Causó alboroto local las declaraciones de Bill Gates sobre quitarle la ayuda no reembolsable al Perú. Se rasgaron vestiduras aquí y allá. Qué cómo es posible que diga eso, yo, que soy usuario de Windows y Office desde sus inicios. Ya no volveré a comprar ningún producto de su empresa. Nunca más. Ni en copia pirata. En fin, vimos una linda escena de la “sociología de la mendicidad”.
¿En qué consiste?
A modo de las películas, se enfoca un lado del asunto, en este caso el más feo o paupérrimo de nuestra realidad. Se hace un “zoom”, un acercamiento, y se agranda la imagen de miseria. De esa manera, se estira la mano y se pide plata a los organismos cooperantes internacionales. Somos pobrecitos, ayúdennos.
Es un gran negocio. Pregúntenles a las ONG locales que viven de esto. Al final se reduce la pobreza, pero la de los integrantes de esas ONG. De allí el grito en el cielo.
La verdad que el crecimiento sostenido de los últimos veinte años (no diez como algunos mezquinos dicen para restarle méritos al fujimorismo) ha permitido aumentar el ingreso per capita (el ingreso promedio por persona). Quizás no llegamos a diez mil dólares como dice don Bill, pero vamos por allí. Hemos crecido, ese es un hecho incuestionable.
Obviamente eso no quiere decir que ya estemos en el umbral del desarrollo o que hayamos “eliminado la pobreza”. Queda un “núcleo duro” extremo que será más difícil de erradicar, concentrado principalmente en el campo. Asimismo está el otro gran problema: el grado de desigualdad entre pobres y ricos. Muy grande, y que corresponde al estado irlo reduciendo con políticas redistributivas y de inclusión social.
Esas tareas titánicas ya no corresponden a la cooperación internacional, sino al Estado y a la sociedad. ¿Cómo hacemos, qué caminos tomamos? No es fácil tampoco, dado que “el abanico de recetas” es bastante amplio y contradictorio.
El punto es que, como decía “Cucho” Haya, “dejemos de mendigar”. Dejemos de estirar la mano en nombre de los pobres, que ningún país para salir de la pobreza fue por la cooperación externa. Todos, sin excepción, se basaron en crecimiento y la necesaria redistribución “de la torta” entre los que tienen más y los que tienen menos.
Un poco de dignidad nunca está demás.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Thursday, March 29, 2012
Friday, March 23, 2012
“LA PEPA” CUMPLE DOSCIENTOS AÑOS
Si bien los festejos por el bicentenario de “la Pepa”, la Constitución de Cádiz de 1812, ha congregado a los españoles y americanos, celebrando la que se considera como la primera constitución liberal del mundo hispano; no es menos cierto que su duración fue efímera, apenas dos años hasta la restauración del absolutismo español con el retorno al poder de los borbones, síntoma que dice mucho de la historia entre dramática y farsesca que se iba a desarrollar tanto en España como en América Latina a lo largo de los siglos XIX y XX, salpicados de dictaduras, caudillismos militares, efímeras constituciones formales, nula o casi nula consolidación de los derechos políticos y del concepto de ciudadanía, piedras eje de toda reforma liberal.
En el mundo hispano no tuvimos “la gran revolución liberal” que acaeció en Inglaterra o Francia y que posibilitó la consolidación del sistema capitalista y de los derechos políticos consustanciales a la persona (lo que ahora se conoce como “derechos de primera generación”). Más bien tuvimos una formalidad de derechos y una práctica señorial, feudal, que hacía imposible su aplicación práctica. Por poner un ejemplo, el principio “todos somos iguales ante la ley” se quedó en simple enunciación lírica. Hasta ahora.
Por la parte incásica o pre-hispánica tuvimos también una herencia de cacicazgo vertical, de autocracia y nula concepción de individualidad. Era más bien el concepto de masa por un lado y por el otro el de la deificación del inca.
Por ambos lados de nuestra herencia cultural estábamos condenados.
Recién en los últimos treinta años estamos tratando que el concepto de ciudadanía cale. Un poco difícil, pero ahí vamos. Mientras el ciudadano dependa del estado para “pedir derechos”, pero no tome conciencia de sus obligaciones, no tribute, deprede el ambiente, y no se sienta propietario, difícilmente llegará a la adultez necesaria, requisito indispensable para que esa revolución liberal “penetre en los poros” de las personas.
Para terminar, una ucronía. Siempre me gusta saber “que hubiera pasado si…”. Lo que pudo suceder y no sucedió. En el presente caso, que hubiera pasado si al retorno de los borbones al poder, hubiesen admitido las reformas liberales que planteaba la Constitución de Cádiz, incluyendo una mayor autonomía a las colonias. ¿Se habría producido de todas maneras esa revolución independentista violenta y medio anárquica que sacudió a Sudamérica entre la segunda y tercera décadas del siglo XIX u otro habría sido el panorama? ¿Se habrían podido consolidar los derechos políticos de la persona y por ende una encarnación más visible del concepto de ciudadanía?
Son preguntas que quedarán en el tintero. Pero estoy tentado a pensar que de haberse aplicado a cabalidad “la Pepa” en América, los cambios no habrían sido tan profundos como se cree. En primer lugar nos faltó a nosotros una “revolución protestante” que posibilite el cambio de mentalidad de las personas. Tampoco tuvimos una gran revolución francesa que libere de las cadenas del absolutismo y la autocracia. Nos faltaron varios ingredientes económicos, políticos, sociales y culturales y el reconocernos como nación, algo que todavía se encuentra en proceso y no termina de cuajar.
Quizás por la orfandad de esos factores es que todos los proyectos constitucionales y políticos de raigambre liberal han fracasado en nuestro medio.
Celebremos estos doscientos años, pero “no reventemos demasiados cohetes”. Honestamente, no es para tanto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
En el mundo hispano no tuvimos “la gran revolución liberal” que acaeció en Inglaterra o Francia y que posibilitó la consolidación del sistema capitalista y de los derechos políticos consustanciales a la persona (lo que ahora se conoce como “derechos de primera generación”). Más bien tuvimos una formalidad de derechos y una práctica señorial, feudal, que hacía imposible su aplicación práctica. Por poner un ejemplo, el principio “todos somos iguales ante la ley” se quedó en simple enunciación lírica. Hasta ahora.
Por la parte incásica o pre-hispánica tuvimos también una herencia de cacicazgo vertical, de autocracia y nula concepción de individualidad. Era más bien el concepto de masa por un lado y por el otro el de la deificación del inca.
Por ambos lados de nuestra herencia cultural estábamos condenados.
Recién en los últimos treinta años estamos tratando que el concepto de ciudadanía cale. Un poco difícil, pero ahí vamos. Mientras el ciudadano dependa del estado para “pedir derechos”, pero no tome conciencia de sus obligaciones, no tribute, deprede el ambiente, y no se sienta propietario, difícilmente llegará a la adultez necesaria, requisito indispensable para que esa revolución liberal “penetre en los poros” de las personas.
Para terminar, una ucronía. Siempre me gusta saber “que hubiera pasado si…”. Lo que pudo suceder y no sucedió. En el presente caso, que hubiera pasado si al retorno de los borbones al poder, hubiesen admitido las reformas liberales que planteaba la Constitución de Cádiz, incluyendo una mayor autonomía a las colonias. ¿Se habría producido de todas maneras esa revolución independentista violenta y medio anárquica que sacudió a Sudamérica entre la segunda y tercera décadas del siglo XIX u otro habría sido el panorama? ¿Se habrían podido consolidar los derechos políticos de la persona y por ende una encarnación más visible del concepto de ciudadanía?
Son preguntas que quedarán en el tintero. Pero estoy tentado a pensar que de haberse aplicado a cabalidad “la Pepa” en América, los cambios no habrían sido tan profundos como se cree. En primer lugar nos faltó a nosotros una “revolución protestante” que posibilite el cambio de mentalidad de las personas. Tampoco tuvimos una gran revolución francesa que libere de las cadenas del absolutismo y la autocracia. Nos faltaron varios ingredientes económicos, políticos, sociales y culturales y el reconocernos como nación, algo que todavía se encuentra en proceso y no termina de cuajar.
Quizás por la orfandad de esos factores es que todos los proyectos constitucionales y políticos de raigambre liberal han fracasado en nuestro medio.
Celebremos estos doscientos años, pero “no reventemos demasiados cohetes”. Honestamente, no es para tanto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, March 07, 2012
A CUARENTA AÑOS DE LA NARANJA MECÁNICA
La película no estuvo exenta de escándalo en su estreno, hace cuarenta años. Para algunos una obra maestra, para otros un esperpento, un “bajón” en la trayectoria de Stanley Kubrick, ya consagrado “director de culto” gracias a 2001: Odisea del espacio.
El escándalo posibilitó que el filme estuviera en cartelera semana tras semana y originase largas colas para verla (algo inimaginable para una cinta el día de hoy). Pero, ¿qué es La naranja mecánica?
Inscrita dentro de lo que se conoce como “distopía” o antiútopía, describe un Londres futurista exacerbado por la violencia juvenil, imposible de frenar ni con las más sofisticadas terapias sicológicas, hasta que un grupo de médicos encuentran “la cura” en un procedimiento que inhibe los reflejos de violencia del ser humano, basado en la teoría de Iván Pavlov. El partido político en el gobierno, de tendencias conservadoras y autoritarias, lo auspicia a fin de asentarse y perpetuarse en el ejercicio del poder. Naturalmente que para ese procedimiento experimental se requiere de un voluntario, entrando a tallar el personaje de Alex.
Alex, el joven líder de una pandilla que asola la ciudad de noche, es lo que podríamos decir un ser salvaje natural. Vive en libertad absoluta de sus instintos por lo que obviamente va a “chocar” contra las leyes y convenciones de la sociedad. No ha internalizado la represión de sus instintos, como la mayoría de seres humanos lo hacemos, viviendo en “estado puro”. Por eso no nos cae tan mal pese a los latrocinios, violaciones y “ultraviolencia” que ejerce (personaje creíble gracias a la formidable actuación de Malcolm McDowell). Representa algo que nosotros anhelamos y que en sociedad hemos perdido: vivir en estado natural.
Naturalmente que esa etapa sin límites a los instintos se le va a terminar y la sociedad se impondrá, “castigándolo” por los desmanes cometidos. Allí está presente la sanción moral y jurídica. El castigo no es solamente “el peso de la ley”, sino también de la sociedad que, a modo de las novelas decimonónicas, las víctimas de Alex lo castigarán, una vez que este obtiene su libertad, tras someterse al método de inhibición de los reflejos de violencia.
Ese “castigo moral” es quizás más significativo que el jurídico, dado que las víctimas de Alex buscan sancionarlo con una pena similar a la causada por él: comenzando por los padres del personaje que le dan la espalda cuando sale de prisión, luego el mendigo golpeándolo cuando recuerda en sus facciones al muchacho que le propinó una dura paliza, sus ex camaradas de travesías nocturnas convertidos en policías también lo golpearán hasta casi matarlo, para completar con la inducción a la muerte que busca el intelectual cuya esposa murió por la salvaje violación de Alex y sus “drugos”. Se cumple “el ojo por ojo” bíblico.
Pero, la moraleja no queda allí. Precisamente sucede un escándalo a raíz del intento de homicidio contra Alex, por lo que el gobierno se ve en la necesidad de “rehabilitarlo”, devolverle “las facultades” de su anterior estado natural, exclamando el protagonista al final de la película “ahora sí estoy curado”, mientras visiona en su mente que viola a una muchacha y es aplaudido por unos espectadores con apariencia “burguesa”, metáfora que explica el reconocimiento o la tolerancia que se ve impelida la sociedad de aceptar a Alex “tal como es”. En cierta forma él ha ganado contra los convencionalismos. O, si se quiere, ha hecho un “acuerdo” con el gobierno de protección mutua. Aparentemente “se domestica a la fiera” para exhibirla públicamente.
El guión de Stanley Kubrick es bastante fiel a la novela de Anthony Burgess, que contiene mucho de corrosivo sarcasmo sobre la condición humana (la metáfora gira sobre la maldad innata del ser humano, a diferencia de los utopistas que creían en la bondad del hombre, solo que la sociedad lo corrompe), inscribiéndose en la rica corriente de las novelas que describen un futuro nada halagüeño para la humanidad.
También se respetó la jerga utilizada por Burgess, con palabras de origen eslavo. Según confesó el autor, la idea era hacer atemporal la novela y que pudiese ser leída por las generaciones futuras, sin que sientan el paso de los años. Y, sobre el título, si bien se han tejido múltiples explicaciones (La naranja mecánica se menciona en la novela como la obra que está preparando el escritor, cuya esposa es violada por Alex y sus drugos), de cierta manera alude al contrasentido que sería un hombre sin sus sentimientos e impulsos más innatos (“tan raro como una naranja mecánica”), coactando de esa manera su libre albedrío. La libre elección que, como ser humano, debe ejercer entre el bien y el mal; lo que se encuentra claramente expresado en el discurso del capellán de la prisión, cuando Alex es liberado.
Sobre el famoso capítulo final donde se produce un giro al sentido de lo narrado al vislumbrar una “regenación de Alex”, se dice que Kubrick no tuvo ocasión de leerlo en la edición que llegó a sus manos (siempre declaró que conoció la novela por ser obsequio de un amigo y quedó prendado del argumento), otros dicen que sí llegó a conocer el referido capítulo que no estaba en todas las ediciones en lengua inglesa. Personalmente me inclinó hacia la última tesis, dado que Kubrick era muy minucioso en todo, incluyendo sus fuentes de información, pero prefirió cortarlo en el momento que Alex es “curado” y llega a una componenda con el partido en el gobierno, así le daba más “fuerza” a la escena final. Lo cierto es que ese capítulo afectaba todo el sentido dramático de lo narrado anteriormente, en especial “la moraleja” (el hombre es malo por naturaleza), por lo que el realizador prefirió obviarlo en la adaptación cinematográfica; aunque el dichoso capítulo no parece tanto un “mensaje redentor” sobre la condición humana como algunos creen, sino una burla final de Burgess ante quienes sostienen que la cultura y sus instituciones pueden atenuar o hasta mejorar la naturaleza del hombre.
Lo cierto es que La naranja mecánica cimentaría la carrera de Stanley Kubrick, siendo una de sus mejores películas, junto a 2001 y Barry Lyndon, su siguiente trabajo; y, se mantiene tan fresca e inquietante como el día de su estreno, hace cuarenta años ya. Tan inquietante y tan rara como una naranja de relojería.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
El escándalo posibilitó que el filme estuviera en cartelera semana tras semana y originase largas colas para verla (algo inimaginable para una cinta el día de hoy). Pero, ¿qué es La naranja mecánica?
Inscrita dentro de lo que se conoce como “distopía” o antiútopía, describe un Londres futurista exacerbado por la violencia juvenil, imposible de frenar ni con las más sofisticadas terapias sicológicas, hasta que un grupo de médicos encuentran “la cura” en un procedimiento que inhibe los reflejos de violencia del ser humano, basado en la teoría de Iván Pavlov. El partido político en el gobierno, de tendencias conservadoras y autoritarias, lo auspicia a fin de asentarse y perpetuarse en el ejercicio del poder. Naturalmente que para ese procedimiento experimental se requiere de un voluntario, entrando a tallar el personaje de Alex.
Alex, el joven líder de una pandilla que asola la ciudad de noche, es lo que podríamos decir un ser salvaje natural. Vive en libertad absoluta de sus instintos por lo que obviamente va a “chocar” contra las leyes y convenciones de la sociedad. No ha internalizado la represión de sus instintos, como la mayoría de seres humanos lo hacemos, viviendo en “estado puro”. Por eso no nos cae tan mal pese a los latrocinios, violaciones y “ultraviolencia” que ejerce (personaje creíble gracias a la formidable actuación de Malcolm McDowell). Representa algo que nosotros anhelamos y que en sociedad hemos perdido: vivir en estado natural.
Naturalmente que esa etapa sin límites a los instintos se le va a terminar y la sociedad se impondrá, “castigándolo” por los desmanes cometidos. Allí está presente la sanción moral y jurídica. El castigo no es solamente “el peso de la ley”, sino también de la sociedad que, a modo de las novelas decimonónicas, las víctimas de Alex lo castigarán, una vez que este obtiene su libertad, tras someterse al método de inhibición de los reflejos de violencia.
Ese “castigo moral” es quizás más significativo que el jurídico, dado que las víctimas de Alex buscan sancionarlo con una pena similar a la causada por él: comenzando por los padres del personaje que le dan la espalda cuando sale de prisión, luego el mendigo golpeándolo cuando recuerda en sus facciones al muchacho que le propinó una dura paliza, sus ex camaradas de travesías nocturnas convertidos en policías también lo golpearán hasta casi matarlo, para completar con la inducción a la muerte que busca el intelectual cuya esposa murió por la salvaje violación de Alex y sus “drugos”. Se cumple “el ojo por ojo” bíblico.
Pero, la moraleja no queda allí. Precisamente sucede un escándalo a raíz del intento de homicidio contra Alex, por lo que el gobierno se ve en la necesidad de “rehabilitarlo”, devolverle “las facultades” de su anterior estado natural, exclamando el protagonista al final de la película “ahora sí estoy curado”, mientras visiona en su mente que viola a una muchacha y es aplaudido por unos espectadores con apariencia “burguesa”, metáfora que explica el reconocimiento o la tolerancia que se ve impelida la sociedad de aceptar a Alex “tal como es”. En cierta forma él ha ganado contra los convencionalismos. O, si se quiere, ha hecho un “acuerdo” con el gobierno de protección mutua. Aparentemente “se domestica a la fiera” para exhibirla públicamente.
El guión de Stanley Kubrick es bastante fiel a la novela de Anthony Burgess, que contiene mucho de corrosivo sarcasmo sobre la condición humana (la metáfora gira sobre la maldad innata del ser humano, a diferencia de los utopistas que creían en la bondad del hombre, solo que la sociedad lo corrompe), inscribiéndose en la rica corriente de las novelas que describen un futuro nada halagüeño para la humanidad.
También se respetó la jerga utilizada por Burgess, con palabras de origen eslavo. Según confesó el autor, la idea era hacer atemporal la novela y que pudiese ser leída por las generaciones futuras, sin que sientan el paso de los años. Y, sobre el título, si bien se han tejido múltiples explicaciones (La naranja mecánica se menciona en la novela como la obra que está preparando el escritor, cuya esposa es violada por Alex y sus drugos), de cierta manera alude al contrasentido que sería un hombre sin sus sentimientos e impulsos más innatos (“tan raro como una naranja mecánica”), coactando de esa manera su libre albedrío. La libre elección que, como ser humano, debe ejercer entre el bien y el mal; lo que se encuentra claramente expresado en el discurso del capellán de la prisión, cuando Alex es liberado.
Sobre el famoso capítulo final donde se produce un giro al sentido de lo narrado al vislumbrar una “regenación de Alex”, se dice que Kubrick no tuvo ocasión de leerlo en la edición que llegó a sus manos (siempre declaró que conoció la novela por ser obsequio de un amigo y quedó prendado del argumento), otros dicen que sí llegó a conocer el referido capítulo que no estaba en todas las ediciones en lengua inglesa. Personalmente me inclinó hacia la última tesis, dado que Kubrick era muy minucioso en todo, incluyendo sus fuentes de información, pero prefirió cortarlo en el momento que Alex es “curado” y llega a una componenda con el partido en el gobierno, así le daba más “fuerza” a la escena final. Lo cierto es que ese capítulo afectaba todo el sentido dramático de lo narrado anteriormente, en especial “la moraleja” (el hombre es malo por naturaleza), por lo que el realizador prefirió obviarlo en la adaptación cinematográfica; aunque el dichoso capítulo no parece tanto un “mensaje redentor” sobre la condición humana como algunos creen, sino una burla final de Burgess ante quienes sostienen que la cultura y sus instituciones pueden atenuar o hasta mejorar la naturaleza del hombre.
Lo cierto es que La naranja mecánica cimentaría la carrera de Stanley Kubrick, siendo una de sus mejores películas, junto a 2001 y Barry Lyndon, su siguiente trabajo; y, se mantiene tan fresca e inquietante como el día de su estreno, hace cuarenta años ya. Tan inquietante y tan rara como una naranja de relojería.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, February 21, 2012
QUO VADIS IZQUIERDA PERUANA? (O CÓMO FUE “CHOTEADA” NUEVAMENTE)
A los viejos dinosaurios
Hay que tener vocación masoquista para soportar tanta humillación. Primero fue con “el Chino”, cuando decidieron ser furgón de cola del fujimorismo en 1990, hasta que a los pocos meses este los expulsó sin asco del paraíso estatal y decidió, con inusitado frenesí, adoptar las ideas económicas de su contendiente, el FREDEMO. Se quedaron con la boca abierta (y algunos siguen así). Pero no se amilanaron. Hábiles aplicando “el principio de oportunidad” (me subo a la primera combi que me abre la puerta), luego estuvieron encaramados en el poder con Valentín Paniagua por breve tiempo; pero se las ingeniaron para seguir viviendo un poco más del estado gracias al gobierno de Alejandro Toledo. De allí, con el de Alan García, vino la época de “las vacas flacas”, por lo que debieron retornar a las aulas universitarias (principalmente la PUCP) y las consultorías en las ONG.
