Saturday, May 12, 2018

¿EL MARXISMO HA MUERTO?


Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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A diferencia de las celebraciones por el primer centenario del nacimiento de Carlos Marx, en 1918, cuando parecía que las “profecías” estaban a la vuelta de la esquina con la ebullición del primer experimento socialista sobre la tierra; esta vez, caído el muro y enterrada la Unión Soviética, la efemérides por los 200 años, salvo algunos comentarios académicos y rememoraciones de algunos grupos políticos autodenominados marxistas, pasó media desapercibida.

Hay que distinguir al Marx agudo observador del capitalismo del Marx filósofo de la historia, fundador, sin querer, de una religión laica. El primero fue más riguroso. Testigo presencial del capitalismo industrial en la Inglaterra del XIX, comprendió la lógica del sistema capitalista. Es el Marx que muy pocos han estudiado y menos comprendido. El segundo, el filósofo de la historia, lanza una conjetura arriesgada que la asume como ley científica: la clase obrera será la liberadora de la humanidad. El proletariado, al no tener nada que perder, ganaba para todos un mundo más justo e igualitario. Ese Marx profeta, con ribetes bíblicos (sustituyan pueblo elegido por clase elegida), es el que ganó adeptos alrededor del mundo, a pesar que la “profecía” jamás se cumplió en los términos que fue planteada.

El materialismo histórico es lo que dará “sustento científico” a su tesis y se basaba, grosso modo, en la contradicción de una clase social con respecto a otra, siendo la clase dominada la que pasa luego a ser dominante, liquidando a la anterior, en procesos de síntesis histórica a largo plazo. Todo ello asentado en lo que Marx denominó modo de producción, que era la forma prevaleciente de producción económica en un período histórico determinado. Así, en el modo de producción esclavista (que corresponde al mundo antiguo) lo era entre esclavistas y esclavos; el modo de producción feudal (el medioevo europeo) entre señores feudales y siervos; y el modo de producción capitalista entre capitalistas y proletarios. Estos (los proletarios) devendrían en la nueva clase dominante, pero a diferencia de las anteriores, tendría un rol liberador de la humanidad, dando paso al socialismo, donde temporalmente ejercería una dictadura (la dictadura del proletariado), eliminando en ese estadio las taras burguesas, para dar paso final al comunismo, suerte de paraíso en la tierra, donde ya no existiría la desigualdad ni la propiedad. Se entiende que el estado habría desaparecido.

La verdad que en el papel se veía bastante convincente y atractivo, y no es raro que millones entregaran sus vidas a tan noble fin. Estábamos ante la presencia de la creación de un mito con aparente sustento científico. El marxismo movilizó a millones de personas alrededor del mundo y fue la delicia interpretativa de intelectuales de la talla de Sartre o Althusser. O, como diría ácidamente desde la otra orilla Raymond Aron, fue el opio de los intelectuales. Nunca como antes fueron ganadas mentes tan brillantes a una causa social.

El ser humano necesita creer en algo. Son pocos los que entregan su vida y su destino a esa creencia. El marxismo les dio un sentido a sus vidas, una razón para vivir. Como decía Mariátegui, se necesita un mito que mueva al pueblo, una razón por la cual entregarse en cuerpo y alma a la causa, como antaño se entregaban los cristianos de las catacumbas. Ese mito fue el socialismo y la clase obrera la encargada de llevarlo a cabo. La “prueba” fue la revolución rusa. La profecía se cumplía. Estábamos ante el socialismo científico incuestionado e incuestionable.

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A la muerte de Marx, el marxismo era una corriente minoritaria entre las tantas socialistas de la época. Para poner un símil con la religión: era una religión con pocos adeptos. Fieles, pero minoritarios.

Curiosamente fue en sociedades atrasadas donde el mito prendió con más intensidad. La Rusia de los zares o la China agraria de Mao, así como en los movimientos independentistas  africanos post segunda guerra mundial, que más eran movimientos de reivindación nacional que de clase, incluyendo a la revolución cubana en esta parte del mundo.

Caídos los experimentos socialistas como que fue perdiendo adeptos por todos lados. La religión se fue quedando sin creyentes. Y no hay otra que la sustituya. El mito del mercado puesto por ciertos liberales no es tan motivador, menos el liberalismo como corriente filosófica. Y los derechos humanos, como ideología dominante y suerte de pensamiento “políticamente correcto”, no han sido tan motivadores para ganar adeptos como lo fue el marxismo en sus mejores años. Así que la fiesta fue acabando, las luces se apagaron, la borrachera convirtiéndose en resaca, hasta llegar al siglo XXI en un aparente fin de la historia (Fukuyama dixit) que tampoco lo fue.

El nacionalismo ha rebrotado en distintos lugares como reacción a la globalización, en algunos casos con versiones extremas y violentas. Por estas tierras apareció un “socialismo del siglo XXI” bastante tropical, de corta duración y que quiso conciliar a Bolívar con Marx. El entusiasmo inicial que mostraron ciertos intelectuales por este movimiento (el opio al que aludía Aron) se enfrío con el sucesor más folclórico que el padre, conversador habitual con aves y lindante con los dictadores clásicos que tuvo América Latina en sus mejores momentos. Creo que Marx se moría de nuevo de ver este engendro con su nombre.

Dicho sea, un aspecto controversial es la reivindicación que muchos experimentos socialistas hicieron de Marx como father founder. Le pasó lo mismo que a José Carlos Mariátegui, tuvo una serie de hijos que reclamaban la herencia: desde los más heterodoxos pasando por los estalinistas de los partidos comunistas hasta los hijos del terror de Sendero Luminoso.

Marx nunca pensó como sería el socialismo. Tuvo algunas ideas que sirvieron de coordenadas como la dictadura del proletariado en ese estadio, a fin de eliminar todo resabio burgués, pero su estudio más se enfocó en el capitalismo industrial que conoció de primera mano al establecerse en Inglaterra, la cuna del capitalismo.

Y, como en las grandes religiones, a Marx le surgieron también “profetas” que se autoreclamaban herederos directos del mesías, desde Lenin, pasando por Stalin o Mao, hasta los que ejercieron un “socialismo tropical” en Albania o Corea del Norte, sin olvidar a los más sanguinarios como Pol Pot o Abimael Guzmán; quienes a su manera han reivindicado como suyo el “pensamiento marxista”, autodesignándose como “hijos” del pensador alemán y ejercitando en “nombre del padre” desde un proceso de industrialización a marchas forzadas como lo fue en la Unión Soviética de Stalin –con Gulags de por medio-, pasando por un “socialismo de mercado” de la China actual, o un “socialismo dinástico” en Corea del Norte, y sin olvidar la eliminación sistemática de la mitad de la población en Camboya en los años 70, convirtiendo todo un país en un gran campo de concentración. No todos son hijos legítimos del padre.

