Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
La
sátira pasó de la literatura al cine. De allí ha sido emblemático satirizar a
personajes, situaciones, estilos de vida, ideas políticamente correctas, etc.
Para satirizar
a un dictador tiene que pasar mucho tiempo y sobre todo que el dictador esté
muerto. Pasó con Francisco Franco. Para satirizarlo en el cine español, ya en
plena democracia, hubo que esperar la muerte del caudillo y el advenimiento de
la movida española de los años ochenta. No solo porque sería impensable
estando el dictador en pleno ejercicio del poder y el autor o director en el
país donde se encuentra el satirizado, sino porque es necesario un
distanciamiento temporal para emprender el ejercicio. Que haya pasado agua bajo
el puente. Generalmente las sociedades, como las personas, deben pasar por un
buen tiempo de lejanía de los hechos para verlos más serenamente. Los artistas
le llaman precisamente distanciamiento. Claro, siempre hay excepciones.
Fue El gran dictador de Charles Chaplin, realizada cuando Adolfo Hitler
estaba en la cima del poder en Europa; aunque ayudó bastante a que el gran
cómico se encontraba lejos del continente cuando acometió el filme. Había un
distanciamiento espacial en este caso.
¿Qué tal es la
sátira sobre Augusto Pinochet perpetrada en El Conde?
Hay que
reconocer que transformar a Augusto Pinochet en un vampiro sediento de sangre
es original. Todo dictador con muertos y desaparecidos a la espalda tiene
cuotas de sangre pendiente. Pinochet como el gran vampiro que succiona la vida
de sus connacionales.
En el papel
funciona bien la idea, pero creo falló en la puesta en escena. Quizás demasiado
recargada, demasiada rocambolesca, demasiado obvia. De repente conteniendo un
poco lo recargado de la acción habríamos tenido un producto más equilibrado. Me
parece que Pablo Larraín, el director, se dejó llevar por sus filias y fobias.
La escena
final, donde vemos un Augusto Pinochet rejuvenecido con una Margaret Thatcher
vampira, como madre del engendro y también rejuvenecida, nos advierte que el
mal renace, es cíclico, que la historia puede repetirse. Y tiene razón. No
existe la historia lineal, generalmente los pueblos repiten sus historias y los
seres humanos también.
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