Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
El haber puesto “fuera de la ley” al
partido de Antauro Humala, permite reflexionar acerca de la eterna dicotomía
entre el derecho fundamental de elegir y ser elegido y los límites que la
democracia puede imponer a un partido político (o un candidato) cuando
colisiona con los valores de la propia democracia y la pone en peligro.
Los
primeros (aquellos que plantean una irrestricta interpretación de la libertad
de elección) abogan por que sea “el soberano”, es decir el pueblo, y no un
organismo burocrático, quien decida si elige o no a un claro antisistema. El
día de la elección se verá si su propuesta es aceptada o rechazada. Rousseau,
sostienen, hace 250 años ya había teorizado sobre la soberanía popular y esta
es indiscutible. Claro, obvian que “el soberano” puede actuar con rabia contra
“el sistema” y votar por cualquier propuesta, por más disparatada que pueda
parecer.
La
segunda posición, que es la impuesta por medio de una sentencia judicial, es la
disolución de un partido político que atente contra los valores de la
democracia y la persona humana. No se pone en duda la soberanía popular, pero
el estado coloca filtros a aquellas organizaciones políticas que no tengan un
sincero ideario democrático. Es lo que ha sucedido con el partido político
Antauro, acrónimo del nombre de su fundador.
Por
las declaraciones públicas del candidato, bastante atrabiliarias, nos
encontrábamos frente a un partido político populista y con tendencias
fascistas, como muchas organizaciones políticas que actualmente pululan en
Europa y América, sean de izquierda o de derecha. Juegan con el descontento de
la gente, buscan un enemigo visible y sus soluciones son estrafalarias, pero
que al elector no le van a parecer desagradables (fusilar a los corruptos, encarcelar
a los homosexuales, expulsar a los extranjeros, etc.). Es posible que la
organización política no logre materializar todas sus “promesas de campaña”,
pero ya llegó al poder, por lo que no le importará demasiado cumplirlas o no.
En Europa, por ejemplo, los partidos populistas están contra los migrantes de
tendencia musulmana, en una clara xenofobia, que a muchos de ellos los ha
llevado al poder.
Las
biliosas promesas de campaña de Antauro Humala iban en ese sentido. Y parece
que tenía votos seguros. En una última encuesta, antes de ser declarada ilegal
su organización política, pasaba tranquilamente a una segunda vuelta junto a
Keiko Fujimori. Así que tan mal no le iba.
Es
que realmente un partido político se encuentra más allá de la legalidad formal.
Un ejemplo histórico es el Apra. Fuera de la ley por largo tiempo, actuando en
“las catacumbas”, la sobrevivencia política del partido a pesar de todo se
debió a la mística de sus militantes y la entrega de sus dirigentes que,
muchos, se la jugaron en aquellos aciagos momentos. No en vano el partido
aprista tiene más de cien años, algo que los actuales partidos difícilmente se
pueden jactar.
Otro
ejemplo más actual es el Movadef, donde el Poder Judicial también ha declarado
su disolución legal, lo cual no va a garantizar que siga funcionando en las
catacumbas, como antaño lo hizo el aprismo. Y me temo que el Movadef tiene
tantos seguidores que continuará su existencia política, así sea esta ilegal.
De
allí también el desplante de Antauro Humala a la resolución judicial que pone
fuera de la ley a su organización política. Es apenas un formalismo legal que
no va a impedir que su partido, en los hechos, siga existiendo. La formación y
vigencia de un partido político no se encuentra en la inscripción en un
organismo burocrático, si no en la tensión entre las adversidades externas y la
inteligencia y fortaleza con la que enfrenta la militancia esas adversidades.
Allí se forjan los verdaderos partidos.
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