Con Ollanta Humala sintieron que se sacaron la tinka, que “se les hizo”. Ahora sí iban a ser gobierno, como advenedizos pero gobierno al fin, después de encontrarse en la diáspora por más de veinte años. Era “la tierra prometida”. Humala representaba para ellos “el maná caído del cielo”. Hasta formaron su asociación, “Ciudadanos por el cambio”, y prepararon el primer plan de gobierno, “La gran trasformación”, un mamotreto indigesto de más de doscientos páginas con recetas estatistas e intervencionistas que ya habían fracasado en el país. Leyéndolo parecía que regresábamos al Perú de los “apachurrantes” años setenta, cuando esos, ahora viejos dinosaurios, eran los muchachitos que jugaban a la revolución.
Pero, a los pocos meses de ser gobierno, “el comandante” (como gustaban llamarlo) les propinó literalmente una patada en sus cuatro letras y los expulsó de la tierra prometida. Ay, tanto nadar para morir ahogados en la playa. Salvo uno que otro que, sin rubor en la cara, solapa nomás, se “atornilló” bien en su puesto, olvidándose de “los principios socialistas” y de sus demás compañeros maltratados, la mayoría de ese colectivo de viejos izquierdistas sesenteros y setenteros salió expectorado del gobierno de Humala.
Algunos con cartitas de reproche de por medio dirigidas al “comandante”, tipo amante despechada, donde le recuerdan, como esas mujeres que ayudaron al marido en los difíciles primeros años de su carrera, que ellos creyeron en él cuando nadie daba ni un centavo por su candidatura. Lo cual es cierto, pero no exento de interés recíproco. No fue un matrimonio “por amor”, ni menos amor puro o platónico, sino por interés. Ellos (la vieja izquierda setentera) necesitaban de una “locomotora” que los lleve a la tierra prometida, y esa locomotora no era otro que Ollanta Humala. No había otro candidato con el perfil del nacionalista.
En este “divorcio” Conga fue “el punto de quiebre”. No estuvieron a la altura de las circunstancias y olvidaron que como funcionarios del estado representaban a la nación en su conjunto, a los intereses de todos los peruanos y no de una minoría. Antepusieron sus aspiraciones personales y políticas a las del país y, para variar, entre ellos se “acuchillaron”. Se “serrucharon el piso” mutuamente. La “izquierda cainita” estuvo más presente que nunca en el efímero gabinete Lerner. Entre ellos mismos comenzaron a apuñalarse y cometer infidencias que, por política de estado, no debieron salir del consejo de ministros. Los “muchachitos del ayer” se comportaron como adolescentes malcriados y majaderos.
***
Todo comenzó hace poco más de veinte años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales. Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera.
Una tiene que ver con Sendero Luminoso y el MRTA. Principalmente el primero. La “izquierda legal” de aquel entonces no desmarcó claramente con los homicidios y actos terroristas de SL. Cuando se les pedía una declaración firme, balbuceaban frases ambiguas o responsabilizaban de todo lo sucedido al “estado represor” (del cual, curiosidades de la vida, ellos vivían como congresistas), mientras internamente, en los comités partidarios, apoyaban abiertamente “la lucha armada”. Por eso, al referirse a esa crucial etapa histórica que nos tocó vivir asolados por el terrorismo, hasta ahora hablan de “guerra interna” o, algunos más suavecitos, de “conflicto armado interno”.
Ingenuamente vieron a Sendero Luminoso como aquellos que sí se atrevieron a realizar en el Perú “la toma del poder vía la insurrección armada”, porque “el poder nace del fusil” y del campo a la ciudad como lo quería su adorado Mao. Alucina loco, en el Perú se estaban produciendo las contradicciones internas que iban a llevar al socialismo como decían Marx, Lenin y el libro rojo del gran timonel. Hasta que Sendero comenzó a matarles dirigentes sin consideración de los lazos familiares. Los “primos hermanos” se comportaron como unos fratricidas. Cuando reaccionaron fue demasiado tarde.
En pocas palabras, y usando una expresión cara al marxismo, podemos decir que “fueron absorbidos por la Historia”.
La otra causa tiene que ver con la falta de paradigmas. De creer en el socialismo debieron pasar a creer en la “democracia burguesa” que tanto despreciaban, choque un poco violento para algunos. O, peor aún, creer en la economía de mercado. Eso sí fue más traumatizante para varios izquierdistas; aunque, la verdad, algunos cambiaron de camiseta fácilmente y sin muchas complicaciones se pasaron a servir “al enemigo del pueblo”. (Esta ausencia de paradigmas será común a distintas izquierdas en el mundo).
Al no contar con modelos propios, lo más inmediato que tendrá la izquierda nativa será el nacionalismo velasquista como alternativa frente al neoliberalismo “imperialista” de los años noventa. Curiosamente en los setenta esa “izquierda revolucionaria” despotricó acremente contra las reformas del velasquismo, calificándolas de “burguesas” y ahora intentaba reactualizarlas en un contexto latinoamericano donde predominaba el discurso de Hugo Chávez, otro autodeclarado heredero de Velasco.
Igual sucedió con la Constitución de 1979. La izquierda de aquel entonces no firmó la carta política. También la calificaron de “burguesa” y que no contenía las reformas anheladas por “la clase trabajadora” (ellos, la izquierda setentera, a modo de los superhéroes de los cómics que fungen de defensores de las causas justas, siempre se ha creído la “legítima representante” de la clase trabajadora y, por extensión, de las demás “clases oprimidas”). Ahora, treinta años después, aupados ya al proyecto nacionalista, reclamaban (un poco conchudamente, para ser sinceros) “el retorno” a la carta del 79 frente a la “carta espuria” del 93. Para “los muchachitos del ayer” el tiempo no había pasado.
Eso me lleva a otra metáfora: “la izquierda Walt Disney”, es decir la izquierda congelada en el tiempo. Aunque es un exceso la metáfora de un joven politólogo, último desencantado de la izquierda peruana, en el fondo tiene cierta exactitud. Podría decirse también que es “la izquierda Peter Pan”, la izquierda que nunca creció y nunca maduró. Para ella los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos treinta años son irrelevantes. O no significan mucho. En vez de ir con la historia, van en contra. Ni siquiera han tomado el ejemplo de la izquierda chilena post Allende que cayó en la cuenta que el Chile actual era totalmente distinto al de los setenta, cuando vivieron la afiebrada Unidad Popular. Gracias a la renovación de sus programas políticos, el pueblo los eligió para ser gobierno por largos veinte años, en alianza con sus ex rivales (otro signo de maduración), la Democracia Cristiana. (Y todo parece indicar que en las próximas elecciones presidenciales chilenas regresan al poder).
En cambio, para los “Peter Pan de la izquierda peruana” eso nunca sucedió. Se parecen a los borbones que regresaron al poder en Francia tras el fin de Napoleón: aquí no pasó nada, todo sigue igual. Son inmunes a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados).
Y la otra gran causa de esa escasa representación política, la principal creo yo, fue la desunión y la consecuente atomización en minipartidos o grupúsculos que ni siquiera llegaron a ser partidos. El “sueño del partido propio” fue un error gravitante y recurrente de esa izquierda setentera. Nacía un nuevo grupo de izquierda y a los pocos meses se dividía, acusándose mutuamente de “ser agentes de la CIA y del imperialismo yanqui”. Parecía un cáncer terminal por la reproducción de células, cada una padeciendo de más infantilismo que la otra.
En cambio, los pocos años que fueron el conglomerado Izquierda Unida que agrupaba a las distintas corrientes, bajo el liderazgo aperturista y democrático de Alfonso Barrantes, el alcance político de la izquierda llegó al tercio de la representación nacional. Ahora último, con el advenimiento de Humala, ni siquiera fueron minipartidos los que rodearon al entonces candidato, sino algunos nombres de “veteranos dirigentes” de esa vieja izquierda que, por sobrevivencia política, suscribió al proyecto nacionalista.
Ese fue uno de sus principales errores. Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”.
Curiosamente ese “lastre maldito” de la fragmentación que arrastra la izquierda (renovadora en los sesenta y setenta, conservadora en la actualidad) es parte de la cultura peruana, criolla para ser más específico. Muchos de esos “jóvenes revolucionarios” de aquel entonces procedían de los estratos altos de la sociedad peruana. Hijos de banqueros y hacendados que jugaron a la revolución. Creyeron que al asumir un credo revolucionario se libraban de la cultura y el “pasado reaccionario de su familia”, pero no fue así. Ellos estaban inmersos en una cultura política que fomenta “el partido propio” y el caudillismo político, practicándolo enfervorizadamente -quizás de manera inconciente- cuando fueron dirigentes de “la clase trabajadora”.
***
Como bien apunta Tony Zapata, esa izquierda no deja herederos políticos. Los muchachitos del ayer que jugaban a la revolución, hoy frisan los setenta años. Consulten el DNI de todos los que se auparon al proyecto de Humala y se darán cuenta. Los Peter Pan de la política criolla no dejan herederos, por lo que extinguidos cronológicamente (todos, tarde o temprano, nos vamos de este mundo), se terminaría sin pena ni gloria.
Una extinción que no es dramática, menos trágica. Quizás a lo sumo da para un sainete o, como diría Carlitos, el gran amigo de Zavalita en la novela de MVLL, es “como tirarse un pedito”. Nada más. Triste final para una izquierda que despertó tantas ilusiones y simpatías en su momento.
Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada (quiero ser optimista). Antes, claro, jugarán “un último partidito” en las próximas elecciones. Conspiraran, serán “furgón de cola” de algún candidato que les prometa una cuota de poder, y luego llorarán cuando les propine una patada en toda la extensión de su humanidad.
Es que estos ex muchachitos que jugaban a la revolución ya están cansados y viejos como para reorganizar fuerzas y hacer un trabajo titánico: fundar un auténtico partido de izquierda unitario.
No es fácil tampoco. La tía Susana quiso hacerlo con Fuerza Social y ahora está a punto de ser revocada de la principal alcaldía del país. No basta con juntar unos cuantos tecnócratas y rostros nuevos en la política, reunirse a tomar un “té de tías” en un club “progre” y soñar con los cambios, sino hacer un trabajo de base.
Ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades. Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.
En cierta forma se comportaron como esos hijitos de papá, que les basta pedir para que les den todo y que, con una fortuna entre manos, la tiran por la ventana en alcohol, parrandas, juego y mujeres. Hasta en eso “heredaron las taras” de su clase de origen.
Ahora ya están viejos para retomar el viejo sueño.
Tan viejos que algunos de esos veteranos “muchachitos del ayer” se van bien remunerados del gobierno de Humala, con “embajadas consuelo”, como para que disfruten unas vacaciones y no sientan tan feo la choteada. O, por lo menos, que no duela tanto esa parte final de la anatomía. Allá, lejos y con tiempo de sobra, podrán soñar con la revolución que no llegaron a hacer, con las esperanzas perdidas, con el capital político desperdiciado en pequeños egos y, los más sensibles, quizás derramen una pequeña lágrima de nostalgia, u otros, más pragmáticos, verán la forma de regresar el 2016. Total, una humillación más ya no importa.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Hay que tener vocación masoquista para soportar tanta humillación. Primero fue con “el Chino”, cuando decidieron ser furgón de cola del fujimorismo en 1990, hasta que a los pocos meses este los expulsó sin asco del paraíso estatal y decidió, con inusitado frenesí, adoptar las ideas económicas de su contendiente, el FREDEMO. Se quedaron con la boca abierta (y algunos siguen así). Pero no se amilanaron. Hábiles aplicando “el principio de oportunidad” (me subo a la primera combi que me abre la puerta), luego estuvieron encaramados en el poder con Valentín Paniagua por breve tiempo; pero se las ingeniaron para seguir viviendo un poco más del estado gracias al gobierno de Alejandro Toledo. De allí, con el de Alan García, vino la época de “las vacas flacas”, por lo que debieron retornar a las aulas universitarias (principalmente la PUCP) y las consultorías en las ONG.
Con Ollanta Humala sintieron que se sacaron la tinka, que “se les hizo”. Ahora sí iban a ser gobierno, como advenedizos pero gobierno al fin, después de encontrarse en la diáspora por más de veinte años. Era “la tierra prometida”. Humala representaba para ellos “el maná caído del cielo”. Hasta formaron su asociación, “Ciudadanos por el cambio”, y prepararon el primer plan de gobierno, “La gran trasformación”, un mamotreto indigesto de más de doscientos páginas con recetas estatistas e intervencionistas que ya habían fracasado en el país. Leyéndolo parecía que regresábamos al Perú de los “apachurrantes” años setenta, cuando esos, ahora viejos dinosaurios, eran los muchachitos que jugaban a la revolución.
Pero, a los pocos meses de ser gobierno, “el comandante” (como gustaban llamarlo) les propinó literalmente una patada en sus cuatro letras y los expulsó de la tierra prometida. Ay, tanto nadar para morir ahogados en la playa. Salvo uno que otro que, sin rubor en la cara, solapa nomás, se “atornilló” bien en su puesto, olvidándose de “los principios socialistas” y de sus demás compañeros maltratados, la mayoría de ese colectivo de viejos izquierdistas sesenteros y setenteros salió expectorado del gobierno de Humala.
Algunos con cartitas de reproche de por medio dirigidas al “comandante”, tipo amante despechada, donde le recuerdan, como esas mujeres que ayudaron al marido en los difíciles primeros años de su carrera, que ellos creyeron en él cuando nadie daba ni un centavo por su candidatura. Lo cual es cierto, pero no exento de interés recíproco. No fue un matrimonio “por amor”, ni menos amor puro o platónico, sino por interés. Ellos (la vieja izquierda setentera) necesitaban de una “locomotora” que los lleve a la tierra prometida, y esa locomotora no era otro que Ollanta Humala. No había otro candidato con el perfil del nacionalista.
En este “divorcio” Conga fue “el punto de quiebre”. No estuvieron a la altura de las circunstancias y olvidaron que como funcionarios del estado representaban a la nación en su conjunto, a los intereses de todos los peruanos y no de una minoría. Antepusieron sus aspiraciones personales y políticas a las del país y, para variar, entre ellos se “acuchillaron”. Se “serrucharon el piso” mutuamente. La “izquierda cainita” estuvo más presente que nunca en el efímero gabinete Lerner. Entre ellos mismos comenzaron a apuñalarse y cometer infidencias que, por política de estado, no debieron salir del consejo de ministros. Los “muchachitos del ayer” se comportaron como adolescentes malcriados y majaderos.
***
Todo comenzó hace poco más de veinte años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales. Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera.
Una tiene que ver con Sendero Luminoso y el MRTA. Principalmente el primero. La “izquierda legal” de aquel entonces no desmarcó claramente con los homicidios y actos terroristas de SL. Cuando se les pedía una declaración firme, balbuceaban frases ambiguas o responsabilizaban de todo lo sucedido al “estado represor” (del cual, curiosidades de la vida, ellos vivían como congresistas), mientras internamente, en los comités partidarios, apoyaban abiertamente “la lucha armada”. Por eso, al referirse a esa crucial etapa histórica que nos tocó vivir asolados por el terrorismo, hasta ahora hablan de “guerra interna” o, algunos más suavecitos, de “conflicto armado interno”.
Ingenuamente vieron a Sendero Luminoso como aquellos que sí se atrevieron a realizar en el Perú “la toma del poder vía la insurrección armada”, porque “el poder nace del fusil” y del campo a la ciudad como lo quería su adorado Mao. Alucina loco, en el Perú se estaban produciendo las contradicciones internas que iban a llevar al socialismo como decían Marx, Lenin y el libro rojo del gran timonel. Hasta que Sendero comenzó a matarles dirigentes sin consideración de los lazos familiares. Los “primos hermanos” se comportaron como unos fratricidas. Cuando reaccionaron fue demasiado tarde.
En pocas palabras, y usando una expresión cara al marxismo, podemos decir que “fueron absorbidos por la Historia”.
La otra causa tiene que ver con la falta de paradigmas. De creer en el socialismo debieron pasar a creer en la “democracia burguesa” que tanto despreciaban, choque un poco violento para algunos. O, peor aún, creer en la economía de mercado. Eso sí fue más traumatizante para varios izquierdistas; aunque, la verdad, algunos cambiaron de camiseta fácilmente y sin muchas complicaciones se pasaron a servir “al enemigo del pueblo”. (Esta ausencia de paradigmas será común a distintas izquierdas en el mundo).
Al no contar con modelos propios, lo más inmediato que tendrá la izquierda nativa será el nacionalismo velasquista como alternativa frente al neoliberalismo “imperialista” de los años noventa. Curiosamente en los setenta esa “izquierda revolucionaria” despotricó acremente contra las reformas del velasquismo, calificándolas de “burguesas” y ahora intentaba reactualizarlas en un contexto latinoamericano donde predominaba el discurso de Hugo Chávez, otro autodeclarado heredero de Velasco.
Igual sucedió con la Constitución de 1979. La izquierda de aquel entonces no firmó la carta política. También la calificaron de “burguesa” y que no contenía las reformas anheladas por “la clase trabajadora” (ellos, la izquierda setentera, a modo de los superhéroes de los cómics que fungen de defensores de las causas justas, siempre se ha creído la “legítima representante” de la clase trabajadora y, por extensión, de las demás “clases oprimidas”). Ahora, treinta años después, aupados ya al proyecto nacionalista, reclamaban (un poco conchudamente, para ser sinceros) “el retorno” a la carta del 79 frente a la “carta espuria” del 93. Para “los muchachitos del ayer” el tiempo no había pasado.
Eso me lleva a otra metáfora: “la izquierda Walt Disney”, es decir la izquierda congelada en el tiempo. Aunque es un exceso la metáfora de un joven politólogo, último desencantado de la izquierda peruana, en el fondo tiene cierta exactitud. Podría decirse también que es “la izquierda Peter Pan”, la izquierda que nunca creció y nunca maduró. Para ella los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos treinta años son irrelevantes. O no significan mucho. En vez de ir con la historia, van en contra. Ni siquiera han tomado el ejemplo de la izquierda chilena post Allende que cayó en la cuenta que el Chile actual era totalmente distinto al de los setenta, cuando vivieron la afiebrada Unidad Popular. Gracias a la renovación de sus programas políticos, el pueblo los eligió para ser gobierno por largos veinte años, en alianza con sus ex rivales (otro signo de maduración), la Democracia Cristiana. (Y todo parece indicar que en las próximas elecciones presidenciales chilenas regresan al poder).
En cambio, para los “Peter Pan de la izquierda peruana” eso nunca sucedió. Se parecen a los borbones que regresaron al poder en Francia tras el fin de Napoleón: aquí no pasó nada, todo sigue igual. Son inmunes a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados).
Y la otra gran causa de esa escasa representación política, la principal creo yo, fue la desunión y la consecuente atomización en minipartidos o grupúsculos que ni siquiera llegaron a ser partidos. El “sueño del partido propio” fue un error gravitante y recurrente de esa izquierda setentera. Nacía un nuevo grupo de izquierda y a los pocos meses se dividía, acusándose mutuamente de “ser agentes de la CIA y del imperialismo yanqui”. Parecía un cáncer terminal por la reproducción de células, cada una padeciendo de más infantilismo que la otra.
En cambio, los pocos años que fueron el conglomerado Izquierda Unida que agrupaba a las distintas corrientes, bajo el liderazgo aperturista y democrático de Alfonso Barrantes, el alcance político de la izquierda llegó al tercio de la representación nacional. Ahora último, con el advenimiento de Humala, ni siquiera fueron minipartidos los que rodearon al entonces candidato, sino algunos nombres de “veteranos dirigentes” de esa vieja izquierda que, por sobrevivencia política, suscribió al proyecto nacionalista.
Ese fue uno de sus principales errores. Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”.
Curiosamente ese “lastre maldito” de la fragmentación que arrastra la izquierda (renovadora en los sesenta y setenta, conservadora en la actualidad) es parte de la cultura peruana, criolla para ser más específico. Muchos de esos “jóvenes revolucionarios” de aquel entonces procedían de los estratos altos de la sociedad peruana. Hijos de banqueros y hacendados que jugaron a la revolución. Creyeron que al asumir un credo revolucionario se libraban de la cultura y el “pasado reaccionario de su familia”, pero no fue así. Ellos estaban inmersos en una cultura política que fomenta “el partido propio” y el caudillismo político, practicándolo enfervorizadamente -quizás de manera inconciente- cuando fueron dirigentes de “la clase trabajadora”.
***
Como bien apunta Tony Zapata, esa izquierda no deja herederos políticos. Los muchachitos del ayer que jugaban a la revolución, hoy frisan los setenta años. Consulten el DNI de todos los que se auparon al proyecto de Humala y se darán cuenta. Los Peter Pan de la política criolla no dejan herederos, por lo que extinguidos cronológicamente (todos, tarde o temprano, nos vamos de este mundo), se terminaría sin pena ni gloria.
Una extinción que no es dramática, menos trágica. Quizás a lo sumo da para un sainete o, como diría Carlitos, el gran amigo de Zavalita en la novela de MVLL, es “como tirarse un pedito”. Nada más. Triste final para una izquierda que despertó tantas ilusiones y simpatías en su momento.
Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada (quiero ser optimista). Antes, claro, jugarán “un último partidito” en las próximas elecciones. Conspiraran, serán “furgón de cola” de algún candidato que les prometa una cuota de poder, y luego llorarán cuando les propine una patada en toda la extensión de su humanidad.
Es que estos ex muchachitos que jugaban a la revolución ya están cansados y viejos como para reorganizar fuerzas y hacer un trabajo titánico: fundar un auténtico partido de izquierda unitario.
No es fácil tampoco. La tía Susana quiso hacerlo con Fuerza Social y ahora está a punto de ser revocada de la principal alcaldía del país. No basta con juntar unos cuantos tecnócratas y rostros nuevos en la política, reunirse a tomar un “té de tías” en un club “progre” y soñar con los cambios, sino hacer un trabajo de base.
Ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades. Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.
En cierta forma se comportaron como esos hijitos de papá, que les basta pedir para que les den todo y que, con una fortuna entre manos, la tiran por la ventana en alcohol, parrandas, juego y mujeres. Hasta en eso “heredaron las taras” de su clase de origen.
Ahora ya están viejos para retomar el viejo sueño.
Tan viejos que algunos de esos veteranos “muchachitos del ayer” se van bien remunerados del gobierno de Humala, con “embajadas consuelo”, como para que disfruten unas vacaciones y no sientan tan feo la choteada. O, por lo menos, que no duela tanto esa parte final de la anatomía. Allá, lejos y con tiempo de sobra, podrán soñar con la revolución que no llegaron a hacer, con las esperanzas perdidas, con el capital político desperdiciado en pequeños egos y, los más sensibles, quizás derramen una pequeña lágrima de nostalgia, u otros, más pragmáticos, verán la forma de regresar el 2016. Total, una humillación más ya no importa.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, February 17, 2012
QUERRÁN MATARLA Y NO PODRÁN MATARLA: MARÍA ELENA MOYANO IN MEMORIAM
Dice un antiguo adagio que nunca es más oscuro sino antes del amanecer. Ese adagio se podría aplicar muy bien al fatídico año de 1992, cuando parecía que las huestes del terror iban ganando la partida. En Febrero el asesinato de María Elena Moyano, en Julio la destrucción de Tarata, ese mismo mes el contraterror desde los aparatos del Estado en La Cantuta. Todo indicaba que la espiral de violencia era imparable y nada hacía presagiar que a los pocos meses caería el cerebro de la organización terrorista más letal que hayamos conocido.
María Elena Moyano encarnó la resistencia civil a ese terror organizado para amedrentar a la sociedad. Cuando la mayoría prefirió el silencio, el mirar hacia otro lado o, peor aún, se debatió en angustias existenciales entre apoyar o no a Sendero Luminoso como pasó con buena parte de la izquierda peruana de aquel entonces (y que ahora la Historia les pasa la factura por su actuar cómplice), ella prefirió decir las cosas en voz alta, algo inusual en nuestro país, acostumbrado a los dobleces y venias versallescas de la Colonia.
Raro entre la intelectualidad limeña esto de decir las cosas claramente, acostumbrada a las capillas políticas o ideológicas. Pero, felizmente ella se salvó de pertenecer a esa “elite” y las luchas diarias por la supervivencia en Villa El Salvador la cuajaron para responder clara y tajantemente. Claro, lo pagó con su vida; pero, es preferible vivir una vida corta pero brillante, a una larga y mediocre. Hay muchos ejemplos, José Carlos entre ellos o, más cerca, Javier Heraud. De haberse conocido con María Elena, creo que se habrían llevado bien.
Todavía no se le ha otorgado el reconocimiento que merece. Debería incluírsele en los libros de historia con mayor holgura. No se si ya existirá alguna plaza o avenida con el nombre de esta notable mujer. En Villa o fuera de Villa, eso no importa mucho; porque María Elena desde aquel aciago 15 de Febrero de 1992 pertenece por derecho propio a la galería de los peruanos ilustres e inmortales.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
María Elena Moyano encarnó la resistencia civil a ese terror organizado para amedrentar a la sociedad. Cuando la mayoría prefirió el silencio, el mirar hacia otro lado o, peor aún, se debatió en angustias existenciales entre apoyar o no a Sendero Luminoso como pasó con buena parte de la izquierda peruana de aquel entonces (y que ahora la Historia les pasa la factura por su actuar cómplice), ella prefirió decir las cosas en voz alta, algo inusual en nuestro país, acostumbrado a los dobleces y venias versallescas de la Colonia.
Raro entre la intelectualidad limeña esto de decir las cosas claramente, acostumbrada a las capillas políticas o ideológicas. Pero, felizmente ella se salvó de pertenecer a esa “elite” y las luchas diarias por la supervivencia en Villa El Salvador la cuajaron para responder clara y tajantemente. Claro, lo pagó con su vida; pero, es preferible vivir una vida corta pero brillante, a una larga y mediocre. Hay muchos ejemplos, José Carlos entre ellos o, más cerca, Javier Heraud. De haberse conocido con María Elena, creo que se habrían llevado bien.
Todavía no se le ha otorgado el reconocimiento que merece. Debería incluírsele en los libros de historia con mayor holgura. No se si ya existirá alguna plaza o avenida con el nombre de esta notable mujer. En Villa o fuera de Villa, eso no importa mucho; porque María Elena desde aquel aciago 15 de Febrero de 1992 pertenece por derecho propio a la galería de los peruanos ilustres e inmortales.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, February 08, 2012
SOBRE LA REVOCATORIA Y LA DEMOCRACIA DIRECTA
En términos generales existen dos tipos de democracia: la democracia representativa y la democracia directa.
Por la democracia representativa nosotros elegimos a nuestras autoridades por elección popular. Les otorgamos un mandato (de allí el nombre de mandatario) por un periodo de tiempo determinado. Son nuestros representantes a fin que, vía delegación de facultades del pueblo, dirijan los destinos de un país, una región o un municipio, sea nuestro representante en el Parlamento, administre justicia o imponga la ley y el orden en los casos en que el magistrado o la autoridad policial sea designado por elección de sus pares ciudadanos. La democracia representativa moderna nació en Inglaterra y tiene aproximadamente quinientos años, por lo que históricamente es bastante “joven”. Demás está decir que es el sistema político dominante en el mundo (aunque no exclusivo).
La democracia directa es más antigua, data de la Grecia clásica, cuando los ciudadanos atenienses se reunían en el ágora a fin de decidir sobre los asuntos de su polis. Proponían iniciativas legislativas, hacían justicia, ordenaban el destierro o la muerte de alguna persona, entre otras cuestiones.
Esta forma de democracia se perdió en las tinieblas de los tiempos y últimamente ha sido rescatada a fin que el ciudadano decida directamente sobre los temas que más le conciernen o afectan. Ejemplo: Solo por citar dos temas polémicos, el ciudadano podría decidir por referéndum la legalización del aborto o de las drogas. Sobre su decisión, como soberano, nadie más está.
Dicho sea de paso, en nuestro país el referéndum apenas ha sido utilizado en tres oportunidades: para aprobar la Constitución vigente de 1993, para la conformación de las macrorregiones en 2005 (que no prosperó), y para decidir sobre la devolución de los aportes al FONAVI en 2010.
Dentro de nuestra normativa, la ley que desarrolla las instituciones de democracia directa es la 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, la cual hace una distinción entre los derechos de participación de los ciudadanos y los derechos de control.
En los primeros incluye a: la iniciativa de Reforma Constitucional y de formación de las leyes, el Referéndum, y la iniciativa en la formación de dispositivos municipales y regionales. (Existen otras instituciones que no se encuentran en la 26300, como el presupuesto participativo o, ahora último, la consulta previa).
En los derechos de control ciudadano tenemos a la revocatoria y remoción de autoridades, y la demanda de rendición de cuentas.
Una diferencia entre unos y otros, es que los derechos de participación ciudadana son propositivos: se escucha la opinión del ciudadano para crear, modificar o derogar una ley o decidir sobre un asunto de importancia capital para él. Los derechos de control ciudadano más bien son fiscalizadores de la gestión de una autoridad.
*****
Dentro de los derechos de control ciudadano, tenemos a la revocatoria que significa literalmente “retirarle el mandato” a una autoridad elegida por elección popular.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa, en vista que, como cualquier sistema político, la democracia representativa es sumamente imperfecta, por lo que una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a las instituciones de la llamada democracia directa.
Recordemos que en la democracia representativa el pueblo le otorga al funcionario elegido por elección popular un mandato por un periodo de tiempo determinado. Por medio de la revocatoria, le revoca o retira el mandato conferido.
La revocatoria se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ya mencionada ley 26300. En nuestro país solo alcanza a los alcaldes y regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular.
Dentro de los requisitos de la revocatoria se encuentra que no procede ni en el primer ni el último año del mandato conferido. Ello debido a que en el primer año la autoridad elegida recién “se asienta en el cargo”, toma conocimiento del mismo, por lo que se ha querido evitar un exceso en su uso. Igual en el último año, en vista que es un año netamente de sucesión electoral y la revocatoria puede ser utilizada como manipulación política.
Precisamente sobre la manipulación política, es lo que se denomina excesos o mal uso de las instituciones democráticas por parte de los operadores políticos, tergiversando los fines propios de la institución. Obviamente la solución no está en eliminar la institución cuestionada, sino en perfeccionarla.
La revocatoria debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poder entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero como mandante le retira la confianza otorgada al mandatario en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Pero, por lo general, los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta a la revocatoria es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, en la Ley Orgánica de Municipalidades de Perú, ley 27972, el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
A grandes trazos podemos decir que por la vacancia, la autoridad elegida “vaca en el cargo” (cesa en el ejercicio del cargo) luego de un proceso sobretodo político y en el cual existen pruebas o, por lo menos, indicios probatorios serios de la causal que la origina, teniendo oportunidad el vacado de defenderse. En la revocatoria, el pueblo, entendido como el máximo soberano, le revoca el mandato conferido al mandatario sin necesidad de probar ninguna causal. “Te retiro el poder que te di” como sucede entre cualquier poderdante y apoderado.
Es bastante común confundir el juicio político de la vacancia y el proceso judicial ante los órganos jurisdiccionales. Si se trata del supuesto de un ilícito penal el que origina la vacancia (digamos malversación de fondos o uso indebido de los recursos del estado), no es obligatorio que la autoridad cuya vacancia se solicita, espere o exija que el órgano judicial se manifieste primero sobre el hecho que originó la vacancia (es decir si existe o no culpabilidad); en vista que la institución de la vacancia (y la revocatoria también) son juicios políticos en los que el ciudadano, una organización social, una autoridad o un ente colegiado deciden sobre el comportamiento político de la autoridad cuestionada.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad a revocar, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
De no alcanzar las firmas mínimas de adherentes certificadas por el RENIEC o de no alcanzar la mayoría absoluta de electores en la consulta de revocatoria, se produce la ratificación de la autoridad y esta continua en el cargo sin posibilidad que se admita una nueva petición de revocatoria hasta después de dos años de realizada la consulta.
De alcanzar mayoría absoluta la revocatoria, esta solo alcanza a la autoridad elegida, sucediéndole quien alcanzó el siguiente lugar en el número de votos de la misma lista a fin que complete su mandato; salvo que la revocatoria alcance a más de un tercio de los miembros del Concejo Municipal o Regional, en ese caso se convoca a nuevas elecciones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Por la democracia representativa nosotros elegimos a nuestras autoridades por elección popular. Les otorgamos un mandato (de allí el nombre de mandatario) por un periodo de tiempo determinado. Son nuestros representantes a fin que, vía delegación de facultades del pueblo, dirijan los destinos de un país, una región o un municipio, sea nuestro representante en el Parlamento, administre justicia o imponga la ley y el orden en los casos en que el magistrado o la autoridad policial sea designado por elección de sus pares ciudadanos. La democracia representativa moderna nació en Inglaterra y tiene aproximadamente quinientos años, por lo que históricamente es bastante “joven”. Demás está decir que es el sistema político dominante en el mundo (aunque no exclusivo).
La democracia directa es más antigua, data de la Grecia clásica, cuando los ciudadanos atenienses se reunían en el ágora a fin de decidir sobre los asuntos de su polis. Proponían iniciativas legislativas, hacían justicia, ordenaban el destierro o la muerte de alguna persona, entre otras cuestiones.
Esta forma de democracia se perdió en las tinieblas de los tiempos y últimamente ha sido rescatada a fin que el ciudadano decida directamente sobre los temas que más le conciernen o afectan. Ejemplo: Solo por citar dos temas polémicos, el ciudadano podría decidir por referéndum la legalización del aborto o de las drogas. Sobre su decisión, como soberano, nadie más está.
Dicho sea de paso, en nuestro país el referéndum apenas ha sido utilizado en tres oportunidades: para aprobar la Constitución vigente de 1993, para la conformación de las macrorregiones en 2005 (que no prosperó), y para decidir sobre la devolución de los aportes al FONAVI en 2010.
Dentro de nuestra normativa, la ley que desarrolla las instituciones de democracia directa es la 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, la cual hace una distinción entre los derechos de participación de los ciudadanos y los derechos de control.
En los primeros incluye a: la iniciativa de Reforma Constitucional y de formación de las leyes, el Referéndum, y la iniciativa en la formación de dispositivos municipales y regionales. (Existen otras instituciones que no se encuentran en la 26300, como el presupuesto participativo o, ahora último, la consulta previa).
En los derechos de control ciudadano tenemos a la revocatoria y remoción de autoridades, y la demanda de rendición de cuentas.
Una diferencia entre unos y otros, es que los derechos de participación ciudadana son propositivos: se escucha la opinión del ciudadano para crear, modificar o derogar una ley o decidir sobre un asunto de importancia capital para él. Los derechos de control ciudadano más bien son fiscalizadores de la gestión de una autoridad.
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Dentro de los derechos de control ciudadano, tenemos a la revocatoria que significa literalmente “retirarle el mandato” a una autoridad elegida por elección popular.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa, en vista que, como cualquier sistema político, la democracia representativa es sumamente imperfecta, por lo que una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a las instituciones de la llamada democracia directa.
Recordemos que en la democracia representativa el pueblo le otorga al funcionario elegido por elección popular un mandato por un periodo de tiempo determinado. Por medio de la revocatoria, le revoca o retira el mandato conferido.
La revocatoria se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ya mencionada ley 26300. En nuestro país solo alcanza a los alcaldes y regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular.
Dentro de los requisitos de la revocatoria se encuentra que no procede ni en el primer ni el último año del mandato conferido. Ello debido a que en el primer año la autoridad elegida recién “se asienta en el cargo”, toma conocimiento del mismo, por lo que se ha querido evitar un exceso en su uso. Igual en el último año, en vista que es un año netamente de sucesión electoral y la revocatoria puede ser utilizada como manipulación política.
Precisamente sobre la manipulación política, es lo que se denomina excesos o mal uso de las instituciones democráticas por parte de los operadores políticos, tergiversando los fines propios de la institución. Obviamente la solución no está en eliminar la institución cuestionada, sino en perfeccionarla.
La revocatoria debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poder entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero como mandante le retira la confianza otorgada al mandatario en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Pero, por lo general, los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta a la revocatoria es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, en la Ley Orgánica de Municipalidades de Perú, ley 27972, el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
A grandes trazos podemos decir que por la vacancia, la autoridad elegida “vaca en el cargo” (cesa en el ejercicio del cargo) luego de un proceso sobretodo político y en el cual existen pruebas o, por lo menos, indicios probatorios serios de la causal que la origina, teniendo oportunidad el vacado de defenderse. En la revocatoria, el pueblo, entendido como el máximo soberano, le revoca el mandato conferido al mandatario sin necesidad de probar ninguna causal. “Te retiro el poder que te di” como sucede entre cualquier poderdante y apoderado.
Es bastante común confundir el juicio político de la vacancia y el proceso judicial ante los órganos jurisdiccionales. Si se trata del supuesto de un ilícito penal el que origina la vacancia (digamos malversación de fondos o uso indebido de los recursos del estado), no es obligatorio que la autoridad cuya vacancia se solicita, espere o exija que el órgano judicial se manifieste primero sobre el hecho que originó la vacancia (es decir si existe o no culpabilidad); en vista que la institución de la vacancia (y la revocatoria también) son juicios políticos en los que el ciudadano, una organización social, una autoridad o un ente colegiado deciden sobre el comportamiento político de la autoridad cuestionada.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad a revocar, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
De no alcanzar las firmas mínimas de adherentes certificadas por el RENIEC o de no alcanzar la mayoría absoluta de electores en la consulta de revocatoria, se produce la ratificación de la autoridad y esta continua en el cargo sin posibilidad que se admita una nueva petición de revocatoria hasta después de dos años de realizada la consulta.
De alcanzar mayoría absoluta la revocatoria, esta solo alcanza a la autoridad elegida, sucediéndole quien alcanzó el siguiente lugar en el número de votos de la misma lista a fin que complete su mandato; salvo que la revocatoria alcance a más de un tercio de los miembros del Concejo Municipal o Regional, en ese caso se convoca a nuevas elecciones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Friday, February 03, 2012
SAN STEVE
Todo ser humano es controvertido. Tenemos luces y sombras y no somos enteramente “buenos o malos”. Sucede con el ilustre desconocido y con aquel que legó a la humanidad valiosos aportes, sea en las artes, letras, ciencia o tecnología.
Ello ha raíz de la aparición de facetas del “lado oscuro” de Steve Jobs, el fundador de Apple. Testimonios que manifiestan el despotismo y hasta humillación hacia sus subordinados, la forma implacable y sin escrúpulos con que se imponía en el mercado o, peor aún, el negarse a reconocer por largos años a una hija extramatrimonial.
Luego de su fallecimiento se aplicó a Steve Jobs un adagio muy peruano: “no hay muerto malo”. Cuando alguien muere pasa a la santidad, así haya sido un desgraciado en la tierra. Lo lloran hasta sus peores enemigos. Algo de eso sucedió con Jobs cuando falleció. Se quemó incienso, se lloró a mares por pérdida tan irreparable, se decía que nos miraba desde “la nube”, lo cual ya tenía una connotación de santidad.
Los testimonios que han aparecido contrabalancean esa imagen prístina, inmaculada. Y está bien, porque eso nos dará una imagen más cabal y equilibrada del hombre de carne y hueso. No de “San Steve”, ni tampoco del ser pérfido que se quiere dibujar en las redes.
Quizás a futuro reconozcamos que fue un hombre genial en la industria del software, con innovaciones sorprendentes que usamos todos en nuestras computadoras, pero que tuvo también su lado oscuro como cualquier mortal. No fue ni santo ni demonio.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Ello ha raíz de la aparición de facetas del “lado oscuro” de Steve Jobs, el fundador de Apple. Testimonios que manifiestan el despotismo y hasta humillación hacia sus subordinados, la forma implacable y sin escrúpulos con que se imponía en el mercado o, peor aún, el negarse a reconocer por largos años a una hija extramatrimonial.
Luego de su fallecimiento se aplicó a Steve Jobs un adagio muy peruano: “no hay muerto malo”. Cuando alguien muere pasa a la santidad, así haya sido un desgraciado en la tierra. Lo lloran hasta sus peores enemigos. Algo de eso sucedió con Jobs cuando falleció. Se quemó incienso, se lloró a mares por pérdida tan irreparable, se decía que nos miraba desde “la nube”, lo cual ya tenía una connotación de santidad.
Los testimonios que han aparecido contrabalancean esa imagen prístina, inmaculada. Y está bien, porque eso nos dará una imagen más cabal y equilibrada del hombre de carne y hueso. No de “San Steve”, ni tampoco del ser pérfido que se quiere dibujar en las redes.
Quizás a futuro reconozcamos que fue un hombre genial en la industria del software, con innovaciones sorprendentes que usamos todos en nuestras computadoras, pero que tuvo también su lado oscuro como cualquier mortal. No fue ni santo ni demonio.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, January 31, 2012
EL MOVADEF
En esta cuestión de la inscripción partidaria del MOVADEF, voy a ir a contracorriente de lo “políticamente correcto”.
Recuerdo que en una ocasión similar, cuando el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) quiso legalizarse como partido político escribí algo al respecto:
“El problema gira en torno a si deben o no ser admitidos en la legalidad, considerando con cautela su pedido, dados sus antecedentes. Es como si un ladrón prontuariado, una vez cumplida su condena, quisiera ser vigilante de una entidad bancaria. Quizás sus antiguos hábitos todavía hagan recelar.
“Es natural la suspicacia, pero el caso no es tanto juzgar a priori, sino que por los actos de sus propios integrantes se conocerá si existe un verdadero sinceramiento democrático. Generalmente los grupos subversivos que pasan a la legalidad atraviesan por una etapa de transición, en la cual si bien realizan una autocrítica de sus actos pasados, todavía reconocen con orgullo el fin noble de sus objetivos (una sociedad más justa). Se desprenden del pasado pero todavía no del todo. Es el caso del MRTA actualmente (y lo fue del APRA en sus orígenes). Superada esa etapa de transición, si logran desprenderse del todo de su pasado, entrarán cien por ciento en las puertas de la legalidad y el sistema democrático, lo cual puede ser coadyuvado con el ingreso de nuevos miembros que no hayan estado comprometidos con los hechos subversivos.