Por cierto, Marx nunca comprendió muy bien ni le interesó demasiado las naciones que se formaban en las ex colonias de España en América; y, salvo algunos comentarios sobre los nacientes Estados Unidos de Norteamérica, su europeocentrismo lo hizo desentenderse de las nuevas repúblicas que se formaban y deformaban al sur del río Grande. Por ejemplo, su secuencia de modos de producción era aplicable a la realidad europea, pero no a la de otros continentes. De allí que cuando comienza a interesarse por las naciones del Asia no calzaba su modelo a una realidad tan disímil, por lo que crea un modo de producción excepcional: el modo de producción asiático, que luego ensayistas sociales adaptaron, muchas veces con poca fortuna, a las sociedades precolombinas de América.

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Pero, ¿Marx ha muerto?, o mejor dicho ¿el marxismo ha muerto? El marxismo como religión laica creo que sí. Difícil que resurja o que tenga la cantidad de adeptos como los tuvo antaño. En el estado de bienestar de Europa y EEUU el proletariado fue asimilado a la sociedad de consumo y la clase media comenzó a perfilarse con un protagonismo propio, ajeno a los tiempos de Marx (que la llamaba, un tanto despectivo, como pequeña burguesía), sirviendo de “amortiguador” entre ambas clases (de allí surgen en la actualidad la gran mayoría de intelectuales, académicos, artistas, políticos y profesionales, aparte que los propios obreros de las economías desarrolladas, por su forma de vida, fueron asimilados a esta clase).

Lo que sí es rescatable es el Marx científico social, el agudo observador del capitalismo, el que señalaba que el sistema se hunde en sus grandes contradicciones. El que analizaba el fetichismo de la mercancía y que todo se vende o todo se compra en la sociedad capitalista, hasta los valores o la dignidad. O como dijo Lenin gráficamente, el capitalista es capaz de venderle la soga al verdugo que lo va ha ahorcar.

Esas grandes contradicciones del capitalismo donde todo es una mercancía y el afán desmedido de lucro puede producir crisis cíclicas, muchas veces difíciles de manejar por los estados, es el aporte más interesante de Marx. (Por cierto, la última y gran crisis que nos puede costar el planeta es la de la contaminación ambiental, producto del proceso de industrialización de las grandes potencias industriales, incluyendo la China actual. De seguir la tendencia, las ficciones distópicas de un planeta inhabitable se van a cumplir, tarde o temprano).

Y si bien su teoría de la plusvalía explicaba como el capitalista se queda con una parte del valor del trabajo producido por el obrero al pagarle menos, no menos cierto es que la productividad (capacidad de producción por unidad de trabajo), gracias a la tecnología y a mejores formas de administrar eficientemente los distintos elementos que la componen, ha permitido un mayor margen de utilidades para la empresa y de beneficios para el trabajador, así como bajar el precio final del producto al consumidor. En cierta manera, la productividad explica porque la jornada de trabajo comienza a bajar en Occidente, incluso a límites inferiores a las 8 horas diarias en algunas naciones con economías desarrolladas.

Otro aspecto que Marx no pudo observar en toda su dimensión fue que el sistema capitalista es mucho más flexible que otros que conoció la humanidad (y mucho más que el sistema socialista que colapsó en parte por su rigidez) y se va adaptando a los cambios y crisis que se van sucediendo.

En una suerte de darwinismo económico, en cada cambio o crisis desaparece lo antiguo, lo obsoleto, y da paso a nuevas formas que se adaptan al entorno social y económico existente. De allí que, por ejemplo, las crisis cíclicas del capitalismo no hacen desaparecer al sistema, sino que por su plasticidad se va amoldando al nuevo entorno. Es lo que sucedió con la gran crisis de 1929, que muchas presagiaban era el fin del capitalismo, y más bien de allí surgió una nueva forma de compromiso entre el estado, el capital y la fuerza de trabajo en lo que se llamó el new deal, que daría a luz el estado de bienestar y el “aburguesamiento” del obrero en Occidente.

Precisamente, Marx no pudo ver el “aburguesamiento” del proletariado en el estado de bienestar y la sociedad de consumo. En su época el estado solo expresaba los intereses de la burguesía como clase dominante y el obrero apenas subsistía para aportar su fuerza de trabajo. De allí que era muy peyorativo con la “democracia burguesa”. Lo que no vio fue que el sistema se comenzaba a abrir gradualmente, no sin luchas de por medio, a aquellos desposeídos, a las minorías de todo tipo. Empezó con el voto a los obreros, luego a las mujeres, después a los analfabetos, con lo cual la democracia se ampliaba y surgían nuevos compromisos políticos, impensables en la época de Marx. Tampoco pudo prever que el “estado burgués” implementó la más ambiciosa red de seguridad social que protegía sobretodo a aquellos que no tienen nada. Y tampoco pudo ver que la pobreza, gracias al sistema que tanto denostó, disminuía en todo el mundo. Contradicciones que tiene la vida.

Hay otros aspectos del proceso de producción, cuyas consecuencias en la época de Marx ya se avizoraban, pero no en la dimensión que vemos ahora, como es el uso de la tecnología que está reemplazando en grandes magnitudes a la mano de obra. El capitalismo es el modo de producción que más ha creado y usado tecnología, gracias al desarrollo de la ciencia. Si bien en la época de Marx la tecnología creció vertiginosamente (y coadyuvó a una mejor productividad), pero no reemplazaba a la mano de obra en la dimensión que sucede ahora, gracias a la robotización y automatización de muchas funciones antes de exclusividad humana, por lo que muchas unidades de producción cada vez requieren menos trabajadores. Los grandes ejércitos de trabajadores que vio Marx reunidos en una fábrica hoy son historia. Lo que plantea la cuestión de los parados o sin empleo. En las futuras generaciones no todos conseguirán trabajo, por más calificados que puedan estar.

Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a Carlos Marx por los 200 años de su nacimiento es leerlo no tanto para encontrar al profeta sino al agudo observador del capitalismo. Muchos de las aspectos que analizó mantienen su vigencia, otros, como sucede en todo ensayista social, ya perdieron vigencia.

Friday, April 27, 2018

DE GRADOS Y TÍTULOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL

Por: Eduardo Jiménez J.
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Así como antaño algunos españoles empobrecidos y con ansias de arribismo se autodesignaban como condes o marqueses sin serlo, hoy se ha vuelto recurrente en los parlamentarios de Perú mentir en su hoja de vida sobre supuestos grados y títulos universitarios conseguidos, sea acá o afuera. Pululan por ahí varios “doctores” sin haber pisado jamás un claustro universitario. Ya no hablemos de aquellos que “compraron” su tesis al peso y los plagios recurrentes de libros y artículos en el mundo académico.

Pero, ¿por qué mentir en los estudios si la ley solo exige para ser congresista o presidente de la república ser peruano de nacimiento y la edad?  En teoría hasta podría ser analfabeto el candidato a un cargo de elección popular.

No creo que sea solo vanidad. Quizás existe un trasfondo de complejo de inferioridad en una sociedad como la peruana tan desigual y donde tienen mucha importancia los papeles que acrediten estudios, como antaño lo tuvieron los títulos nobiliarios. Entre nosotros no se instituyó la cultura del trabajo y el orgullo del emprendedurismo propio sin importar demasiado los títulos. Más bien el titularse “doctor” acarrea un estatus de distinción en la sociedad actual y un respeto a quien lo detenta más allá de las cualidades intrínsecas de la persona. Y si se tiene la piel un poco más oscura, el título la “blanquea”. Como que racistas seguimos siendo.

