Saturday, March 18, 2023

LOS CIEN DÍAS DE DINA

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Suceder al presidente electo puede ser bueno o no para el vice que lo sustituya. Lyndon B. Johnson pudo suceder con personalidad propia a John F. Kennedy luego del magnicidio y postular para un período más.

 

Entre nosotros corrieron distinta suerte los vicepresidentes. Vizcarra que en el 2018 sucedió a PPK y afrontó con bastante popularidad la pandemia del Covid, aunque terminó vacado por el Congreso. Dina Boluarte en 2022 no tuvo la misma fortuna al suceder como vice a Pedro Castillo. Desde el día siguiente de su asunción a la presidencia tuvo que afrontar movilizaciones violentas, muertes, bloqueos de carreteras, incendios y destrucción de propiedad pública y privada. Quizás de adivinar lo que se venía no hubiera asumido el encargo.

 

Fueron los únicos casos de sucesiones de vicepresidentes en los últimos 40 años post gobierno militar. El resto de presidentes, unos más exhaustos que otros, lograron completar su mandato constitucional de cinco años.

 

Es cierto que los presidentes se sienten incómodos ante los reemplazos. Los ven como un “serrucho” esperando en la sombra la oportunidad de ocupar su puesto. Cuentan que el propio Fernando Belaunde trataba con frialdad a su vice. No se diga en los propios EEUU, donde al vicepresidente lo mantienen en la “congeladora” y no tiene cargo público alguno, salvo el de esperar reemplazar en algún momento al titular.

 

Lo que trae a reflexión que en los últimos años las cosas no van bien con la institución de la presidencia. En los dos casos de sucesión (Vizcarra y Boluarte) el Congreso fue el dirimente que políticamente salió fortalecido, muchas veces ante escándalos más que evidentes de corrupción del presidente como en el caso de Pedro Castillo, con el agravante de un intento frustrado de golpe de estado. (En el caso de Vizcarra, aparte de la corrupción, fue por la ambigua relación sostenida con el notorio personaje de la farándula local Richard Swing).

 

En ese panorama de inestabilidad política a Dina Boluarte le ha tocado “bailar con el más feo”. Ha tenido que enfrentar desde el día siguiente de su mandato movilizaciones políticas, muchas de ellas manipuladas desde la sombra por quienes buscan la ansiada asamblea constituyente, y manejar en una cuerda de equilibrio el control del orden público, convenientemente visto como “represión” por ciertos políticos y periodistas, sazonadas con presiones de ciertos presidentes de países que hasta hace poco eran aliados naturales del Perú. Amén de una campaña internacional de desprestigio contra el régimen “represor y dictatorial” de Dina Boluarte.

 

En el medio de estas movilizaciones 60 muertos y un policía quemado vivo; y, a futuro a no dudarlo, denuncias penales contra Dina Boluarte y sus ministros por “genocidio” y violación de ddhh. Denuncias que llegarán incluso hasta la CIDH y la CPI. Los ex aliados de Boluarte buscan que en un futuro próximo sea la siguiente inquilina del Fundo Barbadillo. Hecho que está dentro de lo posible considerando el poder político e influencia en el aparato de justicia nacional e internacional que tienen sus ahora enemigos políticos y otrora aliados.

 

De allí que la presidenta en estos cien días tuvo que aguantar estoicamente las sucesivas movilizaciones, bloqueos de carreteras, quema de locales públicos, toma de aeropuertos y la leyenda negra de la “represión indiscriminada” que circula dentro y fuera del país, como que los violentos bloqueos, tomas de carreteras, destrucción de propiedad, se pudieran remediar dialogando con un interlocutor que nunca dio la cara, ni menos le interesaba dialogar.

 

La otra salida de Boluarte era renunciar; pero le esperaba la cárcel si lo hacía, por lo que tuvo que aliarse con sus antiguos enemigos, la derecha del congreso, y contar con el apoyo constitucional de las fuerzas armadas. Eso no hace del gobierno uno dictatorial, ni “cívico-militar” con falta de garantías como manifiestan sus detractores. Es simple sobrevivencia política.