……
“Muchos de los miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru han purgado carcelería y están libres. Jurídicamente, como ciudadanos con sus derechos recobrados, pueden ejercer sus derechos políticos irrestrictamente, incluyendo el asociarse y decidir inscribir un partido político. Desde el punto de vista de la variedad partidaria, será una alternativa que oxigenará nuestro enrarecido y atomizado medio. Que convenza o no su programa político, que sus dirigentes sean expresión de la “conversión” democrática que manifiestan, que llegue a cuajar o no como partido político y sea representativo de la sociedad peruana, eso solo el tiempo lo dirá”.
(El MRTA quiere ser partido político, http://elobservador.perublog.net/2009/08/05/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/ y http://elobservador.perublog.net/2008/06/11/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/).
Claro, el MRTA no generó tantas resistencias en la sociedad peruana cuando intentó ingresar a la legalidad, como las generadas por Sendero Luminoso, quizás porque los tupamaros no fueron tan letales ni asesinos como los seguidores de Guzmán.
Pero, en los dos se cumplen las mismas constantes: inicialmente optaron por la violencia en la variante del terrorismo (llamada alternativamente “guerra popular”, “guerra interna”, “guerra civil”, “conflicto armado interno”), militarmente fueron derrotados, sus principales dirigentes se encuentran purgando carcelería, varios mandos medios ya se encuentran libres y tienen expeditos sus derechos, entre ellos, el formar un partido político y actuar en la escena política oficial.
El asunto con Sendero es la sinceridad en su “conversión democrática”. Todo parece indicar que no es auténtica. Tampoco se percibe la necesaria autocrítica a sus actos pasados.
Están en esa etapa de transición a que aludí con respecto al MRTA. Se quieren desprender de ese pasado, pero todavía hay resistencias internas y externas. Quizás formalmente cumplen con los requisitos legales, pero su accionar y pensamiento sigue arrastrando el lastre de las acciones cometidas.
A ello se debe sumar que, luego de la captura de Abimael Guzmán y la plana dirigente en 1992, “no hay un solo Sendero Luminoso”. A grosso modo, están los del VRAE, que se dedican más al negocio del narcotráfico y los ideales de una “sociedad nueva” les importan un comino. Y están los de acá, con un actuar más político que militar, que siguen la línea del “cese de la lucha armada” decretada desde la cárcel por Guzmán (trasformados ahora en MOVADEF), siguiendo –como ellos mismos lo han reconocido en un acto de sinceridad nada casual y bastante calculado- “el pensamiento Gonzalo”.
Para ser melodramático, diremos que todavía “su pasado los condena”.
No se si llegarán a desprenderse del todo de ese pasado. Para ello ayudaría mucho “gente nueva”, que desee integrar sus filas y que no esté asociada a esos terribles y sanguinarios actos perpetrados (aunque no soy muy optimista escuchando las declaraciones de jóvenes dirigentes del MOVADEF, más bien orgullosos de las acciones acometidas por SL).
Incluso su programa político es minimalista e inviable. Solo la amnistía para los implicados en la muerte y desolación del Perú de hace treinta años, incluyendo a Abimael Guzmán y a los mandos militares que purgan condena. La consigna es “Todos libres”.
Salvando las distancias, se parece un poco al programa que los fujimoristas plantearon en las últimas elecciones: la liberación incondicional de Alberto Fujimori. Un programa que en esencia se reducía a un solo punto.
En sinceridad, el programa político del MOVADEF es inviable y hasta utópico. Ese programa no convence como para ganar una elección. ¿Querrán de verdad eso o hay algo más? ¿Están buscando que el sistema legal “les cierre las puertas” y tener así una justificación para otras acciones legales, como acudir a la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos, parte del “orden burgués” que tanto denigraron y menospreciaron en el pasado?
Sería buena propaganda. El mostrarse como “perseguido político” siempre reporta réditos. Pregúntenle al APRA auroral. Además, ya vemos como trata la Corte al estado peruano cada vez que es puesto en el banquillo de los acusados. (Y, como adelanto de lo que se viene, la CIDH podría considerarlos como “insurgentes”, con las implicancias jurídicas que ello significa, tal como lo ha establecido para el MRTA).
Por otra parte, sería recomendable que el estado difunda más la historia de nuestro pasado. Se, por experiencia propia, que los jóvenes no conocen muy bien los años del terror o, en el mejor de los casos, los ven dentro de una bruma lejana, referida muchas veces por sus padres. Allí tiene una gran tarea el estado. No solo por el controvertido Museo de la Memoria (cuya ejecución debe seguir), sino con políticas educativas plasmadas en los textos escolares. Y, eufemismos aparte en el contenido, debería circular una versión resumida del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Más allá de la discusión en el número de peruanos caídos en aquellos aciagos años; lo cierto es que Sendero Luminoso tiene por lo menos 25,000 muertos en su haber (siendo modestos en la cifra). Esos hechos de nuestro pasado se deben conocer y no olvidar.
Y, en todo este jaleo, ¿dónde están los partidos políticos “democráticos”? No se nota su presencia en las universidades nacionales, nicho por excelencia de Sendero Luminoso/MOVADEF. Brillan por su ausencia el PPC, AP, la misma APRA. La “guerra ideológica” contra el MOVADEF es responsabilidad principal de los partidos políticos. Si SL ha vuelto a resurgir en las universidades públicas, entre otras razones, es por falta de oposición a sus tesis en la arena del debate político. Con una izquierda pigmea, casi fantasmal, y unos partidos de centro y derecha democrática inexistentes en el campus universitario, amén de autoridades y profesores pusilánimes, le facilitaron enormemente a las huestes de Guzmán la labor de prédica y conseguir nuevos feligreses en las generaciones jóvenes que no vivieron en carne propia el terror.
Para terminar y a modo de “moraleja”, diremos que a veces es mejor no actuar cegados por la furia. No ser “reactivos” como lo está siendo el Ejecutivo y el Congreso con un proyecto de ley para impedir la inscripción del MOVADEF. Eso lo desearían los enemigos de la democracia, que “pisemos el palito”. Es mejor actuar fría y razonadamente; aunque comprendo es difícil por la presión mediática y de la sociedad, con mayor razón si se trata del “movimiento más letal del mundo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Recuerdo que en una ocasión similar, cuando el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) quiso legalizarse como partido político escribí algo al respecto:
“El problema gira en torno a si deben o no ser admitidos en la legalidad, considerando con cautela su pedido, dados sus antecedentes. Es como si un ladrón prontuariado, una vez cumplida su condena, quisiera ser vigilante de una entidad bancaria. Quizás sus antiguos hábitos todavía hagan recelar.
“Es natural la suspicacia, pero el caso no es tanto juzgar a priori, sino que por los actos de sus propios integrantes se conocerá si existe un verdadero sinceramiento democrático. Generalmente los grupos subversivos que pasan a la legalidad atraviesan por una etapa de transición, en la cual si bien realizan una autocrítica de sus actos pasados, todavía reconocen con orgullo el fin noble de sus objetivos (una sociedad más justa). Se desprenden del pasado pero todavía no del todo. Es el caso del MRTA actualmente (y lo fue del APRA en sus orígenes). Superada esa etapa de transición, si logran desprenderse del todo de su pasado, entrarán cien por ciento en las puertas de la legalidad y el sistema democrático, lo cual puede ser coadyuvado con el ingreso de nuevos miembros que no hayan estado comprometidos con los hechos subversivos.
……
“Muchos de los miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru han purgado carcelería y están libres. Jurídicamente, como ciudadanos con sus derechos recobrados, pueden ejercer sus derechos políticos irrestrictamente, incluyendo el asociarse y decidir inscribir un partido político. Desde el punto de vista de la variedad partidaria, será una alternativa que oxigenará nuestro enrarecido y atomizado medio. Que convenza o no su programa político, que sus dirigentes sean expresión de la “conversión” democrática que manifiestan, que llegue a cuajar o no como partido político y sea representativo de la sociedad peruana, eso solo el tiempo lo dirá”.
(El MRTA quiere ser partido político, http://elobservador.perublog.net/2009/08/05/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/ y http://elobservador.perublog.net/2008/06/11/el-mrta-quiere-ser-partido-pol-tico/).
Claro, el MRTA no generó tantas resistencias en la sociedad peruana cuando intentó ingresar a la legalidad, como las generadas por Sendero Luminoso, quizás porque los tupamaros no fueron tan letales ni asesinos como los seguidores de Guzmán.
Pero, en los dos se cumplen las mismas constantes: inicialmente optaron por la violencia en la variante del terrorismo (llamada alternativamente “guerra popular”, “guerra interna”, “guerra civil”, “conflicto armado interno”), militarmente fueron derrotados, sus principales dirigentes se encuentran purgando carcelería, varios mandos medios ya se encuentran libres y tienen expeditos sus derechos, entre ellos, el formar un partido político y actuar en la escena política oficial.
El asunto con Sendero es la sinceridad en su “conversión democrática”. Todo parece indicar que no es auténtica. Tampoco se percibe la necesaria autocrítica a sus actos pasados.
Están en esa etapa de transición a que aludí con respecto al MRTA. Se quieren desprender de ese pasado, pero todavía hay resistencias internas y externas. Quizás formalmente cumplen con los requisitos legales, pero su accionar y pensamiento sigue arrastrando el lastre de las acciones cometidas.
A ello se debe sumar que, luego de la captura de Abimael Guzmán y la plana dirigente en 1992, “no hay un solo Sendero Luminoso”. A grosso modo, están los del VRAE, que se dedican más al negocio del narcotráfico y los ideales de una “sociedad nueva” les importan un comino. Y están los de acá, con un actuar más político que militar, que siguen la línea del “cese de la lucha armada” decretada desde la cárcel por Guzmán (trasformados ahora en MOVADEF), siguiendo –como ellos mismos lo han reconocido en un acto de sinceridad nada casual y bastante calculado- “el pensamiento Gonzalo”.
Para ser melodramático, diremos que todavía “su pasado los condena”.
No se si llegarán a desprenderse del todo de ese pasado. Para ello ayudaría mucho “gente nueva”, que desee integrar sus filas y que no esté asociada a esos terribles y sanguinarios actos perpetrados (aunque no soy muy optimista escuchando las declaraciones de jóvenes dirigentes del MOVADEF, más bien orgullosos de las acciones acometidas por SL).
Incluso su programa político es minimalista e inviable. Solo la amnistía para los implicados en la muerte y desolación del Perú de hace treinta años, incluyendo a Abimael Guzmán y a los mandos militares que purgan condena. La consigna es “Todos libres”.
Salvando las distancias, se parece un poco al programa que los fujimoristas plantearon en las últimas elecciones: la liberación incondicional de Alberto Fujimori. Un programa que en esencia se reducía a un solo punto.
En sinceridad, el programa político del MOVADEF es inviable y hasta utópico. Ese programa no convence como para ganar una elección. ¿Querrán de verdad eso o hay algo más? ¿Están buscando que el sistema legal “les cierre las puertas” y tener así una justificación para otras acciones legales, como acudir a la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos, parte del “orden burgués” que tanto denigraron y menospreciaron en el pasado?
Sería buena propaganda. El mostrarse como “perseguido político” siempre reporta réditos. Pregúntenle al APRA auroral. Además, ya vemos como trata la Corte al estado peruano cada vez que es puesto en el banquillo de los acusados. (Y, como adelanto de lo que se viene, la CIDH podría considerarlos como “insurgentes”, con las implicancias jurídicas que ello significa, tal como lo ha establecido para el MRTA).
Por otra parte, sería recomendable que el estado difunda más la historia de nuestro pasado. Se, por experiencia propia, que los jóvenes no conocen muy bien los años del terror o, en el mejor de los casos, los ven dentro de una bruma lejana, referida muchas veces por sus padres. Allí tiene una gran tarea el estado. No solo por el controvertido Museo de la Memoria (cuya ejecución debe seguir), sino con políticas educativas plasmadas en los textos escolares. Y, eufemismos aparte en el contenido, debería circular una versión resumida del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Más allá de la discusión en el número de peruanos caídos en aquellos aciagos años; lo cierto es que Sendero Luminoso tiene por lo menos 25,000 muertos en su haber (siendo modestos en la cifra). Esos hechos de nuestro pasado se deben conocer y no olvidar.
Y, en todo este jaleo, ¿dónde están los partidos políticos “democráticos”? No se nota su presencia en las universidades nacionales, nicho por excelencia de Sendero Luminoso/MOVADEF. Brillan por su ausencia el PPC, AP, la misma APRA. La “guerra ideológica” contra el MOVADEF es responsabilidad principal de los partidos políticos. Si SL ha vuelto a resurgir en las universidades públicas, entre otras razones, es por falta de oposición a sus tesis en la arena del debate político. Con una izquierda pigmea, casi fantasmal, y unos partidos de centro y derecha democrática inexistentes en el campus universitario, amén de autoridades y profesores pusilánimes, le facilitaron enormemente a las huestes de Guzmán la labor de prédica y conseguir nuevos feligreses en las generaciones jóvenes que no vivieron en carne propia el terror.
Para terminar y a modo de “moraleja”, diremos que a veces es mejor no actuar cegados por la furia. No ser “reactivos” como lo está siendo el Ejecutivo y el Congreso con un proyecto de ley para impedir la inscripción del MOVADEF. Eso lo desearían los enemigos de la democracia, que “pisemos el palito”. Es mejor actuar fría y razonadamente; aunque comprendo es difícil por la presión mediática y de la sociedad, con mayor razón si se trata del “movimiento más letal del mundo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, January 18, 2012
SOBRE LA REVOCATORIA: EL CASO SUSANA VILLARÁN
En el procedimiento de revocatoria del mandato de una autoridad elegida, hay que diferenciar distintos elementos y planos que se encuentran entrelazados y a veces impiden apreciar el problema en su conjunto.
En primer lugar, la iniciativa para revocar a una autoridad municipal es perfectamente legal y democrática. Se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ley 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, uno de cuyos derechos es precisamente la revocatoria de autoridades. Conforme a la mencionada norma, la revocatoria alcanza a los alcaldes, regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular, debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poderes entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero “le quita el mandato otorgado” a la autoridad cuestionada. Le retira la confianza que le depositó en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Hipotéticamente podría ser hasta porque a los ciudadanos no les gusta el color de camisas que usa el revocado. Pero, por lo general los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, la Ley Orgánica de Municipalidades, ley 27972, en el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad cuestionada, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
Por la infraestructura demandada para conseguir firmas y revocar a la autoridad edil de una ciudad como Lima, no es fácil, dada la complejidad y dimensiones de la capital. Se requiere gran financiamiento económico, contratación de personal ad hoc que recabe firmas, compra del kit para la revocatoria, alquiler de locales, propaganda en los medios, etc. Tampoco es imposible.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa. Tengamos presente que el sistema político dominante en el mundo es el de la democracia representativa, históricamente bastante “joven” (tiene algo así como 500 años de vigencia), el cual cuenta con muchas imperfecciones. Una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a instituciones de la llamada democracia directa, forma democrática mucho más antigua y que data de la Grecia clásica. Dentro de las instituciones de la democracia directa moderna encontramos, entre otras, al referéndum, la iniciativa para la formación de leyes, la revocatoria y ahora último la consulta previa.
Claro, como en todas las instituciones, sea de la democracia directa o representativa, los operadores políticos la pueden llevar a niveles de distorsión extrema cuando usan y abusan de estas deviniendo, en especial las instituciones de la democracia directa, en lo que se conoce como “democracia plebiscitaria”: el uso recurrente del mandatario de consultas al pueblo a fin de ganar legitimidad y buscar perpetuarse en el poder. En la actualidad es el caso de las “repúblicas chavistas”, donde el mandatario conocedor que ganará la consulta, la promueve (ejemplo: promueve, en un momento que la aprobación ciudadana lo favorece, “la reforma constitucional” para reelegirse en forma indefinida). Es una variante del viejo argumento “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
No obstante los excesos que pueden producirse, la eliminación de las instituciones de democracia directa y, en especial, de la revocatoria, no es la solución. Se dice que es usada como “cargamontón político” por los que perdieron la elección contra el alcalde o presidente regional en ejercicio. Otros, creyendo haber descubierto la pólvora, sostienen que es un mecanismo ajeno a la democracia representativa. (Obvio, como que pertenece más bien a la democracia directa). Lo cierto es que los argumentos de quienes sostienen la eliminación de la institución son bastante débiles. Con la misma lógica podríamos argumentar que también se elimine la elección directa para el cargo de presidente de la república y congresistas, en vista que existen manipuladores y demagogos que distorsionan el voto popular y por eso tenemos congresistas y hasta presidentes francamente impresentables. El asunto va más por perfeccionar la revocatoria que eliminarla.
En Perú, el derecho de este ejercicio ciudadano tiene un amplio expertise, sobretodo contra autoridades municipales. No es nuevo; lo que sucede es que por vez primera acontece con el alcalde nada menos que de la capital. Ya no es una lejana provincia con escasos electores, sino la misma ciudad de Lima.
En el caso concreto de Susana Villarán, el argumento esgrimido por quienes promueven su revocatoria es la ineficiencia de la alcaldesa. No dicen que sea corrupta, ni existen indicios serios de corrupción en su entorno. Sus detractores no denuncian que existan casos tipo Comunicore o de la “vía expresa” en la avenida Faucett, como fueron notorios en gobiernos edilicios pasados tanto de Lima metropolitana como de la provincia constitucional del Callao. Se circunscriben más bien a la ineficiencia y para ello exhiben como “pruebas” desde el vano intento de poner orden en el tránsito de Lima y renovar la flota de transporte público, pasando por iniciativas infelices como la “zona rosa”, el nombramiento en un cargo importante del municipio sin contar con méritos propios de la hija de un conocido congresista de izquierda, hasta la arena que se la llevó el mar en la playa La Herradura.
Si efectuamos un juicio desapasionado del primer año de Villarán, su gestión ha sido regular y libre de sonados casos de corrupción (lo que ya es mucho decir en gobiernos peruanos de distinto tipo, color y tamaño). Es cierto que su equipo de trabajo “no ha prendido fuego”. Con experiencia más a nivel de ONGs y consultorías, difícilmente han podido manejar las riendas de un gobierno tan complejo como el limeño. A ello hay que sumar el muy posible “sabotaje” que la oposición a su gestión (y que aspira a reemplazarla en una eventual revocatoria, no seamos ingenuos) esté haciendo al interior del propio municipio.
De atenernos a los cálculos de tiempo que conlleva este proceso, en el mejor de los casos la consulta ciudadana sería para el segundo semestre del año y de ser positiva recién en el subsiguiente (2013) se podría convocar a una nueva elección para alcalde provincial, completando Villarán de esta manera casi tres de los cuatros años de su mandato como alcaldesa; pero con un déficit serio: ya no tendría iniciativa para las acciones de mejoramiento de la ciudad. Sufriría un proceso de desgaste y paralización que le impediría cualquier iniciativa, contentándose apenas con administrar Lima “tal como está”, con perjuicio obviamente para todos los vecinos.
El otro escenario sería que los promotores de la revocatoria no consigan las firmas necesarias o de conseguirlas no ganen la consulta, dado que se requiere mayoría absoluta de toda la población electoral limeña, algo sumamente difícil. Si fuese así, Villarán sería ratificada y saldría fortalecida políticamente. Un tanto maltrecha, pero fortalecida.
Por otra parte, quizás el descontento que con respecto a su gestión se percibe en el ambiente, como lo demuestran los sondeos que se han realizado, obedece a las grandes expectativas que generó su candidatura. No es solamente “cuatro loquitos conspiradores ayudados por la prensa más reaccionaria” los que están detrás (incluyendo, al parecer, a dos ex alcaldes perdedores en las elecciones pasadas y que desean afanosamente regresar a sus cargos ediles). Si fuese así, jamás prosperaría la revocatoria, por más ayuda financiera y mediática que tuviese.
No es solamente una campaña de desprestigio la que explica su baja aceptación edilicia, existe una base social de descontento hacia la gestión de Villarán y creo que esa base se explica por las grandes expectativas generadas y no cumplidas. Se “respiraba” la esperanza que con ella (luego de subir a los primeros puestos en las elecciones municipales pasadas por tacha de uno de los principales candidatos) podía generarse “un gran cambio” en Lima, acompañado de una gestión más trasparente y “sana”. Salvo lo último, eso no sucedió. Más quedó en promesa que en realidad.
A lo que se debe sumar que la alcaldesa “no ha sintonizado” con sus vecinos. La “sintonía” es más intuitiva, obedece al “olfato político” de la autoridad elegida, algo de lo que Villarán al parecer carece. Puede tener buenas intenciones, pero le falta “olfato político”. De allí sus reiteradas “metidas de pata”.
Susana Villarán tenía un gran reto cuando salió elegida: estar a la altura del cargo conferido. No solo porque era la primera mujer elegida como alcaldesa de la capital por elección popular; sino –y más importante- debido a que por segunda vez, luego de más de veinticinco años, la izquierda regresaba al municipio de Lima, desde que en 1983 el desparecido Alfonso Barrantes ganase la alcaldía al frente del conglomerado Izquierda Unida. Era un gran reto que, en honor a la verdad, Villarán no ha sabido estar a la justa medida. Ni ella ni su equipo. Lo más sensato es que termine su periodo edil, que lo termine bien de ser posible, luego haga sus maletas y se vaya.
