Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Tres escritores (entre ellos la conocida
escritora colombiana Laura Restrepo) anunciaron que cancelan su participación
en el Hay Festival que se llevará a cabo en Cartagena, Colombia, en Enero 2026,
en protesta por la invitación al Festival a María Corina Machado, la
recientemente galardonada Premio Nobel de la Paz, al considerarla “promotora de
la intervención militar en la región”, su “ascendente violencia imperial”, y su
defensa de posturas “progenocidio e intervencionistas” (sic).
Más
allá de los calificativos, es su derecho protestar y no concurrir a un festival
artístico porque se invite a un personaje con el que no simpatizan. Es obvio
que las razones se encuentran en el respaldo de María Corina Machado a la
intervención militar de EEUU en Venezuela y a las inclinaciones políticas,
veladas o no, de los protestantes en el amplio abanico de lo que ahora se
considera como izquierda.
En
los años 60 del siglo pasado, este tipo de protestas tenían un mayor
significado y una mayor repercusión, cuando eran a favor de Cuba o contra la
guerra en Vietnam. Para el recuento histórico tenemos los largos memoriales que
un joven Mario Vargas Llosa firmaba, junto a otros escritores y artistas, a
favor de la naciente revolución cubana y contra el bloqueo de los EEUU. La
revolución en Cuba era, en ese entonces, todo un referente para la
intelectualidad progresista.
Pero,
defender el gobierno de Maduro en la Venezuela de hoy, dista mucho del interés
en causas consideradas justas. No es lo mismo la Cuba socialista de los 60, con
las enormes esperanzas que abrigaba para la región, que la Venezuela chavista
del presente.
Muchos
intelectuales llamados progresistas son proclives a gobiernos considerados
“fuertes”, que “luchan contra el imperio”. No importa que estas dictaduras
violen derechos humanos. Se justifica en que están “a favor del pueblo”, tienen
una “misión histórica trascendente” o lo que se dice de ellos son calumnias de
la contrarrevolución. Es una atracción fatal, seducidos por el poder. La lista
es larga. Son muy pocos los intelectuales que sinceramente aceptan la
democracia como “el menos malo de los sistemas” (a pesar de vivir y escribir en
alguna democracia); quizás porque no atrae tanto como una revolución en las
montañas o resistiendo con uñas y dientes las agresiones del imperio.
Toda
dictadura considera muy valioso el apoyo de los intelectuales y artistas. Sea
dentro del país, a fin de sostener al gobierno por medio de la propaganda o,
más importante, un apoyo externo. Los amigos de la dictadura que, en el
extranjero, defienden al régimen como expresión del “poder popular” y descalifican
a todo el que se oponga como contrarrevolucionario o “lacayo del imperialismo”.
El apoyo de muchos intelectuales y artistas a la Unión Soviética fue el clásico
ejemplo, algunos hasta endiosando a Stalin, con poemas incluidos. Vendieron su patrocinio
y prestigio por un plato de lentejas, otros porque estaban sinceramente convencidos
por la ideología dominante, y tampoco faltaron los tontos útiles.
Algo
similar sucede con los actores de Hollywood que defienden en cada ocasión que
se presente la causa palestina y se muestran antisionistas a rabiar. Da prensa estar
de lado de conflictos bastante publicitados y es bueno para la imagen aparecer
como “actor progresista” que defiende “causas justas”. Es parte del curriculum
de todo actor que se respete. No es lo mismo condenar los miles de muertos en
las guerras que desangran África, pero tienen poca prensa, que el bien
publicitado conflicto de la franja de Gaza.
Hecho
parecido sucede con los intelectuales. Con la imagen de “progresista”, antimperialista,
y su toque woke, les facilita el acceso al mundo académico y editorial,
hasta en los EEUU, del cual reniegan cada vez que pueden. En cambio, el
aparecer como un rancio conservador o un tibio reformista, no produce los
mismos efectos benéficos para la carrera, que cuando se disfraza de
revolucionario. Pregúntenle a Borges si quieren.
El
peso de los intelectuales y artistas que antaño defendían a capa y espada una
causa considerada justa, comparado con los de ahora, dista mucho. No es lo
mismo un Mario Vargas Llosa, un Gabriel García Márquez o un Julio Cortázar
(para no mencionar a intelectuales de Europa o los EEUU de primer nivel de aquellos
años) que apoyaban a Cuba y denunciaban el intervencionismo norteamericano en
los 60 que, con el respeto debido, una Laura Restrepo o la dominicana transactivista
Mikaelah Drullard (de cuyo nombre me acabo de enterar por la protesta que publicó),
que explícita o implícitamente apoyan la dictadura en Venezuela.
¿Repercutirá
la protesta en el desarrollo del Festival?
Más
allá de las posiciones de estos escritores por la invitación a la Premio Nobel,
es muy probable que su protesta solo de para algunos titulares y editoriales a
favor o en contra, algo de movimiento en las redes, o para las consabidas loas a
Maduro por la prensa chavista; pero, al final de cuentas no será tan gravitante
y pasarán muy pronto al olvido.