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Sunday, September 14, 2025

¿EXISTEN ACTUALMENTE LOS GOBIERNOS SOCIALISTAS?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Puede parecer una pregunta ociosa y hasta demodé, pero un sector de la academia, “opinólogos” y también cierta prensa, principalmente de derecha, tienden a tildar a gobiernos de izquierda de todo tipo como “socialistas”, lo que se ha convertido en una muletilla. Pero, ¿existen actualmente los gobiernos socialistas stricto sensu?

 

Si somos ortodoxos en la definición, no.

 

Carlos Marx se preocupó más en estudiar la sociedad capitalista y las contradicciones que iba generando, lo que la llevaría a su extinción, que en describir cómo sería el mundo después. Nunca desarrolló prolijamente cómo sería el socialismo, menos el comunismo, que son dos categorías diferentes.

 

En Crítica al programa de Gotha (1875) Marx describe brevemente cómo sería el socialismo y el comunismo. El socialismo sería una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo, donde se socializa los medios de producción. Existe todavía propiedad privada, desigualdad y también estado. Por medio de la violencia como partera de la historia (Marx dixit) se llegaría al socialismo, siendo la clase obrera la abanderada de los desposeídos del mundo, instaurando la dictadura del proletariado. No existe la democracia como la entendemos ni tampoco los derechos humanos, categorías burguesas para un socialista ortodoxo. Marx, ni tampoco su compañero de lucha Engels, señalan cuánto duraría este tránsito, pero se estima que debería ser el tiempo necesario para que distintos países, principalmente europeos (el filósofo alemán era bastante eurocentrista), lleguen al socialismo y madurar así las condiciones que puedan dar lugar a la siguiente etapa, el comunismo.

 

En el comunismo los medios de producción son comunes a todos. Se abolió la propiedad privada (origen de todos los males según el marxismo). Se sigue el principio de a cada cual según su capacidad, y a cada cual según sus necesidades, aludiendo a la equidad en la distribución de los recursos y bienes. Ya no existe el estado ni tampoco las clases sociales, también habrían terminado las guerras de rapiña en el mundo y esas enormes desigualdades sociales y económicas serían cosa del pasado. Habríamos alcanzado el paraíso en la tierra.

 

Las experiencias socialistas que vimos en el siglo XX sólo se habrían quedado en la primera etapa, el socialismo, dicho sea, con bastantes desviaciones a lo que Marx ideó originalmente. Ninguna llegó al comunismo. A fines del siglo XX desapareció por implosión la Unión Soviética, China se trasformó en socialismo de mercado, y algunos vestigios del socialismo ortodoxo como Cuba o Corea del Norte subsisten como rémoras del pasado.

 

Producida la desaparición del campo socialista, en 1996 un sociólogo alemán, Heinz Dieterich Steffan, acuña el término socialismo del siglo XXI. Omite la dictadura del proletariado y la violencia como partera de la historia, y se inclina por una transición pacífica al socialismo mediante la participación plena de los ciudadanos, la cooperación de los pueblos y el avance científico. Pone énfasis en la propiedad social y no la del estado, y un desarrollo humano material y espiritual. Aparte de la democracia representativa, resalta la democracia directa, la que ejerce el ciudadano sin representantes, tipo asambleas, referéndums o iniciativas ciudadanas.

 

La concepción de socialismo de Heinz Dieterich Steffan se inspira profundamente en los llamados socialistas utópicos anteriores a Marx.

 

En la región el primero que asumió el modelo de socialismo del siglo XXI, adaptándolo al Caribe -gracias a los ingentes recursos del petróleo- fue Hugo Chávez en Venezuela. Lo siguió Ecuador y Bolivia, con matices propios cada cual.

 

Es discutible que en la actualidad en países como Venezuela o Nicaragua exista este tipo de socialismo, sus gobiernos son dictaduras o satrapías como muchas que han existido en América Latina. En Ecuador y Bolivia fueron desalojados del poder vía elecciones pacíficas, algo contradictorio en un gobierno socialista de dictadura pura y dura.

