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Sunday, June 01, 2025

MOSCÚ NO CREE EN LÁGRIMAS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Tres chicas de provincia van a Moscú en busca de mejores oportunidades. Ni más ni menos lo que sucede en otras ciudades, solo que estamos, en ese momento, en la capital del primer país socialista del mundo.

 

La película seguirá sus vidas por 20 años, de 1958 a 1978, sobre todo de Katerina, joven bastante ingenua en las cosas de la vida, que sale embarazada y asume sola su responsabilidad, estudiando y escalando posiciones en su trabajo hasta ser directora de una empresa del estado soviético. De allí viene el título, Moscú no cree en lágrimas. Moscú, como toda gran ciudad, es indiferente a los dramas personales por lo que solo resta hacer de tripas corazón como decimos por acá y seguir adelante.

 

Por la época de realización (fines de los años 70), la política cultural de la desaparecida Unión Soviética había flexibilizado bastante los criterios del realismo socialista imperantes en su cinematografía. Ahora se abordaban dramas comunes y corrientes, similares a los producidos al otro lado de la cortina de hierro, como el de estas tres chicas que llegan a Moscú con ilusión y en busca de mejores oportunidades de trabajo, estudio o de pareja.

 

Es más, en la película no se hace ninguna loa al socialismo; más bien hay cierta crítica velada como a la escasez de bienes finales para el consumidor en la escena del supermercado (hecho que era muy conocido en Occidente). Tampoco se ensalza “al nuevo hombre socialista”. Todos los personajes son seres comunes, igual a los que existen en cualquier ciudad, con problemas graves como el alcoholismo, algo que la URSS padeció como problema social (y la actual Rusia también), lo que se refleja en el jugador de hockey, esposo de una de las chicas, que arruinó su carrera, estatus y vida por ser bebedor consuetudinario.

 

O el machismo, otro “mal” del hombre socialista que lo vemos cuando el padre de la hija de Katerina rechaza la paternidad y apoyarla económicamente, sirviendo de “puntal ideológico” la propia madre del progenitor, quien apoya comportamientos inexcusables de su vástago. O también del segundo compromiso de la protagonista, quien no acepta que la mujer gane más y tenga mejor estatus que el hombre.

 

La película describe muy bien los segmentos sociales en que se dividía la sociedad soviética de ese entonces. Son candidatos codiciados para futura pareja si es director de una empresa estatal, un doctorando, un oficial del ejército o una estrella del cine o del deporte. Las condiciones de vida para estos son distintas al común de las personas: mejores departamentos y remuneraciones, comida especial o entradas preferenciales para algún evento. Un trato diferenciado que, por extensión, la futura esposa también lo disfrutará. El sistema de privilegios que había creado la burocracia soviética.

 

Lo más interesante es la primera parte. Las tres amigas que viven en una pensión y van en busca de mejores oportunidades a la capital. El embarazo no deseado de Katerina, su esfuerzo por salir adelante estudiando, trabajando y criando una niña al mismo tiempo. Es la historia de quien hace todo con su propio esfuerzo.

 

La película flaquea en la segunda parte. Cuando Katerina, ya con un estatus social y económico más holgado, se encuentra de nuevo con el padre de su hija y la segunda oportunidad que le depara la vida al conocer otro hombre (con los problemas que conllevará una nueva relación). Un poco del melodrama consabido y la recompensa a quien se ha esforzado. No extraña que el filme haya ganado el Óscar a mejor película extranjera en 1981.

 

Sin ser una gran película, vale la pena ver de nuevo Moscú no cree en lágrimas. Es mucho mejor que tantos filmes actuales.