Tal como están las cosas no creo que piense en la reelección, porque en esa empresa los dioses no la van a acompañar y va a tener muchas fuerzas en contra. Como dijo un analista político, en estos difíciles meses que se le vienen a Villarán, la mejor actitud que puede tener es seguir trabajando como si el proceso de revocatoria no existiese. Y, yo añadiría, ojalá atine mejor en las propuestas que realiza.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
En primer lugar, la iniciativa para revocar a una autoridad municipal es perfectamente legal y democrática. Se encuentra establecida en la propia Constitución Política (art. 2º, inc. 17, y art. 31º) y en la ley 26300, ley de derechos de participación y control ciudadanos, uno de cuyos derechos es precisamente la revocatoria de autoridades. Conforme a la mencionada norma, la revocatoria alcanza a los alcaldes, regidores, presidentes regionales y magistrados elegidos por elección popular, debe estar fundamentada (es decir, se debe explicar las razones que la originan), pero no requiere ser probada.
Este último extremo (la no necesidad de probanza) obedece a que la revocatoria es un derecho por medio del cual, en un contrabalance de poderes entre el pueblo y quien detenta un cargo público, el primero “le quita el mandato otorgado” a la autoridad cuestionada. Le retira la confianza que le depositó en las urnas. Puede ser por distintas razones, ello la ley no lo señala (es lo que en derecho se denomina numerus apertus). Hipotéticamente podría ser hasta porque a los ciudadanos no les gusta el color de camisas que usa el revocado. Pero, por lo general los procesos de revocatoria han obedecido a ineficiencia absoluta de la autoridad elegida y/o corrupción extrema.
Una institución distinta es la vacancia, la cual sí se encuentra establecida por causal específica en la ley (numerus clausus) y requiere necesariamente ser probada, teniendo derecho el vacado, como medios de defensa, al uso de recursos impugnatorios y a la doble instancia (que su caso sea revisado por una instancia superior, de serle desfavorable la decisión inicial). Por ejemplo, la Ley Orgánica de Municipalidades, ley 27972, en el artículo 22º establece las causales de vacancia del cargo de alcalde o regidor, y el artículo 23º el procedimiento, así como los medios de defensa a que tiene derecho el vacado.
Volviendo a la institución de la revocatoria, para la solicitud se requiere de la adherencia del veinticinco por ciento de los electores de la circunscripción electoral en la cual fue elegida la autoridad cuestionada, hasta un máximo de 400,000 firmas. Para conseguir la revocatoria es necesario la mitad más uno (mayoría absoluta) de electores.
Por la infraestructura demandada para conseguir firmas y revocar a la autoridad edil de una ciudad como Lima, no es fácil, dada la complejidad y dimensiones de la capital. Se requiere gran financiamiento económico, contratación de personal ad hoc que recabe firmas, compra del kit para la revocatoria, alquiler de locales, propaganda en los medios, etc. Tampoco es imposible.
Desde el punto de vista de las Ciencias Políticas, la revocatoria y las demás instituciones de la democracia directa son formas efectivas de “democracia subsidiaria”, es decir de apoyo a la democracia representativa. Tengamos presente que el sistema político dominante en el mundo es el de la democracia representativa, históricamente bastante “joven” (tiene algo así como 500 años de vigencia), el cual cuenta con muchas imperfecciones. Una manera de “equilibrar” un poco esas imperfecciones es recurriendo a instituciones de la llamada democracia directa, forma democrática mucho más antigua y que data de la Grecia clásica. Dentro de las instituciones de la democracia directa moderna encontramos, entre otras, al referéndum, la iniciativa para la formación de leyes, la revocatoria y ahora último la consulta previa.
Claro, como en todas las instituciones, sea de la democracia directa o representativa, los operadores políticos la pueden llevar a niveles de distorsión extrema cuando usan y abusan de estas deviniendo, en especial las instituciones de la democracia directa, en lo que se conoce como “democracia plebiscitaria”: el uso recurrente del mandatario de consultas al pueblo a fin de ganar legitimidad y buscar perpetuarse en el poder. En la actualidad es el caso de las “repúblicas chavistas”, donde el mandatario conocedor que ganará la consulta, la promueve (ejemplo: promueve, en un momento que la aprobación ciudadana lo favorece, “la reforma constitucional” para reelegirse en forma indefinida). Es una variante del viejo argumento “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
No obstante los excesos que pueden producirse, la eliminación de las instituciones de democracia directa y, en especial, de la revocatoria, no es la solución. Se dice que es usada como “cargamontón político” por los que perdieron la elección contra el alcalde o presidente regional en ejercicio. Otros, creyendo haber descubierto la pólvora, sostienen que es un mecanismo ajeno a la democracia representativa. (Obvio, como que pertenece más bien a la democracia directa). Lo cierto es que los argumentos de quienes sostienen la eliminación de la institución son bastante débiles. Con la misma lógica podríamos argumentar que también se elimine la elección directa para el cargo de presidente de la república y congresistas, en vista que existen manipuladores y demagogos que distorsionan el voto popular y por eso tenemos congresistas y hasta presidentes francamente impresentables. El asunto va más por perfeccionar la revocatoria que eliminarla.
En Perú, el derecho de este ejercicio ciudadano tiene un amplio expertise, sobretodo contra autoridades municipales. No es nuevo; lo que sucede es que por vez primera acontece con el alcalde nada menos que de la capital. Ya no es una lejana provincia con escasos electores, sino la misma ciudad de Lima.
En el caso concreto de Susana Villarán, el argumento esgrimido por quienes promueven su revocatoria es la ineficiencia de la alcaldesa. No dicen que sea corrupta, ni existen indicios serios de corrupción en su entorno. Sus detractores no denuncian que existan casos tipo Comunicore o de la “vía expresa” en la avenida Faucett, como fueron notorios en gobiernos edilicios pasados tanto de Lima metropolitana como de la provincia constitucional del Callao. Se circunscriben más bien a la ineficiencia y para ello exhiben como “pruebas” desde el vano intento de poner orden en el tránsito de Lima y renovar la flota de transporte público, pasando por iniciativas infelices como la “zona rosa”, el nombramiento en un cargo importante del municipio sin contar con méritos propios de la hija de un conocido congresista de izquierda, hasta la arena que se la llevó el mar en la playa La Herradura.
Si efectuamos un juicio desapasionado del primer año de Villarán, su gestión ha sido regular y libre de sonados casos de corrupción (lo que ya es mucho decir en gobiernos peruanos de distinto tipo, color y tamaño). Es cierto que su equipo de trabajo “no ha prendido fuego”. Con experiencia más a nivel de ONGs y consultorías, difícilmente han podido manejar las riendas de un gobierno tan complejo como el limeño. A ello hay que sumar el muy posible “sabotaje” que la oposición a su gestión (y que aspira a reemplazarla en una eventual revocatoria, no seamos ingenuos) esté haciendo al interior del propio municipio.
De atenernos a los cálculos de tiempo que conlleva este proceso, en el mejor de los casos la consulta ciudadana sería para el segundo semestre del año y de ser positiva recién en el subsiguiente (2013) se podría convocar a una nueva elección para alcalde provincial, completando Villarán de esta manera casi tres de los cuatros años de su mandato como alcaldesa; pero con un déficit serio: ya no tendría iniciativa para las acciones de mejoramiento de la ciudad. Sufriría un proceso de desgaste y paralización que le impediría cualquier iniciativa, contentándose apenas con administrar Lima “tal como está”, con perjuicio obviamente para todos los vecinos.
El otro escenario sería que los promotores de la revocatoria no consigan las firmas necesarias o de conseguirlas no ganen la consulta, dado que se requiere mayoría absoluta de toda la población electoral limeña, algo sumamente difícil. Si fuese así, Villarán sería ratificada y saldría fortalecida políticamente. Un tanto maltrecha, pero fortalecida.
Por otra parte, quizás el descontento que con respecto a su gestión se percibe en el ambiente, como lo demuestran los sondeos que se han realizado, obedece a las grandes expectativas que generó su candidatura. No es solamente “cuatro loquitos conspiradores ayudados por la prensa más reaccionaria” los que están detrás (incluyendo, al parecer, a dos ex alcaldes perdedores en las elecciones pasadas y que desean afanosamente regresar a sus cargos ediles). Si fuese así, jamás prosperaría la revocatoria, por más ayuda financiera y mediática que tuviese.
No es solamente una campaña de desprestigio la que explica su baja aceptación edilicia, existe una base social de descontento hacia la gestión de Villarán y creo que esa base se explica por las grandes expectativas generadas y no cumplidas. Se “respiraba” la esperanza que con ella (luego de subir a los primeros puestos en las elecciones municipales pasadas por tacha de uno de los principales candidatos) podía generarse “un gran cambio” en Lima, acompañado de una gestión más trasparente y “sana”. Salvo lo último, eso no sucedió. Más quedó en promesa que en realidad.
A lo que se debe sumar que la alcaldesa “no ha sintonizado” con sus vecinos. La “sintonía” es más intuitiva, obedece al “olfato político” de la autoridad elegida, algo de lo que Villarán al parecer carece. Puede tener buenas intenciones, pero le falta “olfato político”. De allí sus reiteradas “metidas de pata”.
Susana Villarán tenía un gran reto cuando salió elegida: estar a la altura del cargo conferido. No solo porque era la primera mujer elegida como alcaldesa de la capital por elección popular; sino –y más importante- debido a que por segunda vez, luego de más de veinticinco años, la izquierda regresaba al municipio de Lima, desde que en 1983 el desparecido Alfonso Barrantes ganase la alcaldía al frente del conglomerado Izquierda Unida. Era un gran reto que, en honor a la verdad, Villarán no ha sabido estar a la justa medida. Ni ella ni su equipo. Lo más sensato es que termine su periodo edil, que lo termine bien de ser posible, luego haga sus maletas y se vaya.
Tal como están las cosas no creo que piense en la reelección, porque en esa empresa los dioses no la van a acompañar y va a tener muchas fuerzas en contra. Como dijo un analista político, en estos difíciles meses que se le vienen a Villarán, la mejor actitud que puede tener es seguir trabajando como si el proceso de revocatoria no existiese. Y, yo añadiría, ojalá atine mejor en las propuestas que realiza.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Tuesday, January 10, 2012
ITALIANO PARA PRINCIPIANTES
Y terminé el curso básico de italiano¡¡¡ Inimaginable tres meses atrás, cuando me enfrasqué en la azarosa aventura de estudiar cinco ciclos consecutivos de italiano en la modalidad presencial y de forma superintensiva, sin respiro, todos los días, a razón de tres horas por día, de lunes a viernes, en el peor horario para aprender cualquier cosa: la tarde, cuando el alumno (y el profesor también) se encuentran en plena digestión del almuerzo, con la molicie del cansancio matutino y la tentación de una “siestecita” reparadora casi casi imposible de resistir.
Pero lo hice. Bueno, fue más motivado por una necesidad. Para optar el grado de magíster es necesario, entre otros requisitos, conocer un idioma extranjero. Y eso era lo único que me faltaba para que me declaren “expedito” y poder solicitar fecha para la sustentación de mi tesis (que, sinceramente, no es nada del otro mundo).
Ya el año anterior había comenzado a estudiar el curso los fines de semana; pero, los azares de esos meses impidieron que lo acabe. Uno, porque la universidad entró en receso por reorganización (es una universidad estatal donde llevé la maestría), en vista que al Rector saliente le gustó tanto el cargo que no quería convocar elecciones para elegir a su sucesor. Dos, en la U donde laboro (esta sí particular, con clases todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados), en esa época estaba a tiempo completo, tan completo que no me alcanzaba tiempo ni para gozar del padecimiento de mi alergia, que se volvió bastante recurrente (para saber de qué hablo, léase mi crónica anterior titulada Un resfrío). Tres, y no menos importante, porque desaprobé el segundo ciclo con diez. Una humillación para mí, una suerte de derrota personal.
Honestamente ese segundo ciclo del año anterior no había estudiado lo suficiente y había faltado con bastante frecuencia a clases; y, si bien, estuve tentado a usar una vieja táctica de los alumnos más despiadados y sin escrúpulos: “empapelar” al profesor para presionarlo y me apruebe, una vez tranquilizado, respiré hondo, reflexioné y acepté la derrota. Solo me quedaba “sacarme la espina”. Pensé en dar un examen de suficiencia, pero era arriesgar el todo por el todo, y más aún cuando en un anterior examen de clasificación me habían regresionado sin asco al I Ciclo.
Como en toda guerra que quieres ganar, el asunto era cómo, cuando y dónde presentarse a dar la batalla.
Pero, los dioses jugaron a mi favor. Felizmente, después de mucho tiempo, en el segundo semestre del año que terminó (2011) no enseñaba ni en la tarde (salvo los jueves) ni en la noche, por lo que tenía libre para estudiar el idioma, como iniciar mi doctorado que, por razones laborales, lo tenía un tanto postergado. Así que hice “de tripas, corazón” y me matriculé en el dichoso curso.
Recuerdo que el 29 de Setiembre era la primera clase. Ese día no pude asistir ya que era jueves y dictaba en la U, así que me presenté al día siguiente, el 30. Encontré cerrado el local, creo que por elecciones internas en la universidad o algo parecido. Mal presagio me dije. Me di media vuelta y me regresé a casa.
Volví el lunes siguiente, poco antes de las tres, para saber qué se había hecho. Felizmente encontré abierto el instituto de idiomas. Pregunté en administración dónde se encontraba mi aula y me dirigí presto.
Siempre hay un temor inicial a lo nuevo y cuando se trata de enseñanza, al profesor que te va a tocar, que ruegas al cielo sea bueno, más tratándose de un idioma extraño. El segundo es a tus compañeros de aula, con los cuales vas a convivir un período de tiempo.
El primer temor se desvaneció casi al instante. De nuevo los dioses me favorecieron y tuvimos un buen profesor, con estrategias didácticas que hacían entretenida su clase, pese al horario y, mejor aún, se aprendía jugando. Eso nos ayudó enormemente a fin de asimilar los rudimentos de una lengua distinta a la materna que, en el caso del italiano, uno cree que es fácil por la pronunciación (razón por la cual muchos, entre ellos yo, lo eligen como “idioma extranjero” para los trámites curriculares), pero su gramática es tan complicada y enredada como la del español, y si no dominas medianamente tú “idioma mamado”, mucho más difícil será dominar una lengua diferente. La verdad es un idioma que no se termina de aprender, pero si uno le agarra el gusto y las ganas, puede continuar. Y eso fue lo que pasó gracias al profesor que nos tocó en suerte. No hacía pesada la enseñanza, sino todo lo contrario, tomándole cariño a esta cálida lengua mediterránea.
El segundo temor, por arte de magia, también se desvaneció casi enseguida de haber pisado por vez primera el aula de clases. Si bien éramos un grupo bastante heterogéneo en edad y en profesiones: alumnos que iban desde los veintitantos hasta cincuentones y sesentones; así como procedentes de distintas profesiones (desde ingenieros renegados de las letras hasta educadores, sociólogos y abogados renegados de las matemáticas), y con diferentes proyectos de vida (estaban los muchachos que recién empiezan su vida profesional hasta aquellos, como yo, que la tienen bastante avanzada), pudimos convivir todos y hasta desarrollar nuevas amistades “intergeneracionales”. Fue divertida esa convivencia.
Las prácticas son esenciales para aprender un idioma nuevo, para ello es importante con quién puedes practicar. Y, por tercera vez me favorecieron los dioses. Me tocó de compañero para las prácticas un médico que, al igual que este servidor, estaba urgido de obtener el grado pero, a diferencia mía, con gran habilidad para conocer otras lenguas. Sabe el francés, el inglés, un poco de portugués, y ahora la lengua de Manzoni. Hicimos “química” desde la primera clase y a él le preguntaba cuando tenía alguna duda. Igual sucedió con otra compañera, educadora ella, con la cual armamos los equipos de trabajo para las actividades grupales. Recuerdo que la actividad final fue cantar una canción en italiano delante de todos. Elegimos una de Ricos y Pobres “Será porque te amo”, con un quinteto de voces: dos mujeres y tres hombres. (Io canto al ritmo dolce tuo/respiro/ è primavera/sará perché ti amo).
En lo que respecta a mí puedo decir, en honor a la verdad, que el mundo del canto no ha perdido mucho con mi participación. Fue “mi debut y despedida” de las tablas.
Felizmente mi compañera de grupo, la educadora, era bastante responsable y prácticamente tuvo en sus manos la organización de la actividad, incluyendo las coreografías que debíamos hacer “en el escenario”. Gracias a ella pudimos salir airosos de los trabajos en equipo, en una época complicada para mí entre exámenes finales y presentación de trabajos en el doctorado, presentación de monografías de fin de año en un diplomado sobre docencia universitaria que estoy llevando, exámenes finales y cierre de actas en la U donde laboro, así como la redacción final de mi tesis para la maestría, amén de los artículos para El Observador y Lagartocine. Vivía con el tiempo al milímetro, estresado, con la adrenalina al máximo, bastante tenso, pero cumplí con todo, incluyendo el curso de italiano, obteniendo 16 en el examen final. Me “saqué el clavo”.
La pasamos bien y ese curso de cerca de tres meses terminó, como no podía ser de otra manera, con una cena en un restaurante italiano: “Il buon mangiare”. Cena no exenta de emotivos discursos como el de mi compañera de estudios que, como buena educadora, aconsejó a los más jóvenes, con útiles lecciones de vida. O la “revelación pública” de la parejita de jóvenes estudiantes que deciden unir sus vidas en matrimonio para compartirla “hasta que la muerte los separe”. Es hermoso ver como los sueños se nutren de vida. Me hizo recordar mi “juventud biológica”.
Espero también se cumpla el sueño de nuestro querido maestro de regresar algún día a Italia, luego de una ausencia bastante prolongada, de más de quince años. Los trabajos como profesor de idiomas, los asuntos domésticos cotidianos y las tribulaciones de la vida, muchas veces se lo impiden. Yo se en carne propia como es eso. El profesor realmente no tiene “vacaciones fijas” porque te pueden llamar inesperadamente para un curso de verano y te arruinan los planes de ir a la playa con tú familia por una temporada; o también cuando tenías proyectado hacer un viaje o unos estudios, te proponen enseñar en un horario que “choca” con tus proyectos más personales, los que debes postergar una vez más, debiendo muchas veces aceptar las propuestas de enseñanza solo por razones de sustento económico.
Haciendo una analogía podemos decir que con el italiano fue como en esos matrimonios por interés. Te casas sin amor (en el caso por creer que es un idioma fácil), pero en el camino le vas tomando cariño y descubres, como en la mujer con la cual te has casado sin amarla, que es hermosa y tiene otras cualidades más allá de lo crematístico. Tan hermosa que el Dante la eligió como lengua (y no el latín, como era usual en aquella época) para escribir su “Divina Comedia”.
En fin, no me arrepiento de haber llevado el curso de “italiano para principiantes”. Tanto por las amistades hechas como por las entretenidas clases. Solo espero que se cumplan los buenos deseos de mis queridos compañeros, que sus sueños se cristalicen. Total, el ser humano es eso: un ser que vive de sueños, mirando siempre al futuro. O, como diría Woody Allen en una de sus últimas películas, un ser que no solo vive de realidad, sino también de ilusiones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Pero lo hice. Bueno, fue más motivado por una necesidad. Para optar el grado de magíster es necesario, entre otros requisitos, conocer un idioma extranjero. Y eso era lo único que me faltaba para que me declaren “expedito” y poder solicitar fecha para la sustentación de mi tesis (que, sinceramente, no es nada del otro mundo).
Ya el año anterior había comenzado a estudiar el curso los fines de semana; pero, los azares de esos meses impidieron que lo acabe. Uno, porque la universidad entró en receso por reorganización (es una universidad estatal donde llevé la maestría), en vista que al Rector saliente le gustó tanto el cargo que no quería convocar elecciones para elegir a su sucesor. Dos, en la U donde laboro (esta sí particular, con clases todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados), en esa época estaba a tiempo completo, tan completo que no me alcanzaba tiempo ni para gozar del padecimiento de mi alergia, que se volvió bastante recurrente (para saber de qué hablo, léase mi crónica anterior titulada Un resfrío). Tres, y no menos importante, porque desaprobé el segundo ciclo con diez. Una humillación para mí, una suerte de derrota personal.
Honestamente ese segundo ciclo del año anterior no había estudiado lo suficiente y había faltado con bastante frecuencia a clases; y, si bien, estuve tentado a usar una vieja táctica de los alumnos más despiadados y sin escrúpulos: “empapelar” al profesor para presionarlo y me apruebe, una vez tranquilizado, respiré hondo, reflexioné y acepté la derrota. Solo me quedaba “sacarme la espina”. Pensé en dar un examen de suficiencia, pero era arriesgar el todo por el todo, y más aún cuando en un anterior examen de clasificación me habían regresionado sin asco al I Ciclo.
Como en toda guerra que quieres ganar, el asunto era cómo, cuando y dónde presentarse a dar la batalla.