Es cierto que el asunto se ha vuelto casi mundial. Para acceder a un puesto de trabajo, sobretodo de alto nivel, es entendible una especialización, maestrías y doctorados en ciertas universidades, idiomas, experiencia profesional, así como la adecuada documentación que lo acredite. Igual sucede con los que siguen la carrera de docencia universitaria. La época de los autodidactas, de aquellos que se formaban leyendo o aprendiendo solos, es pasado. Ahora, como dice un conocido dicho, “papelito manda”.

Pero un político no requiere un título. Puede provenir del mundo de los negocios y no haber culminado ni siquiera la escuela y acceder a un cargo público de elección popular sin necesidad de pergaminos. En otras sociedades no se sienten tan compelidos a exhibir un grado universitario aquellos que ingresan a la política. Es más, de tenerlo, no se usará para nombrar o designar a la persona. Bastarán sus nombres, sin el doctor antepuesto. Entre nosotros, el “doctorearse” es costumbre nacional entre abogados, médicos y por supuesto políticos.

A tal punto ha llegado la obsesión en los políticos de ostentar un grado o siquiera acreditar haber acabado la escuela, que llegan a falsear documentos e inventarse compañeros de estudio y profesores que solo se encontraban en su imaginación, como una connotada “madre de la patria”, cuyos argumentos de excusa, un tanto retorcidos, daban para un buen cuento fantástico.

Claro, no son los únicos. Hace poco se descubrió que, nada menos, un magistrado del Tribunal Constitucional peruano se hacía pasar por doctor por una prestigiosa universidad extranjera, sin haber cumplido jamás requisitos mínimos como defender una tesis universitaria o haber terminado satisfactoriamente los estudios de post grado. Vanidad de vanidades.

En el mundo laboral y académico existen casos muy sonados de falseamiento de títulos, para no mencionar los plagios de obras cuya autoría pertenece a otros y hacerlas pasar por propias, u “olvidarse” del citado de la fuente en algún artículo científico. A la jefa de un conocido organismo educativo le costó el cargo el desliz ante tamaño olvido.

Ya no exhibiremos títulos de Condes o Marqueses como en la Colonia, pero sí de Magísteres y Doctores.

Friday, April 20, 2018

LO LOCAL Y LO GLOBAL

Por: Eduardo Jiménez J.
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Todo exceso trae una reacción. Lo parece confirmar la globalización actual (ha habido otras en el pasado) que ha creado tensiones entre lo local (la nación) y lo global, lo que no tiene fronteras. La tensión entre uno y otro no es solo en los países de América Latina; sino también en países de las ligas mayores como los Estados Unidos de Donald Trump, la Rusia de Putin, la China post Mao o las políticas más localistas de Gran Bretaña y la Unión Europea post Brexit, que ven con preocupación el efecto que la globalización trae en sus economías y el empleo. Y como un gran canalizador de fondos en distintas partes del mundo, las finanzas internacionales, sin patria y sin muchas regulaciones (escasas regulaciones que ya produjeron una seria crisis financiera en 2008).

En ese contexto, algunos hablan de las pugnas entre una “burguesía nacional” versus una “cosmopolita”, con una serie de operadores e ideólogos que representan los intereses de una u otra. Quizás podemos hablar más que de burguesía, de intereses nacionales versus intereses globalizantes. Desde esa óptica, Trump para algunos sería representante de esa burguesía más localista, que llegada al poder y a diferencia de sus predecesores, está tratando de defender los intereses nacionales de Norteamérica (protección de los mercados internos, su decisión de salirse de tratados comerciales, trabajo prioritario para los anglosajones y expulsión de los foráneos,vallas arancelarias a productos importados, y el simbólico muro con México). Visto así, tienen cierta lógica las aparentes boutades del presidente norteamericano. Estamos muy lejos del optimismo de Fukuyama y su fin de la historia.

En política, los excesos de la globalización están trayendo como reacción políticas nacionalistas (por cierto, no todo nacionalismo es malo, pero ese tema lo reservaré para otro artículo), lindantes con el chauvinismo, la xenofobia y políticos que en democracia pueden llegar al poder gracias a un discurso populista, demagógico y antiglobalizador. Es el caso de México y Andrés Manuel López Obrador, que tiene amplias posibilidades de llegar a la presidencia, precisamente por oponerse a las políticas más pro libre mercado de los candidatos del PRI y el PAN, los otros dos contendientes.

La globalización en si tampoco es mala. Nunca como antes el mundo es tan pequeño y sabemos lo que pasa al otro lado a la distancia de un clic. Ello, así como los grandes benefiicios que trae el internet y la cultura y economía digital, no está en discusión, ni tampoco crear un gran mercado común. El problema estriba en que en las tensiones entre lo particular (el estado-nación) y lo general, las trasnacionales globalizadas quieren absorber a los estados o pasarlos por alto, con regulaciones ex profeso a su favor o, mejor aún, sin regulaciones de ninguna clase. De allí que una serie de operadores e ideólogos “pro libre mercado” quieren pasar todo lo que sea globalización y trasnacionales como panacea y solución a todos los males, enfatizando que cualquier regulación del estado por más nimia que sea atenta contra los sagrados principios. (Un ejemplo bastante risible lo vimos en Perú en las discusiones bizantinas esgrimidas en el tema de la “libre canchita” resuelto por Indecopi y los cines. Según estos “líderes de opinión” Indecopi nos ponía casi al borde del comunismo más despiadado por regular que los espectadores puedan ingresar al cine con productos como la canchita -el popular pop corn- comprados o preparados fuera de los multicines).

Las reacciones en contra de la globalización se manifiestan en populismos de distinto tipo, fundamentalismos y, a veces, en dictadura radical. Por ello, tampoco podemos descartar un regreso a la política de los militares, sobretodo en sociedades con democracias e instituciones precarias. Si bien parece remoto, el “ruido de sables” podría producirse si a los civiles se les va de las manos los problemas económicos y sociales, o la situación del país resulta ingobernable y la corrupción se convierte en tema cotidiano. Y no me refiero únicamente a los militares guardianes del statu quo, sino aquellos que pueden plantear reformas desde el poder, desplazando a los civiles por incapaces. Guste o no a la derecha más rancia, Velasco vive.

Lo preocupante es cuando en el ejercicio de la política llegan a la presidencia candidatos que son o fueron operadores de la globalización financiera, como el expresidente PPK, lobista de empresas trasnacionales. Cuando hacen de la polítca un medio para ganar más dinero ellos y las empresas que representan, sin interesarles demasiado su país. Es evidente que no les importará lo que el pueblo sienta o quiera. Su patria es el dólar y su divisa la comisión. Igual sucede con los “gabinetes de lujo”, con muchos pergaminos obtenidos afuera y ejercicio laboral en trasnacionales, pero con poco sentimiento para el terruño y sus connacionales. Para ellos el Perú es algo remoto y sujeto solo a un tanto por ciento en los grandes negocios que las multinacionales puedan hacer.