 

Quizás lo que alegan sus enemigos políticos es que los vándalos que se movilizaron no tuvieran patente de corso para destrozar y bloquear todo lo que pudieran destrozar y bloquear. La verdad que en ningún país democrático consolidado hubieran tenido esa patente de corso.

 

Una lección que podemos sacar de las sucesivas crisis suscitadas desde el 2018 es que la institución presidencial debe ser reformulada. De repente bajar el periodo de cinco a cuatro años y contar con un jefe de estado y un jefe de gobierno, cada uno con competencias bastante específicas.

 

La receta no es nueva. Muchos politólogos y académicos la han propuesto. Nos permitirá superar las crisis más fácil, con menos trauma y con menos costo político. Como para reflexionar y evitar todo lo que hemos visto en las últimas semanas.

Saturday, March 11, 2023

EL SOMBRERO CON VIDA

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

El sombrero de Castillo candidato y de los primeros meses como presidente fue parte de su personalidad. Algunos dirán quizás era su personalidad. Podemos decir que el sombrero hizo al personaje.

 

Lo cierto es que el sombrero lo identificó como el profesor rural “limpio”, ajeno a los intereses subalternos de la política y, para algunos, hasta algo ingenuo, conforme a la percepción que todavía se tiene de lo rural. El descontaminado y roussoniano candidato que iba a adecentar la política criolla. Claro, nada fue así, pero el sombrero ayudó mucho a esa imagen.

 

El sombrero le fue bastante útil. Podemos decir que hasta tenía vida propia. De allí que puede considerarse un error político haberlo jubilado y usar trajes más occidentales. Es más, el declive de Castillo comienza cuando deja de usar su típico sombrero.

 

¿Por qué lo hizo? No se sabe a ciencia cierta. Algunos dicen que fue sugerencia de los asesores mexicanos enviados por AMLO. O, de repente, Castillo en un arrebato de alienación cultural quiso parecer más occidental y usar trajes caros y a la medida como sus homólogos de la región.

 

Quizás su historia habría sido otra, de mantener el sombrero. O quizás no. La pendiente declinante ya estaba muy pronunciada cuando se produjeron todas las denuncias en su contra que se fueron acumulando como una bola de nieve (o un huayco); pero, quizás el sombrero habría ayudado a detener un poco la caída.

 

Queda en el terreno de la especulación. Nunca lo sabremos, aunque el sombrero será lo que más recordemos de su efímero gobierno.

Thursday, March 02, 2023

BUFFET A LA CARTA

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Siguiendo el interesante artículo de Denisse Rodríguez titulado Democracia, pero ¿a qué costo? (Gestión, 24.2.23) vamos a revisar desde el Análisis Económico la noticia del carísimo buffet de los congresistas, el último de los escándalos del Legislativo, buffet por cierto que todos nosotros lo pagamos con nuestros impuestos.

 

La noticia no es exclusiva de Perú. La autora señala que escándalos recientes por los costos operativos del Congreso se han dado hasta en democracias bastante consolidadas como la del Reino Unido por el catering de la Cámara de los Lores (Senado), en Francia por el champagne consumido o en el Parlamento Europeo por los regalos a los parlamentarios. La cosa no es nueva y considerando que es un organismo colegiado muy variopinto, no existe en el mundo ningún congreso que tenga una alta aprobación, casi todos van volando bajo y a la gente no se le ocurre por eso pedir el “cierre del Parlamento”. Una cosa es el actuar de un congresista y otra muy distinta la institución parlamentaria.

 

Es, digamos, un “mal necesario”. Mal con ellos, peor sin ellos. Por eso, su baja popularidad siempre ha sido aprovechada por presidentes populistas como Fujimori, Vizcarra o Castillo. Es el perfecto “saco para golpear” que siempre produce réditos.

