Por:
Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Mis
amigos se quedaron, igual que tú
Este año se les acabaron, los juegos, los doce juegos
Este año se les acabaron, los juegos, los doce juegos
Únanse al
baile, de los que sobran
Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quiso ayudar de verdad
Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quiso ayudar de verdad
Los prisioneros
En los últimos meses las protestas de
la sociedad contra el gobierno se han sucedido en diferentes partes del mundo.
Las causas son distintas. En Hong Kong por no perder la libertad política y
económica frente al autoritarismo del gobierno chino; en Ecuador contra el fin
del subsidio a la gasolina; en Bolivia contra la reelección bastante burda de
Evo Morales. Los sectores sociales involucrados también son distintos: Hong
Kong y Chile enormes capas medias; Ecuador, sectores indígenas sobretodo. Una
característica común de estos movimientos es que no existen líderes visibles.
Son, por decir, “movimientos espontáneos” más de corte anarquista que
programático político.
Otra característica es que el
movimiento generalmente lo impulsan jóvenes. En Chile, incluso escolares de
educación secundaria que años atrás ya habían protestado contra lo excesivamente
cara de la educación chilena (no es gratuita en ningún nivel).
Chile llama la atención por el hecho
de ser “el buque insignia” del modelo económico imperante en la región; “el
alumno aplicado” con el cual Estados Unidos hizo una alianza tácita que se ha
mantenido desde los años 70. Los chilenos se jactaban de ser los exportadores
del modelo económico que, salvo matices, fue replicado en toda América Latina. Modelo
que resolvía todos los problemas sociales en la fórmula dejar hacer al mercado.
El movimiento, al compás de la
conocida canción de Los prisioneros,
ha ido creciendo en demandas como una bola de nieve: desde el aparente inocuo aumento
del pasaje en el metro (5 centavos de dólar) hasta demandas sociales como
jubilaciones y salarios dignos, servicios de calidad en salud, la gratuidad de
la enseñanza o agua y luz a precios razonables, hasta llegar al pedido de
renuncia del presidente Piñera y la convocatoria a una constituyente; elevando
las exigencias a un plano jurídico-político.
Existe un evidente cuestionamiento a
la clase política y una crítica a los grupos económicos que se llevan gran
parte de la renta nacional.
Es cierto que de los 30 años de
democracia en Chile, 24 son gobiernos de la convergencia socialista y cuando
estuvo en el poder no hizo mucho por cambiar la situación, salva algunas
puntuales reformas. Fue una izquierda bastante light y quizás por temor o por
trauma de lo ocurrido en el pasado, prefirió acomodarse y no hacer demasiados
aspavientos. De allí que “el estado de las cosas” en Chile y sobretodo los
poderes fácticos se mantuvieron incólumes y más bien crecieron al amparo de los
sucesivos gobiernos socialistas, donde incluso varios dirigentes han sido
acusados de corrupción y de otorgar favoritismos a sectores económicos.
En ese trascurso de tiempo creció también
la clase media y es la que ha salido a las calles a protestar.
Si bien el ingreso per cápita chileno
es alto en la región (US$ 15,000.00 dólares norteamericanos) y tiene un ingreso
mínimo de cerca a los US$ 400 dólares, no menos cierto es que el costo de vida
es elevado y que todos los servicios están privatizados. Las pensiones otorgadas por las AFP son apenas
para sobrevivir y los intereses bancarios por estudios, leoninos. Un joven que
concluye sus estudios universitarios, él y su familia terminan endeudados por
largo tiempo. En pocas palabras, es una clase media que sufre y lucha todos los
días por no perder ese estatus.
El ejecutivo ha reaccionado con
algunas medidas, un poco tarde quizás, y su futuro es incierto. Ha cometido
errores que le han costado legitimidad entre la sociedad, pero no es una
derecha primitiva (o como decimos nosotros “bruta y achorada”), ha mostrado
reflejos políticos.
Algunos especulan si un movimiento así
sería posible en Perú.
Personalmente lo dudo. El último gran
movimiento de protesta social fue en 1977, que dio paso a la apertura
democrática iniciada en la década siguiente. Fue un movimiento que contó con
sectores sindicales y estudiantiles bastante organizados, de lo que carecemos
hoy. Por otra parte, la identificación del ciudadano chileno con su sociedad es
más clara allá que por estos lares. Tienen, hablando marxistamente, una
conciencia de clase más definida y un nivel de ciudadanía más coherente que el
peruano.
En el horizonte existen dos peligros bastante
evidentes para América Latina: continuar con el modelo económico sin la
necesaria crítica y el populismo creciente en la región sea de derecha o de
izquierda. Si continuamos con el modelo como está, seguirá ensanchándose la
brecha entre los que más tienen y los que subsisten apenas. La distribución de
la riqueza seguirá siendo bastante desigual lo cual traerá mayores problemas
sociales. La demagogia de izquierda o derecha puede aprovechar ese contexto y devenir
en gobiernos populistas-autoritarios y arrasar con los derechos más elementales
de la persona como en Venezuela o Nicaragua. Estamos entre Escila y Caribdis.
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