Quizás por eso han fracasado en la región varios presidentes con desarraigo local, la patria apenas fue un accidente de nacimiento del destino, y su mentalidad está puesta en los dictados foráneos. Presidentes que han oscilado entre la mediocridad y el desafuero. Quizás por eso es necesario también presidentes más políticos, más localistas, más afincados al terruño. Que miren más adentro que afuera. E igualmente es necesario no olvidarnos de la nación y el estado. No han muerto, siguen vivos. La gran confederación de naciones de los utopistas de antaño y hacer del mundo una única gran patria, sigue siendo un sueño muy remoto; y mientras no existan otros “inventos” de la civilización humana que puedan reemplazar al estado-nación y la política, tenemos que seguir usándolos, sin olvidarnos de lo local, de “la patria chica” en este mundo globalizado.


Hace mucho que pasó el tiempo en que creíamos que la democracia por si iba a ser la solución a nuestros problemas irresueltos. Fue nuestra “edad de la inocencia”. También pasó el tiempo en que creímos que la política ya no era necesaria. Los tropezones que hemos tenido en los cerca de cuarenta años de vivir en democracia es signo que la política sigue siendo imprescindible.

Friday, April 06, 2018

A CINCUENTA AÑOS DEL PLANETA DE LOS SIMIOS

Por: Eduardo Jiménez J.
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Hace cincuenta años, en Marzo de 1968, se estrenaba una película diseñada como serie B, una de esas tantas de ciencia ficción distópica, que presentaba un mundo donde los seres racionales son los simios y los “animales”  los humanos.  El mundo al revés.

La película causó tanto impacto que se realizaron cuatro episodios más a lo largo de los años 70, unos dibujos, un olvidable remake de Tim Burton y un interesante reboot en el presente siglo, esta vez con la contaminación viral como fin de la especie en reemplazo de la guerra nuclear, tan presente en los años de la guerra fría.

En cierta manera El Planeta de los simios fue la sátira a lo Jonathan Swift, una reflexión en clave sarcástica sobre el futuro del hombre y la destrucción de su hábitat. El amargo y desolador final, donde el coronel Taylor (Charlton Heston) maldice al constatar que el planeta de las pesadillas donde cayó su nave espacial es la tierra de la que partió dos mil años atrás, tenía ribetes trágicos.

La película planteaba que el proceso que permitió al homo sapiens elevarse por encima de la vida animal y construir lo que conocemos como civilización podía ser revertido por él mismo, regresando a sus atávicos orígenes. Es lo que sucede con el lenguaje, ese complejo lógico-simbólico que permitió al hombre elaborar las ideas abstractas. En el filme, el ser humano ya lo había perdido, volviendo al mundo de las señas y gruñidos; signo de que podemos involucionar o degenerar y regresar a nuestro estado natural, antes de separarnos de las otras especies millones de años atrás. Creo que es posible cada vez que veo a adultos, jóvenes y niños estar prendidos de las imágenes de su celular o tablet.

También contiene una crítica a los principios dogmáticos sustentadas en la pura fe y que no admiten refutación, encarnadas en el doctor Zaius, el orangután que funge de guardián de la fe y los libros sagrados, irónicamente con el título de “ministro de la ciencia”, signo de una sociedad con una ideología que se alimenta de su propia dogma y por tanto no admite refutaciones. Al decir de los liberales como Popper, estamos ante una sociedad cerrada, enemiga de la ciencia y fanatizada: todo se encuentra en el libro sagrado y no es necesario buscar otra verdad o cuestionar la existente. Sin querer, El planeta de los simios denuncia también a las grandes religiones, asentadas en principios irrefutables que excluyen cualquier otra aseveración.

La oposición entre Zaius y Cornelius es la eterna contradicción entre el dogma y el saber científico, entre la fe y la verdad, entre “el espíritu de la tribu” y el de la libertad crítica.

Contra el pensamiento del doctor Zaius, tenemos a Cornelius, el chimpancé arqueólogo que haciendo excavaciones en la llamada “zona prohibida” (sinónimo de tabú), ha encontrado indicios de una civilización anterior y más desarrollada, la humana, con objetos sumamente sofisticados para la ciencia y técnica de los simios.

Zaius, con el poder que le otorga su cargo, trata a toda costa de persuadir a Cornelius a fin que no continúe con sus excavaciones, a veces ridiculizándolo (“cuidado que entierre su reputación”); no obstante, Cornelius quiere continuar, porque intuye, con la fe del investigador, que puede alcanzar un peldaño más arriba en la ciencia.

Pese a los sofisticados avances digitales de las posteriores versiones del Planeta de los simios, me quedo con la original de 1968, con sus simios de hule y escenografía de cartón (era tal la escasez de presupuesto, que la sociedad futurista de los simios debió ser reducida a una suerte de medioevo primitivo con viviendas a lo Picapiedra y unas cuantas casas esparcidas aquí y allá). Con todas las limitaciones, es más creíble, quizás porque se contó una historia donde los efectos especiales estaban al servicio de aquella, y con magníficas actuaciones, empezando por la de Heston en uno de sus mejores papeles, dándole un toque trágico a su personaje.

Como en las tragedias griegas, el personaje va en busca de una gran respuesta a sus dudas, pero lo que encuentra puede ser tan desolador que era mejor no buscarla, como le sucede a Taylor al darse cuenta que no estaba en un planeta diferente sino que había regresado a la tierra dos mil años después, totalmente devastada por el propio hombre. El hombre como lobo del hombre, al decir de Hobbes, está presente en esa memorable escena final que resume su gran búsqueda y confirma sus más hondos temores e intuiciones.


Cincuenta años después, El planeta de los simios sigue tan vigente como el día de su estreno.

Saturday, March 24, 2018

GOOD BYE PPK O EL PRESIDENTE DE LAS PUERTAS GIRATORIAS

Por: Eduardo Jiménez J.
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Por instinto he recelado de los millonarios que entran a la política. Generalmente lo hacen para aumentar su riqueza. Platón desconfiaba de los oligarcas, del gobierno de los ricos. Y tenía razón. Van de espaldas al pueblo, sea que el millonario venga de arriba o emerga de abajo de la pirámide social. Por eso recelaba de PPK, pese a que cierta izquierda caviar lo puso cerca a santo republicano en la segunda vuelta para enfrentarlo a Keiko. El resto de lo que pasó es historia conocida.

“Las puertas giratorias”, aquel procedimiento que alude al fácil cruce de los altos funcionarios entre la actividad pública y la actividad privada se cumplió con creces en un presidente que hizo del loby su divisa y de la comisión su bandera. Teniendo el poder de la más alta magistratura, era evidente que lo iba a usar a favor suyo y de su entorno.

Aunque si lo vemos desde un punto de vista trágico, casi griego, fue la primera víctima nacional de la megacorrupción de Odebrecht. Y dudo que sea la última. Por ello, fue patético presenciar, en sus últimos días, el desesperado pedido de “lealtad” que exigía al vicepresidente a través de sus emisarios para que renuncie junto a él. Reflejaba una mentalidad de señor feudal y que no le importaba el país. Algo así como “después de mí, el diluvio”.

