Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Mario Vargas Llosa (MVLL) desde los 15
años se dedicó al periodismo. Comenzó en el diario La industria de
Piura, a los 16, pasó a La Crónica en Lima, diario muy popular en ese
entonces (experiencia que le sirvió de base para su célebre novela Conversación
en la Catedral). Luego transitó por otros diarios y revistas, en una
actividad que jamás abandonó y que la ha ejercido hasta hace muy poco. Su
célebre columna quincenal Piedra de toque es una muestra palmaria de sus
comentarios periodísticos sobre distintos temas.
Sin
prisa pero sin pausa se ha tenido buen criterio en recopilar su producción
periodística estando vivo el autor, el que ha sido consultado, corrigió y
coadyuvó a la selección de los artículos. La edición, bastante pulcra, ha
estado a cargo de Carlos Granés. El volumen II trata precisamente de escritos
sobre el Perú, artículos que van desde los años 50 del siglo pasado hasta el
año 2023, fecha cercana a donde MVLL pone punto final a sus artículos en prensa
escrita.
La
primera impresión, al tratarse de su país natal, es la de un amor-odio. Una
extraña relación que mantiene con el Perú que, a pesar de las décadas fuera del
país, se mantiene cercana de una u otra forma; y los temas giran en torno a
política y realidad nacional y, en menor medida, arte y personajes del mundo
artístico (sobre todo artes plásticas).
Es
extraño no encontrar comentarios de películas nacionales de los años 70 u 80,
cuando se produjo un boom del cine peruano de alto profesionalismo y,
paradójico, con concurrencia masiva de público. En igual sentido, existen
autores post Vargas Llosa que tuvieron una notable producción de novelas
y cuentos y que el Nobel ni siquiera los menciona. Apenas cita a autores archiconocidos
como Vallejo, Moro, Arguedas o Salazar Bondy; algunos insulares como Loayza y
Belli; poetas como Westphalen y Varela; o “contemporáneos” como Ribeyro y
Cisneros. Muchos de los citados amigos del autor.
Podemos
colegir o que no leyó a autores nacionales contemporáneos (lo que dudamos) o no
los consideró relevantes como para tener una reseña. Creo que la causa obedece más
bien a razones extraliterarias.
Generalmente
los escritores son lo que llamamos “gente progre”, que en aquella época (años
70 y 80 del siglo pasado) todavía tenían al socialismo como modelo de sociedad
para el Perú y América Latina. Su referente claro era Cuba, de la cual MVLL
había marcado notables distancias, iniciando ese proceso lento pero
irreversible hacia posiciones liberales en lo político y económico, lo que le
mereció fuertes críticas de los intelectuales peruanos y latinoamericanos en
general, muchos ex compañeros de ruta. Creo que esa clara omisión
obedece a razones de distanciamiento ideológico del autor con aquellos que
tanto le criticaban su “neoliberalismo”. Algo similar le sucedió con el cine
peruano, realizado generalmente por gente de izquierda y que igualmente
criticaban su viraje “hacia la derecha”. MVLL siempre fue un cinéfilo y dudo
que estando en Perú por largas estancias no haya visto películas nacionales,
interesantes muchas de ellas, pero que no le merecieron un solo comentario (por
lo menos no aparecen en el libro). Al parecer, las razones obedecen a ese
distanciamiento ideológico con la “intelectualidad peruana”, más de izquierda,
donde él era una rara avis y, peor aún, considerado un “traidor” por su
viraje político.
***
Centrándonos
en los artículos políticos y de realidad nacional, los divide por periodos.
Desde el lejano apoyo a las guerrillas peruanas de los años 60, un apoyo más
sentimental que de intelectual comprometido; pasando por el apoyo y posterior
distanciamiento del gobierno de Juan Velasco Alvarado (1968-75); y luego los
años 80 con el terrorismo y el caso Uchuraccay, la frustrada campaña
presidencial de 1987-90, pasando de inmediato a los años 90 y el gobierno de
Fujimori.
El
caso Uchuraccay en 1983 (el asesinato de 8 periodistas en la comunidad de
Uchuraccay) marcó su ingreso a la escena oficial de la política en aquel
entonces. Ante el escándalo por las muertes de 8 periodistas, el presidente Fernando
Belaunde Terry designa una comisión oficial que indague lo que sucedió en
aquella remota comunidad de quechuahablantes, siendo presidida por el propio
MVLL, quien acepta el encargo.
¿Fue
un equívoco, al confundir los comuneros a los periodistas con terroristas?,
¿fueron manipulados los comuneros por el ejército para “matar” a todos aquellos
extraños que se acercasen a la comunidad? El tema fue polémico en su momento. La
izquierda siempre sostuvo la segunda tesis, la de un asesinato inducido. La
comisión no encontró indicios que aseveren esa tesis, así que optó por la tesis
de la confusión, producto del aislamiento cultural en que se encontraba la
comunidad. Esta posición le valió a MVLL mayores críticas de la izquierda, la
que veía una “conspiración genocida” del Ejército en lo acaecido en Uchuraccay.
