Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
Es raro que un
político deje un libro de memorias. Quizás un tanto por sus ocupaciones del día
a día les impide sentarse tranquilamente a reflexionar sobre lo vivido. Otro
tanto por cálculo, prefieren no revelar detalles que conocieron estando en la
más alta magistratura. Escribir unas memorias implica revelar un tanto secretos
de los otros, conocidos directa o indirectamente, o revelar los propios que,
por pudor o cálculo, se prefiere callar. Y otro más, porque carecen de las
actitudes para escribir. No todos tienen esa cualidad y menos entre los
políticos. Un ejemplo claro fue Fernando Belaunde Terry, brillante orador, gran
estratega político (como el propio García lo reconoce), pero que no dejó unas
memorias que hubiesen sido reveladores de sus dos gobiernos y de la rica vida
política peruana de la segunda mitad del siglo XX.
Quien escribe
sus memorias escribe sobretodo para que lo lean cuando ya no se encuentre en este
mundo. Como toda memoria, es un recuento filtrado por lo subjetivo, a veces
“acomodando” hechos y personas a gusto del narrador, dado que el propio
personaje cuenta sus vivencias. No podemos demandar objetividad, más si como
AGP pensaba iba a tener un lugar en la historia. Por ello hay “ajustes de
cuentas” con enemigos políticos de la izquierda y la derecha, entretelones de
sus dos gobiernos, donde justifica el primero desastroso –aunque reconoce
grandes errores- y encomia en desmesura el segundo –como queriendo olvidar el
desastre del primero-. Y también, por supuesto, reconoce el gran error de
intentar una tercera postulación. Y, en el medio de todo, una idea se hace
recurrente: irse de este mundo por la puerta grande, no enmarrocado ni
humillado para goce de sus enemigos. En sus memorias había dejado huellas de su
final dramático que ahora se hacen más claras.
Político
controversial y polémico, desató fobias y pasiones; orador eximio que, como sus
propios adversarios afirmaban, “podía convencer hasta a las mismas piedras”.
Fue quizás uno de los últimos políticos de la vieja estirpe, de aquellos que
levantaban multitudes gracias no solo a su verbo encendido sino también a su
carisma; con un nivel cultural por encima del promedio de los actuales
presidentes de la región. Devorador de libros, con una memoria privilegiada,
que se refleja bien en su libro.
Son memorias solo
políticas. El plano personal o familiar es tocado muy tangencialmente. Nacido
en un hogar aprista, solo tres personajes merecen una atención
afectiva-emocional superlativa: la abuela Celia, matriarca de la familia; el
padre, Carlos García, perteneciente a la generación aprista de las catacumbas y
encarnación del sentido del deber; y,
por supuesto, Víctor Raúl Haya de la Torre, suerte de padre sustituto y de
factótum político, quien lo va a empujar a la vida política activa desde
mediados de los años 70 con la convocatoria a la Asamblea Constituyente.
Pero también sus
memorias reflejan afectos, como el que mantuvo hacia Alfonso Barrantes, ex
aprista y luego socialista, el gran gestor de la unidad de la izquierda en los
años 80. Como cuenta, Barrantes llevó el estilo aprista a la izquierda, tanto
en ideas (nunca se calificó de marxista, sino “mariateguista”), como en
organización partidaria. A otro que guarda afectos es al socialista Francois
Mitterrand, dos veces presidente de Francia, con quien trabó mayor amistad en su
exilio, y lo consideró como uno de los grandes de la política, no solo
francesa, que supo tener paciencia y buscar la oportunidad para llegar al poder,
cualidades que, a su entender, debe tener cualquier político.
En los
recuentos, donde se nota más ponderación en lo reflexionado son en los años más
remotos. Los 70 y parte de los 80. Críticas a la “impaciencia” de Víctor Raúl
por alcanzar el poder (en contraste con Mitterrand), a quien ve más como el
fundador de un gran partido, suerte de religión laica, y gran ideólogo, que
como “político tactista” de la componenda diaria y el pacto, donde fracasó. Critica
las alianzas con la derecha que llevaron al Apra a disminuir su número de
militantes, incluyendo gente muy valiosa que pasó a la izquierda o al naciente
Acción Popular, y dejar de ser la primera fuerza política del país. (Sus
alianzas con la derecha fueron bastante calamitosas para la suerte futura del
partido).
En eso más
bien elogia a Fernando Belaunde Terry, de quien trasluce una secreta admiración.
A su juicio cero ideólogo (su ideología se reducía al “Perú como doctrina”)
pero excelente político del menudeo y el cabildeo que le ganó la presidencia al
partido del pueblo en dos oportunidades y supo aprovechar ese antiaprismo en
favor de su candidatura; y de quien aprendió el estilo convocante que el propio
García usó muy bien en sus dos campañas que también lo llevaron a la
presidencia. Con Belaunde tendría una excelente relación, con quien departía en
Palacio de Gobierno incluso cuando FBT auspició la candidatura para la
presidencia de Mario Vargas Llosa en 1990 y de la cual, nos revela, el
arquitecto se arrepintió después, en vista las escasas condiciones políticas
del célebre novelista. Nunca antes alguien estuvo tan cerca del poder y
desperdició tantas oportunidades para llegar a él. (La campaña del Fredemo de
1990 puede ser un excelente manual de lo que un político no debe hacer).
