Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
La
receta para salir de una recesión económica no es nueva. Se trata de reactivar
el aparato productivo y aplicar la máxima keynesiana: a falta de inversión
privada, inversión pública. En un año o menos se puede salir del hoyo. El
problema es cuando se hace estructural, es decir el aparato productivo no
funciona por múltiples causas. Es lo que puede estar pasando en Perú.
Varios
factores han intervenido para llegar a este punto. Los intentos estatizadores
de Castillo, la consiguiente falta de confianza del inversionista local y
foráneo, las revueltas y desestabilización política entre Diciembre y Febrero,
las pocas señales de confianza que todavía tiene el empresariado pese a una
cierta estabilidad política, la subida necesaria de las tasas de interés para
controlar la inflación que hace caro el crédito y como cereza el fenómeno del
niño que va a golpear severamente sobre todo en pesca y agricultura,
Añádase a eso
que ningún gobierno de los últimos 20 años ha tenido el coraje y muñeca política
para afrontar los conflictos sociales ocasionados por la minería, gran motor de
la economía nacional. Nos vamos a quedar con muchos recursos naturales bajo
tierra que en pocos años serán obsoletos por el avance de la tecnología. El
perro del hortelano del cual hablaba un ex presidente.
No la tiene
fácil el gobierno de Dina Boluarte. Si se le escapa de las manos un manejo
pronto y eficaz para contrarrestar los efectos de la recesión mediante más
gasto público, su poco capital político se va a agotar más rápido de lo
previsto, sin estar seguros si llegará al 2026, lo cual crea a su vez más
incertidumbre y por tanto escasa confianza del inversionista. Suerte de círculo
vicioso.
En ese
contexto buena parte de los peruanos que salieron de la pobreza van a regresar
a ella, parte de la clase media emergente que creció en los últimos 30 años
regresará a las condiciones anteriores, no habrá tampoco los suficientes nuevos
puestos de trabajo para los jóvenes y menos aumentos de sueldos en el sector
privado, salvo contadas excepciones de mano de obra muy calificada.
Quienes
propongan desde la acera del frente como salida a esta recesión una Asamblea
Constituyente y nueva constitución demuestran o ignorancia del tema o mala fe.
Luego del
fallido intento de golpe de Castillo, lo más sensato hubiese sido convocar a
elecciones generales de inmediato para salir del entrampe político. Pero el
Congreso no lo quiso pensando en las prebendas que da el cargo y estirarlas lo
más posible. Boluarte en un pacto tácito para sobrevivir políticamente se vio
jalada a ese compromiso.
La confianza
es algo muy subjetivo, pero perceptible. No es algo que se pueda medir o tocar,
pero se capta en el ambiente. De allí que es necesario mandar “señales” en ese
sentido. No solo palabras, sino gestos.
Cuando nadie
quería invertir en nuestro país a inicios de los años noventa, en la nueva
Constitución se agregó un párrafo sobre los contrato-ley. El estado se
despojaba de su ius-imperium y en caso de conflicto con un inversionista, se
sometía a la competencia y a las sanciones establecidas en el contrato, como
cualquier ciudadano. Eso fue una “señal” que en adelante se iban a respetar las
condiciones pactadas, en una época en la que los contratos que firmaba el
estado eran papel mojado, sin valor.
Actualmente ni
el gobierno ni el Congreso inspiran confianza, ni tampoco mandan señales en esa
dirección. Salir de la recesión no será tan complicado como en los años ochenta
del siglo pasado, pero va a demandar un gran costo social y político. A Dina
Boluarte y al Congreso no los tumbaron las violentas movilizaciones post golpe
de Pedro Castillo, pero sí de repente se los tumba la economía. Es de
pronóstico reservado si ambos actores (Congreso y gobierno) lleguen hasta el
2026.
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