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Sunday, June 22, 2025

LA HERMANASTRA FEA: EL OTRO LADO DE CENICIENTA

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Cenicienta, el célebre cuento inspirado en leyendas populares, que primero recoge Charles Perrault en el siglo XVII, luego los hermanos Grimm en el XIX, y en el XX lo edulcora Disney en su versión de dibujos animados, es recurrente en los mitos populares por su carga simbólica que lo hace entendible en distintos tiempos y espacios (las cenizas como renacer -el ave fénix-, la zapatilla de cristal como pureza, la envidia como característica humana, etc.). En ese sentido es un cuento inmortal.

 

Lo interesante de la versión cinematográfica de Emilie Blichfeldt (Noruega, 1991) es el giro de tuerca de la historia y contarla desde el lado de la hermanastra, Elvira, quien no es propiamente una villana envidiosa, sino una joven soñadora que compite con otras chicas de su edad para conseguir el amor del príncipe, por lo que decide someterse a todos los sacrificios inimaginables para “estar en forma” el día del baile en Palacio. Es el costo de ser bella, el precio que las mujeres deben pagar en esta sociedad, sobre todo, en la visión convencional del tema, para conseguir un marido “de una adecuada posición social”.

 

Es lo que hace también Cenicienta que, con su belleza natural y sin un centavo de dote, cautiva al príncipe, aunque secretamente se encuentra enamorada de un plebeyo, al cual -literalmente- le da el culo como “prueba de amor”, ya que debe mantenerse virgen para el futuro marido, entendida la virginidad en la mujer como sinónimo de pureza, virtud con la cual debe ingresar al matrimonio conforme lo dice el Antiguo Testamento (De estas [mujeres] no tomará: viuda, divorciada o una profanada como ramera, sino que tomará por mujer a una virgen de su propio pueblo. Levítico, cap. 21).

 

La hermanastra fea también es una metáfora de cómo los deseos humanos son una ilusión y se pueden desvanecer, a pesar de todo el esfuerzo que ponemos (todo es ilusión como dice el Eclesiastés). Es lo que le sucede a Elvira, que termina mutilada de cuerpo y alma. Es la gran pagante del drama.

 

El papel de la madre de Elvira y madrastra de Cenicienta destaca por su despiadado pragmatismo, donde no importa sacrificar a su hija o acostarse con quien sea, para alcanzar una mejor posición social.

 

En ese sentido, los personajes son arquetipos de la naturaleza humana. Cenicienta representa la bondad, pero también el convencionalismo social; Elvira los deseos fatuos; la madrastra, el pragmatismo en una sociedad gobernada por hombres; la hermana menor de Elvira, la sencillez de toda muchacha (prefiere ocultar a la madre que ya tuvo su primera menstruación a fin que no la someta a las duras exigencias físicas que padeció la hermana mayor para que consiga marido).

 

Al final empatizamos con la pobre Elvira, víctima de la moda e ideología de su época; aunque ese “horror corporal”, que nos hizo recordar las primeras películas de David Cronenberg, lo utiliza exageradamente la directora para remarcar su tesis (algo similar pasó en el filme La sustancia de Coralie Fargeat), para enfatizar el costo de ser bellas las mujeres y la ruina en que por ello se pueden convertir.

 

Vale la pena ver La hermanastra fea, propuesta inusual en medio de tan escasa creatividad que se vive en el cine comercial.