Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
DÉCIMA PARTE: ¿HABREMOS
APRENDIDO ALGO?
Cuenta Bocaccio, a propósito de la
peste negra, que podías desayunar con tú familia y cenar con tus ancestros. Así
era de letal la peste que azoló Europa en el siglo XIII. A diferencia de
aquellas pandemias que arrasaban ciudades enteras y duraban décadas, ahora
sabemos que hay cura para la que vivimos. Se encontrará la vacuna y todo se
recordará después como un mal sueño. No creo nos haga después mejores seres
humanos, ni que pasada la pandemia seamos más propensos a no contaminar el
medio ambiente o a sentir más empatía por nuestro prójimo, como algunos
optimistas creen. El mundo no será mejor ni muy distinto.
Pero, así como las pandemias ahora
recorren veloces el mundo gracias a la globalización (esta tardó menos de tres
meses en dar la vuelta y media), también rápido se encuentra la cura. El papel
de la ciencia es sorprendente en este siglo. Comparto la opinión de Hugo Neira
que este es el siglo de la ciencia, de los neurobiólogos, físicos, químicos, de
los científicos de los grandes descubrimientos, de lo inmenso y de lo micropequeño,
como son los virus.
Otra lección post pandemia es la
presencia del estado. Estamos en un mundo globalizado, pero los problemas
internos de cada país, sus necesidades, sus carencias, deben ser solucionadas
por un organismo despreciado hasta hace poco: el estado. Y también hemos visto
que en naciones como la nuestra, el estado colapsaba en servicios tan
esenciales como la salud. Una de las razones por las que el gobierno nos encerró
en nuestras casas por más de cien días fue porque de aumentar exponencialmente
la cantidad de contagiados, nuestro sistema de salud se derrumbaba como un
castillo de naipes, como en efecto sucedió. Esa era y es la triste realidad.
La corrupción no podía faltar. Compras
sobrevaloradas en muchas entidades del estado, municipios que cotizaban
canastas a precios elevadísimos, mascarillas de papel para los policías que
salían a custodiar las calles, empresarios que aprovecharon el momento para
especular y ranchos para soldados al precio de un menú en el Marriott. Fueron
algunas “perlas” que vimos en la pandemia. Por lo general van de la mano la
corrupción y estados que funcionan mal. Y también, seamos sinceros, nuestra
cultura heredada de España que nos hace proclives a delinquir. (Acá hasta bien
entrada la república se subastaban al mejor postor los puestos públicos y las
sentencias judiciales se vendían al peso. Bueno, esto último no ha cambiado).
No soy muy amigo de los controles de
precios, me parece no son efectivos y a la larga generan más problemas que
beneficios; pero, creo que el ejecutivo debería contar con una herramienta
legal que le permita regular el precio de ciertos bienes y servicios en casos
de emergencia, como la que tuvimos con el covid. Una medida solo temporal y con
ciertas condiciones. Creer que tenemos una competencia perfecta y que los
precios se regularán por la “libre oferta” en tiempos de pandemia, es como
creer en la puridad de los políticos.
Hemos visto cómo se especuló hasta con
medicamentos esenciales, subiéndolos sin justificación más de cien veces su
precio. O como era desalojada mucha gente sin recursos del cuartito que
alquilaban por no poder pagar la renta. En los servicios educativos virtuales
los colegios privados hicieron su agosto. Se especuló hasta con los balones de
oxígeno necesarios para salvar una vida humana. Ya no hablemos de las clínicas.
Se dice que el covid es democrático
porque ataca a todos por igual; pero no se dice mucho que más posibilidades de
salvarse fue para quien pudo comprar a precio de oro un balón de oxígeno, o las
medicinas que ya subían vertiginosamente su precio en aquellas cruciales
semanas o pagar sin chistar “el adelanto” de 100,000 o 150,000 soles que muchas
clínicas condicionaban para internar a un paciente. Se dirá “es el mercado”, buscando
un responsable deletéreo y abstracto a quien culpar; pero, vamos, no le echemos
la culpa de todo al pobre mercado.
Esperemos que el Congreso en vez de
aprobar leyes promoviendo el trasporte informal,
malbaratando el fondo de los pensionistas o exonerando a ciertos trasportistas
del pago de peaje, encamine una norma para control de precios y canalización de
producción y distribución de bienes y servicios solo en casos de emergencia. Un
tiempo breve, focalizado y sujeto a control.
Otro error del gobierno, entre los
innumerables que tuvo en aquellas semanas, fue hacer “hibernar” a casi todo el
aparato del estado. Mandó a su casa desde el primer día a personal de organismos
claves en plena pandemia como Indecopi, Sunafil, Mintra, Minedu, Sunedu, Poder
Judicial. Se quedó sin brazos para poder fiscalizar lo que pasaba en la calle.
El gobierno daba norma tras norma y no sabía si se estaban cumpliendo. El
presidente hablaba de bonos y canastas de víveres y no se sabía si estaban
llegando realmente y a qué precio.
No sé si mis connacionales aprenderán
algo. Los peruanos nos caracterizamos por tener mala memoria (por eso elegimos
tan mal a nuestras autoridades); pero de repente algo quedará, como lavarse las
manos oportunamente (claro, cuando se disponga de agua); y a nivel nacional
espero que se materialice la idea que debemos contar, con pandemias o sin
ellas, con un sólido sistema de salud pública, que tanta falta nos hace.
Y espero también que nuestras
autoridades en vez de invertir miles de millones de dólares en interoceánicas
donde únicamente caminan los monos o refinerías multimillonarias cuando no
somos grandes productores de petróleo, ese dinero, espero, lo inviertan mejor en
agua y desagüe para aquellos connacionales que no lo tienen, en ciencia y
tecnología y en hospitales bien equipados que, ahora, como que se nota más la
carencia. Aunque de repente ya es mucho pedir.
La sociedad es frágil ante un peligro
desconocido, invisible. El miedo se vuelve irracional. No se sabe cómo atacará.
La familia se convierte en sospechosa. Cualquiera puede estar infectado y
contagiar al resto. El horror se apropia de todos. Lo vimos acá y también lo
vimos afuera. En países pobres y en países ricos el ser humano se comporta
igual de instintivamente cuando siente miedo a la muerte.
Hay un aforismo de inspiración estoica
en la película “Gladiador”. Se atribuye a Marco Aurelio, el emperador-filósofo:
“Si la muerte te sonríe, devuélvele la sonrisa”. Y en tiempos aciagos como el
que vivimos, es bueno retornar a los estoicos, leer a Séneca. Recordar que la
muerte es parte de la vida, es el epílogo, que a todos nos llega tarde o
temprano.
Mi generación sobrevivió al
terrorismo. Al salir de nuestras casas no sabíamos si íbamos a regresar vivos o
completos. Un coche-bomba nos podía esperar a la vuelta de la esquina. Pero,
era preferible no pensar en eso. Hacer nuestra vida lo más normal que se
pudiera y así fuimos creando una suerte de resiliencia. Ahora es igual.
Por el momento habremos hecho mucho
con sobrevivir.
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