También fue triste ver cómo se compraba votos. El “cuánto hay”. Lo que sirvió de catarsis para lo que vino después, haciéndonos recordar años más oscuros; y también para presenciar una práctica que es bastante común en la política, aquí y allá. El interés personal antes que el del país. En el medio, un abogado del presidente practicando lo mismo que tanto denostaba en otros. Vicios privados, públicas virtudes. Fue también el debut como aprendiz de brujo del joven Kenyi, quemado por su propia hermana. Si Shakespeare estuviese vivo y en Perú escribiría una magnífica tragedia (o tragicomedia) sobre todo lo que pasó en estos días.

Pero, lo más grave de todo ello es que somos una sociedas premoderna, en el sentido que no diferenciamos lo público de lo privado. Como los caudillos del XIX, el estado y sus recursos es “la chacra” del que transitoriamente está en el poder. De allí que hayamos fallado en todos los intentos de poner una barrera entre una y otra, mientras la corrupción campea en todos lados.

Queremos ser del primer mundo, ingresar a la OCDE, pero nuestra cultura y costumbres son del medioevo, no hemos cambiado mucho. Por eso acá no se cumplen  los contratos y se desconfía para hacer negocios con el que no pertenece al entorno cercano, a la “tribu”. No se respeta la palabra empeñada ni lo que está pactado en el papel. Hay que ser más “pendex” que la otra parte y sacarle la vuelta antes que el otro lo haga.

Tampoco nos quejemos de la calidad de congresistas que tenemos: acosadores sexuales, omisos a la asistencia familiar de sus hijos, burladores de los derechos laborales de sus trabajadores, estafadores consumados, mentirosos en su hoja de vida, etc., etc.: estamos eligiendo lo que nosotros somos. Son nuestro espejo. Los sicoanalistas lo expresan mejor: por un mecanismo de trasferencia elegimos a candidatos que tienen similar idiosincracia a la nuestra. Por eso, cuando se recomienda que la próxima vez piensen mejor a quién eligen, más es un buen deseo que una realidad.

Tendríamos que cambiar nosotros para modificar nuestro patrón de opciones políticas. No es casual que en los últimos 25 años hayan sido electos un Fujimori, un Toledo, un Humala o un PPK, que fue la encarnación del “blanco pendex que la hizo”. Y no será casual que el 2021 votemos por alguien parecido a como lo hicimos antaño.

Aunque en todo este cambalache político hay algo bueno –seamos optimistas-. En anteriores épocas la crisis se habría resuelto con un golpe militar, cortando la institucionalidad democrática. Desde el 2000 somos más institucionales. Elegimos el cauce que establece la constitución. En aquellos años convocando a elecciones generales, ahora reemplazando el vice al presidente.

Tampoco fue la peor crisis política que tuvimos. La del 2000 fue más fuerte y complicada, y antes hemos tenido otras más sísmicas. Lo que sucede es que el “ruido” y el aferrarse PPK al cargo con uñas y dientes, “como gato panza arriba” (sic), hizo creer que la cosa era tan grave como lo fue a fines del siglo XIX la salida de Cáceres de la presidencia. No hubo miles de muertos cerca a la Plaza Mayor como antaño, pero sí miles de tuits que cirdularon frenéticamente en las redes. Como dirían nuestros abuelos, “crisis, las de mi época”.

También fue bueno que no se diera un movimiento de la magnitud del que “se vayan todos”. No es que apruebe lo que tenemos en vitrina, sino que en un movimiento de cambio radical los que vienen pueden ser peores que los que se van. Les pasó a los italianos en los años noventa, cuando fue barrida toda la clase política de ese entonces con el proceso mani pulite. Y el vacío de poder puede atraer al aventurero, al que decida romper las reglas institucionales en nombre de la corrupción vivida. Sea de izquierda o de derecha. Pregunten en Venezuela como acabó la historia. Saltar al vacío es como jugar a los dados.


Quiero creer que los tres y pico de años que tiene al frente el vice que asume funciones serán mejores. Un presidente no hace “milagros”, pero dentro de los límites puede administrar adecuadamente las riendas del gobierno, sin necesidad muchas veces de tanto “pergamino” como el olvidable “gabinete de lujo” de PPK y sí con más olfato y calle política. 

Friday, February 09, 2018

CONCENTRACIONES MONOPÓLICAS


Por: Eduardo Jiménez J.
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El tema está en debate hace muchos años. A diferencia de otros países, acá no se ha avanzado nada con respecto a las concentraciones monopólicas. Un tanto por la ideología neoliberal imperante (en el sentido que “la mano invisible del mercado” es el gran regulador y solucionador de los conflictos económicos y sociales), pero también por los grandes intereses económicos que al buen estilo mercantilista hacen loby entre actores políticos, periodistas y “líderes de opinión”, a fin de mantener el estado de las cosas.

El debate ha vuelto a resurgir por la compra de una multicadena de farmacias, lo que convertiría a la empresa dominante en casi un monopolio con una peligrosa posición de dominio. La polémica se ha agudizado con la reciente compra de una cadena de grifos por otra, por lo que tendríamos otro monopolio en ciernes con manejo arbitario en el precio final al consumidor de la gasolina y el gas.

Evidentemente el mercado peruano no es muy competitivo. Tenemos pocos actores con posiciones de dominio en distintas ramas de la producción y mercados concentrados, desde las cervezas, lácteos y periódicos hasta los medicamentos.

Pero, con los medicamentos la sensibilidad del público es más notoria, debido a que afecta aspectos medulares de la persona como la salud, la integridad físico-mental y la vida. Y trae a colación nuevamente la necesidad de una ley de control previo de fusiones y adquiciones, algo bastante común hasta en las democracias más sólidas y promercado del mundo.

El punto es la interpretación que se quiera dar al artículo 61 de la Constitución Política. ¿El precepto sólo controla el llamado abuso de posición de dominio o se puede ir más allá, dentro de una saludable necesidad de competencia?

El decreto legislativo 1034, que regula las conductas anticompetitivas, se quedó en el supuesto de abuso de posición de dominio. Que en buen romance significa que alguien que es fuerte, no abuse de su fortaleza.

Como se anotó muy bien, el abuso de posición de dominio castiga conductas ex post. “Abusas de tú fuerza, entonces te sanciono”. Pero, se queda corto en regular estructuras, vale decir en regular situaciones ex ante monopólicas o cuasi monopólicas, que es donde entra a tallar una ley de fusiones y adquisiciones.

Es más, dentro de la óptica liberal, la competencia de ofertantes es requisito indispensable para que funcione bien un mercado y los precios sean reflejo de esa competencia, asignando adecuadamente los recursos. Existiendo solo uno o pocos ofertantes de un bien o servicio, el precio usualmente tiende a subir o la calidad a bajar (o, peor aún, ambas cosas a la vez).

Y si la propia carta política establece una clara restricción a todo lo que afecte a la libre competencia, es evidente que una ley de fusiones y adquisiciones no colisiona con el precepto constitucional. El quid es tener voluntad política los actores que deben sancionar la ley (los congresistas), más allá de los cantos de sirena de los grupos de interés en que no se promulgue una ley que tocaría muchos y fuertes intereses económicos. Y, por supuesto, un ejecutivo (con fama de lobista) que no vaya a observar la ley por cuestiones formales.