 

En administración los costos operativos (y el servicio de buffet es uno de ellos) son los gastos de la empresa o institución por el servicio que ofrece (en este caso legislar). La autora señala que los costos operativos de los congresos de Chile y Perú son muy similares (150 millones de dólares al año), pero con la diferencia que en Chile son 205 representantes y tiene dos cámaras. En el caso de nosotros es unicameral y con 130 representantes, por lo que el costo operativo por congresista es más elevado en Perú ($1.15 millones por congresista vs $730,000 en Chile). Por tanto, acá gastamos más por padre de la patria.

 

Veamos su eficacia. Si el gasto vale la pena.

 

En cuanto a iniciativas legislativas, las que presentan los legisladores peruanos son bastante pobres, muchas son plagios de leyes de otros países y algunos congresistas ni se toman la molestia de presentar alguna (son los que “hacen bulto” y solo están activos para votar conforme lo que diga el líder de su bancada) y casi todos han presentado un crecimiento bastante elevado de su patrimonio.

 

Una prueba al canto que no les importó el momento político que vivimos entre Diciembre y Febrero fue que dilataron hasta el cansancio el adelanto de las elecciones y no les importó el ruido de la calle.

 

Si nos atenemos al costo/beneficio, el Congreso actual es bastante caro y poco eficiente. No cumple ni siquiera en forma mediana su labor. De pertenecer los congresistas a una empresa privada (donde te miden eficiencia) hace tiempo hubieran sido despedidos porque no hay resultados, cero goles.

 

Tampoco son empáticos con sus representados una vez que se descubrió lo del buffet de 80 soles (recordemos que ellos nos representan en el poder legislativo). A un congresista se le ocurrió expresar que ellos comen productos de primera no de tercera, menos “van a comer alfalfa”. Y una congresista adujo gastronómicamente “que tenían derecho a comer rico”.

 

Aplicando el costo de oportunidad (el costo de hacer una cosa y no hacer otra), los 208,000 soles mensuales del buffet bien se pudieron haber aplicado a combatir la anemia infantil crónica, que en nuestro país se ha disparado a 11.5% (en Chile apenas llega la anemia infantil a 2.6%). O en reparar escuelas en las zonas más alejadas del país. Un buffet de lujo pudo ser mejor aprovechado de otra manera. Todo en un entorno donde el común de la gente por la subida de precios en alimentos está comiendo menos o la calidad de lo que come ha bajado y ni remotamente accedería a un buffet de 80 soles.

 

Y si tomamos en cuenta que el PBI per cápita chileno es de $ 16,625.00 y el peruano de apenas $ 6,621.00, tenemos que cada ciudadano peruano gasta más por congresista teniendo ingresos menores que en Chile. Es como que una persona gastase en su representante digamos 1,000 soles ganando solo 2,000, mientras que el vecino gasta por representante 800 soles ganando 5,000. El que gana menos gasta más.

 

Por otro lado, está también el costo del buffet. 80 soles es bastante caro si lo comparamos con buffets que ofrecen en Lima restaurantes de buena calidad. Aparte que el concesionario tiene en el propio Congreso infraestructura para prepararlo (cocina) y servirlo (comedor), incluyendo mozos pagados por el  mismo Legislativo y no gasta ni en gas ni en platos. Digamos que se la lleva casi completa.

 

Es decir, ese buffet es exageradamente caro considerando que el concesionario tiene toda una logística a su disposición, por lo que el contrato del servicio es más que sospechoso. En una empresa privada jamás lo contratarían por ese precio.

 

La productividad no es muy buena que digamos, menos la eficiencia. En el caso de los congresistas no los podemos despedir como en una empresa, pero sí renovar o revocar su mandato a mitad de periodo, con las elecciones a medio término. Si ha sido bueno se le renovará la representación, sino será revocado. Claro, como todo en la vida tiene sus pro y sus contras, pero es mejor hacer algo efectivo ante la inoperancia y mediocridad de los padres de la patria.

 

A María Antonieta (la última reina de Francia) se le atribuyó la frase que si no hay pan el pueblo coma tortas. Ya sabemos por historia como terminó. Esperemos que los actuales padres de la patria no tengan el mismo final.