Pero, los dioses jugaron a mi favor. Felizmente, después de mucho tiempo, en el segundo semestre del año que terminó (2011) no enseñaba ni en la tarde (salvo los jueves) ni en la noche, por lo que tenía libre para estudiar el idioma, como iniciar mi doctorado que, por razones laborales, lo tenía un tanto postergado. Así que hice “de tripas, corazón” y me matriculé en el dichoso curso.
Recuerdo que el 29 de Setiembre era la primera clase. Ese día no pude asistir ya que era jueves y dictaba en la U, así que me presenté al día siguiente, el 30. Encontré cerrado el local, creo que por elecciones internas en la universidad o algo parecido. Mal presagio me dije. Me di media vuelta y me regresé a casa.
Volví el lunes siguiente, poco antes de las tres, para saber qué se había hecho. Felizmente encontré abierto el instituto de idiomas. Pregunté en administración dónde se encontraba mi aula y me dirigí presto.
Siempre hay un temor inicial a lo nuevo y cuando se trata de enseñanza, al profesor que te va a tocar, que ruegas al cielo sea bueno, más tratándose de un idioma extraño. El segundo es a tus compañeros de aula, con los cuales vas a convivir un período de tiempo.
El primer temor se desvaneció casi al instante. De nuevo los dioses me favorecieron y tuvimos un buen profesor, con estrategias didácticas que hacían entretenida su clase, pese al horario y, mejor aún, se aprendía jugando. Eso nos ayudó enormemente a fin de asimilar los rudimentos de una lengua distinta a la materna que, en el caso del italiano, uno cree que es fácil por la pronunciación (razón por la cual muchos, entre ellos yo, lo eligen como “idioma extranjero” para los trámites curriculares), pero su gramática es tan complicada y enredada como la del español, y si no dominas medianamente tú “idioma mamado”, mucho más difícil será dominar una lengua diferente. La verdad es un idioma que no se termina de aprender, pero si uno le agarra el gusto y las ganas, puede continuar. Y eso fue lo que pasó gracias al profesor que nos tocó en suerte. No hacía pesada la enseñanza, sino todo lo contrario, tomándole cariño a esta cálida lengua mediterránea.
El segundo temor, por arte de magia, también se desvaneció casi enseguida de haber pisado por vez primera el aula de clases. Si bien éramos un grupo bastante heterogéneo en edad y en profesiones: alumnos que iban desde los veintitantos hasta cincuentones y sesentones; así como procedentes de distintas profesiones (desde ingenieros renegados de las letras hasta educadores, sociólogos y abogados renegados de las matemáticas), y con diferentes proyectos de vida (estaban los muchachos que recién empiezan su vida profesional hasta aquellos, como yo, que la tienen bastante avanzada), pudimos convivir todos y hasta desarrollar nuevas amistades “intergeneracionales”. Fue divertida esa convivencia.
Las prácticas son esenciales para aprender un idioma nuevo, para ello es importante con quién puedes practicar. Y, por tercera vez me favorecieron los dioses. Me tocó de compañero para las prácticas un médico que, al igual que este servidor, estaba urgido de obtener el grado pero, a diferencia mía, con gran habilidad para conocer otras lenguas. Sabe el francés, el inglés, un poco de portugués, y ahora la lengua de Manzoni. Hicimos “química” desde la primera clase y a él le preguntaba cuando tenía alguna duda. Igual sucedió con otra compañera, educadora ella, con la cual armamos los equipos de trabajo para las actividades grupales. Recuerdo que la actividad final fue cantar una canción en italiano delante de todos. Elegimos una de Ricos y Pobres “Será porque te amo”, con un quinteto de voces: dos mujeres y tres hombres. (Io canto al ritmo dolce tuo/respiro/ è primavera/sará perché ti amo).
En lo que respecta a mí puedo decir, en honor a la verdad, que el mundo del canto no ha perdido mucho con mi participación. Fue “mi debut y despedida” de las tablas.
Felizmente mi compañera de grupo, la educadora, era bastante responsable y prácticamente tuvo en sus manos la organización de la actividad, incluyendo las coreografías que debíamos hacer “en el escenario”. Gracias a ella pudimos salir airosos de los trabajos en equipo, en una época complicada para mí entre exámenes finales y presentación de trabajos en el doctorado, presentación de monografías de fin de año en un diplomado sobre docencia universitaria que estoy llevando, exámenes finales y cierre de actas en la U donde laboro, así como la redacción final de mi tesis para la maestría, amén de los artículos para El Observador y Lagartocine. Vivía con el tiempo al milímetro, estresado, con la adrenalina al máximo, bastante tenso, pero cumplí con todo, incluyendo el curso de italiano, obteniendo 16 en el examen final. Me “saqué el clavo”.
La pasamos bien y ese curso de cerca de tres meses terminó, como no podía ser de otra manera, con una cena en un restaurante italiano: “Il buon mangiare”. Cena no exenta de emotivos discursos como el de mi compañera de estudios que, como buena educadora, aconsejó a los más jóvenes, con útiles lecciones de vida. O la “revelación pública” de la parejita de jóvenes estudiantes que deciden unir sus vidas en matrimonio para compartirla “hasta que la muerte los separe”. Es hermoso ver como los sueños se nutren de vida. Me hizo recordar mi “juventud biológica”.
Espero también se cumpla el sueño de nuestro querido maestro de regresar algún día a Italia, luego de una ausencia bastante prolongada, de más de quince años. Los trabajos como profesor de idiomas, los asuntos domésticos cotidianos y las tribulaciones de la vida, muchas veces se lo impiden. Yo se en carne propia como es eso. El profesor realmente no tiene “vacaciones fijas” porque te pueden llamar inesperadamente para un curso de verano y te arruinan los planes de ir a la playa con tú familia por una temporada; o también cuando tenías proyectado hacer un viaje o unos estudios, te proponen enseñar en un horario que “choca” con tus proyectos más personales, los que debes postergar una vez más, debiendo muchas veces aceptar las propuestas de enseñanza solo por razones de sustento económico.
Haciendo una analogía podemos decir que con el italiano fue como en esos matrimonios por interés. Te casas sin amor (en el caso por creer que es un idioma fácil), pero en el camino le vas tomando cariño y descubres, como en la mujer con la cual te has casado sin amarla, que es hermosa y tiene otras cualidades más allá de lo crematístico. Tan hermosa que el Dante la eligió como lengua (y no el latín, como era usual en aquella época) para escribir su “Divina Comedia”.
En fin, no me arrepiento de haber llevado el curso de “italiano para principiantes”. Tanto por las amistades hechas como por las entretenidas clases. Solo espero que se cumplan los buenos deseos de mis queridos compañeros, que sus sueños se cristalicen. Total, el ser humano es eso: un ser que vive de sueños, mirando siempre al futuro. O, como diría Woody Allen en una de sus últimas películas, un ser que no solo vive de realidad, sino también de ilusiones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Saturday, December 10, 2011
UN RESFRÍO
Esta crónica la escribí en vísperas del feriado patrio, nunca la publiqué. Aprovecho que se vienen las fiestas navideñas para cederle espacio y dejar por unas semanas los temas “más serios” de economía, política o derecho.
EJJ
Es un día brillante en el nubloso mes de Julio limeño, el mes de mi cumpleaños. Mi familia cuenta que el día que nací salió el sol, luego de varios días oscuros y húmedos. Bueno, hoy miércoles 27, vísperas de fiestas patrias parece uno de esos días: cálido, amigable, conversador. Esta tarde es como para ir donde Rosita y tener un encuentro “conforme a ley”, como Dios manda, que es mujer que no se amilana ante los desafíos, además que “me debe mi regalo” y yo a ella, que los dos somos del mismo mes, del mismo año y del mismo signo: Cáncer, el más lindo del zodíaco. El día se presta para eso.
O, más culturoso, ir a la Feria del Libro, que está a un paso de mi oficina, a cinco minutos apenas, y sumergirme en un mar de libros impresos, que evocan mi infancia, cuando aprendí a leer y a amar los libros; y si bien el libro electrónico es el futuro, la verdad, el libro impreso me conmueve hasta las vísceras, me produce un sentimiento de cariño, nostalgia y nobleza. La sensación de tocar las hojas de un libro no es lo mismo que estar frente a una fría pantalla de computadora. Hasta de puro gusto he pensado varias veces imprimir una antología de mis artículos de El Observador en formato de libro impreso. Solo para sacarme el clavo.
También tenía el cumpleaños de un colega muy preciado, lo conozco de hace muchos años. Casi siempre voy a su casa en la noche de su onomástico a saludarlo, pero me temo que esta vez no podré. Lo saludaré por teléfono y otro día, ya más recuperado, haré el ritual de la visita.
En fin, pensaba hacer una cosa u otra el día de hoy, “día cheleable” para muchos de mis connacionales que, imagino, ya deben haber empezado a homenajear a la Madre Patria con un frío vaso repleto hasta el borde de “la rica rubia”, pero un puto resfrío me lo impide.
Ya estaba mal desde ayer, cuando salí temprano al Alzamora Váldez, el edificio donde funcionan, entre otros, los juzgados civiles y de familia de Lima. Amanecí estornudando, tomé un anti-histamínico suave y con las mismas salí, que tenía varios asuntos pendientes por allá. Sin embargo, en la tarde me sentí un poco mal, con escalofríos y decaimiento, por lo que preferí regresar temprano a mi casa. Hoy, ya no amanecí muy bien. Desde la mañana me sentí un poco mal. Así y todo me fui al mercado cercano a mi casa a comprar mi rico hígado, que hace tiempo no lo preparo (cocinar me relaja, generalmente entro a la cocina a primera hora de la mañana, apenas me levanto), para el 28 saborear un delicioso hígado frito acompañado con su arroz blanco bien graneado (ahora estoy comprando arroz nacional, ya que estamos bajo un “gobierno nacionalista”, aunque la verdad no granea también como el uruguayo) y sus lentejas ricas en hierro, guarnecido con unas hojas de lechuga fresca. Plato full nutritivo. Hasta allí me sentía cosi cosi como dicen los italianos, más o menos; pero llegando a mi oficina, a eso de las diez de la mañana, comenzaron los estornudos. Primero uno que otro aislado y luego más seguidos, hasta convertirse en una letal ametralladora. Para colmo dejé mis anti-histamínicos en casa, confiado en que no los iba a necesitar. En la tarde tuve que comprar uno de emergencia en una farmacia cercana. Mismo AOE.
Esto ya lo venía venir hace tiempo. Tantos madrugones, salidas a las seis de la mañana en plena lluvia, cuando todavía está oscuro y los faroles de la avenida prendidos, pisando charcos de agua aquí y allá, rumbo a la Universidad a dictar mis clases. Conociendo mi alergia, tarde o temprano iba a desatarse. Tuve conatos aislados, pero con la loratadina (el anti-histamínico que uso) los calmaba. Soporté estoicamente todo el mes de Julio, hasta terminar el ciclo con los exámenes finales, de aplazados y cierre de actas. Ahora, con vacaciones y descanso, y algunos planes de distracción en mente, me viene la alergia con todo el temporal.
Aunque esta vez no me ha tumbado tan feo como otros años. Será que mi organismo se ha habituado a estas crisis. El hecho es que no he padecido de bronquitis como en épocas pasadas, ni degeneró en asma como les sucede a algunos que sufren lo mismo que yo (incluso hace muchos años ha, también en esta época de fiestas patrias, me tuvieron que inyectar cortisona para poder respirar, lo cual, felizmente, no se ha vuelto a repetir). Tampoco se ha vuelto crónico, como en mi infancia y juventud, donde casi todos los meses sufría de la bendita alergia, un mes sí y el otro también. Ahora es de cuando en cuando, una o dos veces al año. Eso sí, cuando estoy estresado me viene más seguido. Eso lo noté el año anterior, cuando estuve como profesor a tiempo completo, metido en la U casi todo el día, con seis salones a mi cargo y más de trescientos alumnos a evaluar. Me vino un cuadro seguido de alergias, no se si al trabajo diario o al clima de la zona, lo cierto es que ahora, ya sin la carga de tiempo completo, no tuve ese malestar continuo del año anterior.
Será motivo para quedarme en casa el 28 y 29 (la verdad no pensaba salir). Escucharé el primer discurso de nuestro presidente ya juramentado por “la constitución de 1979”, a fin de comentarlo en El Observador los siguientes días. Terminaré de revisar un artículo que he escrito sobre Los indignados, el movimiento cívico que sacude Europa, y llamaré a Rosita para concertar nuestro pendiente encuentro cercano del tercer tipo. Felizmente es comprensible en estas cosas. El descanso, una dieta suave acompañada de mucho líquido, harán el resto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
EJJ
Es un día brillante en el nubloso mes de Julio limeño, el mes de mi cumpleaños. Mi familia cuenta que el día que nací salió el sol, luego de varios días oscuros y húmedos. Bueno, hoy miércoles 27, vísperas de fiestas patrias parece uno de esos días: cálido, amigable, conversador. Esta tarde es como para ir donde Rosita y tener un encuentro “conforme a ley”, como Dios manda, que es mujer que no se amilana ante los desafíos, además que “me debe mi regalo” y yo a ella, que los dos somos del mismo mes, del mismo año y del mismo signo: Cáncer, el más lindo del zodíaco. El día se presta para eso.
O, más culturoso, ir a la Feria del Libro, que está a un paso de mi oficina, a cinco minutos apenas, y sumergirme en un mar de libros impresos, que evocan mi infancia, cuando aprendí a leer y a amar los libros; y si bien el libro electrónico es el futuro, la verdad, el libro impreso me conmueve hasta las vísceras, me produce un sentimiento de cariño, nostalgia y nobleza. La sensación de tocar las hojas de un libro no es lo mismo que estar frente a una fría pantalla de computadora. Hasta de puro gusto he pensado varias veces imprimir una antología de mis artículos de El Observador en formato de libro impreso. Solo para sacarme el clavo.
También tenía el cumpleaños de un colega muy preciado, lo conozco de hace muchos años. Casi siempre voy a su casa en la noche de su onomástico a saludarlo, pero me temo que esta vez no podré. Lo saludaré por teléfono y otro día, ya más recuperado, haré el ritual de la visita.
En fin, pensaba hacer una cosa u otra el día de hoy, “día cheleable” para muchos de mis connacionales que, imagino, ya deben haber empezado a homenajear a la Madre Patria con un frío vaso repleto hasta el borde de “la rica rubia”, pero un puto resfrío me lo impide.
Ya estaba mal desde ayer, cuando salí temprano al Alzamora Váldez, el edificio donde funcionan, entre otros, los juzgados civiles y de familia de Lima. Amanecí estornudando, tomé un anti-histamínico suave y con las mismas salí, que tenía varios asuntos pendientes por allá. Sin embargo, en la tarde me sentí un poco mal, con escalofríos y decaimiento, por lo que preferí regresar temprano a mi casa. Hoy, ya no amanecí muy bien. Desde la mañana me sentí un poco mal. Así y todo me fui al mercado cercano a mi casa a comprar mi rico hígado, que hace tiempo no lo preparo (cocinar me relaja, generalmente entro a la cocina a primera hora de la mañana, apenas me levanto), para el 28 saborear un delicioso hígado frito acompañado con su arroz blanco bien graneado (ahora estoy comprando arroz nacional, ya que estamos bajo un “gobierno nacionalista”, aunque la verdad no granea también como el uruguayo) y sus lentejas ricas en hierro, guarnecido con unas hojas de lechuga fresca. Plato full nutritivo. Hasta allí me sentía cosi cosi como dicen los italianos, más o menos; pero llegando a mi oficina, a eso de las diez de la mañana, comenzaron los estornudos. Primero uno que otro aislado y luego más seguidos, hasta convertirse en una letal ametralladora. Para colmo dejé mis anti-histamínicos en casa, confiado en que no los iba a necesitar. En la tarde tuve que comprar uno de emergencia en una farmacia cercana. Mismo AOE.
Esto ya lo venía venir hace tiempo. Tantos madrugones, salidas a las seis de la mañana en plena lluvia, cuando todavía está oscuro y los faroles de la avenida prendidos, pisando charcos de agua aquí y allá, rumbo a la Universidad a dictar mis clases. Conociendo mi alergia, tarde o temprano iba a desatarse. Tuve conatos aislados, pero con la loratadina (el anti-histamínico que uso) los calmaba. Soporté estoicamente todo el mes de Julio, hasta terminar el ciclo con los exámenes finales, de aplazados y cierre de actas. Ahora, con vacaciones y descanso, y algunos planes de distracción en mente, me viene la alergia con todo el temporal.
Aunque esta vez no me ha tumbado tan feo como otros años. Será que mi organismo se ha habituado a estas crisis. El hecho es que no he padecido de bronquitis como en épocas pasadas, ni degeneró en asma como les sucede a algunos que sufren lo mismo que yo (incluso hace muchos años ha, también en esta época de fiestas patrias, me tuvieron que inyectar cortisona para poder respirar, lo cual, felizmente, no se ha vuelto a repetir). Tampoco se ha vuelto crónico, como en mi infancia y juventud, donde casi todos los meses sufría de la bendita alergia, un mes sí y el otro también. Ahora es de cuando en cuando, una o dos veces al año. Eso sí, cuando estoy estresado me viene más seguido. Eso lo noté el año anterior, cuando estuve como profesor a tiempo completo, metido en la U casi todo el día, con seis salones a mi cargo y más de trescientos alumnos a evaluar. Me vino un cuadro seguido de alergias, no se si al trabajo diario o al clima de la zona, lo cierto es que ahora, ya sin la carga de tiempo completo, no tuve ese malestar continuo del año anterior.
Será motivo para quedarme en casa el 28 y 29 (la verdad no pensaba salir). Escucharé el primer discurso de nuestro presidente ya juramentado por “la constitución de 1979”, a fin de comentarlo en El Observador los siguientes días. Terminaré de revisar un artículo que he escrito sobre Los indignados, el movimiento cívico que sacude Europa, y llamaré a Rosita para concertar nuestro pendiente encuentro cercano del tercer tipo. Felizmente es comprensible en estas cosas. El descanso, una dieta suave acompañada de mucho líquido, harán el resto.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Wednesday, November 23, 2011
ELECCIONES EN EL CAL
Se viene dentro de poco nuevas elecciones en el muy ilustre e histórico Colegio de Abogados de Lima. Compiten doce postulantes para un cargo que es ad honorem. Entre ellos se encuentra un querido maestro que ha comprometido mi voto.
No diré como Alfredo Bullard que no iré a votar. Tengo que ir, no solo por mi querido maestro, sino porque, como la gran mayoría de mis colegas, de no sufragar nos imponen una multa. El voto sigue siendo obligatorio en la institución emblemática del derecho. Quizás Bullard se puede dar “el lujo” de pagarla, pero yo no. Sin embargo, más allá de lo anecdótico, estas elecciones se presentan en una coyuntura especial: el CAL ha perdido la fuerza de antaño, si alguna vez la tuvo, y conserva solo el prestigio que su nombradía reconoce como institución bicentenaria. Es decir, conserva el oropel y poco más.
En los últimos años mi colegio profesional se ha limitado a repartir medallitas y condecoraciones a colegas ilustres y no tan ilustres: una suerte de premiación recíproca. “Yo te premio y tú me premias” o me contratas en la universidad donde eres decano, que la parte crematística también entra a tallar, seamos sinceros. Ceremonias, la verdad, pomposas, huecas y aburridas; y gastos en una impresionante burocracia para un colegio profesional que en los últimos tiempos solo se ha dedicado a repartir medallitas.
El CAL se ha convertido en una “agencia de empleos” para colegas que no han encontrado otra ocupación en el mercado profesional y no tuvieron mejor oportunidad que “hacerle la campaña” al decano que salió electo, quien, obviamente, debe pagar los favores. Mismo ministerio. Así tenemos hasta ujieres con el grado de doctor trabajando en la tradicional institución. Obvio que la impresionante burocracia consigue mermar los recursos del Colegio y este tiene que buscar ingresos gracias a los diplomados, incorporaciones, cursos de ética profesional para los futuros colegas y otros “recurseos” similares. Felizmente –para el CAL- la carrera de derecho sigue siendo una de las más buscadas y una de las más pauperizadas. (Extraoficialmente me informaron que a mediados de año el CAL sufrió una severa crisis de liquidez que dejó impagos a sus trabajadores, por lo que, a fin de conseguir recursos frescos, ofertó los tradicionales descuentos por pago anual adelantado de las cuotas, “oferta” que usualmente solo la participa a inicios de año. Sea como fuese, sería bueno que la nueva junta electa realice una auditoria externa a fin de determinar cómo anda la parte financiera del Colegio).
Tenemos también a un decano saliente que de la verborrea indigesta no ha pasado. Un decano que postuló sin éxito a la presidencia de la república y a cuanto cargo público ha tenido oportunidad de presentarse gracias a ostentar la designación de decano de una institución bicentenaria. Reconozco que voté por él en la última elección y reconozco que me equivoqué. Por lo menos debí votar en blanco (o viciado). Y también se presenta en esta contienda un ex decano que, “por amor al CAL”, y luego de haber postulado igualmente sin éxito a sendos cargos públicos, tienta la re-reelección, que no faltaba más, la institución lo necesita y él está dispuesto “a sacrificarse”.
