Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Hasta donde conocemos, Armando
Iannucci (1963) es un realizador ítalo-escocés. Poco conocido en nuestro medio,
se mueve bien en la televisión (Veep) y el cine (In the loop). Showrunner (productor y creador), gusta
tener el control de sus proyectos.
En entrevista declaró que para La muerte de Stalin se inspiró en El gran dictador (1940) de Charlie
Chaplin y que lo motivó resucitar al dictador ruso el hecho que la democracia
en Europa se encuentra rodeada de totalitarismos y nacionalismos a ultranza. Su
película fue prohibida en Rusia, donde curiosamente la figura de Stalin está
siendo revalorada o en el mejor de los casos como recordada con nostalgia de
tiempos mejores. No es un filme histórico en el sentido estricto del término,
aunque se centra en personajes y hechos que existieron.
Comienza con un concierto de música
que a poco de terminar, recibe la orden directa del propio Stalin de obtener
una copia. Al no haberla, ya que el concierto es en vivo, deben volver a
ejecutarlo para grabarlo, con el evidente nerviosismo de todos los
involucrados, temerosos de terminar en algún Gulag. De allí nos trasladamos a
la dacha de Stalin y su muerte
repentina escuchando el concierto. Luego, la llegada de los miembros del
politburó y la decisión de qué hacer. Hilarante y corrosiva la escena del qué
hacer con el cuerpo, parodia del burocratismo y el temor a tomar decisiones que
perjudiquen la carrera de cada aspirante a sucederlo.
Después viene, a ritmo galopante, la
lucha por el poder, sobretodo entre Beria (jefe de la policía secreta de
Stalin) y Krushchev. Pero el filme no va al drama, sino a la comedia negra, por
lo que recurre a las situaciones absurdas –los gags- y los diálogos punzantes (muy en el estilo del cine americano
clásico). Los personajes son esperpentos, agudizando las contradicciones que
tienen y su no oculta ambición de poder.
Dicho sea. En esta lucha por el poder
a la muerte de Stalin, sucedió lo mismo que cuando murió Lenin. Cuando muere
Lenin, el favorito a sucederlo era Trotski frente a un oscuro Stalin. Estaba
asegurado; pero, Stalin subrepticiamente tenía el control del partido
comunista, por lo que terminó desplazando a su rival hasta exilarlo primero y
después ordenar su muerte. Igual sucedió cuando muere Stalin. El favorito a
sucederlo era Beria, paisano de Stalin y hombre temido que manejaba el servicio
secreto ruso y que al alimón con este decidía quién moría, era deportado o
perdonado. Tenía más poder que Krushchev, pero Krushchev comenzó a tejer alianzas para hacerse del
cargo máximo. Muchos lo apoyaron por el temor al poder de Beria y los secretos
que guardaba celosamente. Beria, meses después, fue “enjuiciado” y condenado a
muerte (en el filme todo sucede el mismo día del entierro).
Sátira del poder, de cómo el ser
humano se puede degradar para conseguirlo; y si bien La muerte de Stalin no es completamente lograda, vale la pena verla
y tener siempre presente que las democracias no son eternas y a la vuelta de la
esquina acechan los totalitarismos de todo tipo.
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