Por: Eduardo
Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
ejj39@hotmail.com
@ejj2107
Vamos a referirnos a cuatro sucesos que, por razones
cronológicas, han coincidido en el tiempo y subterráneamente se encuentran
entrelazados: la resistencia al proyecto minero Las Bambas, la asamblea del FMI
y BM, el recientemente aprobado Acuerdo Tras Pacífico y el muro que separa
parte de los distritos de San Juan de Miraflores y Surco, conocido como “el
muro de la vergüenza”.
Que existen grupos antimineros que por oficio están allí
para oponerse a cualquier proyecto minero, los hay. Pero no menos cierto es que
el proyecto original de Las Bambas sufrió cambios al tenerlo ahora en sus manos
una empresa china, como el referido al traslado del mineral por tierra y no por
un ducto subterráneo como originalmente estaba concebido. Sin ser demasiado
ambientalista, la verdad que el cambio afecta el entorno del ecosistema y a los
pobladores aledaños. Es como si al
costado de tú casa salieran a todo momento, mañana, tarde y noche, volquetes cargados de mineral,
aspirando los vecinos polvo tóxico todo el día. Obvio que no te va a gustar.
Que se debe hacer algo, es indudable. Que Las Bambas
haría subir un par de puntos porcentuales nuestro alicaído PBI, también lo es.
Lamentablemente el gobierno de Humala, por su debilidad y
falta de visión, entierra el pico. No
se compra los pleitos como su homólogo Correa, que es conciente que los
recursos naturales son parte importante de la renta nacional y el desarrollo
del país.
Salidas existen. El hecho es que se pongan de acuerdo y
de paso se modifique la distribución del canon minero y parte vaya directamente
al bolsillo de los pobladores afectados. Incluyendo, de ser necesario y previo consenso
con la población afectada, una reubicación de los centros poblados aledaños al
proyecto.
Es cierto que buscar una salida consensuada es como
buscar “la cuadratura del círculo”, por lo difícil del tema, y más fácil es
suscribir “actas de acuerdo” para luego incumplirlas el propio estado; pero
existen experiencias exitosas, aunque requieren mucho de “ingeniería social”,
paciencia y buena voluntad, amén de decisión política. Sino, los “antimineros”
seguirán ganando agua para su molino.
*****
El otro hecho destacable fue la realización de la
asamblea anual de gobernadores del Fondo Monetario Internacional y el Grupo Banco
Mundial en el Perú.
Mientras aquí nos debatimos entre “las agendas de
Nadine”; la solitaria candidatura de Alan en las primarias apristas, amén de cargar
con la culpa de los narcoindultos; o si PPK y Verónonika Mendoza deben
renunciar a sus pasaportes extranjeros, a los que se aferran con uñas y dientes;
afuera nos ven con “sana envidia”, como una economía sólida, un país que pudo
remontar sus problemas y el que más crece en la región. Claro, no todo es
maravillas, nos falta mucho trabajar la institucionalidad y alternativas frente
al estancamiento de las materias primas, así como ajustar “el modelo” económico
a las necesidades del nuevo entorno.
Satanizados al extremo antaño, no es poca cosa que el
FMI-BM hayan realizado la asamblea por estas tierras. Significa que el Perú
“está en vitrina”, algo impensable apenas 25 años atrás, cuando comenzaron
todos los cambios económicos, época en la que nadie daba ni un sol por nosotros.
Cuando teníamos que “rogar” a los inversionistas (con “contratos ley”
incluidos) que vengan a un país todavía azolado por el terrorismo y la falta de
seguridad jurídica.
Muchos dirán que esto no era lo que pensaban para el país
o que no era el Perú de sus sueños.
Es cierto (y me incluyo en ese grupo), pero de nuevo se
confunde lo que uno quiere, con lo que es. Y este nuevo (y a la vez viejo) Perú
es parte de un proceso inacabado. “Cerrar brechas” entre la ruralia altoandina
pobre, todavía resentida y con mucha pobreza evidente, y una costa más próspera
y con más oportunidades, que ha sabido “enganchar” con los TLCs suscritos.
Ese cerrar brechas no solo es económico, es también social
y político, e incluso ideológico.
Significa, entre otras asignaturas pendientes, reformar el modelo regional
imperante, que más ha constituido cacicazgos locales que resultados efectivos a
favor de la población, y significa igualmente reformar el sistema de
representación política. No la reformita
light que se está cocinando en el
Congreso (es como pedirle reforma y ánimo de enmienda a un carterista), sino
una reforma estructural, que nazca de la sociedad, cosa más compleja.
*****
Ello nos lleva a la reciente aprobación del Acuerdo Tras
Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés). Mientras nos afanamos en las cosas
menudas de nuestra política local, muy pocos han reparado en la suscripción del
acuerdo y las repercusiones que puede traer, sobretodo en el precio de las
medicinas y la protección que revestiría a las empresas trasnacionales, muchas
de ellas relacionadas con la industria farmacéutica.
Está bien que se suscriba acuerdos comerciales, mientras
más, mucho mejor; pero varios de estos tratados, están tocando cuestiones como
propiedad intelectual y prolongación en el tiempo de la protección a las
patentes, incluyendo las de medicamentos.
Es público y notorio que muchos medicamentos “de marca”
tienen un precio mayor acá que en países vecinos. Asimismo, muchas empresas
farmacéuticas afuera vienen siendo compradas por otras más grandes (las
llamadas big pharma), que no han
invertido un dólar en investigación y solo especulan con el precio de los
fármacos de las empresas compradas.
El secretismo con el que se llevó a cabo las
negociaciones del TPP conlleva suspicacias. Sería bueno que se “airee” en un
debate público y franco, antes que el Congreso lo apruebe, o se aplique las
cláusulas de excepción en materia de medicamentos antes de aprobarlo a
rajatabla.
Sería irónico que los nacionalistas (los que sobreviven
al hundimiento del barco) aprueben un tratado lesivo a los intereses
nacionales. Crónica de una tragedia que terminó en farsa, aptitud bastante usual
por estas tierras, donde los negocios se acuerdan, como dice el conocido tango,
a media luz.
*****
Y hablando de ironías, justo cuando teníamos un
acontecimiento de la envergadura de la asamblea mundial, donde se habla de
cerrar brechas sociales, salió a luz la noticia del muro (con alambrada de púas
y todo) que separa parte del distrito de San Juan de Miraflores con el de
Surco. Un distrito populoso y pobre, de otro clasemediero tirando para alto. Construcción
de privados con la complacencia de los sucesivos gobiernos distritales de
Surco, el “muro de la vergüenza” dice mucho de la segregación que todavía se
vive y se padece en nuestro país, pese a los notables cambios que vivimos en
los últimos cuarenta años. En otras ciudades, de acá nomás, de América Latina,
ese muro hubiese sido impensable; pero estamos en el Perú, donde todavía respiramos
un aire rancio a aristocracia virreinal, a apartheid
del otro, como en el cercado de la Lima colonial, donde ciertas autoridades
no se inmutan frente a la palabra igualdad y trato horizontal. El muro de la
vergüenza es un síntoma que en el Perú todavía no hemos superado muchas taras
sociales.
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