Y aquellos que arguyen que el estado actual de las cosas es suficiente (sin ley de fusiones, con un Indecopi maniatado y una interpretación sesgada de la constitución política), es necesario hacerles recordar que los tribunales de control constitucional aquí y en otros países, cuando dos derechos fundamentales colisionan como en el presente caso (derecho a la salud e integridad de la persona vs derecho a la propiedad y libre empresa), compulsan derechos y racionalmente establecen cuál es más importante.

Por eso no era descabellado que se presenten acciones de amparo (el camino inicial) contra la adquisión de la cadena de farmacias a fin que el recurso llegue al Tribunal Constitucional y siente precedente. Pero, como es un camino largo, tortuoso y que puede demorar varios años (recordemos lo que sucedió con el amparo presentado contra la llamada prensa concentrada), ello no obsta que el Congreso en forma más expeditiva pueda sancionar una ley que regule el mercado farmacéutico y de las medicinas, sin perjuicio que se conceda un rol más activo al estado en el tema (políticas de competición y regulatorias). Claro, siempre que el Legislativo actúe en forma autónoma a favor de las grandes mayorías que dice representar e independiente de los intereses económicos en juego.

Pero, una ley no basta. Es necesario el brazo ejecutor, que no es otro que Indecopi. Se requiere una institución fuerte y bien equipada (calidad institucional), y que no practique la llamada “puerta giratoria” (funcionarios de alto nivel que pasan de la actividad privada a la pública y viceversa), amén de jueces y fiscales probos y debidamente entrenados en cuestiones tan técnicas como la presente. La experiencia de otros países, puede ser también útil.

La tarea no es fácil, pero se debe comenzar por algo, y que mejor que discutiendo en serio una ley tan necesaria, más útil que aquellas que declaran el día nacional del limón o el día del pisco sour.

Thursday, January 18, 2018

¿PRINCIPIOS O RAZÓN DE ESTADO?

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107

Más o menos es lo que está en el fondo del indulto al ex presidente Fujimori.  Los primeros enarbolan la bandera de los derechos humanos y la anticorrupción. Ergo, Fujimori, al haber sido condenado por delitos de “lesa humanidad” no merece el indulto. Así se caiga el mundo, los principios deben prevalecer.

En cambio, los segundos argumentan que si bien los principios son importantes, “la razón de estado” también lo es. Sobretodo si la responsabilidad es llevar las riendas de un pais. Y si para gobernarlo y evitar una vacancia de incalculables repercusiones para la nación, se debe indultar a un corrupto y sátrapa, a veces hay que hacerlo. Si quieres hacer política tienes que ensuciarte las manos, los santos solo están en el cielo.

En el primer grupo se encuentra un conglomerado heterogéneo que por facilidades de denominación se le llama “antifujimorista”. Descontando a los políticos que viven del odio contra todo lo que lleve el nombre Fujimori, a ciertos periodistas y ONGs de derechos humanos que igualmente lucran de ese anti, la gran mayoría son personas bienpensantes, actuantes de buena fe, que se manifiestan especialmente en las redes sociales y las manifestaciones callejeras. Si quisiéramos dar ciertos rasgos en común, podemos decir que la mayoría son jóvenes, menores a los treinta años, de clase media o alta, educación superior esmerada y con valores republicanos y democráticos; y, por razones cronológicas, la historia de lo sucedido en los años 90 la conocen de segunda mano, casi siempre de fuentes sesgadas. En ese conglomerado anti no todos son de izquierda.

Otra característica es que al ser un conglomerado disímil, no se organizan en partidos políticos. Su movimiento es muy espontáneo, facilitado bastante por los medios digitales. Por eso es difícil, casi imposible, tener un “speaker” que represente a todos, y los partidos que se suben a la protesta no representan ni a una minúscula parte. Es más, hasta podríamos encontrar un porcentaje considerable que en ese movimiento profese un antipartido al estilo “que se vayan todos”.

En el segundo grupo (donde confieso me encuentro), usualmente están los mayores de cuarenta años. Vivieron el fujimorismo de los noventa en carne propia, conocen directamente las luces y sombras de esa década, y los antecedentes que en los años ochenta justificaron el cambio de modelo y el ascenso de un desconocido como lo era Alberto Fujimori: terrorismo, hiperinflación, desgobierno, deuda externa; época en la cual daba la impresión que la nación iba hacia el abismo.

Son concientes que lo poco de estabilidad política y económica conseguida, se inició en aquellos años; y si bien muchos de los integrantes no tienen la educación esmerada de los jóvenes antis (en aquellos años no existían las amplias oportunidades en educación de la que ahora usufructúan sus hijos), profesan un agradecimiento al ex presidente Fujimori por la acción política decidida que devolvió la paz y la estabilidad al país. Mal que bien, recordemos, comenzó por aquellos días el cambio del que ahora gozamos.

Usualmente puede haber sido gente de izquierda, muchos con participación directa o indirecta en la “cosa pública”, y que prefieren preservar lo poco ganado que tirarlo todo por la borda en nombre de principios etéreos. No diré como el general Odría que “la democracia no se come”; pero democracia sin estabilidad política e institucional es poco sostenible.

Si bien al grupo que opta por la razón de estado, se lo tilda de fujimorista y corrupto por los “principistas”; lo cierto es que se trata de una simplificación tan burda como la que sostiene que el bando opuesto es caviar y terruco cien por ciento. Ni lo uno ni lo otro.

Vistas así las cosas, va a ser muy difícil una reconciliación de ambos grupos. También hay algo de diferencia generacional en cómo se mira el mundo y el pasado inmediato de nuestro país. Por naturaleza, los jóvenes son más intolerantes con las cuestiones pragmáticas y más proclives a cuestionar las decisiones y actos de los “viejos”, invocando los “sagrados principios”. (De repente, de regresar a mis veinte, estaría militando en el bando opuesto).

Aparte que el grupo de los “principistas” tiene un discurso “políticamente correcto”, bastante moralizador, casi puritano; por lo que es muy difícil, desde la orilla opuesta, sostener un discurso contrario más bien de corte pragmático y realista. Siempre va a ser más atractivo y romántico hablar de grandes cambios en nombre de principios etéreos, que de cambios más bien modestos y posibles en democracia.

A ello se complica que las elites criollas internacionalizadas más se identifican con un presidente como PPK (de allí que los sectores sociales A y B no avalan tanto el indulto como los sectores C y D), mientras los sectores populares “emergentes” se identifican más con un presidente como Fujimori, lo sienten más suyo. Por extracción social, sus votantes pertenecen a dos derechas diferentes; aunque las dos, a su manera, sumamente conservadoras.

Tampoco veo cerca la reconciliación en las esferas del poder. La partida de ajedrez –interrumpida por el indulto- ha recomenzado. Difícilmente la oposición keikista va a soltar a su presa. Ellos saben muy bien que les conviene el adelanto de elecciones, para descolocar a los otros candidatos, principalmente al hermano rebelde.