Todas estas reflexiones me llevan (y acá sí coincido con Bullard) a la pregunta de si no es hora que termine la obligatoriedad de colegiarse, no solo en el CAL, sino en cualquier colegio profesional. Si no es hora que la colegiación se convierta en facultativa, que no sea obligatorio estar afiliado a un colegio profesional para ejercer la profesión, como que la libertad de asociación es un derecho y no una obligación. Y los derechos, como nos enseñan en el primer año de la carrera, se ejercen a voluntad del individuo, no se imponen (lo que no se puede hacer es conculcarlos o violarlos, pero eso es otra cosa). Yo puedo ejercer mi derecho a la libertad de opinión y expresión, como lo ejerzo con este artículo, pero si quiero no lo hago. La democracia y el estado de derecho que le dicen.
Hace pocos meses estuve de miembro en un tribunal de ética del CAL (no sería raro que acabe de compareciente luego de escribir esta nota) y me tocó ver el caso de un colega denunciado por “portarse malcriado” con un juez. Es cierto que el temperamento del colega daba la impresión de ser “colérico” (al tenor de la tradicional clasificación) como lo demostró cuando frente al Tribunal de Ética manifestó que el solo venía al CAL “una vez al año” para pagar sus cuotas y nada más.
Claro, el colega daba a entender que no le debía nada al Colegio, que solo venía para pagar sus cuotas y poder litigar, y allí se terminaba la relación; pero, uno de los miembros del tribunal lo entendió de otra manera y le llamó severamente la atención. Si hubiéramos estado en la época de la inquisición es probable que mi denunciado colega hubiese terminado en el potro de los tormentos hasta arrancarle una confesión de culpabilidad y perdón a todos, al juez que gritó, que las autoridades se respetan, al tribunal de ética, a la integrante del tribunal en particular que se sintió ofendida y hasta al portero de la entrada del Colegio.
En fin, no creo que las cosas cambien en esta nueva elección. Ningún candidato propone una reforma profunda del histórico Colegio y el que honestamente alguna vez la proponga nunca ganaría una elección en el CAL.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
No diré como Alfredo Bullard que no iré a votar. Tengo que ir, no solo por mi querido maestro, sino porque, como la gran mayoría de mis colegas, de no sufragar nos imponen una multa. El voto sigue siendo obligatorio en la institución emblemática del derecho. Quizás Bullard se puede dar “el lujo” de pagarla, pero yo no. Sin embargo, más allá de lo anecdótico, estas elecciones se presentan en una coyuntura especial: el CAL ha perdido la fuerza de antaño, si alguna vez la tuvo, y conserva solo el prestigio que su nombradía reconoce como institución bicentenaria. Es decir, conserva el oropel y poco más.
En los últimos años mi colegio profesional se ha limitado a repartir medallitas y condecoraciones a colegas ilustres y no tan ilustres: una suerte de premiación recíproca. “Yo te premio y tú me premias” o me contratas en la universidad donde eres decano, que la parte crematística también entra a tallar, seamos sinceros. Ceremonias, la verdad, pomposas, huecas y aburridas; y gastos en una impresionante burocracia para un colegio profesional que en los últimos tiempos solo se ha dedicado a repartir medallitas.
El CAL se ha convertido en una “agencia de empleos” para colegas que no han encontrado otra ocupación en el mercado profesional y no tuvieron mejor oportunidad que “hacerle la campaña” al decano que salió electo, quien, obviamente, debe pagar los favores. Mismo ministerio. Así tenemos hasta ujieres con el grado de doctor trabajando en la tradicional institución. Obvio que la impresionante burocracia consigue mermar los recursos del Colegio y este tiene que buscar ingresos gracias a los diplomados, incorporaciones, cursos de ética profesional para los futuros colegas y otros “recurseos” similares. Felizmente –para el CAL- la carrera de derecho sigue siendo una de las más buscadas y una de las más pauperizadas. (Extraoficialmente me informaron que a mediados de año el CAL sufrió una severa crisis de liquidez que dejó impagos a sus trabajadores, por lo que, a fin de conseguir recursos frescos, ofertó los tradicionales descuentos por pago anual adelantado de las cuotas, “oferta” que usualmente solo la participa a inicios de año. Sea como fuese, sería bueno que la nueva junta electa realice una auditoria externa a fin de determinar cómo anda la parte financiera del Colegio).
Tenemos también a un decano saliente que de la verborrea indigesta no ha pasado. Un decano que postuló sin éxito a la presidencia de la república y a cuanto cargo público ha tenido oportunidad de presentarse gracias a ostentar la designación de decano de una institución bicentenaria. Reconozco que voté por él en la última elección y reconozco que me equivoqué. Por lo menos debí votar en blanco (o viciado). Y también se presenta en esta contienda un ex decano que, “por amor al CAL”, y luego de haber postulado igualmente sin éxito a sendos cargos públicos, tienta la re-reelección, que no faltaba más, la institución lo necesita y él está dispuesto “a sacrificarse”.
Todas estas reflexiones me llevan (y acá sí coincido con Bullard) a la pregunta de si no es hora que termine la obligatoriedad de colegiarse, no solo en el CAL, sino en cualquier colegio profesional. Si no es hora que la colegiación se convierta en facultativa, que no sea obligatorio estar afiliado a un colegio profesional para ejercer la profesión, como que la libertad de asociación es un derecho y no una obligación. Y los derechos, como nos enseñan en el primer año de la carrera, se ejercen a voluntad del individuo, no se imponen (lo que no se puede hacer es conculcarlos o violarlos, pero eso es otra cosa). Yo puedo ejercer mi derecho a la libertad de opinión y expresión, como lo ejerzo con este artículo, pero si quiero no lo hago. La democracia y el estado de derecho que le dicen.
Hace pocos meses estuve de miembro en un tribunal de ética del CAL (no sería raro que acabe de compareciente luego de escribir esta nota) y me tocó ver el caso de un colega denunciado por “portarse malcriado” con un juez. Es cierto que el temperamento del colega daba la impresión de ser “colérico” (al tenor de la tradicional clasificación) como lo demostró cuando frente al Tribunal de Ética manifestó que el solo venía al CAL “una vez al año” para pagar sus cuotas y nada más.
Claro, el colega daba a entender que no le debía nada al Colegio, que solo venía para pagar sus cuotas y poder litigar, y allí se terminaba la relación; pero, uno de los miembros del tribunal lo entendió de otra manera y le llamó severamente la atención. Si hubiéramos estado en la época de la inquisición es probable que mi denunciado colega hubiese terminado en el potro de los tormentos hasta arrancarle una confesión de culpabilidad y perdón a todos, al juez que gritó, que las autoridades se respetan, al tribunal de ética, a la integrante del tribunal en particular que se sintió ofendida y hasta al portero de la entrada del Colegio.
En fin, no creo que las cosas cambien en esta nueva elección. Ningún candidato propone una reforma profunda del histórico Colegio y el que honestamente alguna vez la proponga nunca ganaría una elección en el CAL.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Saturday, November 19, 2011
PAROS ANTIMINEROS
Los recientes paros contra la gran minería formal mueven a reflexión sobre los resortes que impulsan las protestas. ¿Es deseo mayoritario de la población “que se vaya la gran minería” o solo de pequeños grupos refugiados al amparo del discurso ambientalista?, ¿es solo manifestación política de grupos radicalizados y ciertas ONG o el tema del medio ambiente y la distribución del canon también se encuentran en juego?, ¿únicamente es responsabilidad del gobierno central o les quepa también responsabilidad a los gobiernos regionales? Y, por último, ¿el Perú puede “darse el lujo” de vivir sin los ingresos de la explotación minera?
Es cierto que la historia del Perú tiene “un lado oscuro” en los execrables abusos de la gran minería, ampliamente documentados y que son la justificación histórica de la oposición a las inversiones en este sector. Desde la época colonial existe una “maldición” de las condiciones mineras; pero, también es cierto que en la actualidad las grandes empresas en minería mayormente se comprometen a cuidar el medio ambiente –salvo excepciones, claro-, siendo más bien la pequeña minería informal la que depreda la naturaleza, volviendo yermos otrora bosques florecientes y envenenando ríos donde antes existía vida.
Pero, la focalización del problema se encuentra sobretodo en la gran minería, en cambio la pequeña e informal pasa desapercibida: contamina, no tributa ni es fiscalizada. Curiosamente uno de sus representantes, conocido con el alias de “Comeoro” y tenedor de vastas concesiones mineras, es nada menos que representante ante el Congreso por el partido de gobierno. Un “padre de la patria”.
Paradójicamente, el “discurso antiminero” es desarrollado por los mismos actores que reclaman del estado la concreción de derechos sociales y económicos que implican gastos, obviando el aspecto fundamental de cómo se financian los derechos reclamados si se oponen con tenacidad a las inversiones que generarían ingresos. Los derechos se encuentran presentes en la agenda de reclamos, pero las obligaciones brillan por su ausencia.
Y, para completar el panorama, por esas ironías de la historia, a los funcionarios del estado en el presente gobierno que les corresponde directamente solucionar los conflictos mineros son las mismas personas que apenas pocos meses atrás se encontraban “al otro lado del mostrador”, oponiéndose como ONG a las grandes inversiones mineras. Ahora deben ya no “azuzar el conflicto”, sino solucionarlo. De “incendiarios pasan a bomberos” y tendrán que demostrar que se encuentran a la altura de los problemas que deben resolver como representantes del estado.
Pero, ¿nos podemos dar “el lujo” de vivir sin los ingresos de la explotación minera? La respuesta obvia es no. Los ingresos de la explotación minera le pertenecen a todos los peruanos; pero, detrás del tema en debate existe toda una problemática que no solo está relacionada con la contaminación, sino también con el proyecto de desarrollo que queremos, la distribución más equitativa de los ingresos y la labor del estado en este aspecto.
Dentro del discurso antiminero de los grupos que se oponen a las grandes inversiones se encuentra la oposición al desarrollo “primario-exportador”, a la mera extracción de los recursos naturales, lo cual, por si solo, no genera desarrollo, ni beneficia a los lugareños que siguen siendo tan pobres como al momento que comenzó la explotación minera en sus tierras. Lo cual es cierto; pero, precisamente allí entra a tallar la labor del estado, no solo atrayendo las inversiones o buscando la fórmula para que los porcentajes de ingreso por canon y regalías sean los más beneficiosos para el país, sino también distribuyendo equitativamente esa riqueza y procurando que los recursos naturales sean “el primer piso” de un modelo de desarrollo sostenible. Es posible, otros países lo han hecho, pero tampoco se consigue de la noche a la mañana, ni en un solo gobierno. Esa es justamente la labor del estado.
Una primera fisura del problema se encuentra en la gestión de los gobiernos regionales. No son buenos administradores de los recursos. Dinero hay, pero no proyectos viables de inversión a favor de los pobladores, salvo alguna que otra honrosa excepción. Y es lógico que si los lugareños ven que nada de esa riqueza “se queda para ellos” fácilmente encaminen su cólera contra las grandes empresas mineras; dándose perfecta cuenta los grupos políticos regionales que el discurso antiminero “vende”, concede réditos políticos para llegar al poder regional en la siguiente elección o “vacar” al que se encuentra como presidente regional (a quien, muchas veces, no le queda más alternativa que ponerse al frente de la oposición minera a fin de salvar su cargo). Es relativamente fácil encolerizar a la gente y buscar “un chivo expiatorio” de todos los males. Parte de eso también existe en la problemática minera.
Además falta diálogo y falta prevención de conflictos. Mayor horizontalidad, con la participación de todos los actores en conflicto. No solo abandonar la tesis “del perro del hortelano”, como de hecho ya ocurrió, sino una participación más activa y práctica en la solución de los conflictos. Por lo general el gobierno central interviene cuando el conflicto estalló y las carreteras fueron tomadas. El libreto casi siempre es el mismo: el gobierno central cede a las demandas de los actores en conflicto, luego que estos realizan medidas de fuerza, se firma un acta de acuerdos, al poco tiempo se incumple el acta y el conflicto se repite, quizás con más fuerza por “las mecidas” del gobierno, entonces se vuelve a firmar otra acta, y así.
Frente a ello una salida audaz pero necesaria, previa reforma legal, es darle a cada poblador un porcentaje en efectivo de los ingresos mineros por canon. “Un cheque” por las ganancias mineras. A mayor ganancia de la minera que opera en la zona, mayor será su porcentaje de participación. Algo así como una especie de accionista de empresa. Si la empresa tiene utilidades, el accionista también.
No es “la solución última, ni definitiva”, pero ayudaría a paliar los conflictos. Claro, los que se oponen interesadamente a cualquier solución dirán que “se están comprando conciencias”, que eso no beneficia a la comunidad en su conjunto o, más paternalistamente, que ese dinero será dilapidado por los lugareños en juergas, sexo y alcohol. Lo cual puede ser cierto; pero, ¿dónde está la responsabilidad que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos sobre nuestro destino?
La idea no es nueva. En otros países ha funcionado con éxito y nada fundamenta que acá sea lo contrario. Los agitadores de siempre se opondrán, las ONG ambientalistas también. “Se les quita la chamba” de la cual viven. Usarán algunos de los argumentos que hemos mencionado y otros más; pero, frente a los problemas que se presentan y a la ineficacia del gobierno central y de los gobiernos regionales “mineros” permite una solución oportuna.
El gobierno de Humala se ha dado perfecta cuenta que sin inversión el Perú no desarrolla. El candidato Humala era profundamente antiminero, el ahora presidente busca desesperadamente inversiones. Sabe que la inclusión social requiere recursos y estos no caen solos del cielo. Si es pragmático, como parece ser, tiene que buscar salidas efectivas, por más que vayan contra sus antiguos aliados. Tiene que ver los intereses del país en su conjunto y no sólo de pequeños grupúsculos de interés. Lo que haga o deje de hacer su administración en los próximos años, en lo que a inversiones se refiere, estará marcado por el cómo soluciona los conflictos mineros.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Es cierto que la historia del Perú tiene “un lado oscuro” en los execrables abusos de la gran minería, ampliamente documentados y que son la justificación histórica de la oposición a las inversiones en este sector. Desde la época colonial existe una “maldición” de las condiciones mineras; pero, también es cierto que en la actualidad las grandes empresas en minería mayormente se comprometen a cuidar el medio ambiente –salvo excepciones, claro-, siendo más bien la pequeña minería informal la que depreda la naturaleza, volviendo yermos otrora bosques florecientes y envenenando ríos donde antes existía vida.
Pero, la focalización del problema se encuentra sobretodo en la gran minería, en cambio la pequeña e informal pasa desapercibida: contamina, no tributa ni es fiscalizada. Curiosamente uno de sus representantes, conocido con el alias de “Comeoro” y tenedor de vastas concesiones mineras, es nada menos que representante ante el Congreso por el partido de gobierno. Un “padre de la patria”.
Paradójicamente, el “discurso antiminero” es desarrollado por los mismos actores que reclaman del estado la concreción de derechos sociales y económicos que implican gastos, obviando el aspecto fundamental de cómo se financian los derechos reclamados si se oponen con tenacidad a las inversiones que generarían ingresos. Los derechos se encuentran presentes en la agenda de reclamos, pero las obligaciones brillan por su ausencia.
Y, para completar el panorama, por esas ironías de la historia, a los funcionarios del estado en el presente gobierno que les corresponde directamente solucionar los conflictos mineros son las mismas personas que apenas pocos meses atrás se encontraban “al otro lado del mostrador”, oponiéndose como ONG a las grandes inversiones mineras. Ahora deben ya no “azuzar el conflicto”, sino solucionarlo. De “incendiarios pasan a bomberos” y tendrán que demostrar que se encuentran a la altura de los problemas que deben resolver como representantes del estado.
Pero, ¿nos podemos dar “el lujo” de vivir sin los ingresos de la explotación minera? La respuesta obvia es no. Los ingresos de la explotación minera le pertenecen a todos los peruanos; pero, detrás del tema en debate existe toda una problemática que no solo está relacionada con la contaminación, sino también con el proyecto de desarrollo que queremos, la distribución más equitativa de los ingresos y la labor del estado en este aspecto.
Dentro del discurso antiminero de los grupos que se oponen a las grandes inversiones se encuentra la oposición al desarrollo “primario-exportador”, a la mera extracción de los recursos naturales, lo cual, por si solo, no genera desarrollo, ni beneficia a los lugareños que siguen siendo tan pobres como al momento que comenzó la explotación minera en sus tierras. Lo cual es cierto; pero, precisamente allí entra a tallar la labor del estado, no solo atrayendo las inversiones o buscando la fórmula para que los porcentajes de ingreso por canon y regalías sean los más beneficiosos para el país, sino también distribuyendo equitativamente esa riqueza y procurando que los recursos naturales sean “el primer piso” de un modelo de desarrollo sostenible. Es posible, otros países lo han hecho, pero tampoco se consigue de la noche a la mañana, ni en un solo gobierno. Esa es justamente la labor del estado.
Una primera fisura del problema se encuentra en la gestión de los gobiernos regionales. No son buenos administradores de los recursos. Dinero hay, pero no proyectos viables de inversión a favor de los pobladores, salvo alguna que otra honrosa excepción. Y es lógico que si los lugareños ven que nada de esa riqueza “se queda para ellos” fácilmente encaminen su cólera contra las grandes empresas mineras; dándose perfecta cuenta los grupos políticos regionales que el discurso antiminero “vende”, concede réditos políticos para llegar al poder regional en la siguiente elección o “vacar” al que se encuentra como presidente regional (a quien, muchas veces, no le queda más alternativa que ponerse al frente de la oposición minera a fin de salvar su cargo). Es relativamente fácil encolerizar a la gente y buscar “un chivo expiatorio” de todos los males. Parte de eso también existe en la problemática minera.
Además falta diálogo y falta prevención de conflictos. Mayor horizontalidad, con la participación de todos los actores en conflicto. No solo abandonar la tesis “del perro del hortelano”, como de hecho ya ocurrió, sino una participación más activa y práctica en la solución de los conflictos. Por lo general el gobierno central interviene cuando el conflicto estalló y las carreteras fueron tomadas. El libreto casi siempre es el mismo: el gobierno central cede a las demandas de los actores en conflicto, luego que estos realizan medidas de fuerza, se firma un acta de acuerdos, al poco tiempo se incumple el acta y el conflicto se repite, quizás con más fuerza por “las mecidas” del gobierno, entonces se vuelve a firmar otra acta, y así.
Frente a ello una salida audaz pero necesaria, previa reforma legal, es darle a cada poblador un porcentaje en efectivo de los ingresos mineros por canon. “Un cheque” por las ganancias mineras. A mayor ganancia de la minera que opera en la zona, mayor será su porcentaje de participación. Algo así como una especie de accionista de empresa. Si la empresa tiene utilidades, el accionista también.
No es “la solución última, ni definitiva”, pero ayudaría a paliar los conflictos. Claro, los que se oponen interesadamente a cualquier solución dirán que “se están comprando conciencias”, que eso no beneficia a la comunidad en su conjunto o, más paternalistamente, que ese dinero será dilapidado por los lugareños en juergas, sexo y alcohol. Lo cual puede ser cierto; pero, ¿dónde está la responsabilidad que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos sobre nuestro destino?
La idea no es nueva. En otros países ha funcionado con éxito y nada fundamenta que acá sea lo contrario. Los agitadores de siempre se opondrán, las ONG ambientalistas también. “Se les quita la chamba” de la cual viven. Usarán algunos de los argumentos que hemos mencionado y otros más; pero, frente a los problemas que se presentan y a la ineficacia del gobierno central y de los gobiernos regionales “mineros” permite una solución oportuna.
El gobierno de Humala se ha dado perfecta cuenta que sin inversión el Perú no desarrolla. El candidato Humala era profundamente antiminero, el ahora presidente busca desesperadamente inversiones. Sabe que la inclusión social requiere recursos y estos no caen solos del cielo. Si es pragmático, como parece ser, tiene que buscar salidas efectivas, por más que vayan contra sus antiguos aliados. Tiene que ver los intereses del país en su conjunto y no sólo de pequeños grupúsculos de interés. Lo que haga o deje de hacer su administración en los próximos años, en lo que a inversiones se refiere, estará marcado por el cómo soluciona los conflictos mineros.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Saturday, November 05, 2011
LOS CIEN DÍAS DE HUMALA
Los balances de los cien primeros días implican una evaluación preliminar de cómo anda la nueva administración. Obviamente no es definitivo, pero indica “el perfil” de hacia dónde va. Para la evaluación se puede tomar como parámetros de referencia lo que prometió en campaña o lo declarado en el plan de gobierno, a fin de contrastar lo dicho con lo que está haciendo, lo que falta por hacer o los necesarios cambios en el camino.
El primer inconveniente es qué plan de gobierno contrastamos, si “la gran trasformación”, furibundamente estatista, o la más flexible “hoja de ruta”, aparecida cuando el candidato Humala pasa a la segunda vuelta. Evidentemente que es la hoja de ruta el instrumento eje que delimita actualmente la política del gobierno.
Pero, ¿ello significaría que estamos ante un “aggiornamento nacionalista” y aquellos que no votamos por Humala en ninguna de las dos vueltas podemos respirar aliviados?
Creo que no. Las cosas no son tan diáfanas como algunos sostienen. No todo es blanco o negro en la administración humalista, más imperan las ambigüedades o los tenues grises.
