Pareciera que no
existe ninguna relación entre ambas mujeres: con personalidades distintas,
diferentes lugares de nacimiento y destinos igualmente disímiles. Sin embargo
tienen algunas cosas en común: ambas fueron de la misma generación de la
primera post guerra. Eva Perón nació en 1919 y Marilyn Monroe en 1926; por
añadidura las dos fallecen en el esplendor de sus vidas, una a los 33 años, la
otra a los 36; y su desaparición física dista apenas una década una de otra
(1952 Eva, 1962 Marilyn).
Pero existen otras
coincidencias: ambas procedían del mundo artístico donde desarrollaron una
carrera. Incluso podemos arriesgar a decir que ese “talento histriónico” lo
volcaron a sus vidas fuera del escenario: una dedicada a la política, la otra
en esa vida difícil detrás de cámaras. Y, al haber muerto jóvenes, en el
esplendor de sus vidas, luego se tejió en torno a su memoria una maraña de
leyendas que pervive hasta el presente, convirtiéndolas en mitos, manteniéndose
así su vigencia hasta el presente.
Eva Duarte de Perón
sin haber llegado a la presidencia era el poder detrás del trono en el
experimento populista más intenso de Sudamérica. Eva encarnó “la distribución
del pan entre los pobres”, entre “los descamisados” y con esa imagen se fue al
más allá. Luego comenzaría la leyenda coadyuvada por un partido, el
justicialismo, necesitado de iconos. De allí al apelativo de “santa Evita”
apenas habría un paso.
Marilyn Monroe con un
puñado de películas sentó la imagen de la mujer sexy, aparentemente tonta pero
más despierta que una ardilla. La fotogenia, el talento artístico que no se
puede negar, más las especulaciones que en vida se urdieron por su accidentada
existencia, la inseguridad evidente, los sucesivos y frustrados matrimonios, y
las distintas teorías escritas en torno a su muerte, sentaron los cimientos de
la leyenda que vendría después.
El ser humano
necesita leyendas, mitos para vivir. Algo en que creer. Puede haber intereses
detrás, ideológicos, religiosos, políticos, económicos o comerciales, pero las
leyendas se van formando. Y, de morir joven, la intensidad del mito es mayor.
Es como una estela fulgurante que se apaga en el cenit de su vida. Cosa
distinta hubiese sido si ambas hubieran muerto octogenarias. De ser así habría
sido más difícil crear las leyendas que vinieron luego. Una persona con una
larga vida pasa por distintos vericuetos existenciales.
Por ponerlo en
imágenes. El que muere joven es como una única fotografía instantánea de su
vida que perdurará después de muerto. Esa “foto” es la única imagen del héroe,
así lo verán las generaciones futuras. En cambio, de morir viejo(a) habrá
sucesivas “fotos”, un conjunto abigarrado de imágenes, muchas veces
contradictorias unas con otras, que desdibujan la imagen única. Un ejemplo: si
el “Che” Guevara hubiese muerto viejo difícilmente se tendría la imagen del
héroe socialista que murió por sus ideas de justicia social y un mundo mejor
que hasta ahora se guarda de él.
O, por citar un
ejemplo más cercano a nosotros, el caso de Mariátegui y Haya de la Torre. La
imagen de “amauta” de las ideas socialistas en el Perú que se guarda de José
Carlos en gran parte se debe a su muerte temprana. La “creación heroica” de
febril trabajo intelectual y proselitismo que en poquísimos años pudo realizar
es la que conservamos de él. Esa imagen icónica, cuasi religiosa, obedece en
gran parte a su temprana desaparición física. Tenemos una “única fotografía”
convertida casi en “estampita de parroquia” por sus contrapuestos y disímiles herederos;
mientras la imagen de Víctor Raúl, el otro gran político e ideólogo peruano de
la primera mitad del siglo XX, es más bien un conjunto heterogéneo de imágenes,
estas sí bastante contradictorias unas con otras: de “revolucionario” primero,
luego de “conviviente con la derecha” y al final de su dilatada existencia, de
demócrata tolerante como presidente de la Asamblea Constituyente. Mientras uno
es admirado y respetado no solo por la izquierda, al otro solo lo admiran los
seguidores del partido que creó de la nada.
De allí que la corta
pero fulgurante vida de Evita y Marilyn, cada una en escenarios totalmente
distintos, con vidas igualmente diferentes, permitió que después de muertas la
leyenda comenzara a crecer y se nutriese conforme pasaban los años en una
suerte de auto alimentación, convirtiéndose esa imagen que todos relacionamos
cuando asociamos sus nombres en leyenda viva y, quizás, en un momento
determinado la leyenda absorberá totalmente a la persona de carne y hueso, el
mito se superpondrá a los hechos reales.
Es
mejor morir joven, sentencia Julien Sorel en Rojo y Negro. No
estoy seguro que la afirmación se pueda generalizar. La vida nos reserva un
papel diferente a cada uno de nosotros. Algunos les toca ser una estrella de
vida corta pero fulgurante; mientras a otros les corresponde una quizás más
pálida pero perdurable en el firmamento. A Evita y Marilyn les cupo ser esas
estrellas radiantes pero fugaces en el firmamento, cuya estela hasta ahora
pervive.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
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