Wednesday, July 28, 2021

¿EXISTE UNA GENERACIÓN DEL BICENTENARIO?

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

No es mi intención denostar a los jóvenes que el oficialismo etiquetó como “generación del bicentenario”, pero una generación es más que un agregado de manifestantes. El siglo pasado aportó dos generaciones colmadas de una pléyade de intelectuales y políticos que trazaron un derrotero del Perú.

 

La primera fue la generación del centenario con personalidades como Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Luis Valcárcel, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, entre otros.

 

Con la generación del centenario se exterioriza una “visión de nación” donde los grandes sectores sociales, usualmente marginados, tienen rol protagónico. El indio y las clases medias y urbanas de las ciudades pasan a ser los protagonistas. El aprismo auroral y el socialismo mariateguista, cada uno a su modo, le dan una nueva “lectura” a la realidad nacional y son una forma de ideología y de hacer política diferentes a las que hasta ese momento se practicaban.

 

La otra generación importante fue la del cincuenta, con representantes en las letras de la talla de Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Augusto y Sebastián Salazar Bondy; en la política con nombres como Héctor Cornejo Chávez, Fernando Belaunde Terry, Alfonso Barrantes o Luis Bedoya Reyes (y se me quedan varios en el tintero).

 

El contexto de la generación del cincuenta fue la presencia de un Perú urbano cada vez con mayor protagonismo, el crecimiento de una clase media relativamente próspera sustentada en las profesiones liberales (era la época en que ser profesor de escuela tenía prestigio social, satisfacción económica y estatus) y una renovación de la política expresada en los nuevos partidos.

 

En el bicentenario, cabría preguntarse si tenemos una generación que represente adecuadamente los doscientos años de nuestra vida republicana. Una generación que rompa con el pasado e imagine el futuro.

 

Para ser sincero creo que no existe, por lo menos todavía no hay indicios claros de su nacimiento.

 

Una generación que cambie el país no aparece espontáneamente. Tienen que producirse ciertas condiciones, casi siempre adversas que obliguen a un planteamiento de cambio radical.

 

Usualmente nacen en el contexto de luchas precisas, pero terminado el período de protesta social, buscan continuar en la escena nacional bajo la forma de un partido político o con una nueva visión del mundo y de la realidad nacional. Es lo que sucedió con el nacimiento del aprismo y el socialismo en los años veinte, al amparo de las protestas sindicales urbanas; o la renovación esperanzadora de los acciopopulistas y democristianos a mediados del siglo pasado, luego del ochenio de Odría.

 

La conversión en partido político es esencial, pero no el único presupuesto básico. Es importante también un líder carismático que conduzca o “sienta” lo que sus representados aspiran alcanzar.

 

Igualmente es necesario el ideólogo y el intelectual que interprete el mundo, que trace un paradigma nuevo, una utopía alcanzable. Muchas veces el líder e ideólogo fueron la misma persona, como en el emblemático caso de Víctor Raúl Haya de la Torre.

 

Nada de eso hay ahora.

 

En la actualidad no existe un líder o lideresa joven y visible, tendemos a las figuras tradicionales en una suerte de caudillismo quinquenal o a los emergentes prósperos empresarios lanzados a la política, suerte de self made man autóctonos, “caudillos con billetera”.

 

En el pensamiento tampoco es esperanzador el panorama. Más allá de “intelectuales” convertidos en gacetilleros de cierta prensa y de rábulas del poder, no existe nadie orgánico en las nuevas generaciones que de respuesta a los problemas actuales, muy diferentes a los que vivieron las generaciones del centenario y sesquicentenario. Y los grandes que pensaron el Perú, por razones cronológicas, se fueron o se están yendo.

 

La pregunta es si la generación del TikTok y el WhatsApp inmediato está a la altura de las nuevas circunstancias. Sería el mejor antídoto contra la improvisación en la política o verla como una extensión de los negocios personales.

 

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