Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Tres chicas de provincia van a Moscú en
busca de mejores oportunidades. Ni más ni menos lo que sucede en otras ciudades,
solo que estamos, en ese momento, en la capital del primer país socialista del mundo.
La
película seguirá sus vidas por 20 años, de 1958 a 1978, sobre todo de Katerina,
joven bastante ingenua en las cosas de la vida, que sale embarazada y asume
sola su responsabilidad, estudiando y escalando posiciones en su trabajo hasta
ser directora de una empresa del estado soviético. De allí viene el título, Moscú
no cree en lágrimas. Moscú, como toda gran ciudad, es indiferente a los
dramas personales por lo que solo resta hacer de tripas corazón como decimos
por acá y seguir adelante.
Por
la época de realización (fines de los años 70), la política cultural de la desaparecida
Unión Soviética había flexibilizado bastante los criterios del realismo
socialista imperantes en su cinematografía. Ahora se abordaban dramas
comunes y corrientes, similares a los producidos al otro lado de la cortina
de hierro, como el de estas tres chicas que llegan a Moscú con ilusión y en
busca de mejores oportunidades de trabajo, estudio o de pareja.
Es
más, en la película no se hace ninguna loa al socialismo; más bien hay cierta
crítica velada como a la escasez de bienes finales para el consumidor en la
escena del supermercado (hecho que era muy conocido en Occidente). Tampoco se
ensalza “al nuevo hombre socialista”. Todos los personajes son seres comunes, igual
a los que existen en cualquier ciudad, con problemas graves como el
alcoholismo, algo que la URSS padeció como problema social (y la actual Rusia
también), lo que se refleja en el jugador de hockey, esposo de una de las
chicas, que arruinó su carrera, estatus y vida por ser bebedor consuetudinario.
O
el machismo, otro “mal” del hombre socialista que lo vemos cuando el padre de
la hija de Katerina rechaza la paternidad y apoyarla económicamente, sirviendo
de “puntal ideológico” la propia madre del progenitor, quien apoya
comportamientos inexcusables de su vástago. O también del segundo compromiso de
la protagonista, quien no acepta que la mujer gane más y tenga mejor estatus
que el hombre.
La
película describe muy bien los segmentos sociales en que se dividía la sociedad
soviética de ese entonces. Son candidatos codiciados para futura pareja si es
director de una empresa estatal, un doctorando, un oficial del ejército o una
estrella del cine o del deporte. Las condiciones de vida para estos son
distintas al común de las personas: mejores departamentos y remuneraciones,
comida especial o entradas preferenciales para algún evento. Un trato
diferenciado que, por extensión, la futura esposa también lo disfrutará. El
sistema de privilegios que había creado la burocracia soviética.
Lo
más interesante es la primera parte. Las tres amigas que viven en una pensión y
van en busca de mejores oportunidades a la capital. El embarazo no deseado de
Katerina, su esfuerzo por salir adelante estudiando, trabajando y criando una
niña al mismo tiempo. Es la historia de quien hace todo con su propio esfuerzo.
La
película flaquea en la segunda parte. Cuando Katerina, ya con un estatus social
y económico más holgado, se encuentra de nuevo con el padre de su hija y la
segunda oportunidad que le depara la vida al conocer otro hombre (con los
problemas que conllevará una nueva relación). Un poco del melodrama consabido y
la recompensa a quien se ha esforzado. No extraña que el filme haya ganado el
Óscar a mejor película extranjera en 1981.
Sin
ser una gran película, vale la pena ver de nuevo Moscú no cree en lágrimas.
Es mucho mejor que tantos filmes actuales.