Críticas
aparte, el caso Uchuraccay fue su ingreso a la política por la puerta grande,
por las aristas polémicas que conllevó el caso. El ejército recién había tomado
el control político-militar de Ayacucho (FBT siempre se resistió a ello) y la
política antiterrorista era la de “tierra arrasada”, con pocos resultados
tangibles. Incluso, el presidente Belaunde le propuso ser su primer ministro,
lo que el escritor rechazó. Habría que esperar 1987 para el comienzo de su
aventura presidencial, la que ha sido ampliamente comentada en el artículo
sobre sus Memorias El pez en el agua.
(Ver:https://laescenacontemporanea.blogspot.com/2024/09/el-pez-en-el-agua-las-memorias-de-mario.html)
Pasemos
a los años 90 y el fujimorismo, luego del golpe de estado de 1992.
Hay
una sensación de falta de objetividad cuando trata de comentar el golpe de
estado y “la dictadura mafiosa” que se instaló en los años 90. Que existió un
gobierno cleptocrático y violador de los ddhh, no se duda; pero, da la
impresión que le falta objetividad a sus comentarios. No sabemos si respira por
la herida de haber perdido las elecciones de 1990 frente a un ilustre
desconocido y aprovechó el momento para “ajustar cuentas” o los datos que le
llegaban hasta España eran de una sola fuente, con un sesgo informativo bastante
obvio. Su entorno amical era antifujimorista, por lo que eso influenció mucho
en su opinión y cómo la exteriorizaba al mundo a través de artículos y
opiniones personales. Incluso -creo que sin proponérselo conscientemente- MVLL
fue uno de los “ideólogos” que dio forma a lo que ahora conocemos como
antifujimorismo.
En
contrapartida, hay un placer en narrar la captura y posterior juicio de
Fujimori, donde se ceba bastante en el protagonista y pone en la balanza a los
“buenos” contra los “malos” en un esquema bastante maniqueo. Así el juez que
procesa a Fujimori es un juez probo, íntegro (imagino no sabía en ese momento
cómo ese “juez probo” obtuvo su doctorado exprés en una universidad nacional o
el “asesoramiento” que desde España se le brindó para redactar la sentencia
condenatoria), los que apoyaron la caída de Fujimori igualmente son probos,
honestos. Pierde objetividad y el maniqueísmo le gana.
Ese
maniqueísmo se va a ver más claro con los presidentes post Fujimori que apoyó.
Todos son probos, gente honesta, calificativos que se saca de la manga para
apoyar en su momento a Alejandro Toledo, Ollanta Humala o Pedro Pablo Kuczynski,
los que tiempo después lo van a desilusionar y van a pasar al otro extremo del
oprobio. La pasión lo vuelve a ganar y el odio a todo lo que sea Fujimori lo va
a ser favorecer cualquier candidatura que se presente en contra de “la hija del
ladrón”, con un argumento de culpa moral transgeneracional (“el hijo del
ladrón, también es ladrón”) que huele a naftalina y, peor aún, sin pruebas
tangibles. Argumento medieval, que funciona bien en las novelas de caballerías,
pero no en la vida real.
El
caso Odebrecht en el siglo XXI fue el parteaguas de lo judicial y lo político.
Muchos de sus “ahijados políticos” van a caer en la tentación de recibir dinero
de la empresa brasileña y, en el 2021, dando muestras de realismo político,
decide apoyar a Keiko Fujimori contra Pedro Castillo, un candidato con muestras
de filoterrorismo.
Por
cierto, como ya no había “políticos probos” que defender en los últimos años,
echará mano a los “superfiscales” del caso Odebrecht, sin saber que años
después sus procesos se caerían por una mala tipificación de delitos y peor
estrategia legal. Su ilusión de un cambio en la administración de justicia fue
solo eso: ilusión, que probablemente él mismo se la autoinoculó, con una vana
esperanza que las cosas en la justicia estaban cambiando. No vio (o no quiso
ver) que en esos procesos donde aparentemente se buscaba la justicia, en
realidad se aplicaba el lawfare, la judicialización de la política,
donde un bando captura instituciones de la administración de justicia para
destruir al bando rival, en una suerte de guerra judicial sin fin.
***
El
velo subjetivo que tiene de personas y hechos le impide ver con objetividad
ciertas cosas o como es una persona en realidad (lo cual se agrava con el
distanciamiento físico de su país natal), la que puede colocar en un podio y mañana
hacerla descender al inframundo más oscuro cuando lo desilusiona; pero es parte
de ese carácter pasional que lleva en la sangre, y que a veces le resulta bien
y otras no tanto. De todas maneras, vale la pena recorrer las más de 800
páginas que cubren sesenta años de nuestra vida política.
* Mario Vargas
Llosa: El país de las mil caras. Escritos sobre el Perú. Obra periodística
II. Edición consultada: Edición Alfaguara, 2024, 825 pp.
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