Si bien existe un continuismo de la política económica, dado que cambiarla significaría trastocar todo un sistema que se ha ido decantando en los últimos veinte años, ello no implica que no existan al interior del gobierno tendencias radicales que exigen la ejecución del programa de “la gran trasformación” y no hacer tantas “concesiones” a la derecha.
Son las mismas tendencias que tratan de limitar la libertad de expresión y de prensa con leyes draconianas, ejecutar una política económica intervencionista, crear el clima necesario para “el retorno” a la Constitución de 1979 o negarse a una política no tan dialogante, sino más bien impositiva, en representación, según ellos, de “los sectores populares”. Son los que claman por una mayor radicalización del gobierno nacionalista, “más a lo Chávez que a lo Lula”.
Entre esas dos tendencias, los “moderados” y los “radicales”, se mueve el gobierno de Humala. Por el momento son los moderados los que priman, pero todo dependerá cómo marche la correlación de fuerzas y los factores externos (como la recesión internacional que nos podría afectar) para que cambie el panorama.
Puede parecer “burgués” o poco importante; pero, los derechos políticos son consustanciales al ciudadano y piedra angular de los derechos sociales y económicos. Por ello es que “no se puede bajar la guardia” ante cualquier indicio, por más leve que sea, de esas “pulsiones totalitarias” que alberga el humalismo en su seno, así se diga que es “histerismo de derecha”.
LA INCLUSIÓN SOCIAL
Es una definición que por su constante uso va perdiendo sentido e inclusión social puede significar desde otorgar subsidios directos hasta cambiar las estructuras sociales. La pregunta no es tanto si se está de acuerdo o no, sino qué se entiende por esta y cómo se pueden implementar las políticas necesarias para favorecerla.
Para que sea permanente la inclusión social (entendida como que todos los peruanos seamos iguales ante la ley –igualdad formal- y tengamos oportunidades similares de ascenso social, así como de tener una vida digna –igualdad material-) requiere de cambios profundos y estructurales, principalmente en sectores como salud, educación y calidad de empleo, igual que en las condiciones para generar riqueza y distribuirla adecuadamente. No se produce de la noche a la mañana, ni en un solo gobierno. Requiere de políticas públicas a largo plazo y en concertación con el sector privado. Por ejemplo, cómo hacemos para mejorar la educación inicial, a fin que los niños de los colegios estatales terminen primaria manejando con suficiencia las operaciones matemáticas elementales y comprendiendo lo que leen, aparte de conocer el inglés y manejar las tecnologías de la información. Solo para llegar a ese objetivo requeriría años de esfuerzo e incluso que el gobierno colisione con la dirigencia del Sutep, uno de sus principales aliados. ¿Lo hará? Todos sabemos que no.
O, cómo hacemos para corregir las desigualdades sociales en, por ejemplo, Puno. Aplicar políticas correctivas en la región del altiplano significaría “colisionar” con aliados del gobierno como los cocaleros o luchar frontalmente contra el contrabando. ¿Lo hará? Igualmente sabemos que no. Ya no hablemos de políticas redistributivas o de generación de riqueza que implicarían un “choque frontal” con “aliados naturales” del humalismo que lo ayudaron a llegar a la presidencia de la república.
Precisamente esas enormes expectativas que generó su candidatura como sinónimo de “gran cambio” o justicia para los más pobres, así como las alianzas que estableció con sectores sociales disímiles, se pueden trasformar en una enorme desilusión de no cumplir mínimamente lo ofrecido. De quedarse en “el discurso revolucionario” disociado de la realidad. O también puede suceder lo contrario: que para cumplir sus promesas electorales desequilibre el presupuesto público en un contexto de coyuntura internacional bastante delicada. Lo primero sería un drama, lo segundo una tragedia.
Humala se alió “con Dios y con el Diablo” para llegar al poder, con sectores sociales, políticos y económicos contradictorios entre si, por lo que tiene un límite para la ejecución de su programa, límite impuesto por los mismos sectores que lo apoyaron, bajo pena que en caso de “una traición” del presidente hacia ellos, le hagan la vida difícil; como a su vecino Evo en Bolivia.
Mas bien el gobierno de Humala ha elegido el camino fácil del asistencialismo, sea en dinero o en bienes, pero cuyos frutos a largo plazo no se traducen en una mejora significativa de calidad de vida, sino en dádivas que vuelven dependientes a los beneficiados (similar en esencia a “la caridad” que la derecha ejercía con los más pobres), lo cual los convierte en un bolsón político de votos, así como en “portátiles” útiles para las movilizaciones a favor del “caudillo”. Es lo que siempre ha sido, por ejemplo, el Pronaa, y una de las razones de la resistencia a la renuncia de la cuestionada ministra de la mujer, es el manejo político del programa.
LA CORRUPCIÓN
A cien días de gobierno, la administración Humala muestra casos de presunta corrupción que afecta hasta a su segundo vicepresidente, acusado de tráfico de influencias a favor de un conocido grupo económico (y, hasta hace poco, integrante de la “megacomisión” que investigará al APRA por el quinquenio anterior).
Para un gobierno que recién comienza, estos casos afectan seriamente la credibilidad y legitimidad del régimen. El asunto es cómo va a enfrentar los casos de corrupción en sus propias filas y, en particular, el delicado caso de tráfico de influencias en que se encuentra implicado su segundo vicepresidente. ¿El gobierno será trasparente y actuará conforme a su credo en campaña (lucha frontal contra la corrupción) o “montará un show mediático” para la platea y al final todo quedará en nada?
De no manejar adecuadamente los casos de corrupción dentro de sus propias filas, puede ser su talón de Aquiles y sería irónico que el gobierno, una de cuyas banderas durante la campaña electoral fue la lucha contra la corrupción y la inmoralidad, termine sumido en variopintos casos de corrupción.
¿REELECCIÓN DEL HUMALISMO EL 2016?
Todavía es prematuro afirmar si Ollanta Humala buscará la reelección inmediata o la sucesión a través de su esposa. Ganas no les faltan y con partidos políticos débiles en la oposición, es un manjar delicioso relativamente fácil de disponer; pero dependerá mucho de la correlación de fuerzas que aludíamos en la primera parte de este artículo. Es evidente que Humala, a falta de un partido orgánico y con muestras de notoria indisciplina en el suyo en apenas cien días de gobierno, se está asentando sobre el ejército como poder fáctico, algo similar a lo que hizo Fujimori en los noventa. Pero, el otro poder sobre el que se asentó el fujimorismo fue el gran empresariado. Teniendo contento a los grandes empresarios y a la cúpula militar, Fujimori marcó un derrotero populista que le otorgó “oxígeno” al proyecto autoritario por diez largos años. ¿Humala podrá hacer lo mismo?
Creo que de hecho ya está “coqueteando” con los grandes empresarios, imitando más a Fujimori que a Chávez, en una suerte de “populismo de izquierda”, pero sin afectar la propiedad de los poderosos (debemos recordar que a la derecha nunca le importó la democracia ni los derechos humanos, con tal que la dejen hacer sus grandes negociados). Dudo que veamos nacionalizaciones masivas o controles de precios.
Sería una genial “boutade” de la historia (estoy pensando en la célebre frase de Marx que sobre la historia decía que se repite como comedia lo que otrora fue drama) termine su quinquenio no “al ritmo del chino”, sino “al ritmo del cholo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
El primer inconveniente es qué plan de gobierno contrastamos, si “la gran trasformación”, furibundamente estatista, o la más flexible “hoja de ruta”, aparecida cuando el candidato Humala pasa a la segunda vuelta. Evidentemente que es la hoja de ruta el instrumento eje que delimita actualmente la política del gobierno.
Pero, ¿ello significaría que estamos ante un “aggiornamento nacionalista” y aquellos que no votamos por Humala en ninguna de las dos vueltas podemos respirar aliviados?
Creo que no. Las cosas no son tan diáfanas como algunos sostienen. No todo es blanco o negro en la administración humalista, más imperan las ambigüedades o los tenues grises.
Si bien existe un continuismo de la política económica, dado que cambiarla significaría trastocar todo un sistema que se ha ido decantando en los últimos veinte años, ello no implica que no existan al interior del gobierno tendencias radicales que exigen la ejecución del programa de “la gran trasformación” y no hacer tantas “concesiones” a la derecha.
Son las mismas tendencias que tratan de limitar la libertad de expresión y de prensa con leyes draconianas, ejecutar una política económica intervencionista, crear el clima necesario para “el retorno” a la Constitución de 1979 o negarse a una política no tan dialogante, sino más bien impositiva, en representación, según ellos, de “los sectores populares”. Son los que claman por una mayor radicalización del gobierno nacionalista, “más a lo Chávez que a lo Lula”.
Entre esas dos tendencias, los “moderados” y los “radicales”, se mueve el gobierno de Humala. Por el momento son los moderados los que priman, pero todo dependerá cómo marche la correlación de fuerzas y los factores externos (como la recesión internacional que nos podría afectar) para que cambie el panorama.
Puede parecer “burgués” o poco importante; pero, los derechos políticos son consustanciales al ciudadano y piedra angular de los derechos sociales y económicos. Por ello es que “no se puede bajar la guardia” ante cualquier indicio, por más leve que sea, de esas “pulsiones totalitarias” que alberga el humalismo en su seno, así se diga que es “histerismo de derecha”.
LA INCLUSIÓN SOCIAL
Es una definición que por su constante uso va perdiendo sentido e inclusión social puede significar desde otorgar subsidios directos hasta cambiar las estructuras sociales. La pregunta no es tanto si se está de acuerdo o no, sino qué se entiende por esta y cómo se pueden implementar las políticas necesarias para favorecerla.
Para que sea permanente la inclusión social (entendida como que todos los peruanos seamos iguales ante la ley –igualdad formal- y tengamos oportunidades similares de ascenso social, así como de tener una vida digna –igualdad material-) requiere de cambios profundos y estructurales, principalmente en sectores como salud, educación y calidad de empleo, igual que en las condiciones para generar riqueza y distribuirla adecuadamente. No se produce de la noche a la mañana, ni en un solo gobierno. Requiere de políticas públicas a largo plazo y en concertación con el sector privado. Por ejemplo, cómo hacemos para mejorar la educación inicial, a fin que los niños de los colegios estatales terminen primaria manejando con suficiencia las operaciones matemáticas elementales y comprendiendo lo que leen, aparte de conocer el inglés y manejar las tecnologías de la información. Solo para llegar a ese objetivo requeriría años de esfuerzo e incluso que el gobierno colisione con la dirigencia del Sutep, uno de sus principales aliados. ¿Lo hará? Todos sabemos que no.
O, cómo hacemos para corregir las desigualdades sociales en, por ejemplo, Puno. Aplicar políticas correctivas en la región del altiplano significaría “colisionar” con aliados del gobierno como los cocaleros o luchar frontalmente contra el contrabando. ¿Lo hará? Igualmente sabemos que no. Ya no hablemos de políticas redistributivas o de generación de riqueza que implicarían un “choque frontal” con “aliados naturales” del humalismo que lo ayudaron a llegar a la presidencia de la república.
Precisamente esas enormes expectativas que generó su candidatura como sinónimo de “gran cambio” o justicia para los más pobres, así como las alianzas que estableció con sectores sociales disímiles, se pueden trasformar en una enorme desilusión de no cumplir mínimamente lo ofrecido. De quedarse en “el discurso revolucionario” disociado de la realidad. O también puede suceder lo contrario: que para cumplir sus promesas electorales desequilibre el presupuesto público en un contexto de coyuntura internacional bastante delicada. Lo primero sería un drama, lo segundo una tragedia.
Humala se alió “con Dios y con el Diablo” para llegar al poder, con sectores sociales, políticos y económicos contradictorios entre si, por lo que tiene un límite para la ejecución de su programa, límite impuesto por los mismos sectores que lo apoyaron, bajo pena que en caso de “una traición” del presidente hacia ellos, le hagan la vida difícil; como a su vecino Evo en Bolivia.
Mas bien el gobierno de Humala ha elegido el camino fácil del asistencialismo, sea en dinero o en bienes, pero cuyos frutos a largo plazo no se traducen en una mejora significativa de calidad de vida, sino en dádivas que vuelven dependientes a los beneficiados (similar en esencia a “la caridad” que la derecha ejercía con los más pobres), lo cual los convierte en un bolsón político de votos, así como en “portátiles” útiles para las movilizaciones a favor del “caudillo”. Es lo que siempre ha sido, por ejemplo, el Pronaa, y una de las razones de la resistencia a la renuncia de la cuestionada ministra de la mujer, es el manejo político del programa.
LA CORRUPCIÓN
A cien días de gobierno, la administración Humala muestra casos de presunta corrupción que afecta hasta a su segundo vicepresidente, acusado de tráfico de influencias a favor de un conocido grupo económico (y, hasta hace poco, integrante de la “megacomisión” que investigará al APRA por el quinquenio anterior).
Para un gobierno que recién comienza, estos casos afectan seriamente la credibilidad y legitimidad del régimen. El asunto es cómo va a enfrentar los casos de corrupción en sus propias filas y, en particular, el delicado caso de tráfico de influencias en que se encuentra implicado su segundo vicepresidente. ¿El gobierno será trasparente y actuará conforme a su credo en campaña (lucha frontal contra la corrupción) o “montará un show mediático” para la platea y al final todo quedará en nada?
De no manejar adecuadamente los casos de corrupción dentro de sus propias filas, puede ser su talón de Aquiles y sería irónico que el gobierno, una de cuyas banderas durante la campaña electoral fue la lucha contra la corrupción y la inmoralidad, termine sumido en variopintos casos de corrupción.
¿REELECCIÓN DEL HUMALISMO EL 2016?
Todavía es prematuro afirmar si Ollanta Humala buscará la reelección inmediata o la sucesión a través de su esposa. Ganas no les faltan y con partidos políticos débiles en la oposición, es un manjar delicioso relativamente fácil de disponer; pero dependerá mucho de la correlación de fuerzas que aludíamos en la primera parte de este artículo. Es evidente que Humala, a falta de un partido orgánico y con muestras de notoria indisciplina en el suyo en apenas cien días de gobierno, se está asentando sobre el ejército como poder fáctico, algo similar a lo que hizo Fujimori en los noventa. Pero, el otro poder sobre el que se asentó el fujimorismo fue el gran empresariado. Teniendo contento a los grandes empresarios y a la cúpula militar, Fujimori marcó un derrotero populista que le otorgó “oxígeno” al proyecto autoritario por diez largos años. ¿Humala podrá hacer lo mismo?
Creo que de hecho ya está “coqueteando” con los grandes empresarios, imitando más a Fujimori que a Chávez, en una suerte de “populismo de izquierda”, pero sin afectar la propiedad de los poderosos (debemos recordar que a la derecha nunca le importó la democracia ni los derechos humanos, con tal que la dejen hacer sus grandes negociados). Dudo que veamos nacionalizaciones masivas o controles de precios.
Sería una genial “boutade” de la historia (estoy pensando en la célebre frase de Marx que sobre la historia decía que se repite como comedia lo que otrora fue drama) termine su quinquenio no “al ritmo del chino”, sino “al ritmo del cholo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Monday, October 10, 2011
PROTESTAS ESTUDIANTILES EN CHILE
A la par que los indignados en Europa, Estados Unidos o Israel, en Chile también protestan como no se veía hace mucho tiempo. Si bien al inicio fueron solo estudiantes de secundaria y universidad; luego se sumaron las centrales sindicales, en una suerte de efecto “bola de nieve”, con paros, marchas de protesta y violencia en las calles santiaguinas, muy distinto a las imágenes de la “Suiza Latinoamérica” a la que nuestros vecinos del sur nos tienen acostumbrados. A tal punto que han obligado al gobierno de Sebastián Piñera a invitarlos a negociar en el propio Palacio de La Moneda.
Pero, ¿qué reclaman estos muchachos? Algo que para nosotros no nos es ajeno: educación gratuita y de calidad.
El gobierno de Piñera les ha querido conceder algunas peticiones, pero los estudiantes se mantienen en sus trece: todo o nada. Recorren calles, realizan protestas, algunas veces pacíficas, otras en colisión con la policía. No ceden en sus planteamientos, ni temen perder el año escolar, quieren una verdadera reforma que nivele el acceso a la educación, puerta clave para el ascenso social.
Una de las herencias del gobierno de Pinochet fue el costo de la educación, vale decir no existe, como entre nosotros, la educación totalmente gratuita, sino un sistema de pagos por el servicio educativo y, aquellos que no disponen de ingresos propios que les permitan sostener una carrera a largo plazo, deben recurrir al crédito estudiantil, pagado cuando el estudiante sea un profesional.
La educación en Chile, dicho sea de paso, no está mal. Es más, sus universidades se han ganado un merecido prestigio (aunque Jorge Edwards en reciente artículo se quejaba de la incuria de los jóvenes chilenos en los estudios). En comparación con las nuestras, no padecen, por ejemplo, de “las universidades chicha”, centros de estudios que funcionan en ambientes precarios y sin las mínimas condiciones de solvencia académica. Lo que aspiran los estudiantes chilenos es a una “democratización” del acceso educativo, vía la gratuidad de la enseñanza. No terminar los estudios universitarios con deudas, que ahora se hacen más difíciles de pagar por la crisis y el aumento en las tasas de interés, sino que la educación sea un derecho social pleno.
Contrastando con nuestra realidad, me preguntaba hasta qué punto es posible conciliar gratuidad con calidad. Y, me parece, es un tanto inviable, sobretodo si no se cuenta con un gran presupuesto que permita un gasto sostenido y enorme en educación.
Uno de los efectos sociales del proceso de democratización que vivimos en Perú desde hace treinta años fue la necesidad de atender la veloz y amplia demanda educativa. Las ciudades fueron creciendo, principalmente Lima, lo que obligó a los gobiernos de entonces a multiplicar el número de escuelas y también de universidades (amén de “improvisar” profesores reclutados para prestar el servicio); participando activamente el sector privado que, en pocos años, de actor secundario pasó a ser protagonista de la educación en sus distintos niveles, con todos los problemas que ya conocemos: La calidad fue vencida por la cantidad.
Por ello, es un poco difícil conciliar calidad con gratuidad y esta con cantidad (dado que se deberá atender a una amplia demanda). Quizás lo más sensato es ir gradualmente a un modelo que permita acceder a la educación para todos o créditos educativos a tasas de interés blandas; aunque como están las cosas entre el gobierno chileno y los jóvenes protestantes, es algo difícil de consensuar.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es
Pero, ¿qué reclaman estos muchachos? Algo que para nosotros no nos es ajeno: educación gratuita y de calidad.
El gobierno de Piñera les ha querido conceder algunas peticiones, pero los estudiantes se mantienen en sus trece: todo o nada. Recorren calles, realizan protestas, algunas veces pacíficas, otras en colisión con la policía. No ceden en sus planteamientos, ni temen perder el año escolar, quieren una verdadera reforma que nivele el acceso a la educación, puerta clave para el ascenso social.
Una de las herencias del gobierno de Pinochet fue el costo de la educación, vale decir no existe, como entre nosotros, la educación totalmente gratuita, sino un sistema de pagos por el servicio educativo y, aquellos que no disponen de ingresos propios que les permitan sostener una carrera a largo plazo, deben recurrir al crédito estudiantil, pagado cuando el estudiante sea un profesional.
La educación en Chile, dicho sea de paso, no está mal. Es más, sus universidades se han ganado un merecido prestigio (aunque Jorge Edwards en reciente artículo se quejaba de la incuria de los jóvenes chilenos en los estudios). En comparación con las nuestras, no padecen, por ejemplo, de “las universidades chicha”, centros de estudios que funcionan en ambientes precarios y sin las mínimas condiciones de solvencia académica. Lo que aspiran los estudiantes chilenos es a una “democratización” del acceso educativo, vía la gratuidad de la enseñanza. No terminar los estudios universitarios con deudas, que ahora se hacen más difíciles de pagar por la crisis y el aumento en las tasas de interés, sino que la educación sea un derecho social pleno.
Contrastando con nuestra realidad, me preguntaba hasta qué punto es posible conciliar gratuidad con calidad. Y, me parece, es un tanto inviable, sobretodo si no se cuenta con un gran presupuesto que permita un gasto sostenido y enorme en educación.
Uno de los efectos sociales del proceso de democratización que vivimos en Perú desde hace treinta años fue la necesidad de atender la veloz y amplia demanda educativa. Las ciudades fueron creciendo, principalmente Lima, lo que obligó a los gobiernos de entonces a multiplicar el número de escuelas y también de universidades (amén de “improvisar” profesores reclutados para prestar el servicio); participando activamente el sector privado que, en pocos años, de actor secundario pasó a ser protagonista de la educación en sus distintos niveles, con todos los problemas que ya conocemos: La calidad fue vencida por la cantidad.
Por ello, es un poco difícil conciliar calidad con gratuidad y esta con cantidad (dado que se deberá atender a una amplia demanda). Quizás lo más sensato es ir gradualmente a un modelo que permita acceder a la educación para todos o créditos educativos a tasas de interés blandas; aunque como están las cosas entre el gobierno chileno y los jóvenes protestantes, es algo difícil de consensuar.
Eduardo Jiménez J.
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