Tuesday, February 09, 2010

MEDICINA TRADICIONAL

Sí, la medicina que cura con plantas, barro o pasándole un animal por el cuerpo. El proyecto presentado el año pasado por la congresista Hilaria Supa (la misma que fue ridiculizada por un periódico capitalino al fotografiar sus fallas ortográficas) causó controversias dentro del gremio médico y fuera de él, desde aquellos que vociferaban que se iba a institucionalizar la brujería y el diagnóstico y cura de un cáncer o el SIDA por medio de las hojas de coca o pasándole el cuy, hasta los que ven con respeto y humildad las bondades de la medicina tradicional, entre ellos, muchos médicos reputados en su oficio (no los del Sabogal que por cualquier cosa te cortan una pierna o un brazo).

Estoy muy lejos de hacerme tratar por un “brujo” de caer enfermo. Prefiero mil veces un buen médico que un chamán; pero no puedo negar que la medicina tradicional tiene orígenes y abolengo milenario en mi país y que en otros más occidentalizados y europeos ya se le ve con respeto: existen enfermedades que no puede curar la medicina que conocemos, lo que pomposamente se denomina “ciencia médica” y un sencillo brujo sí lo hace, incluyendo enfermedades mentales; y, ya no hablemos del “milagro” de curar con las manos como Cristo o de la sanación por la palabra, eso sería herejía pura.
Claro, hay mucho de sugestión, de creer el paciente en que el procedimiento lo curará y eso ayuda bastante. La relación mente-cuerpo ya la conocían los antiguos y muy bien. Pero, el proyecto de ley de la congresista Supa tenía interés en incorporar a los practicantes de esa medicina ancestral a los órganos oficiales, al “establishment” médico, a través de un Registro Nacional de Agentes de Medicina Tradicional, lo cual era bueno, ya que iba a ayudar a separar a los charlatanes, aquellos que con sebo de culebra te ofrecen curarte de todo, de los que practican con seriedad la medicina tradicional. Era un paso, y muy importante, de incorporación a los cánones oficiales de esta medicina milenaria, relegada hasta hace muy poco para aquellos que no podían acceder a un médico, a un centro de salud, o que eran considerados sencillamente como “ignorantes”.

La próxima vez que concurra al policlínico de mi gremio de repente me atenderá un “doctor” vestido con un poncho y tocado con un sombrero de alas anchas, que con aire circunspecto me revisará y me dará algún brebaje para mi mal, no creo que me pase el cuy o me someta a una sesión de ayahuasca, pero quizás su pócima sea tan buena o mejor que las pastillas que tomamos para cualquier cosa en esta época donde el hombre ya no soporta el dolor, ni la enfermedad y menos la muerte.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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