Saturday, May 11, 2019

CRIMEN Y CASTIGO

 
Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107


Los procesos anticorrupción tuvieron su nota dramática con el suicidio del expresidente Alan García cuando iba a ser detenido en Abril pasado. Con cuatro ex presidentes investigados y con orden de detención, más dos alcaldes de la ciudad capital con investigaciones abiertas por recibir sobornos, a un observador foráneo le pudiera parecer erradamente que la justicia en el Perú funciona como en los países donde el poder judicial es un poder autónomo y respetado, sólido e independiente. Bueno, nada más alejado de la realidad.

Los procesos judiciales contra la corrupción se están produciendo en distintos países. No solo el nuestro. Por lo general comienza con noticias y comentarios de la prensa que resaltan el hecho de corrupción, donde casi siempre un político conocido está implicado, se propaga luego a la fiscalía quien tiene la responsabilidad de probar los ilícitos y denunciar y termina con una condena en el Poder Judicial. Algunos sostienen que entre ciertos medios de comunicación y la fiscalía se “está jugando en pared”.

Nadie duda que la alta corrupción debe ser sancionada severamente en nuestro país. Nuestra vida independiente nació plagada de actos corruptos. La polémica está en las largas prisiones preventivas (36 meses) sin que la fiscalía formule denuncia y menos haya juicio. El otro hecho está en si la justicia peruana, como ha sucedido en otros lugares, se está politizando o más bien obedece a presiones sociales y de ciertos medios de información y ONGs. Y al final si tanto esfuerzo erradicará la corrupción del escenario nacional. Los más ingenuos y los más interesados alegan que sí desaparecerá, los más escépticos –entre los que me incluyo- que no.

Sobre el primer punto, las largas detenciones preventivas, ya juristas expertos en el tema, ciertos magistrados, instituciones internacionales y la doctrina recomiendan que no basta con pedir la prisión preventiva de un inculpado invocando la norma, sino demostrar con hechos que es necesaria, sobretodo tomando en cuenta que el privar la libertad a una persona es el último ratio decidendi basado en hechos irrefutables o por lo menos indicios de los que no existe duda alguna. Y todo indica que la fiscalía está pidiendo sin mucho fundamento fáctico las prisiones preventivas por largos periodos de tiempo en los que no formula denuncia alguna contra el inculpado.

El otro punto es si la justicia se está politizando o más bien estamos ante una justicia populista presionada por los medios, las encuestas  y ciertas ONGs pro derechos humanos, casi siempre de izquierda y por naturaleza antiapristas y antifujimoristas.

Creo que hay una mezcla de los dos componentes. Hay mucho de una justicia politizada que por mucho tiempo fue predio exclusivo del partido aprista y que ahora, sobretodo en la nueva hornada de magistrados, debe compartir con otros grupos y tendencias políticas el Poder Judicial.

Para nadie es secreto que antaño, cuando un juez quería ser promocionado a la Corte Suprema debía pedir audiencia a uno de los líderes del Apra. Eran otros tiempos, los de la edad de oro del partido aprista en los predios judiciales. El partido siguió manejando jueces y fiscales de distinto grado, pero fue perdiendo gradual influencia conforme perdía protagonismo político, y a inicios del presente siglo las nuevas promociones de magistrados no se sentían identificadas con el partido de la estrella, ni tampoco lo necesitaban para ser promovidos.

Lo cierto es que el Apra perdió hegemonía judicial conforme fue perdiendo hegemonía política. Los años noventa del siglo pasado marcan un antes y un después. El fujimorismo le quitó mucho poder al Apra en los predios judiciales y retomada la democracia no lo pudo reconquistar como antaño.

A partir de allí comenzaron a tener hegemonía otras tendencias y hasta hemos llegado a tener un presidente de la Corte Suprema ex militante nada menos que de Patria Roja, antaño una de las izquierdas más radicales en nuestro país, impensable en otros tiempos.

En la fiscalía pasó un proceso similar. Los nuevos fiscales no le deben ningún favor político al Apra y es posible que incluso, ideológicamente, sean antiapristas y antifujimoristas. Seamos sinceros: no existe ni juez ni fiscal “puro”, no contaminado con la política en nuestro país.

No digo que sea en toda la administración de justicia o sea un control absoluto del Poder Judicial como en el fujimorismo; más bien tenemos ciertas “coordinaciones” entre áreas segmentadas del ejecutivo como el ministerio de justicia y ciertos jueces y fiscales, como algunos medios de comunicación que tienen las “primicias” de los procesos anticorrupción y ONGs pro derechos humanos que “apalancan” las investigaciones.

Esa convergencia de medios, jueces, fiscales y ONGs está produciendo el levantamiento de las noticias ligadas con la corrupción, sobretodo si llevan el sello del Apra o de Fuerza Popular.

Que la ventilación mediática de los procesos contra la corrupción tenga un efecto profiláctico social, no lo negamos, que sean una suerte de catarsis colectiva de los peruanos, tampoco; pero que tenga consecuencias a futuro en disminuir la corrupción en nuestro país, lo dudo.

Y lo dudo porque disminuir la corrupción obedece más a un trabajo institucional a largo plazo y a cambiar la cultura pro corrupción que tenemos en general en Latinoamérica que llevar a tres o cuatro ex presidentes al banquillo de los acusados y ser atención mediática por algunas semanas.

Son sobretodo “chivos expiatorios” que lucha real contra la corrupción. Son más fuegos artificiales para la platea que lucha real. Estoy seguro que el “club de la construcción” implicado en los sobornos para conseguir las grandes licitaciones del Estado y quienes detentan los poderes fácticos seguirán negociando con el Estado y sacando adelante sus licitaciones en base a coimas hacia quien tenga el poder de turno. Odebrecht lo sacó barato el seguir trabajando en nuestro país a cambio de la delación: apenas una reparación de 180 millones de dólares pagaderos en 15 años.

También trae el riesgo que al licenciar a buena parte de la “clase política” por el caso Lavajato de lugar a una apertura a muchos aventureros de ingresar a la política bajo el lema de “corrupción cero” y que llegados al poder sean los primeros corruptos, como ya sucedió en el pasado con la caída del fujimorismo. Ello, sumado al licenciamiento de todos los integrantes del actual Congreso va a conllevar mayor mediocridad y desprecio hacia la clase política.

Como decíamos en un anterior artículo (2019: entre esperanzas y frustraciones), cuando analizamos la politización del medio ambiente y que el 2019 se debatiría entre las esperanzas del cambio o las frustraciones del todo sigue igual, más parecen estos “cambios” una política del gatopardismo que un sincero deseo de trasformar la situación actual: las cosas tienen que cambiar para que todo sigue igual.

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