Si me preguntan, diría que en aras de la gobernabilidad, PPK debió haber renunciado dignamente en su momento, sin que necesariamente entre en juego el tema del indulto, y sostener con una amplia coalición al primer vicepresidente hasta terminar el mandato. Pero, como alguien dijo, el indulto fue el enjuage entre dos viejos. Uno queriendo tapar sus entuertos y el otro queriendo salir libre. Muchas veces la historia se escribe en renglones torcidos.

Creo que la historia desapasionada de estos años tomará décadas en ser escrita, cuando todos los actores hayan muerto. Pero, en ese interín el país no puede parar. Tenemos que continuar, cojos y tuertos como estamos en política, con partidos que más se asemejan a un club de amigos en unos casos y en otros a una sociedad anónima. Así y todo debemos continuar. Y en un momento determinado debemos “pasar la hoja”, olvidar, como bien ha señalado Max Hernández en reciente entrevista. Otro viejo izquierdista que también ha pensado más en la gobernabilidad y el país que en los principios etéreos.

Y evitemos los apasionamientos. No llevan a buenas elecciones. Mis amigos del bando opuesto por buscar el mal menor eligieron en los años 90 a Fujimori por oponerse al Vargas Llosa liberal, con ayuda de la izquierda y del Apra, algo que no se comenta mucho. Y en el presente siglo votaron por el “mal menor” llamado Toledo, luego Humala y ahora PPK. Y en todas las oportunidades fueron decepcionados. Creo que es el momento que hagan una serena autocrítica. Algo les está pasando al cometer tantos errores en nombre del antifujimorismo.


Como diría Aristóteles, la verdad no está en ninguno de los extremos, está en el justo medio. Y tenía razón.

Friday, December 29, 2017

INDULTO POLÉMICO

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107

Como todo lo relacionado con el fujimorismo, la decisión del indulto al ex presidente es polémica y tiene seguidores y detractores “a muerte”.

Es evidente que el indulto fue político. Fue un canje por “el favor” de los diez fujimoristas que se abstuvieron al momento de votar por la vacancia del presidente. No obstante ello, el tema del indulto es más complejo y tiene varios escenarios.

El primero, los propios fujimoristas. Va a ser un parteaguas entre los “keikistas” y los “albertistas”. Estos últimos cada vez hacen más claras las críticas contra el entorno más inmediato de Keiko Fujimori. Es muy difícil que en este contexto a los diez fujimoristas que se abstuvieron de la vacancia se les vaya abrir proceso disciplinario, menos expulsarlos. Dentro del partido tienen la aureola de “héroes” al haber facilitado la liberación del fundador y pueden, incluso, ganar adeptos al interior del keikismo. Debemos recordar también que la gran mayoría de la ciudadanía está de acuerdo con el indulto.

Dudo que el fujimorismo se divida. Ellos saben muy bien que fraccionados, su poder disminuye. Lo más probable es que exista un reacomodo interno y compartir las cuotas de poder entre las dos facciones. Es probable también que algunos “consejeros” del entorno más cercano a Keiko sean separados; pero no creo toquen a Keiko, más cuando ella es la que controla el partido.

Por efecto del reacomodo que puede producirse al interior del fujimorismo, el presidente podría conseguir gobernabilidad, sobretodo ahora que en su minúscula bancada, varios han renunciado, y le es más difícil encontrar cuadros independientes. “Cautivo del fujimorismo” o con una aquiescencia tácita de este, no será garantía que pueda quedarse en el cargo hasta el final de su mandato. No debemos olvidar el otro escenario: que pasado un tiempo el keikismo vuelva a arremeter contra la presidencia, sin importar demadiado el indulto. Todo depende de la correlación de fuerzas, de lo que se siga descubriendo en la mega corrupción de Odebrecht y de cómo se manifiesten las dos alas del fujimorismo, donde Alberto Fujimori va a jugar un rol clave.

En cuanto a los antifujimoristas, estos no se aglutinan en un partido político propiamente, más es un sentimiento social. Atraviesa clases y atraviesa opciones políticas, incluso edades (aunque mayormente son jóvenes). Sobretodo están ubicados en los estratos medios y altos con preferencias republicanas y democráticas. En porcentaje son minoría, lo que no es obstáculo para las impresionantes y rápidas convocatarias a manifestaciones que realizan, incluso en feriados de guardar como el 25 de Diciembre último, aparte del manejo bastante fluido en las jurisdicciones internacionales de tutela de los derechos humanos.

Dentro de los antifujimoristas también existen matices. Están desde aquellos que perdieron un familiar en las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales en la época del terrorismo, pasando por aquellos que “viven” del antifujimorismo presentando denuncias contra el estado peruano, como las ONG pro derechos humanos (una de ellas ya presentó una denuncia ante la Corte Interamericana), ciertos periodistas que han encontrado su “modus vivendi” practicando el antifujimorismo, hasta congresistas de izquierda y de centro que obtienen publicidad gratuita y votos seguros en una próxima reelección (algunos bastante irresponsablemente están proponiendo un nuevo pedido de vacancia contra el presidente). En el medio se encuentra una gran cantidad de ciudadanos “bien pensantes” que actúan de buena fe.

Si el indulto sirviese para una reconciliación nacional y cerrar heridas del pasado, en buena hora. Para ello se requiere de un pueblo maduro, que sepa renunciar y no ver al adversario político como el enemigo. En España se pudo cerrar heridas en la etapa de la transición democrática. Se amnistió a una serie de presos políticos, se legalizó partidos, se permitió el retorno de inmuerables expatriados. No fue fácil (la guerra civil española dejó un millón de muertos y con posiciones políticas totalmente antagónicas entre franquistas y antifranquistas), pero requirió madurez de sus dirigentes políticos, de ambos bandos. Y felizmente la hubo.

Lo que si me temo es que de producirse un reacomodo en la escena oficial del poder los procesos anticorrupción contra los principales implicados (muchos de ellos con aspiraciones presidenciales) queden archivados. Un síntoma preocupante es la extraña desactivación de la Sala Penal anticorrupción, con prescindencia de los jueces que actualmente tienen los casos de Odebrecht, entre ellos el implacable juez Richard Concepción Carhuancho, quien vuelve a su modesta plaza de origen, en la Corte del Santa. Así las cosas, se impondría “el borrón y cuenta nueva”, lo que podría traer como reacción una ola de protestas al estilo “que se vayan todos”, de pronóstico bastante riesgoso (los peores se pueden quedar).


Nadie duda que el régimen de Fujimori fuera una autocracia, violadora de derechos humanos. Quizás fue el régimen más corrupto desde la época de Odría, donde se vació de contenido a las instituciones democráticas y se compró conciencias con un fajo de billetes. Nadie duda de eso. Pero no podemos vivir con los odios y con los antis, como sucedió a lo largo del siglo XX con el aprismo (o eras aprista o antiaprista). Si queremos seguir en el curso de la historia tenemos que voltear la página y eso implica renunciamientos de ambos lados. La pregunta es si el pueblo peruano y sus dirigentes están preparados para ello.