Curiosamente, ambos fundadores de partidos (Haya y Belaunde) se pueden jactar
en el más allá que sus partidos son los únicos supérstites del siglo pasado.
El cisma del
Apra, luego de la muerte de Víctor Raúl, no está ajeno al recuento y el
perjuicio que significó al partido de la estrella. No solo de las ambiciones
que se desataron en los líderes más connotados de aquellos años, sino de la
pugna por la candidatura presidencial entre Andrés Townsend y Armando
Villanueva que fue fatal para el Apra. Reconoce que Townsend era un candidato
más convocante entre las clases medias no apristas que Villanueva, y tenía un
buen número de seguidores en el Movimiento de Bases Hayistas que, entre otros
factores, significó la derrota del partido en 1980. Pero, como señala Alan, la
“marca Apra” la tenían ellos, los que se quedaron en Alfonso Ugarte, por lo que
Townsend solo con su movimiento iba a ser difícil que remonte a las ligas
mayores, lo cual en efecto sucedió así. Con los años, fue olvidado.
Dentro de los
innumerables autores que cita, se nota que Maquiavelo es su guía. El gran
florentino fue una inspiración constante del maniobreo político y es mencionado
constantemente en sus memorias. Alan es un político en el ejercicio del poder antes
que un teórico reflexivo sobre el mismo, por lo que las conclusiones que extrae
de su experiencia política o la de otros son consejos prácticos de lo que se
debe hacer o no, más allá de las valoraciones morales o éticas como aconsejaba
Maquiavelo. Estamos seguros que en su interesante biblioteca personal debe
tener más de una edición de El príncipe.
Hablando de
Maquiavelo, tiene una cita de él que repite a lo largo de sus memorias: “Quien
construye sobre el pueblo, construye sobre barro”. Alguien que sabe muy bien
que el pueblo es ingrato –como lo sufrió en carne propia-, voluble y puede darle
la espalda en cualquier momento; por lo que el príncipe debe buscar otros
medios que permitan su permanencia en el poder como recomendaba el florentino. También
se nota mucha admiración a la política italiana, por esa política de
condotieros encarnada en Giulio Andreotti
y Bettino Craxi, del socialcistianismo y el socialismo respectivamente. Una
alianza que permitió la gobernanza en Italia gracias al pentapartito (coalición de socialistas, socialdemócratas,
democratacristianos, republicanos y liberales) hasta que vino el proceso de mani pulite en los años 90 que,
literalmente, barrió con la clase política italiana nacida luego de la II
Guerra Mundial. (Paradójicamente la que sucedió luego no fue mejor, sino peor,
como la encarnada en Silvio Berlusconi, la de los empresarios-políticos, que entran a la política para acrecentar su
fortuna personal).
Decíamos que
no podemos demandar objetividad en unas memorias. Las de AGP no son la
excepción. Es un personaje de la política peruana que desea dejar una imagen de
si mismo para la historia (en esa vanidad se parecía mucho a FBT), imagen
quizás no tan fiel a la realidad. Hay que leer con cuidado muchos párrafos del
libro donde, por ejemplo, frente a las múltiples acusaciones de sus adversarios
se victimiza. Considera sus acusaciones como producto de la envidia o de
conspiraciones políticas contra él. Ese argumento de la victimización hace que
el lector sienta simpatía hacia el personaje, es un hábil recurso literario.
Por ello deben leerse críticamente y tomar una razonable distancia con lo
narrado y el personaje.
Bien escritas,
con “nervio” y consejos prácticos para quien se inicie en las lides por el
poder (como haría Maquiavelo). Hay mucha miga para quien quiera tener un
recuento de primera mano; y, así como sucede con la valoración de los hechos
históricos controversiales, ciertos personajes como AGP, requerirán la
distancia y serenidad que solo el tiempo concede para aquilatarlos en su
verdadera dimensión.
Eso sí,
deploramos la edición de Planeta en su aspecto formal. Quizás por una economía
de medios y que el precio no desborde demasiado en un libro de casi 500
páginas, los editores han preferido economizar y tenemos una edición casi sin
márgenes, letra bastante apretada y en papel periódico. Ojalá en una segunda edición
(que imaginamos va a circular) subsanen esas deficiencias físicas, así como
algunas fechas inexactas, que no creo el error haya sido del autor, sino del
uso del procesador de palabras que, a veces, juega malas pasadas, por lo que se
debió haber tenido mayor cuidado en la revisión antes de ser impresas.
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