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Black mirror (El espejo
oscuro, aludiendo a las pantallas de los ordenadores, símbolo de nuestro
tiempo) es una serie que ambientada en un futuro no muy lejano, exacerba hechos
que ya vivimos en el presente y que nos parecen bastante naturales. Narran una
realidad muy relacionada con nuestro tiempo y el uso cada vez mayor de los
implantes tecnológicos. Sin ser una fábula distópica machacona, cada espectador
debe sacar sus propias conclusiones de ese mundo inquietante y aparentemente
feliz.
De
producción inglesa, bajo la marca de Netflix, lleva ya cinco temporadas, cada
una con episodios independientes. Vamos a comentar tres que nos llamaron la
atención: 15 millones de méritos (Fifteen
Million Merits) de la primera temporada, El
Momento Waldo (The Waldo Moment) de la segunda y En picada (Nosedive) de la tercera temporada.
LAS OPORTUNIDADES DE UNA VIDA ABURRIDA
En 15 millones de méritos estamos en una
sociedad donde las personas ya no requieren trabajar tal como lo entendemos
ahora, solo se dedican a pedalear una bicicleta estacionaria y generar méritos,
suerte de moneda virtual para adquirir las zapatillas de moda, las series que se
trasmiten o participar en un reality pagando el derecho de inscripción.
Aparentemente
estamos en la sociedad perfecta, en el “mundo feliz” de Huxley; pero existen
ciertos detalles que dicen lo contrario:
no hay libros ni periódicos, y la única fuente de información es la tv que
trasmite porno, programas chabacanos o un reality muy célebre donde compiten
artistas aficionados que quieren saltar a la fama, todos programas que
anestesian la conciencia crítica. También, como en la novela de Huxley, hay
castas en ese mundo. Aquellos que no resisten el nivel de esfuerzo que demanda
pedalear todos los días son degradados al servicio de limpieza usando un
uniforme amarillo que revela su nuevo estatus. Ellos ya no podrán aspirar a
competir en el reality, la máxima realización en dicha sociedad. No existe un
núcleo familiar como lo entendemos ahora (padre, madre, hermanos) sino que cada
uno vive autónomamente en una habitación con las comodidades que la tecnología
aporta. Tampoco hay viejos, sólo jóvenes; por lo que debemos suponer que pasada
la juventud son “retirados” de circulación. Un mundo de jóvenes que
aparentemente refleja la eternidad en el vivir, milenaria aspiración humana.
En
ese contexto, vemos a Bing Madsen, un muchacho que se aburre en esa sociedad, y
que desea ayudar a una chica que canta bien pagándole los derechos para
participar en el reality. Todo va bien, hasta que la muchacha es severamente
enjuiciada por el jurado y le sugieren que actúe en películas porno, a lo que
ella acepta. El sueño se convierte en pesadilla. Vemos luego la venganza de Bing
en vivo y en directo, prometiendo ante cámaras que se matará si no lo dejan
hablar (más expresar su rabia y frustración). El jurado del reality no solo lo
deja hablar, sino que le ofrecen un espacio para que suelte la rabia que muchos
no la expresan abiertamente en esa sociedad perfecta, causando la sorpresa del
protagonista.
Asistimos
a otra ironía de la serie: en democracia a los adversarios ya no se les mata
como antes o se les recluye en hospitales siquiátricos, sino que el sistema los
absorbe y los hace parte de su engranaje. Es lo que le sucede a Bing, quien
tiene su propio programa y estatus social mejorado, pero con un mensaje en
redes totalmente inocuo, que no afecta al sistema. Al final será un elemento
más del entretenimiento hasta que sea olvidado o baje su rating.
LA ANTIPOLÍTICA COMO POLÍTICA
En El momento Waldo estamos en elecciones
complementarias al Parlamento inglés y los candidatos como es tradicional se
presentan en la tv a fin de hacerse conocidos y que voten por ellos. Como en
todas partes, la gente es escéptica con los políticos y ello es aprovechado por
un programa de tv que en plan de joda trasmite un dibujo virtual de nombre
Waldo que interactuando con los candidatos, se burla de ellos, especialmente de
los más “estirados”.