Friday, December 22, 2017

LO MISMO DE SIEMPRE O CÓMO EN LA PUERTA DEL HORNO SE PUEDE QUEMAR EL PAN

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107

Hace un año decíamos en este blog: Parece que los fujimoristas ya eligieron su opción, la de adelantar las elecciones generales. El 2021 es muy lejano para ellos, no por impaciencia, sino porque 1) su lideresa tendrá más competidores “de peso” ese año; 2) el frente interno no lo tiene parejo, existe una intensa lucha dinástica con su hermano Kenyi, quien se encuentra acumulando fuerzas al interior de Fuerza Popular; 3) sumado al natural desgaste de su mayoría parlamentaria, la cual puede convertirse en un serio lastre, considerando la “angurria” e intereses económicos comprometidos, inversamente proporcionales a su “calidad intelectual” como bancada. Por todo ello, le puede ser fatal para las aspiraciones presidenciales de Keiko esperar a que termine en “forma natural” el gobierno de PPK el 2021. (Matarte he o matarme has, 22.12.16)

Parece que la profecía se cumplió. A pesar que el costo era alto para la gobernabilidad y las instituciones democráticas, así como para la economía que comenzaba a tomar impulso; pero nada de eso importaba a los fujimoristas frente al dictum que ordenaba la vacancia. Golpe parlamentario, tan en boga últimamente en América Latina. El fujimorismo demostró que su “tentación autoritaria” está tan viva como en los años 90. Quizás los actores han cambiado, pero el libreto es el mismo. De ese “fujimorismo liberal” que quiso encarnar Keiko años atrás, ya no queda nada. El gen autoritario pudo más.

PPK y su precario gobierno no pueden cantar victoria. Es muy posible que vuelva a cometer los mismos errores que ya cometió y de acá a un tiempo los fujimoristas buscarán alguna excusa para obstruir la labor del ejecutivo.

Otro gran perdedor fue el Frente Amplio, la izquierda del ex padre Arana, que fue furgón de cola del fujimorismo, promoviendo la vacancia por exclusivos intereses electorales (su idea era obstaculizar la candidatura de su gran rival, Verónika Mendoza, dado que él tiene la membresía partidaria y ella no). Quizás para las próximas elecciones el FA se convierta en historia, en una más de las tantas siglas de izquierda que descansan en paz en el cementerio político.

Se demostró también que los de Fuerza Popular no se encuentran tan sólidamente unidos como se pensaba. Diez congresistas se abstuvieron de votar a favor de la vacancia (incluyendo a Kenyi). Sea que contó la promesa del indulto tantas veces postergado o son “kenyistas” antes que “keikistas”, lo cierto es que esos diez votos de última hora de FP absteniéndose trocaron el fiel de la balanza.

Ello trae a su vez otro hecho más político que humanitario: el indulto al ex presidente Fujimori. Evidentemente es un riesgo, pero indultado o por lo menos con arresto domiciliario, puede cambiar la correlación de fuerzas al interior del fujimorismo y, quizás, frenar las ambiciones de su fría hija, ganando más adeptos a favor de los “kenyistas”. Repito, es un riesgo, y tiene un costo político; pero vale la pena el intento. PPK no puede darse el lujo de “deshojar margaritas” en este tema, sobretodo si existe la posibilidad que terminado su mandato sea el nuevo inquilino de la Diroes.

Mención aparte merece la sólida defensa del presidente a cargo de Alberto Borea. Se eligió el mejor abogado para tan espinoso tema, mezcla de constitucionalista y político, supo dar ese doble enfoque a su defensa, y arrinconar más de una vez a los fujimoristas, convirtiéndose en un Cicerón moderno. Pieza oratoria que quedará en los anales de la justicia nacional.

Sería también conveniente que, quizás otro Congreso, revise la causal de “incapacidad moral” como vacancia presidencial, y establezca en el Reglamento tipificaciones más precisas de lo que se entiende para dicha causal.  Actualmente las interpretaciones son bastante elásticas y a gusto del intérprete, pudiendo ser causal de vacancia del presidente desde olvidar pagar el recibo de agua hasta ocultar los peores latrocinios.

Otra lección que extraemos de la crisis es que se debe hacer política desde el gobierno y no tecnocracia. Los “gabintes de lujo” que resuelven los problemas nacionales en un mullido gabinete, utilizando ecuaciones matemáticas, solo existen en el imaginario. Y, no menos importante, es que se hace necesaria la separación de política y negocios. Quien ingresa a la política para enriquecerse más, descuida la política a favor de sus negocios y puede terminar como PPK. Mensaje bastante claro para aquellos millonarios que son tentados por la política.

Lo que a su vez trae la necesidad de una clase política renovada. Políticos profesionales, no advenedizos ni aventureros que son una sorpresa desagradable, dado que desconocemos su pasado.

Cuando entremos a ese mundo, con instituciones más estables, con políticos profesionales, con partidos realmente sólidos y separemos la política de los negocios personales, podremos decir que estamos en la modernidad. Por ahora solo es un buen deseo.

Friday, November 10, 2017

QUINIENTOS AÑOS DE LA REFORMA LUTERANA

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com

       @ejj2107

El tema nos puede parecer extraño y hasta lejano. Total, mientras Europa se desangraba en una guerra religiosa, acá nosotros, en la Colonia, vivíamos tranquilos a esos avatares. Pero, como todo cambio histórico que trasciende a las partes involucradas, a nosotros también nos afectó.

Habría que preguntarse cuánto del Perú moderno se lo debemos a los hoy evangélicos (y antaño luteranos). ¿Qué papel les cupo a las iglesias evangélicas, afincadas en estos lares, en cambiar hábitos, valores y principios del peruano común, sobretodo de los sectores populares,  y convertirlo en un sujeto emprendedor, parte de la avanzada capitalista? Creo que no es poco. El trabajo como medio de agradar a los ojos de Dios y el ascetismo en el estilo de vida fue parte del sustento ideológico para cambios materiales, incluyendo los económicos. La ética protestante y el espíritu capitalista como diría Weber.

Fueron esas coincidencias, como la de Lutero quinientos años atrás, que coincide con el desarrollo del capitalismo y llega a ser, sin querer, el factor ideológico justificatorio de la nueva época. Algo que de repente no se lo propuso.

¿Cuánto se le debe de lo que vino después? No poco. La nueva religión sirvió para que príncipes se independicen del poder central de Roma, conformando los estados-nación que hoy conocemos.

Luego vendrá la libre interpretación de la Biblia, poniéndola al alcance de todos en las lenguas nacionales gracias a la imprenta, el gran invento tecnológico de aquellos años. La libre interpretación dará paso más tarde a la libertad de pensamiento de los enciclopedistas del siglo XVIII.

¿Qué queda de todo ello 500 años después?

De repente si Lutero renace se sorprendería en lo que terminó su obra. El ascetismo dio paso a la sociedad opulenta y la creencia en un dios etéreo cedió al hedonismo dominante. Lutero se extrañaría de ver en Europa iglesias vacías de feligreses donde antes hervía la fe, y de pastores evangélicos con signos de riqueza nada envidiables a la de los papas que tanto fustigó y fue causa del cisma. Quizás su pensamiento se ha vuelto más sutil, impregnado en la sociedad y los individuos sin darse mucha cuenta.

Es el destino de los grandes cambios, volverse lugares comunes después.