Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Al
cine nacional le sucede lo mismo que al fútbol profesional: el primero no llega
a ser industria y el segundo dista de estar en las grandes ligas.
El proyecto de
la congresista Adriana Tudela está enfocado más en el cine como industria
generando incentivos para la inversión. El cine, a pesar que con lo digital se
han reducido los costos, de todas maneras sigue siendo caro producirlo. Como
decía Armando Robles Godoy con extremada crudeza (cito de memoria): el poeta
puede morir pobre y de hambre, pero habrá hecho su poema; en el cine te puedes
morir de hambre y no hacer tú película.
Eso sucede,
relativamente, hasta ahora con el cine, sea el de autor o el cine comercial,
ligado este último más a lo que se conoce como industria del cine.
Lo que ha
causado revuelo es que el proyecto cortaría los subsidios para el llamado cine
de autor, el cual ha sido premiado y aplaudido en festivales fuera del país,
aunque con un público minoritario dentro. De allí que requiere un subsidio del
estado, tanto para producirlo como distribuirlo y exhibirlo. Incluso se habla
de salas ad hoc o cuotas de pantalla para este tipo de cine.
Protección total
al cine nacional solo se dio en los años 70 con la ley del cine del gobierno
militar. Gracias a ello nació una generación de cineastas, todavía en actividad
muchos de ellos, que dejaron una impronta de la realidad nacional en las
pantallas. El cine no solo es arte, es también expresión de una realidad
compleja y variada. Equivale a lo que en el siglo XIX en importancia tuvo la
novela. Y si bien existen en la actualidad otros canales que permiten este tipo
de cine, como Netflix, lo cierto es que no todos los realizadores pueden
acceder a Netflix.
Es un hecho
también que actualmente existe un cine nacional que no convoca auditorios y no
conecta con su público nacional, a diferencia de lo sucedido con la generación
de los 70. ¿Se trata de películas muy elitistas que solo interesan a un público
minoritario? Decir que ahora una película nacional ha tenido 60,000
espectadores sobre una población de 33 millones de connacionales es un flaco
argumento a favor del cine peruano. La generación del 70 podía llegar al medio
millón de espectadores y hasta más, con una población mucho menor que la
actual.
El tema de
controversia no está en eliminar ese cine de autor, minoritario, elitista, sino
en cómo en los últimos años se están eligiendo los proyectos premiados por el
Estado. Desde la derecha se dice que una pequeña argolla caviar se ha apropiado
de los subsidios para hacer este tipo de cine. Se elige el jurado entre ellos y
se premia las obras entre ellos. Una suerte de santa mafia del séptimo arte.
Las pruebas que se esgrimen es que las obras premiadas en los últimos años han
sido hagiografías a dos dirigentes rojos (Hugo Blanco y Javier Diez Canseco), a
un dictador (Juan Velasco Alvarado), amén de distorsionar una novela
volviéndola odio de clase (Un mundo para Julius).
Supongamos que
sea cierta la hipótesis de la apropiación por una argolla de los recursos y
premios del cine subsidiado. Si fuera cierta, rebajar drásticamente los
subsidios al cine nacional, sería como matar con un cañón a una mosca. Matas la
mosca (aparentemente) y destruyes la casa. Quizás sería bueno buscar mecanismos
más sutiles para que el jurado de selección no sea la denunciada argolla caviar
que premia solo a los suyos.
Por otro lado,
habría que evaluar bien si las exoneraciones tributarias y facilidades de
locación permitirían la venida de capital extranjero en la industria del cine,
y si traería el beneficio de mayor turismo extranjero por las locaciones
filmadas. Hay estudios que por lo menos en la parte del turismo, la venida de
producciones internacionales no aumentó la llegada de más gente de afuera. El
ver en el extranjero en pantalla a Machupichu o Sacsayhuamán no es el único
factor para la venida de un turista al Perú.
Y por el lado
de los capitales extranjeros, evalúan también la tranquilidad social para poder
filmar las locaciones. Ningún productor en su sano juicio querrá venir a un
país donde existen manifestaciones que cortan las carreteras o toman
aeropuertos y verán interrumpida la producción o “dirigentes sociales” que
piden cupos para dejarlos filmar. En ese escenario, un productor foráneo lo
pensaría dos veces antes de invertir millones en una producción local.
Es necesario
que continúe el cine subsidiado, aunque supervisando mejor cómo se otorgan los
premios; y es necesario también un cine comercial, al cual no basta con nuestras
históricas locaciones o nuestra mano de obra barata.
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