El
hecho es que Waldo se vuelve bastante popular de tanto zaherir a los candidatos,
especialmente a uno conservador, así que deciden inscribirlo a modo de burla en
la contienda electoral. Waldo no tiene plan de gobierno y su plataforma consiste
únicamente en la destrucción anárquica del orden establecido, un humor
disolvente sin propuesta alguna. Un desfogue de todos aquellos que están contra
los políticos y el sistema que representan, y sienten que sobran.
De
ello cobra conciencia su creador, Jamie, quien prefiere no seguir en el juego
al darse cuenta que pese a todo los políticos y la política son necesarios;
pero, cuando decide abandonar el proyecto es demasiado tarde: el gobierno está
interesado en Waldo y “exportarlo” a otros países, donde también se vive una
situación de insatisfacción con el sistema político y el dibujo será usado como
distractor y anestésico de las personas. Así la gente tendrá una forma de
desfogarse sin afectar al sistema, lo que se refleja en la última escena, donde
desempleado Jamie, duerme bajo los puentes y es desalojado por una policía
armada hasta los dientes y fuertemente represiva: el orden establecido continúa
y Waldo, la encarnación de la antipolítica, es solo un distractor para que las
cosas sigan igual.
LAS REDES SOCIALES COMO VIDA REAL
En picada (o Caída en picada) cuenta la
historia de Lacie, una chica convencional que socialmente aspira a algo mejor.
Lo curioso es que en el mundo de Lacie la escala para ascender socialmente se
mide por los likes que las demás personas le den. Si son más, se tiene muchas
oportunidades laborales, de negocios, amicales, de amor, etc., así como
descuentos importantes para obtener un inmueble o viajar en clase VIP en un
avión.
Justo
Lacie está en pleno ascenso (tiene 4.2 sobre un puntaje máximo de 5) y necesita
obtener un 4.5 para conseguir descuento en un departamento en una zona
exclusiva de la ciudad, presentándosele la oportunidad cuando su amiga de la
infancia Naomi la invita para ser su dama de honor en su próximo matrimonio.
Naomi, chica socialmente exitosa, supera los 4.5 en likes y todos sus amigos
están en ese nivel, por lo que Lacie espera obtener los puntos que faltan el
día de la boda, cuando diga el discurso protocolar ante tan distinguida compañía.
Lo que no sabe Lacie es que el destino le jugará una mala pasada, descendiendo
velozmente, “en picada”, su puntaje por una serie de malos entendidos y
circunstancias no previstas.
En
su mundo “políticamente correcto” está prohibido discutir, el no ser amable con
los otros o proferir juramentos y malas palabras. El salirse fuera de control
por situaciones inesperadas como le sucede a Lacie, puede costarle puntos
(menos likes) y descender socialmente. Por ello vemos siempre a personas
sonrientes de la boca para fuera o con una amabilidad impostada. Es un “doy
para que des”: si tú me das likes, yo también te los doy, y todos contentos.
Pero,
la protagonista tiene una serie de adelantos de lo que le va a suceder cuando
al chico que trae el café a su trabajo le “hacen hielo” el resto de sus
compañeros por tener un bajo puntaje, o su propio hermano que no sigue el juego
y es considerado un looser por la
propia Lacie y mal prestigio para sus relaciones sociales. Se topará con más
gente que prefiere vivir una vida auténtica y no fingida como la señora que la
lleva en su camión en plena autopista o el compañero de celda en la parte final
del episodio, con el que intercambia gruesos adjetivos: Lacie ha dejado de
pertenecer (por lo menos temporalmente) a ese falso mundo de las aprobaciones
virtuales y es más auténtica, más ella misma.
El
episodio también es una tomadura de pelo para aquellos que viven pendientes de
la cantidad de likes que reciben en redes y todo lo que se esfuerzan para ser
“políticamente correctos” y seguir aumentando el número de simpatizantes.
Ese
mundo aparentemente perfecto, dominado por la tecnología y una realidad virtual,
pero inquietante y cuestionador lo describe muy bien Black mirror.
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