Sutep, muy cercano al senderismo.

 

Por lo general desconfío de quien promete mucho y escuchando sus promesas de campaña era imposible que las pudiera cumplir todas. Iba esparciendo promesas conforme el auditorio que tenía delante. Aparte que eran contradictorias unas con otras. Eso me hizo desconfiar de su candidatura, una candidatura promovida por el partido de Cerrón, un partido que se quedó en los años 60 del castrismo y que, de llegar al poder, trataría de quedarse el mayor tiempo posible, limpiándose de las “pelotudeces democráticas”.

 

Nunca creí en la imagen que la izquierda nos quería vender del profesor bucólico, de una provincia alejada que venía a gobernar a favor de los más pobres. Llámenlo escepticismo o que a mis años ya quedé escaldado de esas promesas de papel. Pasé por el primer gobierno de Alan García, el terrorismo, el desgobierno y la hiperinflación. Será por eso que ya no creo en las promesas de ningún tipo.

 

No es lo mismo de mucha gente que votó con ilusión por Castillo. No hablo de los que votaron interesadamente sea por prebendas políticas o económicas, sino de los que creyeron en sus promesas de un Perú mejor, más justo, más inclusivo, más equitativo. De los que votaron con fe sin esperar recibir un puesto público. Hay millones de compatriotas que así lo hicieron. (Excluyo a los “cojudignos” que haciéndose los dignos y actuando como cojudos votaron por Castillo).

 

No los voy a tildar de brutos como lo hace la DBA, pero ya deberían madurar un poco. No creerse todo lo que les prometen. De no practicar ese viejo dicho de nuestras abuelas “prometer, prometer, y una vez metido se olvida lo prometido”. Muy cierto, si no pregúntenles a sus abuelas.

 

Es cierto que las desigualdades en América Latina son tan grandes y la ciudadanía democrática tan pequeña que cualquiera que proponga disolver las instituciones por inútiles y gobernar con el látigo, la gente le cree, sea de derecha o de izquierda. Tenemos un pensamiento autoritario y muy conservador en el peruano tradicional.

 

Y, por más que sea impopular, mención aparte merece el Congreso de la República, o parte del Congreso, que este año fue un dique de contención contra las intenciones totalitarias del gobierno de Castillo de disolverlo y proclamar una Asamblea Constituyente que haga tabla rasa de todos los derechos constitucionales de la persona. Por más criticado, contradictorio y con topos actuando a favor de Castillo, el Congreso fue una barrera que soportó los embates y las provocaciones que desde el gobierno buscaban instaurar una dictadura de izquierda. Será una incógnita cómo será su comportamiento en el segundo año y con nueva Mesa Directiva.

 

Solo espero que este segundo año de Castillo sea el último de su gobierno. Depende mucho del Congreso, buena parte comprado al peso por el castillismo, y si ellos no hacen nada está la calle como siempre. La sociedad civil organizada protestando, salvo que se quiera vivir así cuatro años más y la corrupción ya se haya normalizado, y se crea que un robo más ya no importa.

Friday, June 24, 2022

¿OLA ROJA EN AMÉRICA LATINA?

 

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

La victoria en segunda vuelta de Gustavo Petro abre la interrogante de si estamos de nuevo ante una “ola roja” en América Latina.

Con Petro, proveniente de la exguerrilla, todas las naciones pertenecientes a la Alianza del Pacífico (Colombia, Perú, Chile y México) tienen gobiernos de izquierda, lo que incidirá en impulsar o no el bloque comercial, sobre todo ahora que están resurgiendo las políticas proteccionistas.

 

Igual sucede con el trato bastante deferencial que han tenido los sucesivos gobiernos norteamericanos hacia Colombia. ¿Seguirá esa reciprocidad y cortesía, incluyendo temas de seguridad interna?, o tendrá Petro una posición más de enfrentamiento o por lo menos de un enfriamiento de las relaciones bilaterales.

 

En el frente interno colombiano marca el inicio del primer gobierno de izquierda en Colombia, a diferencia de los últimos, bastante conservadores. Marca también el hartazgo del ciudadano ante los “políticos tradicionales”, fenómeno que no es nuevo y que se replica en todo el mundo occidental. Y si bien Petro se insertó en la vida política institucional de Colombia hace muchos años atrás (fue alcalde de Bogotá y senador), asumiendo las reglas de juego y los valores democráticos, no es menos cierta la desconfianza de muchas personas por su pasado de guerrillero y rupturista con el orden democrático que ahora debe defender. Salvando las distancias, es como si acá se hubiese presentado Víctor Polay Campos a la presidencia y hubiera ganado las elecciones.

 

Si bien Petro tiene un programa reformista no radical, las fuerzas con las que se enfrenta son complejas y que marcarán el triunfo o fracaso de su programa. Es un interrogante también la relación que tendrá con el gobierno de Nicolás Maduro, su vecino con el que comparte una larga frontera y cientos de miles de emigrados venezolanos viviendo en tierras colombianas.

 

Igual sucede con el nivel de corrupción que pueda alcanzar su gobierno. Escándalos de malversación de fondos de su entorno le pueden restar legitimidad para iniciar o continuar reformas, similar a lo sucedido a su homólogo peruano Pedro Castillo, otra figura de izquierda llegada a la presidencia.

 

La “ola roja” que vive de nuevo América Latina tiene matices. Vivimos en un continente bastante desigual, caldo de cultivo de todo tipo de populismos y de gobiernos de izquierda, donde la democracia como sistema político no se encuentra plenamente asentado en el ADN de los ciudadanos. La tentación de los gobiernos autoritarios de distinto calibre siempre está presente.

 

El gobierno de Petro tiene más incógnitas que certezas, y sobre todo hasta qué grado podrá cumplir con sus promesas electorales o si se convertirán las mismas en un capítulo más de desilusión para sus electores.