Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Cenicienta, el célebre cuento inspirado en
leyendas populares, que primero recoge Charles Perrault en el siglo XVII, luego
los hermanos Grimm en el XIX, y en el XX lo edulcora Disney en su versión de
dibujos animados, es recurrente en los mitos populares por su carga simbólica
que lo hace entendible en distintos tiempos y espacios (las cenizas como
renacer -el ave fénix-, la zapatilla de cristal como pureza, la envidia como
característica humana, etc.). En ese sentido es un cuento inmortal.
Lo
interesante de la versión cinematográfica de Emilie Blichfeldt (Noruega, 1991)
es el giro de tuerca de la historia y contarla desde el lado de la hermanastra,
Elvira, quien no es propiamente una villana envidiosa, sino una joven soñadora que
compite con otras chicas de su edad para conseguir el amor del príncipe, por lo
que decide someterse a todos los sacrificios inimaginables para “estar en
forma” el día del baile en Palacio. Es el costo de ser bella, el precio que las
mujeres deben pagar en esta sociedad, sobre todo, en la visión convencional del
tema, para conseguir un marido “de una adecuada posición social”.
Es
lo que hace también Cenicienta que, con su belleza natural y sin un centavo de
dote, cautiva al príncipe, aunque secretamente se encuentra enamorada de un
plebeyo, al cual -literalmente- le da el culo como “prueba de amor”, ya que
debe mantenerse virgen para el futuro marido, entendida la virginidad en la
mujer como sinónimo de pureza, virtud con la cual debe ingresar al matrimonio
conforme lo dice el Antiguo Testamento (De estas [mujeres] no tomará: viuda,
divorciada o una profanada como ramera, sino que tomará por mujer a una
virgen de su propio pueblo. Levítico, cap. 21).
La
hermanastra fea también
es una metáfora de cómo los deseos humanos son una ilusión y se pueden
desvanecer, a pesar de todo el esfuerzo que ponemos (todo es ilusión
como dice el Eclesiastés). Es lo que le sucede a Elvira, que termina mutilada
de cuerpo y alma. Es la gran pagante del drama.
El
papel de la madre de Elvira y madrastra de Cenicienta destaca por su despiadado
pragmatismo, donde no importa sacrificar a su hija o acostarse con quien sea,
para alcanzar una mejor posición social.
En
ese sentido, los personajes son arquetipos de la naturaleza humana. Cenicienta
representa la bondad, pero también el convencionalismo social; Elvira los
deseos fatuos; la madrastra, el pragmatismo en una sociedad gobernada por
hombres; la hermana menor de Elvira, la sencillez de toda muchacha (prefiere
ocultar a la madre que ya tuvo su primera menstruación a fin que no la someta a
las duras exigencias físicas que padeció la hermana mayor para que consiga
marido).
Al
final empatizamos con la pobre Elvira, víctima de la moda e ideología de su
época; aunque ese “horror corporal”, que nos hizo recordar las primeras
películas de David Cronenberg, lo utiliza exageradamente la directora para
remarcar su tesis (algo similar pasó en el filme La sustancia de Coralie
Fargeat), para enfatizar el costo de ser bellas las mujeres y la ruina en que por
ello se pueden convertir.
Vale
la pena ver La hermanastra fea, propuesta inusual en medio de tan escasa
creatividad que se vive en el cine comercial.
No comments:
Post a Comment