 

En Europa cuando llega al poder el partido socialista en sus distintas versiones nacionales, por extensión se alude a un “gobierno socialista”; pero, en propiedad, son gobiernos socialdemócratas. Se encuentran perfectamente insertados en el sistema político y funcionan con las reglas de la economía de mercado, buscando distribuir mejor la riqueza vía tributos progresivos, salud y educación de calidad para los de menores ingresos económicos, subsidios focalizados, apoyo a los migrantes extranjeros de zonas de alto riesgo y ayudas a los más pobres, pero actuando dentro de las reglas del capitalismo y la democracia representativa. Ninguno intentó quedarse, por ejemplo, amañando elecciones o suspendiéndolas, como sucede frecuentemente por esta parte del mundo. En la región hemos tenido gobiernos de izquierda socialdemócrata con características similares en Brasil, Chile o Uruguay.

 

Pero, ¿si no fueron gobiernos socialistas los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, qué fueron?

 

Fueron gobiernos populistas, para ser más precisos, populistas de izquierda, radicales, pero populistas al fin y al cabo. Ni remotamente fueron socialistas.

 

Como decíamos en anterior artículo (El nacionalpopulismo), los populistas buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis, además que un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador nacional en momentos críticos. Entre nosotros el populista carismático se asemeja al caudillo. No existe una sólida institucionalidad, de allí que acapare todo el poder.

 

Esas características coinciden con las de un gobierno y un gobernante populista, sobre todo si es carismático y tiene una fuerte conexión con el pueblo. Ni por asomo llegan a ser socialistas, por más que se autodefinan como tales. Son sencilla y llanamente populistas.

 

Algunos dirán que como expropiaron empresas privadas y las nacionalizaron, son socialistas o peor aún comunistas. Un gobierno populista y hasta un gobierno democrático expropia y nacionaliza empresas. No es un rasgo exclusivo de un gobierno socialista.  Por otro lado, la distribución de la riqueza la realizan por medio de subsidios y precios controlados, pero a costa del erario nacional. Se gasta más de lo que se tiene y la deuda se financia con empréstitos o “la maquinita”, la emisión inorgánica de moneda. Lo que se busca es tener contenta a la gente, con el bolsillo y el estómago lleno, para ser reelegidos en sucesivos periodos de gobierno, muchas veces con mañas en el proceso electoral e hipotecando el futuro de la nación.

 

La luna de miel con el elector termina cuando los estómagos como los estantes de los mercados se encuentran vacíos: la economía se vuelve inmanejable, no hay divisas extranjeras, la gente rechaza la moneda local porque no vale nada, escasean los bienes con precios controlados y sobreabundan en el mercado negro a precios inalcanzables para el ciudadano de a pie, los aumentos de sueldos que decreta el gobierno se los devora la inflación y el desgobierno es cosa de todos los días.

 

El populista de izquierda le echará la culpa de todo el desaguisado al “imperio” y al sabotaje de la derecha reaccionaria a un “gobierno del pueblo”.

 

Generalmente un populista de izquierda deja más pobre a la nación de cuando entró a “servir al país”. Dilapidan los recursos que encuentran, no exentos de corrupción y sobrecostos. De allí que para mantenerse en el poder se convierten en dictaduras cuando pueden y cuando no, deben presentarse a justas electorales, que, de perder, abandonan el gobierno muy a su pesar, hastiado el ciudadano de tanto desatino, carestías e inflación. En un gobierno socialista, stricto sensu, el poder no se abandona por más que se tenga una baja legitimidad y la gente se muera de hambre.

 

Gobiernos populistas, de derecha o de izquierda, los hemos tenido en el pasado y en el presente (y estoy seguro que en el futuro también los tendremos). Son peligrosos, porque imperceptiblemente pueden caer en dictaduras “en nombre del pueblo”, abandonando el sistema democrático dentro del cual fueron elegidos.

 

Mientras no existan instituciones sólidas, una economía sana y próspera, que no dependa exclusivamente de los recursos naturales, y sobre todo mientras no se corrijan las graves inequidades que existen en América Latina, los tendremos en nuestro escenario político.